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Primera parte. Diciembre » Capítulo 7:// Interfaz chamánica

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Capítulo 7:// Interfaz chamánica

Sebeck estaba sentado en el comedor de la Meseta leyendo el periódico local cuando sintió un golpe en la mesa. Lo bajó y vio a Laney Price sentado frente a él con una bandeja cargada de huevos revueltos, beicon, dulces y hojuelas. Price llevaba una flamante camiseta negra con el eslogan «Voy a socavar la civilización. Pregúntame cómo» en grandes letras blancas. Ya estaba picoteando su desayuno.

Sebeck dobló el periódico y dio un sorbo a su café.

—¿Así que te han dejado entrar?

—Eres un capullo. ¿Lo sabes? —Price no lo miró, sino que se entretuvo leyendo algo en el Espacio-D.

—Necesitaba hablar con Riley a solas.

—Y me dejaste tirado en un apeadero de camiones. No, está muy bien. No importa que yo no tuviera virtualmente nada que ver con la muerte de tu identidad, ni que te resucitara después de tu cuasi-ejecución… por lo que ni siquiera he recibido un gracias. No, está bien. No me extraña que el daemon te pudiera convertir en un tipo malo. ¿Sabes por qué? Porque eres un tipo malo.

Price arrancó un trozo de tostada con los dientes y siguió leyendo en el espacio virtual.

A Sebeck no le apetecía discutir, pero tampoco tenía ganas de seguir leyendo. Hizo a un lado el periódico. Era un panfleto tribal que hablaba de anuncios escolares y noticias del consejo local. Había pocas menciones del enorme proyecto de construcción que se veía tras la ventana.

Se volvió a mirar la alta fila de ventanas a lo largo de la pared exterior. Toda la instalación parecía haber sido tallada en la sólida superficie de la roca, y sin duda la roca machacada había sido utilizada para generar hidrógeno. El comedor tenía una amplia vista del suelo del valle, y de la gigantesca construcción que tenía lugar allí.

Justo entonces vio que Riley se acercaba cruzando el comedor. Mucha gente le sonreía y saludaba al verla pasar, y ella se detuvo en varias mesas para intercambiar comentarios amables. Pero avanzaba inexorablemente hacia él. Se preguntó cómo sabía dónde encontrarlo, pero entonces advirtió que se lo podía localizar fácilmente en el entramado del Espacio-D.

Riley iba vestida como el día anterior. Cuando se acercó a la mesa, no le sonrió ni lo saludó.

—¿Está preparado? Son las siete y media, y tenemos que cubrir un montón de terreno.

Sebeck señaló a Price.

—Riley, éste es Price. Price, ésta es….

Ella lo interrumpió.

—Ya nos conocemos, sargento.

Price asintió sin dejar de comer.

—Ha oído mi triste historia.

—No ha sido usted exactamente amable con Chunky, y lo cierto es que alguien debe encargarse de la logística de su misión. En el primer nivel apenas tiene los créditos de la red oscura necesarios para funcionar. La red no es una comuna, sargento. Las cosas cuestan dinero. Chunky pagó el desayuno que usted se está tomando.

Prince asintió mientras seguía leyendo.

—No me des las gracias. Dáselas al fondo de misiones.

Sebeck recordó entonces que Price era el que siempre les conseguía nuevas identidades, nuevas tarjetas de crédito y nuevos coches.

—Si quiere pasar a la siguiente etapa de su misión, necesitará el certificado. Vamos.

Sebeck asintió.

—¿Dónde vamos a hacerlo?

Un breve viaje en un moderno ascensor con aire acondicionado llevó a Riley y a Sebeck veinte pisos hacia arriba a través de roca sólida antes de que las puertas se abrieran y los condujeran a un sólido pasillo de piedra. Estaba ampliamente iluminado por luces compactas de colores cálidos. Y lo extraño es que había extintores y alarmas de humo atornillados en las sólidas paredes rocosas: eso no era una antigua vivienda en ruinas. Era una construcción moderna, aunque haría falta un volcán para prender fuego a este lugar. Al parecer, las comunidades de la red oscura tenían que seguir los códigos antiincendio del mundo real.

Riley caminó con decisión pasillo abajo, dejando atrás varias puertas numeradas, y se detuvo ante una que ya estaba abierta y que conducía a una gran sala de reuniones con una ancha mesa de madera rodeada por media docena de modernas sillas de oficina. En la pared cercana había una pizarra blanca. Riley le indicó a Sebeck que se sentara y cerró la puerta tras ellos.

—No es exactamente el entorno donde esperaba aprender magia.

Ella se sentó en el filo de la mesa cercana y se lo quedó mirando durante unos instantes.

Él le dirigió una mirada interrogativa.

—¿Qué?

—He leído sobre usted. Ha sufrido, pero no es el único que lo ha hecho. ¿Se le ha ocurrido alguna vez preguntarle a Price algo sobre su vida? No. Y no creo tampoco que se sienta responsable del sufrimiento que ha causado a otros. Su esposa y su hijo, para empezar.

—Mi familia no es asunto suyo. Sí, mentí a la gente que tenía más cerca… y a mí mismo. En la cárcel tuve mucho tiempo para pensar en la persona que era entonces. No tengo sino pesares, así que olvídeme.

Riley reflexionó. Su expresión perdió su dureza. Se levantó.

—Hace unos años cabalgaba cerca de El Morro. Vi un coyote en una loma tratando de seguir a su manada. Le faltaba una pata. Estaba flaco. Pero seguía a su manada. No lo he olvidado. Es algo que podemos aprender de los animales. No pierden el tiempo sintiendo lástima de sí mismos.

Sebeck suspiró.

—¿Qué quiere de mí, Riley? Estoy aquí, ¿no?

—¿Lo está? Sólo pregúntese qué impulsa a la gente a unirse a la red del daemon. ¿De verdad cree que toda esta gente es malvada? Sólo quieren que sus vidas tengan sentido. Esta red les ayuda a conseguirlo. El daemon no tiene ninguna ideología. Es simplemente lo que queremos que sea. Se mantendrá el orden, pero el tipo de orden es cosa nuestra. Tiene usted una oportunidad de ayudar a crear algo bueno para las generaciones futuras. Si está buscando algún tipo de redención, ahora es su oportunidad. Esta misión suya podría conseguir algo bueno. Así que le sugiero que preste atención y aprenda lo que voy a enseñarle. Porque cuanto antes lo haga, antes podrá dejar de odiar a los muertos y volver a unirse al mundo de los vivos.

Sebeck se quedó mirando la mesa como un niño que ha recibido una reprimenda.

Riley se dirigió a la parte delantera de la sala.

—¿Puedo empezar?

Sebeck asintió.

—La interfaz chamánica es el mecanismo para interactuar con la red oscura. Se llama interfaz chamánica porque fue diseñada para ser entendida por toda la gente de la Tierra, sin que importe su nivel tecnológico o su formación cultural.

Hizo una serie de movimientos precisos con las manos, dejando atrás brillantes líneas en el Espacio-D que formaron una intrincada pauta. Cuando terminó, una voz angelical sonó en la sala, como un espíritu bueno.

Sebeck buscó a su alrededor el origen de la voz sin cuerpo.

Riley bajó las manos.

—Ha sido un sonido hipersónico, sargento. Enlazado a un macro que creé basándome en gestos somáticos. Pero mi argumento es que parece magia. Incluso las tribus más remotas de Papúa Nueva Guinea comprenden el concepto de magia… y que hay que observar ciertos rituales para invocarla. Creen en un mundo espiritual donde los antepasados y los seres sobrenaturales los vigilan. La interfaz chamánica simplemente conecta la alta tecnología con ese sistema de creencias, concediendo «poderes» y equipo como recompensa para la actividad organizada y útil.

Sebeck se acomodó en su silla.

—¿Útil para quién?

—Para la humanidad, sargento. Esto es una especie de perspectiva general. Por todo el mundo se están diseñando y construyendo depósitos del conocimiento y la tecnología humanos por parte de facciones de conservadores. La idea es simplemente que esos depósitos sean duraderos, inspiren asombro, y estén equipados con sistemas automáticos que puedan enseñar a la gente a emplear conocimientos útiles para potenciar a los más racionales de entre la población para que puedan alcanzar posiciones de liderazgo. De esa forma, si la civilización humana se pierde en una región, este sistema podría ponerlos de vuelta en el camino para recuperar el conocimiento en una generación o dos. También podría ser útil para resistir una espiral de decadencia.

Sebeck miró las sólidas paredes que los rodeaban. Miró a Riley interrogativamente.

—Correcto. Dos Ríos será un depósito cuando esté terminado. Puede llevar muchas décadas.

—Pero ¿esto no difunde sólo misticismo? ¿Mentiras, esencialmente?

—¿Quiere decir cuentos de hadas? Sí, en principio. Pero claro, muchos padres les enseñan a sus hijos que Santa Claus existe. Es más fácil que intentar explicar el significado cultural de las celebraciones del equinoccio de invierno a un niño de tres años. Si una magia falsa o una mentirijilla sobre el dios-monstruo de la montaña logra que la gente deje de matarse entre sí y pueda aprender, entonces la verdad puede esperar. Cuando llegue el momento, quizá sea sustituida por la reverencia hacia el método científico.

—¿Y para esto creó Sobol al daemon?

Ella negó con la cabeza.

—No, por eso lo llaman la interfaz chamánica. Porque parece brujería… y bien podría serlo para la gente que desconoce la tecnología. Pero, al contrario que la brujería, existe y proporciona auténtico poder.

Riley alzó las manos ante ella.

—Ahora vamos a enseñarle a usarla.

Dos días más tarde Sebeck estaba apoyado en la barandilla de la terraza situada en lo alto del Salón Dos Ríos, a trescientos metros de altura sobre el suelo del desierto. La vista desde lo alto del gran monolito de piedra era impresionante, con las mesetas extendiéndose en una línea irregular hacia el horizonte.

El plan maestro de la construcción en el valle era más evidente desde aquí arriba, aunque Sebeck ahora sabía cómo interrogar a los objetos mismos en el Espacio-D. Podía ver los indicativos de los miembros de la facción, y también sabía cómo acercar su visión a ellos o ajustar los estratos del Espacio-D en su campo de visión. O enviar mensajes. Pero nada de eso le interesaba ahora mismo.

Apoyó la barbilla en la barandilla de aluminio y contempló la Balanza de Temis, centrada en la pantalla al pie de su imagen HUD. Lo fascinaba. Era una medida de la distribución de poder dentro de una población de usuarios del daemon. Podía verla mostrar toda la red oscura o sólo el holón que él ocupaba. De momento, estaba a escala de su holón actual. Tenía la forma de una fina aguja en su barra de control; en este caso, inclinada levemente a la derecha. Sebeck había personalizado su pantalla para poder verla siempre. Si miraba con suficiente atención, hasta la veía fluctuar.

Riley le había enseñado que la posición extremo derecha significaba que el poder del daemon estaba en muy pocas manos, mientras que a la izquierda del todo significaba que el poder del daemon estaba distribuido virtualmente entre todo el mundo.

Curiosamente, ella le dijo que el objetivo era que la aguja no estuviera en ningún extremo. Demasiado poder en demasiadas manos iba en contra del bien común, mientras que muy poco poder en las manos de una sola persona hacía difícil conseguir que se hiciera algo. Así, el objetivo de la comunidad de la red oscura era intentar situar la aguja en el centro justo: en el «norte debido», como lo llamaban.

Parecía que la facción de Dos Ríos estaba desviada unos quince grados del norte debido. Sebeck se preguntó si Riley desviaba la escala. Ya tendría la ocasión de descubrir hasta qué punto se respetaban las opiniones de ella en este holón. No se daba demasiada importancia a sí misma. Los individuos siempre pueden funcionar mal, sargento. Incluida yo.

Riley era una mujer interesante. Sebeck no podía recordar haber conocido nunca a una persona tan paciente, y sin embargo tan inflexible. También demostraba un conocimiento prodigioso sobre el mundo que la rodeaba. Estaba empezando a darse cuenta de que él no era el centro del nuevo orden mundial de Sobol. Extrañamente, eso le proporcionaba cierto alivio.

Reflexionó sobre la virulencia del daemon. Riley le había explicado que éste se volvía menos virulento cuanto más se extendía. Y que se volvía más implacable cuando se contraía. Estaba diseñado como un organismo natural para resistirse a su propia erradicación con fuerza letal si era necesario. Eso explicaba sus sangrientos orígenes, pero Sebeck seguía sin poder aceptarlo. Era básicamente un parásito en la sociedad humana, un parásito que trataba de conseguir una simbiosis. Un equilibrio entre lo que daba y lo que tomaba. Sí, los impulsaba a conservar la civilización, pero también limitaba el libre albedrío. ¿De verdad querían que un organismo cibernético diseñado por un loco gravitara sobre sus cabezas?

Oyó pasos en las escaleras de piedra que tenía detrás. Se volvió y vio a Laney Price con una nueva camiseta negra y pantalones de paracaidista. Las palabras «GRACIAS… por no emocionarte» estaban bordadas en ella con grandes letras blancas.

—¿De dónde sacas esas estúpidas camisetas?

Él se la estiró para leerla.

—¿Te gusta? Es lo último, tío. Plástico inteligente. La compré en la tienda de regalos el día que llegué.

—Espera… ¿hay una tienda de regalos?

—Sí. Una pantalla de plástico programable y flexible. Tarda como una hora en cambiar los mensajes. Mola, ¿eh?

Sebeck se volvió hacia la barandilla.

—Has votado en mi contra, capullo.

Price se colocó a su lado.

—Bueno, ¿qué esperabas? Me tratas como a una mierda.

—¿Una valoración de dos estrellas?

—¡Oh, en un factor base de uno! Cojonudo. Puedes arreglarlo. Intenta no ser un capullo. Hace milagros.

—Soy yo quien tendría que votar en tu contra.

—Tengo un factor base de cuatrocientos seis, amigo. Buena suerte. ¿Y a santo de qué, por cierto? Sabes perfectamente que tiene que ser por una causa y que debe ser admitido como cargo en una fMRI.[5]

Sebeck alzó las manos.

—Joder, parecemos un par de frikis en una convención de Star Trek.

—Casualmente hablo klingon, amigo. Así que… ¡Hab SoSll’ Quch!

Oyeron más pisadas, se volvieron y vieron a Riley, que se les acercaba.

Sebeck la saludó con la cabeza.

Ella lo abordó.

—Puede que no le guste, sargento, pero podrá ser un miembro capaz de la red oscura. Creo que está listo para continuar su misión.

—Entonces, ¿me ha valorado?

Ella asintió y alzó las manos, cubiertas de anillos. Con unos cuantos movimientos precisos, movió un objeto invisible a un lugar invisible, y Sebeck advirtió un menaje de llegada en su pantalla HUD. Le decía que Riley acababa de calificarlo en una escala de uno a cinco, otorgándole un cuatro. Ahora, con una base de dos tenía una puntuación de tres. Media estrella por encima de la media.

Pero lo más importante era que, en el momento en que ella lo valoró, un nuevo Hilo cobró vida a unos tres metros de altura delante del visor HUD de Sebeck. Corrió rápidamente desde la cima de la montaña, a través del valle, y se dirigió al horizonte, al noreste, donde desapareció.

Sebeck inspiró profundamente. Era difícil aceptar el regreso de aquella línea dominante. Adónde lo conduciría, no lo sabía nadie.

—¿Lo ve, sargento?

Él asintió.

—Sí. Mi Hilo ha vuelto.

—Eso pensaba. Parece que su misión lo llevará a otros lugares y acontecimientos. Aunque no sé cómo puede eso conducirle a esa «Puerta de la Nube» que está buscando. He mirado todo lo relacionado con una Puerta de la Nube en la estructura de la red oscura pero no he encontrado nada. Sin embargo, se menciona en otra parte.

—¿Dónde?

—En los mitos.

—Magnífico. Así que ahora estoy buscando un mito…

—Los mitos todavía tienen poder, sargento. Sobol lo sabía. Sus juegos se basan en ellos. Los mitos son arquetipos recurrentes una y otra vez en las esperanzas y temores de la humanidad. Nos atraen. Todo el concepto del daemon surge de los espíritus guardianes de la mitología griega: espíritus que vigilan a la humanidad para ayudarla a salir de sus problemas, y eso se ha vuelto real.

Sebeck se encogió de hombros.

—De acuerdo. ¿Qué dicen esos mitos sobre la Puerta de la Nube?

—Era la puerta de los cielos y la guardaban las Horas, las diosas de la vida ordenada. Las Horas eran también conocidas colectivamente como las Horas y las Estaciones. Su madre era Temis, la diosa de la justicia y el orden.

El nombre hizo recordar algo a Sebeck.

—¿De ahí viene lo de la Balanza de Temis?

Ella asintió.

—Una personificación alegórica de una fuerza moral, un mito tan poderoso que en nuestra sociedad llegó a ser considerado como la Justicia Ciega, una de las únicas diosas de nuestra nueva república. Su símbolo nos rodea incluso hoy.

Sebeck absorbió todo esto, todavía inseguro de cómo interpretarlo.

Riley le puso una mano en el hombro.

—En el mundo de fantasía online de Sobol, La Puerta, los distintos planos de existencia estaban enlazados por puertas, y los que las controlaban o atravesaban podían controlar o cambiar el curso de los acontecimientos del mundo. El resultado de su misión puede que nos afecte a todos, sargento.

Él asintió, sombrío.

—Siga su Hilo —dijo ella, con la mano en su hombro—. Creo que su corazón está en el lugar adecuado, aunque no esté de acuerdo con la visión de Sobol. Cuestiónelo todo. Pero no se sorprenda si descubre que el mundo que creía conocer nunca existió.

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