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Primera parte. Diciembre » Capítulo 3:// Camino viral

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Lo que hace que la leyenda de Roy Merritt sea tan poderosa es que no fue intencionada. Fue un mero instrumento en las cintas de vigilancia en el asedio a la mansión Sobol, pero el éxito de su pugna contra lo imposible es lo que lo inmortalizó como el Hombre Ardiente.

PanGeo**** / 2.194 - Periodista de Nivel 12

—Roy Merritt representó todo lo mejor de nosotros. Eso es lo que hace tan difícil de soportar su pérdida.

Ante un ataúd envuelto en una bandera, el sacerdote alzó su voz para que pudiera oírse por encima del frío viento de Kansas.

—Conocí a Roy desde que era niño. Conocí a su padre y a su madre. Lo vi crecer para convertirse en un esposo enamorado, un padre cariñoso, y un ciudadano respetado. Dedicó su vida al servicio público y nunca dejó de tener fe en nadie. De hecho, Roy ayudó a algunos de los mismos jóvenes problemáticos a los que se enfrentó en su trabajo como agente de la ley y el orden. Dotado de un tranquilo valor físico, era enviado a menudo al peligro para protegernos, y en una de esas misiones dio la vida. Aunque nos pueda resultar difícil seguir adelante sin él, creo que es precisamente gracias a Roy por lo que podremos seguir adelante.

Un viento helado agitaba el abrigo de Natalie Philips mientras escuchaba las palabras del sacerdote. Miró el ataúd que tenía delante. Perdida en sus pensamientos, no sentía el frío.

El agente especial del FBI Roy Merritt y otros 73 más habían muerto por su causa; caídos en una operación de alto secreto que ella había dirigido. Una operación que había terminado en desastre en un lugar que preferiría no recordar: el Edificio Veintinueve. El edificio había desaparecido ya, vaporizado. Pero ella nunca dejaría de revivir lo que había sucedido allí. Era una operación de la que nada sabía ninguno de los demás participantes en este funeral.

En algún momento de su ensimismamiento, el sacerdote había dejado de hablar y unos hombres uniformados habían empezado a doblar ceremoniosamente la bandera de Estados Unidos. Se la entregaron a un general de división del Cuerpo de Marines, quien a su vez se la entregó a la joven viuda de Merritt.

—Señora, en nombre del presidente de Estados Unidos, del director del FBI y de una nación agradecida, acepte por favor esta bandera como símbolo de nuestro aprecio por el servicio de su esposo a su país.

La viuda de Merritt recibió estoicamente la bandera, mientras las lágrimas corrían por su rostro y sus dos hijas pequeñas se agarraban a ella.

La agencia había entregado a su viuda una Estrella Conmemorativa, y había concedido a Merritt la Medalla al Valor a título póstumo. Philips se preguntó si a alguien más le parecería extraño que un general del Cuerpo de Marines entregara una bandera a la viuda de un agente del FBI. La verdad era que Roy Merritt era más héroe de lo que su familia o sus compatriotas sabrían jamás.

Ni siquiera debería estar muerto, pero todos los que habían servido bajo sus órdenes estaban muertos o desaparecidos… todo su trabajo destruido. Era el mayor desastre de los servicios clandestinos acaecido en cuarenta años, y ella era la responsable de ese fracaso. Bien podría haber perecido con el resto de su equipo.

Inspiró profundamente y contempló la enorme multitud que se había congregado en el funeral de Merritt. Más de dos mil personas esperaban entre las lápidas del Cementerio de Jackson County al norte de Topeka, los sombreros en la mano y las cabezas gachas. Doscientos catorce coches patrulla de la policía y sedanes del FBI ocupaban la carretera de acceso al cementerio tras ellos, extendiéndose hasta la autopista comarcal.

Ella conocía exactamente el número. Su maldición era conocerlo. Su mente recopilaba todo lo que veía, y no olvidaba nada. Eso le había valido su pasaporte a la fama en la división de Criptografía de la NSA, la Agencia de Seguridad Nacional, pero cada vez era una cruz más grande que cargar. Este día, y los días que habían conducido a éste, discurrían cada noche por su cabeza como una película IMAX mientras trataba en vano de dormir.

Cerca de ella, la viuda de Merritt abrazó con fuerza a sus hijas. La niña mayor ocultó el rostro en el abrigo de su madre, pero la más pequeña, de sólo cuatro años, miraba a los otros adultos alrededor, tratando de comprender qué pasaba. Cuando sus miradas se encontraron, incluso a salvo tras las gafas oscuras graduadas, Philips sintió que sus propios ojos se llenaban de lágrimas.

Le había fallado a todos.

No pudo soportar los ojos de la niña pequeña. Se dio media vuelta y caminó entre las lápidas y los asistentes al funeral, llorando ahora a lágrima viva. Lloró mientras caminaba entre los vivos y los muertos, preguntándose si su mente sería capaz de olvidar.

Una guardia de honor disparó tres salvas, sobresaltándola y despertando recuerdos del desesperado tiroteo en el Edificio Veintinueve. Sintió que el pánico se alzaba en su interior, y siguió moviéndose entre la multitud. La gente le dejó paso. Los agentes de policía del estado de Kansas, en uniforme de gala, militares de ambos sexos, gente de la localidad, niños… personas cuyas vidas Merritt había tocado. Algunos habían recorrido miles de kilómetros para estar aquí. En la ceremonia funeraria de la noche anterior, cien asistentes se levantaron para contar historias emocionantes sobre el valor, la compasión y el humor de Roy.

Reconoció ahora a algunas de estas personas mientras pasaba de largo. Un delincuente reformado. Un traductor de pastún de Beluchistán que ahora iba camino de conseguir la nacionalidad estadounidense. Un banquero de México D.F., a cuya hija había rescatado Roy en una arriesgada misión… y así sucesivamente.

Como agente de elite del Equipo de Rescate de Rehenes del FBI, Merritt había recorrido el mundo, poniendo su vida en peligro. Pero llevaba los valores que había aprendido en esta pequeña ciudad allá donde fuese. Había hecho falta la muerte para que finalmente volviera a casa.

Philips siguió moviéndose entre los asistentes. Un joven sacerdote. Funcionarios municipales. Una mujer bien vestida con gafas oscuras de estilo moderno.

Eso la detuvo.

Gafas oscuras. Su mente nunca pasaba por alto los detalles. Recordó los momentos anteriores al ataque. Merritt había venido a su despacho para hacer entrega del equipo daemon capturado en São Paulo, Brasil. Le había traído unas gafas oscuras; unas gafas que en realidad eran un sofisticado sistema HUD capaz de ver en una dimensión virtual. Una

realidad aumentada que el daemon había superpuesto sobre la cuadrícula del GPS. Las gafas eran el interfaz de usuario para el daemon.

Se volvió a mirar a la mujer, que se movía despacio pero con decisión entre la multitud como si buscara a alguien. Entonces se giró para seguirla, pero pasó otro asistente al funeral, un hombre de mediana edad y traje oscuro que llevaba unas gafas similares. El grueso marco y el diseño desusado de estas gafas podían ser ignorados fácilmente como una nueva moda molesta, pero quizá no se tratase de una coincidencia. El hombre la miró y siguió caminando, también como si estuviera buscando a alguien. Un relámpago de temor la recorrió.

Operativos del daemon están aquí.

¿Podían ser tan descarados como para asistir al funeral de Merritt? Philips dejó de llorar. Acarició su móvil de seguridad L3 SME y atravesó con resolución la multitud, poniendo distancia entre los operativos y ella. Antes de recorrer tres metros vio a un hombre con unas gafas HUD. Se detuvo tras una lápida alta y buscó un lugar a cubierto desde donde llamar pidiendo ayuda. Al borde de la multitud vio una cripta desgastada por el tiempo y se encaminó hacia allí.

Mientras caminaba, siguió localizando a operativos daemon, que se movían en abanico entre los asistentes al funeral, todavía buscando a alguien. No parecía haber ningún perfil estándar. Eran tanto hombres como mujeres, jóvenes como maduros. Había docenas.

Cuando se escabulló detrás de la cripta de granito, abrió su teléfono… y entonces advirtió que no sabía a quién llamar. Roy Merritt habría sido su primera opción. De hecho, casi todos los nombres que se le ocurrían ahora estaban muertos o desaparecidos. Había cientos de oficiales de policía y agentes del FBI que asistían al funeral, pero no tendrían ni idea de lo peligrosa que era esta gente. ¿Y qué había de las personas inocentes que formaban parte de la multitud? ¿De verdad quería ella provocar una confrontación? Pero los operativos estaban aquí por un propósito. Tenía que hacer algo.

Fue entonces cuando advirtió que no tenía señal en el móvil. No había cobertura.

—Es descortés hacer llamadas de teléfono en un funeral.

Alzó la cabeza y vio a un hombre de veintitantos años, vestido con un traje oscuro, abrigo y guantes negros. Una placa del FBI colgaba del bolsillo de su pecho, dándole el aspecto de un novato demasiado ansioso. Ella lo reconoció al instante. Era un operativo del daemon. Con el pelo rapado era indistinguible de una docena de otros agentes jóvenes del FBI, pero al contrario que los otros operativos daemon, no llevaba gafas. En cambio, sus pupilas brillaban con la iridiscencia de la madreperla: al parecer, usaba lentes de contacto.

Era uno de los que había destruido el cuartel general de la Fuerza de Asalto Daemon y matado a toda su gente. Éste era el asesino de Roy Merritt. El operativo del daemon de mayor nivel conocido.

—Loki.

Él se le acercó tranquilamente, observando a la multitud.

—He oído que Roy no tenía mucha familia. ¿Quién demonios es toda esta gente?

—Has cometido un error al venir aquí.

—Mire. Hay lágrimas en los rostros de la gente. No creo que ni usted ni yo atraigamos una multitud como ésta, doctora. ¿Qué tiene Roy Merritt que inspira tanto a tanta gente?

Philips lo miró con mala cara.

—Tiene que ver con servir a los demás… algo que tú no conoces.

Él permaneció en silencio durante un segundo.

—Yo sirvo a un bien mayor.

—Eres un asesino de masas que adora a un lunático muerto.

—¿Ah, sí? —Él advirtió que ella seguía marcando las teclas del teléfono—. No se moleste. Está interceptado.

Philips lo bajó.

—¿Por qué traes aquí a tu gente?

—No son mi gente. Han venido por su cuenta. Hay una emisión simultánea en vídeo del funeral en la red oscura. Cientos de miles están siendo testigos de este acontecimiento en todo el mundo.

—¿Por qué, para poder alardear de su victoria?

Él le dirigió una mirada de desdén.

—No sea cabrona, doctora. Esto no fue ninguna victoria. Roy Merritt es el famoso Hombre Ardiente para ellos. Un digno adversario que se volvió viral. No se pueden predecir estas cosas en la red. Las facciones vienen a presentar sus últimos respetos… y a encontrar a su asesino.

Philips pensó que se estaba burlando de ella, pero el hombre parecía serio.

—Si eso es cierto, ¿cómo crees que reaccionarán cuando descubran que

mataste a Roy?

Él sonrió torvamente.

—Todos saben lo que sucedió. Es usted la única que no tiene ni idea. —La miró fijamente.

Loki señaló las gafas oscuras de Philips.

—¿Cómo están sus ojos, doctora? ¿Daños en la córnea? Debe de haber estado cerca.

Ella se llenó de furia ante su mención del ataque al Edificio Veintinueve.

—Hay cientos de agentes de policía a nuestro alrededor. Esta vez no escaparás.

—¿Esperaba que me escondiera? ¿Es eso? Bueno, ya he dejado de esconderme, doctora. Además, sería una vergüenza manchar la memoria de Roy Merritt convirtiendo su funeral en una masacre.

Ella estudió su rostro y decidió que no era un farol.

—Te detendremos.

—Ni siquiera pueden impedir que los preadolescentes roben música. ¿Cómo van a detenerme a

? Los federales, siempre exagerando. ¿Y qué si pudieran detenerme? —Señaló a los operativos daemon que todavía se movían entre la multitud—. No los detendría a ellos.

—Encontraremos el punto flaco del daemon más pronto que tarde, y lo destruiremos. Si me ayudas, me encargaré de que te traten con benevolencia.

—De verdad que no tiene ni idea de lo que está pasando, ¿no? Es como era Merritt. Una auténtica creyente. Tendría que haber escuchado a Jon Ross: nunca se fíe de un Gobierno.

Él advirtió la momentánea expresión de

shock en el rostro de ella.

—Usted sabía que el Comandante los estaba espiando, ¿no? Conectar con su sistema de vigilancia fue lo que me dio acceso a todos los datos sobre su fuerza de asalto. Incluyendo sus conversaciones privadas con el ilustre señor Ross.

Philips se sintió doblemente derrotada y trató de agarrarse a algo que decir. Pero él continuó:

—Tengo vídeos de todas las cámaras del Edificio Veintinueve antes de que fuera destruido. —Hizo una pausa—. Por cierto, Jon Ross y usted tendrían que haber echado un polvo y haber acabado de una vez.

Philips no pudo dejar de sentir un retortijón por la pérdida ante la mención del nombre de Ross. No pasaba una hora en que no pensara en él… y en cómo le había salvado la vida. Recordó su último momento juntos. Entonces resueltamente soportó la mirada de Loki.

—Ve al grano.

—¿La he molestado? No creía que le gustaran los criminales, doctora.

—Jon Ross está muerto.

—Eso he oído. —Loki se metió una mano en el bolsillo—. Puede que algunos de mis vídeos de vigilancia le resulten interesantes. —Sacó un rollito metálico y se lo tendió a Philips.

Ella vaciló.

—Si hubiera venido aquí a matarla, doctora, no habría perdido el tiempo hablando primero. Ábralo.

Ella cogió el rollo metálico y sacó los dos tubos gemelos para descubrir una pantalla de vídeo brillante y flexible que ya chispeaba con energía eléctrica.

—No comprende usted al daemon. Sigue pensando que es algo que obedecemos como autómatas. Pero no es eso. La red oscura del daemon es sólo un reflejo de la gente que hay en ella. Es un nuevo orden social. Un orden que es inmune a las tonterías.

Ella alzó la pantalla flexible, que empezó a reproducir imágenes de las cámaras de seguridad del interior del Edificio Veintinueve, justo antes de que el edificio fuera arrasado por una carga de demolición masiva. La escena la mostraba a ella, a Ross, a un hombre conocido solamente como «El Comandante», y a varios guardias de seguridad de Korr, vestidos de negro, junto a unas bolsas para cadáveres en el terreno de juego. El Comandante era oficialmente el contacto del Departamento de Defensa con la Fuerza de Asalto Daemon, aunque también tenía conexiones con el Servicio de Recogidas Especiales, una sección de la CIA. En la actualidad, ninguna organización reconocía su existencia, y su identidad continuaba estando clasificada, incluso para ella.

En la pantalla, el Comandante apuntaba con una pistola Glock de nueve milímetros a su propia cara. Jon Ross corrió a interponerse entre ambos.

Ella se sintió desgarrada al ver el hermoso rostro de Ross. Al verlo plantarse ante el peligro por ella.

En el mundo real, Loki agitó una mano enguantada y detuvo la imagen. Señaló al Comandante.

—¿Recuerda a este gilipollas?

Ella asintió.

Loki hizo un movimiento en el aire con su mano enguantada y la imagen se amplió. El cuasi oficial de contacto del Departamento de Defensa llevaba una chaqueta deportiva parda con una camisa verde oscuro.

—Mucha gente no lo ha olvidado.

Otro gesto con la mano y la imagen cambió a un vídeo de alta definición de un mortalmente herido Roy Merritt tendido en mitad de una calle industrial. La sangre cubría su torso. Jadeaba y miraba dos fotografías pequeñas que tenía en la mano. Un destello brotó en la puerta de un helicóptero en la distancia, y la cabeza de Merritt explotó.

Philips retrocedió llena de horror. Los remordimientos volvieron a apoderarse de ella. Miró a Loki con odio.

—¿Esto es lo que quería que viera? ¿Es que encuentra algún tipo de retorcida diversión en ello?

—Es un vídeo tomado desde la cámara de mi AutoM8. Las cámaras son parte del sistema de navegación del coche. Cargué estos vídeos en la red oscura y la gente pronto descubrió la respuesta.

Hizo otro gesto en el aire con sus guantes negros, y la pantalla de vídeo que Philips tenía en la mano enfocó al tirador de la puerta del helicóptero. La imagen en alta definición se veía granulosa en la ampliación, pero la figura encapuchada de la puerta era bastante clara. El tirador llevaba una chaqueta deportiva parda y una camisa verde oscuro. Loki agitó de nuevo la mano y la pantalla se dividió en dos, con la imagen anterior del Comandante apuntando con una pistola a la cabeza de ella junto con la imagen del tirador en la puerta del helicóptero. Iban vestidos de forma idéntica. Eran la misma persona.

Philips bajó la pantalla flexible y contempló la nada.

—El Comandante.

—Sí, el Comandante. ¿No se preguntó usted por qué no llegó ningún segundo helicóptero a recogerla? Usted no tenía que vivir, doctora.

Ella asintió, ausente.

—No quieren detener al daemon. Quieren controlarlo.

—Lo cual la convierte a usted en la única persona que todavía intenta detenerlo. Su propio bando no quiere que usted tenga éxito. —Señaló con la cabeza el ataúd de Merritt—. Y no querían que Roy causara un Armagedón económico antes de poder cambiar sus inversiones.

—El Comandante… mató a Roy… —Ella apenas pudo pronunciar las palabras.

—Y acabarán también con usted. —Loki le quitó la pantalla de las manos—. Si yo fuera usted, me andaría con mucho ojo.

Ella alzó la cabeza de repente.

—¿Por qué me cuenta esto, Loki?

—¿Dónde está el Comandante?

—No lo sé.

—Averígüelo.

—Es mi problema, no el tuyo.

Loki se guardó en la chaqueta el rollo-pantalla.

—Ahí es donde se equivoca. El Comandante es problema de todos.

Philips señaló hacia los operativos que caminaban entre los asistentes al funeral.

—¿Por eso están aquí?

—Como decía, no están conmigo. Aunque un millón de operativos de la red oscura quieren venganza por el Hombre Ardiente. Supongo que removerán cielo y tierra para conseguirlo. Hay una Amenaza de alta prioridad preparada sólo para el Comandante. Tenemos sus datos biométricos del sistema de seguridad del Edificio Veintinueve para ayudarnos. Sus huellas dactilares. El escaneo de sus iris. Su voz. Su cara. Su forma de andar. Lo encontraremos, doctora. Pero si usted me ayuda, me encargaré de que la traten con

benevolencia.

Philips supo que ahora se estaba burlando de ella.

—No quiero tener nada que ver contigo. En este país tenemos leyes, y pretendo asegurarme de que el Comandante se enfrente a la justicia. Y tú también.

—¿Justicia? Eso será difícil cuando usted misma se enfrentará a cargos disciplinarios.

Philips sintió que la ira volvía a arder en su interior. No sabía si él estaba conjeturando o si lo sabía. Le habían endilgado, en efecto, el desastre del Edificio Veintinueve. El Comandante no aparecía mencionado en ninguna parte de los informes posteriores a la acción. Era como si no hubiera existido nunca.

Loki se volvió hacia el funeral.

—Si encuentra al Comandante, hágamelo saber, y el enjambre se encargará de él.

—Sabes que no lo haré.

—Puede que le sorprenda lo que usted vaya a hacer. Sobre todo cuando descubra que han acabado con sus leyes. —Loki entornó los ojos cuando vio algo en la distancia.

Philips siguió su mirada hacia el borde de la multitud que asistía al funeral. Una especie de refriega había estallado allí. Pudo ver al menos a una persona sujeta por los policías de paisano a unos cien metros de distancia.

Loki lo observó todo con sus ojos brillantes.

—No decepcionan nunca, ¿verdad? Márchese mientras pueda, doctora.

—Loki, no. Hay cientos de personas inocentes aquí.

Él la ignoró, manipulando ya objetos invisibles de la red oscura con sus manos enguantadas.

—No han podido resistirse…

Philips se plantó entre Loki y la lejana refriega.

—Esto será un baño de sangre. Por favor, Loki. ¡No lo hagas!

Él habló mientras miraba sin verla, moviendo las manos frenéticamente.

—¿Sabía, doctora, que su amigo Jon Ross se unió recientemente a la red oscura del daemon? Pensé que podría querer saberlo.

Ella se detuvo, sin saber si creerle o no. La noticia la golpeó con fuerza. Se apartó de Loki y trató de contener sus emociones. Primero perdió a Merritt, ahora a Ross, y de pronto pensó que no podía confiar en nadie. Sintió que las lágrimas regresaban.

Jon no.

Loki le habló a alguien invisible.

—Dejad de esperar. He soltado a Dientes de Ángel. Que todo el mundo despeje la zona. —Una pausa—. Me importa un carajo.

Philips se apartó de Loki y corrió hacia el lugar del tumulto. Él no intentó detenerla. A cincuenta metros de distancia, entre las lápidas del cementerio, ella pudo ver a los hombres con traje de chaqueta tratando de contener a varias personas que supuso eran operativos del daemon. Uno de los agentes alzó un par de gafas oscuras mientras más agentes convergían hacia el lugar. Estaban asegurando ya un perímetro.

Las personas ante las que Philips pasaba habían empezado a volverse hacia la refriega. Advirtió que muchas de ellas iban acompañadas por niños pequeños y gritó:

—¡Evacuen la zona!

Varios respondieron diciendo: «Soy agente de policía», y la siguieron.

En medio minuto Philips se había abierto paso hasta un hombre vestido de oscuro que llevaba en la oreja un auricular de radio. Era parte del cordón de seguridad en torno a las dos docenas de hombres que seguían peleando.

Philips mostró sus credenciales de la NSA y habló con calma pero con firmeza.

—Soy agente federal. Deben evacuar este cementerio lo antes posible. Esta gente corre un grave peligro.

El agente de cuello grueso no se molestó en examinar las credenciales de Philips. Simplemente la miró.

—Apártese, señora.

—¡Maldición, déjeme hablar con el agente al mando! ¡Tengo datos de primera mano de un ataque inminente!

Él le sonrió sin humor y habló con acento ilocalizable.

—Lo tenemos bajo control. Gracias.

De repente sonaron disparos en el aire frío. La gente de la multitud gritó y se agachó. Los asistentes al funeral empezaron a huir como un rebaño asustado… a excepción de las docenas de policías que quedaron atrás, desenfundando sus armas y corriendo hacia los disparos. Philips sabía que serían agentes del FBI, la DSS, la DEA, el ATF, y un puñado de policías locales y estatales. Docenas de ellos avanzaban usando las lápidas para ponerse a cubierto.

Philips se encaró a los agentes y policías que se acercaban y mostró en alto sus credenciales.

—¡Atrás! ¡Atrás! ¡Están en peligro!

La primera oleada de oficiales ya la había alcanzado, sus diversas armas apuntando hacia arriba pero preparadas. Un hombre cincuentón de aspecto distinguido, uno de los que estaban al mando sin armas, se le acercó.

—¿Qué demonios está ocurriendo?

Antes de que Philips pudiera responder, todos se volvieron al ver a otro hombre de traje negro y aspecto acicalado que se acercaba desde el grupo de operarios que habían iniciado el disturbio. El hombre alzó sus credenciales, que tenían un logotipo familiar: Korr Security International.

—Se trata de una operación de alto secreto autorizada por el Departamento de Defensa, caballeros.

El agente encargado frunció el ceño y examinó las credenciales del operario.

—Soy el agente especial al mando de la oficina del FBI en Kansas City. No recibo instrucciones de empresas de seguridad privada.

Se abrió paso, junto con docenas de otros agentes federales y policía local, las armas preparadas.

Anduvieron entre un par de docenas de agentes de paisano con auriculares y subfusiles que apuntaban al cielo.

—Por los clavos de Cristo, ¿quién demonios ha autorizado una acción en mitad de mil testigos inocentes?

Philips siguió pegada a los talones del agente a cargo.

Los hombres de Korr alzaron las manos.

—¡Señor! ¡No puede acercarse aquí!

—¡Estoy al mando de la oficina del FBI en Kansas, y hasta que vea sus placas gubernamentales, iré a donde me salga de las narices!

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