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Tercera parte. Julio » Capítulo 28:// Rancho Cielo

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—Caballeros, ¿por qué estoy sentada aquí? Tengo que hablar con el equipo de Laboratorios Weyburn. Los acontecimientos se suceden en las calles ahora mismo. Hay que entrar en acción.

—Entendido, entendido —asintió Johnston, mientras los otros hombres lo miraban intrigados—. Pero primero queremos oír sus pensamientos, doctora. ¿Tuvo ocasión de leer el informe mientras venía del aeropuerto?

—Sí.

—¿Qué piensa?

—Creo que hay puntos débiles. Primero, este bloqueador del daemon mencionado en el informe… no veo cómo podrán introducirlo en todas las redes infectadas. Sobre todo en el marco de tiempo indicado. Por no mencionar el riesgo de entrar al asalto en todos esos centros de datos simultáneamente por todo el globo.

Uno de los tres ayudantes de Johnston tecleaba furiosamente mientras ella hablaba.

Philips se detuvo un instante.

—Miren, ya he tenido bastantes dificultades trabajando en la empresa privada contra el daemon en el pasado. Necesito saber quién es…

Johnston asintió comprensivo.

—Sí, sé que hubo algunas cosas desagradables… que algunos de nuestros representantes pudieron haber emprendido acciones erróneas.

¿Acciones erróneas? Mi contacto con el Departamento de Defensa mató a tiros a miembros clave del grupo, y destruyó el cuartel general de nuestra fuerza de asalto con cargas explosivas… matando a todo el mundo y destruyendo todo nuestro trabajo. Eso es más que un poco desagradable.

—Comprendo, doctora. Pero esto es una guerra. Y en la guerra se cometen errores. Aprender de esos errores es lo que crea la diferencia entre la victoria y la derrota. Hemos reforzado la cadena de mando. No era usted consciente entonces, pero la fuerza de asalto daemon era sólo un proyecto piloto. Una prueba de concepto. Y gracias a usted, tuvo éxito. La Operación Exorcista es el resultado: un esfuerzo de miles de millones de dólares. Harán falta todos los recursos del Gobierno y la industria privada para derrotar al daemon. Necesitamos verdaderamente su ayuda.

Philips siguió mirando a Johnston. Supuso que llevarles la corriente demasiado rápido parecería sospechoso.

—¿Qué hay del Comandante?

—Ya no está en el proyecto.

—Pero tampoco está en Leavenworth.

—Hay que mantener bien controlado al Comandante, pero ahora mismo necesitamos a todo el mundo, doctora.

—Asesinó al agente especial Roy Merritt.

—Entendido, pero nada en esta situación es personal. Esto es un asunto de seguridad nacional, y el subdirector Fulbright me asegura que está usted familiarizada con la toma de decisiones de liderazgo. Creemos que tiene usted un brillante futuro en el sector privado, doctora Philips. Vemos en usted a una potencial líder.

Ella vaciló el tiempo que consideró necesario para que pareciera que luchaba contra su conciencia. En realidad, luchaba contra el deseo de escupirle a la cara.

—¿Quién está al mando?

—Un comité asesor conjunto público-privado. Suena mal, lo sé. Pero no importa: ellos están en Washington y nosotros estamos aquí. Quiero oír sus pensamientos.

—¿A quién se le ocurrió lo del bloqueador del daemon?

—Al personal de los Laboratorios Weyburn. Unos chinos.

—El código muestra del informe… tiene una preocupante similitud con algunas de las llamadas API[15] que descubrí en la señal IP. Esas llamadas API no son seguras.

Elsberg respondió:

—No tiene que preocuparse, doctora…

—No me diga de lo que tengo que preocuparme.

Johnston le indicó que se calmara.

Elsberg continuó:

—No usaron la API del daemon. Todos sabemos que es una trampa, doctora. Weyburn le dio la vuelta a la función de destrucción. Descubrieron que es susceptible de lo que creo que se llama un… desbordamiento de buffer, y desarrollaron una contramedida. Una «vacuna», si quiere, contra la orden de destrucción de datos del daemon.

—¿Y funciona?

—Todavía está en pruebas, pero los resultados han sido muy esperanzadores.

—¿Cómo saben que su blanco de pruebas es realista?

—No utilizamos un blanco de pruebas.

—¿Quiere decir que la han probado con

compañías de verdad?

Johnston asintió.

—Privilegios del propietario, doctora. Cortar un miembro gangrenado para salvar al paciente.

Lawson puso su granito de arena.

—Esperábamos que usted revisara el código de Laboratorios Weyburn, doctora Philips. Para asegurar que sólo está presente el código necesario.

—¿Quiere decir que no se fían de ellos?

—Esto es una misión trascendental, doctora. No puede haber errores. Cuantos más ojos expertos y de confianza lo vean, mejor. Esperábamos que estuviera usted dispuesta a ayudar.

—¿Por qué no me informaron y luego me pidieron que me uniera… en vez de meterme en un avión casi sin decirme nada?

Él hizo una mueca.

—Sé que debe sentirse manipulada, pero, una vez más, se trata de la seguridad nacional y no pudo evitarse.

—¿Y las instalaciones de mi laboratorio?

—Tenemos todo lo que necesita. Tiene usted un cheque en blanco, doctora. Cualquier experto del mundo: si lo necesita, lo encontraremos. Cualquier recurso, se lo conseguiremos. No tiene más que pedirlo.

—¿Tendré acceso a todos los datos esta vez? ¿De verdad?

—Tendrá acceso total a nuestra investigación, y viceversa. No la subestimaremos, doctora. Tenemos gente inteligente: Litka Stupovich, Inra Singh… —Miró a Lawson—. ¿Cómo se llama la otra?

—¿Xu Li?

—Eso es, la doctora Li. Taiwanesa, creo.

Philips asintió, ponderando lo que acababa de oír. Expertas en decodificación de primera fila de la industria privada (algunas anteriormente con el Gobierno soviético), pero expertas de clase mundial de todas formas. Consideró la posibilidad de trabajar con un equipo verdaderamente internacional. Era una oportunidad inaudita para alguien que rara vez salía de Fort Meade. Alguien que vivía para la NSA con niveles de acceso absolutos. Casi deseó que no fuera un plan maligno.

—Me sorprende el grado de cooperación del Gobierno y la industria privada. Ciertamente, es un signo de la seriedad con que se están tomando este asunto.

Johnston soltó una resonante risotada.

—Dios santo, doctora, ese Sobol se nos ha subido a las barbas, eso está claro. Tenemos un dicho en el sur de Texas: «Los enemigos comunes crean amigos no comunes».

Philips se acomodó en su sillón, pensando.

—Me gustaría discutir esto con el subdirector Fulbright.

Johnston hizo una mueca.

—Bueno, el subdirector Fulbright no me rinde cuentas, doctora, pero solicitaré una llamada si eso la tranquiliza.

—Me gustaría hacer yo misma esa llamada.

Johnston la miró de arriba abajo durante un momento y luego asintió.

—Comprendo. Es usted cuidadosa. La respeto más de lo que cree, sobre todo ahora. Hablaré con el despacho de Fulbright para que esperen su llamada, doctora. Y le daremos acceso a una línea segura. No será hasta mañana, supongo. Espero que esto no le impida comenzar a revisar el código de Weyburn. El tiempo, como dice usted, es esencial.

Philips reflexionó sobre esto y asintió:

—No veo ningún problema en eso.

Johnston sonrió y extendió la mano.

—Excelente, doctora Philips. Nos alegramos de servirle de ayuda. La acompañaremos a sus habitaciones. Creo que le gustarán mucho, y luego mandaré a alguien de Weyburn para que vaya a recogerla. Lo que necesite, pídalo. Demonios, no se corte. Pídalo directamente. Si no lo tenemos, lo compraremos.

Johnston y sus colegas se levantaron, indicando el final de la reunión. Ella también se levantó, y Johnston una vez más le estrechó la mano con un apretón aplastante.

—Doctora, bienvenida a bordo. Deseamos de todo corazón alcanzar el éxito juntos.

Ella asintió.

—Gracias, caballeros.

Con esto, ellos se volvieron para recibir a la siguiente persona citada mientras la sacaban por una puerta lateral.

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