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Tercera parte. Julio » Capítulo 32:// El Hombre Ardiente

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Posts más valorados en la red oscura: + 2.995.383 ↑

Los corporativistas quieren que sea imposible vivir independientemente sin tener que convertirse en hippies de una comuna. Pero hemos demostrado a la gente que podemos crear una sociedad sofisticada de alta tecnología conectada a la tierra y al mundo como un todo. Las comunidades de la red oscura por todas partes

tienen que ser salvadas. Debemos votar para aumentar la importancia de estos ataques como una amenaza de primera prioridad contra toda la red.

Vitruvio_E**** / 4.103 - Periodista de nivel 18

Jon Ross observaba con una profunda sensación de temor los dos mensajes que acaban de aparecer en su listado HUD:

Chunky Monkey — desconectado 08:39:36

Sin Nombre_1 — desconectado 08:40:33

Ross había añadido a Sebeck y a Price a su lista de amigos para poder ser alertado de los cambios de sus estatus en la red. Había estado comprobando el progreso de sus indicadores por el condado cada pocos minutos. Habían rebasado las líneas enemigas, pero sus indicadores desaparecieron un kilómetro y pico más tarde.

Dejó escapar un profundo suspiro y se llevó las manos a la cabeza, incapaz de concebir un escenario donde esto no fuera una mala noticia.

Era media mañana y la situación en Greeley se había vuelto apurada. El sol estaba ahora alto en el cielo, y era otro día de calor bochornoso. Casi todas las alquerías exteriores habían sido calcinadas: columnas de humo negro veteaban el horizonte. Del mismo modo, las casas del extrarradio del pueblo estaban siendo asoladas.

Ross sabía que el vídeo de la red oscura con este acontecimiento saltaría a la red general tarde o temprano. Se preguntó qué iban a hacer al respecto los habitantes del mundo exterior. Pero entonces recordó que había visto cientos de horas de metraje que mostraban conflictos violentos en diversas partes del mundo. ¿Qué pensarían los demás? Probablemente Estados Unidos había perdido finalmente la cabeza. Pero, por lo demás, las cosas continuarían como lo habían hecho siempre.

En las breves pausas de la lucha, Ross había empleado su pantalla HUD para seguir la farsa que se desplegaba en los noticiarios. Al parecer estaban siendo «liberados» de una ocupación insurgente. Alguien había creado un

feed de noticias generales en la red oscura después del apagón.

Ross y un grupo de cuarenta o cincuenta hombres y mujeres habían pasado gran parte de la mañana trasladando los muchos coches abandonados de los campos al pueblo para crear barricadas en torno al perímetro del centro, mientras los mercenarios se entretenían arrasando las zonas del extrarradio. También ayudaron a llenar sacos terreros que al parecer había guardado para casos de inundaciones, y los habían colocado fuera de los muros de la escuela.

Un alivio fue que los helicópteros se hubieran marchado hacía unas horas y no hubieran regresado. El Cessna con los misiles Hellfire también se había marchado. O bien habían ido a rearmarse, o es que habían acabado su misión.

Por suerte, a los mercenarios no parecía importarles los drones no tripulados de vigilancia que Ross había traído consigo. Tampoco habían podido intervenir las comunicaciones por radio de la red oscura. La banda ultra-ancha estaba demostrando ser bastante resistente. Pero, claro, los mercenarios parecían más interesados en matar a todo el mundo que en intervenir las radios.

El parloteo de los disparos, recalcado por los chasquidos más fuertes de los rifles de caza llenaba el aire. Ross se asomó tras una columna de ladrillo y miró a ambos lados de la calle principal vacía de Greeley.

Estaba cubierta de cristales rotos y escombros. Un coche ardía en mitad de la calle al final de la manzana. Los agujeros de bala habían desportillado el asfalto y el ladrillo, y varios de los edificios de la calle principal ardían por los ataques con misiles y cohetes. Más allá había un muro de humo negro y llamas. Casas ardiendo. Cada dos por tres oía otro

boom ensordecedor, y los escombros volaban docenas de metros por los aires.

Estaban destruyendo el pueblo manzana por manzana.

Ross miró hacia el centro de la calle, donde había un parquecito vallado con un memorial de la Segunda Guerra Mundial y bancos. La calle discurría por ambos lados. El monumento era un obelisco alto de granito con una gruesa base cuadrada, de la altura y la anchura de un hombre, y estaba flanqueado por cañones inservibles taponados con hormigón.

Pudo ver los identificativos de OohRah y Hank_19 detrás. Cliqueó en sus textos y habló por el canal de comunicaciones.

—¡Hank! ¿Me necesitáis?

El globo de texto de OohRah destelló cuando respondió.

[OohRah]: Nos vendría bien un par de ojos detrás. Acércate. Muévete rápido y agachado. Han disparado contra nosotros.

Ross echó otra ojeada y corrió hacia el centro de la calle, encogido. Saltó la valla de hierro del jardincillo, y se escondió tras el monumento, usando el memorial más pequeño, dedicado a Vietnam, para cubrirse de la dirección opuesta.

Hank y el sheriff lo saludaron con un gesto.

Ross empuñó su AK-47, vigilando el flanco.

—¿Dónde están?

El sheriff estaba cargando su arma mientras Hank seguía vigilando la calle principal.

—Escoge una dirección y echa a andar. Lo descubrirás en seguida.

Fossen asintió.

—Miembros de bandas enloquecidos al este, militares profesionales al oeste.

—O eso nos dice su ropa…

Ross examinó la piedra del monumento.

—Esto debería ofrecernos buena protección.

El sheriff negó con la cabeza.

—No para una granada. No podemos dejar que se acerquen.

Otra explosión retumbó al este de la ciudad.

—¿Qué demonios están haciendo? —Ross recuperó un panel de vídeo en el Espacio-D que mostraba una visión aérea desde un avión automático de vigilancia. Pudo ver claramente la línea por la que avanzaba el enemigo y la tierra arrasada que los mercenarios dejaban atrás.

El sheriff apretó los dientes.

—Están lanzando cargas de demostración a las casas. Apuntan con lanzallamas a las ventanas de los sótanos. Lo están quemando todo.

Ross pudo verlo claramente desde arriba. Entonces el avión se internó en una nube de humo y la imagen se perdió. Asintió.

—¿Qué sucederá cuando lleguen a la escuela? Debe haber unas seiscientas personas ahí dentro.

El sheriff miró por encima del monumento usando la mirilla telescópica de su M16.

—Tendremos que impedir que lleguen hasta allí o morir en el intento. Todos los demás están tomando posiciones defensivas también.

Hank_19 se arrodilló y le asintió sombrío a Ross.

—Mi esposa y mi hija están ahí dentro. No me importa perder la granja. Las cosas siempre se pueden reconstruir, pero…

Ross le dio una palmada.

—Si necesitas volver y estar con ellas, lo comprenderé. —Ross miró al sheriff, que asintió.

Fossen negó con la cabeza.

—No. Si aguantamos, puede que tengan una oportunidad. Mira los

feeds de la red oscura. Mi hija dice que se están volviendo locos. Estos ataques aquí en el Medio Oeste son una amenaza para toda la red. Apuesto a que no hay nada que haya tenido una votación a favor hasta el extremo de aquí. —Miró a Ross—. El mundo está viendo lo que pasa aquí.

El sheriff se encogió de hombros.

—¿Y qué? ¿Qué más da si le

importa a alguien? ¿De qué nos sirve a nosotros? La situación no se va a resolver con comentarios airados y los mejores deseos. El

clamor público nunca ha detenido a esos hijos de puta.

Fossen parecía decidido.

—Jon, nosotros somos gente de segunda fila. ¿Qué puede hacer un Pícaro de nivel 12 que pueda servirnos de ayuda?

Jon se aclaró la garganta.

—Puedo entrar y salir de sitios y redes sin ser detectado, pero en este tipo de situación….

De repente se produjo una explosión ensordecedora que rompió los restos de las ventanas de la calle principal.

Todos se agacharon, pero se asomaron por el borde del monumento para ver el fondo de la calle. Un vehículo blindado M1117 flanqueado por veinte o treinta soldados a pie bien equipados rodeó de pronto la esquina. El blindado hizo girar su torreta superior y disparó granadas hacia las ventanas de los pisos altos. Éstas, junto con las paredes, estallaron en llamas y escombros que caían.

Un equipo de filmación con cámaras y chalecos antibalas rodeó también la esquina, grabando la acción mientras los soldados disparaban con lanzagranadas contra las puertas de las tiendas a cada lado de la calle y corrían cubriendo los huecos al tiempo que sus camaradas ametrallaban las paredes y las calles.

Las balas trazadoras silbaron al pasar, y Ross y los demás se agacharon cuando los fragmentos les llovieron encima. El metal gimió en el cielo.

—¡Me cago en la…!

—Veo que las unidades de propaganda están aquí para filmar a nuestros salvadores en acción.

Fossen se arrastró para echar un vistazo a la calle lateral.

—Vienen por la otra manzana también.

Hubo más explosiones en los edificios situados calle abajo. Ross echó una rápida ojeada y vio que la torreta del blindado giraba y su ametralladora coaxial apuntaba en su dirección. El resto de los soldados no estaba a la vista.

El sheriff se guardó en el cinto los cargadores recién preparados.

—Parece que esos cabrones saben lo que hacen. Siguen la regla número uno de la lucha callejera.

—¿Y es…?

—Manténte apartado de la puñetera calle. Están arrasando las paredes y destruyen los edificios que quedan detrás de ellos a medida que avanzan.

De repente, el vehículo blindado avanzó hacia delante, disparando indiscriminadamente. Entonces una explosión fortísima resonó por todo el pueblo y pudieron oír cómo las paredes de ladrillo se colapsaban y la madera se quebraba mientras un edificio entero se desplomaba en la calle. El motor diésel del blindado seguía avanzando.

El sheriff cerró los puños.

—Mierda. Tenemos que hacer algo. No podemos quedarnos aquí.

Ross pudo ver ahora a más soldados que llegaban del bloque de al lado y echó una mirada por encima del monumento a los caídos en Vietnam tras el que se escondía Fossen.

—Agacha la cabeza, Hank. Vienen unos veinte más y otro blindado por ese lado.

—Hora de luchar. —El sheriff se arrastró hacia Fossen—. Ataquemos al segundo grupo mientras cruzan la calle. —Tomó aliento—. ¿Preparados?

Ross asintió.

Fossen asintió también.

—A la de tres. Uno. Dos…

Rodearon el monumento de sólida roca y abrieron fuego contra el pelotón de mercenarios que corrían por la calle a cien metros de distancia.

Ross disparó su AK en modo semiautomático intentando apuntar a una hilera de hombres vestidos con chalecos negros y armaduras tácticas. Los soldados inmediatamente se dispersaron y se tiraron al suelo. A tanta distancia, era difícil saber si alguno de ellos había sido herido o simplemente se ponía a cubierto.

Pero momentos después de que ellos abrieran fuego, la torreta del vehículo blindado que escoltaba a los soldados giró en su dirección y disparó con su ametralladora de calibre cincuenta.

Los tres se agacharon y abrazaron el suelo mientras potentes balas de alta velocidad perforaban el memorial de piedra y salían por el otro lado. Ross sintió el picoteo de las lascas de piedra como agujas en su piel expuesta.

Entonces sonaron fuertes explosiones al otro lado del monumento a la Segunda Guerra Mundial que tenían al lado, granadas que impactaban con fuerza ensordecedora. Y después cesaron con la misma brusquedad.

El sheriff se arrastró al otro lado del parquecillo, sacando un bote de metal de su arnés.

—¡Al otro lado de la calle! ¡Tras las columnas del Banco!

Cientos de balas de armas de corto alcance barrieron su posición además de las balas de doce milímetros y medio de calibre.

El sheriff gritó por encima del estrépito.

—Cuando lance el humo, dadle unos instantes, y luego…

Señaló el edificio del Banco con el pulgar. Tiró de la anilla y lanzó el bote por encima de la valla, entre las dos fuerzas enemigas. Después de unos segundos, empezaron a brotar grandes nubes de humo blanco, que inmediatamente cubrieron los disparos que agitaban el aire sobre ellos.

El sheriff abrió el camino, rodando sobre la baja valla ornamental alrededor del jardín. Ross y Fossen hicieron lo mismo, y siguieron al sheriff mientras medio se deslizaba medio se arrastraba hacia los escalones del Banco al otro lado de la calle.

Habían recorrido la mitad del camino cuando oyeron explotar granadas entre los monumentos donde antes estaban. Ross pudo ver que una de ellas cruzaba volando la calle, alcanzaba el obelisco y lo derribaba. El fuego de las ametralladoras chisporroteaba y sacudía el aire, y entonces Fossen gritó y se desplomó en la acera.

Ross y el sheriff regresaron y lo cogieron por debajo de los hombros, dejando atrás su rifle y sus gafas HUD mientras lo arrastraban hacia un lugar relativamente a salvo entre las columnas del edificio del Banco.

Ross recargó su AK-47 esperando detrás de la columna.

El sheriff también lo hizo. Sacudió la cabeza y gritó por encima del ensordecedor tronar de la calle.

—¡Tienen demasiada potencia de fuego! —Miró las paredes de piedra y la pesada puerta de madera que tenían detrás—. ¡No creo que podamos salir de este rincón!

—Creo que no nos han visto retirarnos. —Ross miró a Fossen, que yacía apoyado contra la pared del fondo, tratando de incorporarse. Un charco de sangre se extendía a su alrededor.

—¡Maldición! —El sheriff se arrastró hasta Fossen y soltó su arma—. ¡Hank, déjame ver dónde te han herido!

Fossen negó con la cabeza.

—Tengo problemas, Dave. Mis tripas están ardiendo.

Una bala impactó en la pared a un metro a la derecha y rebotó por todo el vestíbulo.

Fossen ni siquiera pestañeó.

—Vuelve a la escuela. Cuida de Lynn y Jenna.

El sheriff también se quitó sus gafas HUD y miró a Fossen a los ojos.

—Vamos a quedarnos aquí. Ésta es nuestra línea de defensa, Hank. ¿Me oyes? No vamos a ceder terreno.

El sheriff agarró a Hank, y por primera vez Ross advirtió que el tejido oscuro de la camisa del sheriff también estaba manchado de sangre.

El sheriff sujetó a Fossen, impidiendo que resbalara por la pared.

—¿Te acuerdas de cuando éramos críos? ¿Te acuerdas del campamento? ¿Y del arroyo?

Fossen asintió débilmente.

Hubo otra explosión ensordecedora en el exterior y el sonido de cristales al romperse.

Fossen alzó la cabeza.

—Entiérrame junto a mi padre, ¿vale, Dave? Y cuida de mis chicas, ¿quieres…?

Y entonces hundió la cabeza y el sheriff lo sujetó con fuerza, sollozando.

Ross seguía apoyado en la columna. Podía oír los vehículos blindados avanzando por la calle, y a los soldados haciendo pedazos los edificios cercanos.

El sheriff dejó que el cuerpo de su mejor amigo resbalara hasta el suelo. Dejó sus gafas HUD mientras se levantaba con cierta dificultad. Entonces recogió el M16 y se apostó detrás de una de las columnas.

—Siento lo de Hank, sheriff.

Él tan sólo sacudió la cabeza y se secó la nariz con la manga.

—Déjeme ver su herida.

—A la mierda. No va a ser esto lo que me mate hoy.

—Si vamos a intentar impedir que lleguen a la escuela, tendrá que ser ahora o nunca.

El sheriff asintió y miró a Ross.

Se miraron el uno al otro, y de repente Ross vio una serie muy extraña de alertas en el Espacio-D corriendo en su listado HUD; todas de la máxima prioridad. Indicaban el lanzamiento de una serie de procesos diferentes de los que nunca había oído hablar, pero uno de ellos llamó su atención:

Hombre Ardiente Inicializado.

—Espere un momento…

El sheriff lo miró con el ceño fruncido.

—¿Qué?

Ross seguía algo que se movía a lo largo de la calle principal: un globo de texto del Espacio-D distinto a todo lo que había visto antes. Estaba envuelto en llamas y llevaba el nombre de

Hombre Ardiente, campeón de nivel 200. Él nunca había oído hablar de ese nivel antes.

Venía hacia ellos.

—Póngase las gafas HUD, sheriff. Está pasando algo.

El sheriff parecía harto de juegos, pero se apartó de la vista de Ross mientras éste trataba de asomarse a la calle.

Ross pudo ver dos vehículos blindados en la calle, atrayendo el fuego de otra gente del pueblo apostada en los edificios cercanos. Justo entonces el edificio al otro lado de la calle estalló con una enorme explosión, lanzando ladrillo, piedra, cristal y nubes de polvo sobre la acera.

Pero a través del polvo se acercó un avatar con un paso seguro que parecía familiar. Se dirigía hacia Ross, atravesando mercenarios y el cascarón de un vehículo blindado que se interponía como si fuera un fantasma. Emergió por el otro lado.

El avatar parecía ir vestido con un traje de operaciones tácticas, casco a prueba de balas y máscara, además de un chaleco integral. Llevaba unas pistolas gemelas del calibre 11,25 mm en fundas de combate, pero por lo demás iba desarmado. Cuando el avatar llegó al pie de la escalinata se volvió hacia Ross y se alzó el visor.

Roy Merritt lo saludó y habló con su familiar tono confiado.

Todo va a salir bien, señor. Necesito que permanezca en calma y me diga dónde están los malos

El Comandante se hallaba en un tráiler de mando repleto de docenas de pantallas LCD y tableros de control. Delante de cada puesto había operarios y pilotos de control remoto con cascos, controlando desde arriba cada aspecto de la Operación Fuego de la Pradera.

Los dirigibles de vigilancia Argus R-7 apenas tenían veinticuatro metros y medio de largo, pero podían merodear sobre un teatro de operaciones hasta dos semanas usando las células solares que cubrían la parte superior de su superficie. Una de las empresas aeroespaciales del grupo los había desarrollado y había vendido cientos a los dictadores de Asia, África y Oriente Próximo.

Volando a dieciocho mil metros sin ninguna señal delatora, eran invisibles al ojo desnudo, y sus sensibles cámaras de largo alcance podían detectar y seguir a individuos o comunidades enteras, sobre todo cuando se combinaban con archivos de compra y telecomunicaciones. No eran invisibles al radar ni a otros sensores, pero era al público a lo que pretendían controlar, no a oponentes militares.

En las pantallas ante él, las cámaras de los Argus mostraban imágenes de radar infrarrojo y en color de los civiles de las comunidades de la red oscura en varios estados del Medio Oeste. Las formas huían, luchaban, se escondían… pero en todos los casos perdían mientras los contratistas militares privados los empujaban cada vez más hacia su última resistencia.

Junto a él se encontraba el enorme coronel sudafricano.

—Buenas noticias de su unidad especial —dijo Andriessen.

El Comandante asintió.

—Sí, pero han perdido su transporte.

Breves pitidos agudos y luces rojas se activaron en varios paneles de control.

—Y parece que esto se resolverá muy pronto también.

El Comandante asintió mientras los pitidos continuaban extendiéndose a lo largo de la línea de batalla. Varios oficiales de control de vuelo se quitaron los cascos y empezaron a hablar urgentemente con sus oficiales técnicos. Algunas pantallas LCD cercanas ya no mostraban planos estables de luchas callejeras, sino borrones veloces, luego negrura, después luces borrosas de nuevo.

El Comandante se acercó a un oficial de vuelo cercano que se debatía con sus controles.

—¿Qué está pasando? ¿Por qué hemos perdido la señal de vídeo?

El oficial desconectó las alarmas y señaló otra pantalla que mostraba una fila de números rojos cercanos al punto crítico.

—Las lecturas de la temperatura de nuestro sistema electrónico acaban de alcanzar la línea roja. Creo que tenemos un incendio a bordo.

El oficial técnico se acercó.

—Nuestro sistema de supresión de incendios se ha activado. Dénos un momento…

El Comandante miró en ambas direcciones por la fila de pilotos automáticos. Ahora había luces rojas destellando en la mitad de los controles.

Entonces le dirigió una mirada de preocupación.

Echó a andar por la fila, viendo cada vez más pantallas negras. Las lecturas de temperatura y los mensajes alertaban:

¡Fuego!

Un minuto después prácticamente todos los puestos de control parpadeaban en rojo. Las pantallas de vídeo aparecían en negro. Lo que empezó como un frenético coro de charla urgente se había convertido en una sala de lectura de técnicos que hojeaban gruesos manuales de funcionamiento operativo.

El Comandante le gritó al coronel, que estaba todavía de pie donde lo había dejado.

—¿Qué demonios está pasando?

Éste miró las pantallas en blanco y no dijo nada.

—¿Cómo coño puede pasar esto? El daemon ha logrado penetrar nuestras codificaciones y ha controlado nuestro sistema electrónico.

Cogió un casco de un panel cercano y lo lanzó contra el suelo de cerámica libre de estática con todas sus fuerzas, rompiéndolo en varios pedazos.

—¡Maldición! ¿Qué es esto, la hora de los puñeteros aficionados? Creía que habíamos reunido el mejor equipo de contramedidas electrónicas posible.

Al coronel al parecer le pareció aconsejable escuchar hasta que le hicieran una pregunta directa.

Toda la fila de operadores miraban ahora al Comandante. Habían sido desconectados, estaban ciegos ante una compleja operación multidimensional que requería una férrea coordinación a través de seis estados.

El Comandante los fulminó con la mirada antes de salir en tromba del tráiler.

—Coronel, vuelva a poner esos drones en línea o consiga más.

—No llegarán a tiempo.

—Entonces meta a un puñado de astrónomos aficionados con binoculares en una maldita avioneta… ¡pero consígame información en tiempo real sobre mi campo de batalla! ¿Comprendido?

—Sí, Comandante.

Recorrieron juntos varios de los grandes tráilers aparcados dentro de un hangar: gruesos manojos de cables surgían de cada uno.

Un oficial de comunicaciones de Korr Military Services asomó la cabeza por uno de ellos.

—¡Comandante! Tiene usted que escuchar esto.

Extendió un par de cascos de radio.

—Llega por todos nuestros canales codificados.

El Comandante vaciló antes de ponérselos. Oyó una voz vagamente familiar hablando por el sistema de comunicación…

Ross escuchó la voz resonante que se oía por todo el pueblo. Parecía proceder del cielo y sonaba tan fuerte que podía oírse por encima de los disparos de ametralladora cercanos…

Atención, fuerza enemiga: han invadido ilegítimamente esta comunidad. Suelten las armas y ríndanse y no sufrirán ningún daño.

Los disparos y explosiones habían cesado. Se produjo una calma repentina mientras la voz del cielo volvía a hablar, esta vez en un idioma extranjero que parecía vagamente eslavo, aunque no era ruso. Sin embargo, Ross reconoció en ella la voz de Roy Merritt.

El sheriff, mientras tanto, había vuelto a ponerse las gafas HUD y miraba con el ceño fruncido, confuso.

—¿De dónde sale eso?

Ross señaló la calle.

—De él.

Ambos contemplaron al avatar de Merritt con las manos en la boca «gritando» sus términos al pueblo entero.

—Pero viene del cielo.

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