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Tercera parte. Julio » Capítulo 30:// Cuarentena

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Capítulo 30:// Cuarentena

Pete Sebeck se hallaba en un taller de fabricación de Greeley, Iowa, viendo como una máquina aglomeradora láser forjaba un componente a partir de metal en polvo. La máquina, del tamaño de un coche, usaba calor generado por láser para fundir el polvo y convertirlo en un metal sólido basándose en un modelo digital en 3-D. El propietario del taller, un Fabricador de nivel 13 llamado Hedly, controlaba el proceso a través de una ventana tintada.

Sebeck estaba de pie tras él, escuchando a Diving Bruce, un Empresario australiano de nivel 11, que había venido desde Melbourne para ver qué se estaba haciendo en pueblos como Greeley. Había empezado a acudir cada vez más a este tipo de demostraciones mientras Price y él recorrían la población en busca de alguna idea que les indicara por qué el Hilo los había traído aquí.

El australiano hablaba con apasionada intensidad.

—Cuando el daemon infectó nuestras redes, comprendí lo que era, ¿sabes? Una puñetera oportunidad.

Sebeck alzó las cejas.

—¿Aunque te estuviera robando?

—¿Robando? Sí, pero fue también una llamada de advertencia. Cambió el juego para todo el mundo, ¿no? No sólo para mí. Me di cuenta de que no podía tener largas cadenas de suministro. Me castigaría (a mí y a mis competidores) por hacerlo. Esto es un juego nuevo. La función de destrucción instalada en nuestra red es como el seguro de una granada de mano del que puede tirar cualquiera… un reloj en marcha que nos obliga a emigrar a un sistema menos complejo y más sostenible. Y además… —Hizo un gesto hacia las máquinas que los rodeaban—. Esto es el futuro. No tiene ningún sentido transportar componentes a miles de kilómetros de distancia. Crearlos a demanda de esta forma a partir de materias primas… metal en polvo o gránulos de Arboform… eso es el mercado, tío. Hay otras máquinas que pueden producir circuitos a partir de material impreso y flexible. Es la maldita Tercera Revolución Industrial, ¿no?

Sebeck vio que Jon Ross se acercaba desde el portón de entrada del taller. Ross le pasó un objeto en el Espacio-D a él y a Laney Price. Parecía una foto aérea que flotara ante ellos.

Bruce seguía hablando, al parecer incapaz de ver el estrato privado.

—No soy un maldito enamorado de los árboles. No tengo ninguna intención de vivir en una chabola ordeñando vacas cada mañana. Mira esa colosal fuente de energía del cielo y dime que hay escasez de energía. El Sol consume más energía en un segundo de lo que la humanidad ha consumido en toda su historia. Sólo tenemos que captarla. —Fue marcando su argumento con los dedos—. Alfombra solar… sustituir los caros catalizadores de platino por óxidos de metal… pintura solar de galio… selenide de cobre, indio y galio…

—Sargento… —Price frunció el ceño mientras examinaba la fotografía aérea.

—Discúlpanos, Bruce. Creo que pasa algo.

Bruce extendió la mano y estrechó la de Sebeck y la de Price entusiasmado.

—¡Magnífico! Mucha suerte en tu misión, y no te olvides que si algún periodista de la red oscura te pregunta, vamos a duplicar este taller en Queensland en diciembre. ¡Salud, amigo!

Price tiró de Sebeck y los dos se reunieron con Ross cerca de la puerta.

Sebeck se encogió de hombros.

Ross señaló la foto que los seguía en el Espacio-D.

—Mirad. Nos están rodeando.

—¿Quiénes?

—Gente seria.

Sebeck estudió la imagen.

—¿De dónde has sacado esto?

—Tenemos dos drones de seguridad orbitando este condado, y también nos tienen bajo vigilancia aérea.

—¿Qué es lo que estoy mirando?

—Busquemos un lugar más privado para hablar.

Ross indicó que lo siguieran. Salieron del taller de microfabricación y caminaron por la atestada acera. Todo el mundo parecía ocupado en algo, pero mientras caminaban, pudieron ver que la noticia se difundía rápidamente entre los habitantes del pueblo. Fotos, vídeos y mensajes volaban por la red oscura.

Ross se detuvo.

—Las noticias viajan rápido.

Sebeck pudo ver el feed de alerta aparecer en sus gafas HUD: Greeley bloqueado por fuerzas de seguridad. Era una alerta de máxima prioridad, que ascendió rápidamente. Sabía que el sistema pondría pronto a alguien a cargo de aquello.

—¿Nos han rodeado? —Examinó con más atención la foto virtual que flotaba en el Espacio-D.

Ross señaló los arroyos, ríos y carreteras en las afueras de la ciudad.

—Un radio de cinco kilómetros. Están estableciendo puntos de control en todas las carreteras, y tienen drones de vigilancia no tripulados controlando el terreno. También han cortado las líneas de energía, las comunicaciones… todas las conexiones con el mundo exterior. Y no somos los únicos…

Ross presentó un mapa del Medio Oeste de Estados Unidos.

—Hay informes de bloqueos similares en ciudades de Missouri, Kansas, Nebraska, Ohio, Indiana… Es una campaña cuidadosamente orquestada para aislar a las comunidades de la red oscura.

Sebeck estudió el mapa.

—Y nosotros estamos en el centro.

Ross ladeó la cabeza.

—Así es. —Se irguió—. ¿Significa esto que el daemon lo sabía de antemano?

—¿Quieres decir que por eso me ha retenido el Hilo aquí?

Price meneó tristemente la cabeza.

—Tío, ¿por qué demonios no nos avisó? Ahora estamos aquí atrapados, rodeados de… —Miró a Ross.

—Yo diría que ejércitos de empresas privadas.

Sebeck se sintió perdido.

—Pero no pueden…

—Revisa tu historia, Pete. Ésta no sería la primera vez que los ejércitos corporativos atacan a la gente en Estados Unidos. Basándonos en los escaneos cerebrales de esos supuestos insurgentes que trajiste, y en los escaneos de otros capturados en otras partes, parece que nos enfrentamos a un enjambre de compañías mercenarias que han apoyado a regímenes totalitarios por todo el mundo. —Ross cliqueaba en el Espacio-D, examinando feeds y leyendo rápidamente—. Aquí hay un informe de alta reputación que habla de carros blindados que vienen en tren, de noche, cubiertos por hules. Helicópteros ligeros de ataque…

Sebeck se acercó a mirar.

—¿Cómo pueden hacer una cosa así? ¿Dónde demonios está el ejército de Estados Unidos? ¿Dónde está el Gobierno?

Price miró también.

—Fijaos en todo el revuelo que han estado inyectando en las noticias sin parar: «Anarquía en la América rural». La economía se hunde. Están haciendo que la gente busque desesperadamente la seguridad.

Sebeck reflexionó sobre la situación.

—No creo que podamos contar con la ayuda del Gobierno, Pete. Algo está pasando entre bambalinas. Algo que no podemos ver.

Price alzó las manos.

—¿Y qué significa esto? ¿Campos de concentración? ¿Algo peor?

Sebeck se sentó en un banco público y se llevó las manos a la cabeza.

—Así que nos cortan la energía, pero seguimos teniendo electricidad porque hemos estado usando fuentes locales.

—En efecto.

—Y seguimos estando comunicados unos con otros y con el mundo exterior porque usamos una red inalámbrica.

—Sí, aunque imagino que tendrán especialistas en la guerra electrónica intentando localizar y destruir todos los nódulos de nuestro perímetro lo antes posible.

—Pero las facciones a salvo de la cuarentena seguirán lanzando más para mantenernos conectados —intervino Price—. Y las facciones de infraestructura de defensa se implicarán en esto en algún momento.

Sebeck se enderezó en el banco.

—Sí, pero mi argumento es que la red oscura nos permite cierta resistencia. No nos basamos en esas cosas, y ellos lo saben, así que ¿por qué se molestan en cortarlas?

Ross se encogió de hombros.

—Sigue habiendo un montón de gente en esta región que no están en la red oscura. Esa gente ha sido devuelta a la Edad de Piedra: sin energía, sin móviles, sin Internet. Estos tipos quieren controlar el mensaje que transmite esta región. El público general no puede leer los feeds de noticias de la red oscura. No se enterarán de la verdad, así que será como si nunca hubiera sucedido.

Price se sentó junto a Sebeck.

—Sólo la historia oficial. Que sin duda será cómo las valientes fuerzas de seguridad privada contuvieron a los saqueadores y los anarquistas en el Medio Oeste.

Todos se quedaron mirándose entre sí.

Price cruzó los brazos.

—¡Estamos jodidos, tío!

—Todo saldrá bien, Laney. Hemos estado en situaciones más difíciles antes.

Price lo miró con los ojos entornados.

—¡No, no lo hemos estado!

Justo en ese momento Sebeck se irguió, y se quedó mirando, completamente estupefacto.

Tanto Ross como Price advirtieron la expresión de su rostro.

Ross preguntó primero.

—¿Qué pasa, Pete?

—El Hilo ha vuelto.

Price se concentró, como si pudiera verlo entornando los ojos.

—¿Por qué ahora?

Ross consideró la pregunta.

—Debe estar relacionado con la noticia. Tal vez estáis aquí para eso.

Price se encogió de hombros.

—Bueno, no es que tengamos mucha capacidad de decisión. ¿Adónde nos guía, sargento?

Sebeck señaló el horizonte.

—Justo a través de las líneas enemigas.

Con la luz previa al amanecer de una noche sin luna, Sebeck, Price, y Ross avanzaron a lo largo del borde de un prado. Un coro de ranas y grillos llenaba el silencio. Sebeck llevaba puesto su equipo blindado de compuesto de cerámica y casco cerrado. Empuñaba una pistola electrónica multicañón con silenciador y escrutaba el camino con unas gafas de visión nocturna de fósforo blanco. Les indicó entonces que estaba despejado.

Sebeck alzó su visor mientras Price y Ross se acercaban corriendo y se arrodillaban junto a él.

—Sigo diciendo que esto es un error, Jon. La gente del pueblo va a necesitar toda la ayuda que puedan conseguir.

—Pete, el Hilo fue lo que te trajo aquí en primer lugar, y si lo que Sobol dijo es cierto, entonces los acontecimientos recientes lo han redirigido.

—Pero podía esperar. Podría quedarme aquí y ayudar a pelear primero.

—¿De verdad crees que tu presencia aquí va a servir de algo?

Intercambiaron graves miradas a la tenue luz.

—Pero tú te vas a quedar.

Ross asintió.

—No tengo ninguna misión elevada que completar. Estaría mal que me fuera. Además, el pueblo necesitará mis drones de vigilancia.

Se miraron el uno al otro.

Ross agarró el hombro blindado de Sebeck.

—Os alcanzaré más tarde.

Price y Sebeck no parecían convencidos.

—Personalmente, no os envidio por tener que colaros por el bloqueo. Tengo ahora vuestras coordenadas en mi listado, así que me enteraré de si conseguís pasar. Tened cuidado. Y buena suerte.

Se estrecharon las manos y se dieron una palmada en la espalda. Y entonces Sebeck y Price volvieron a ponerse en marcha en la oscuridad. Sebeck siguió el Hilo que lo guiaba hacia el lecho de un arroyo cubierto de árboles y hacia la noche.

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