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Tercera parte. Julio » Capítulo 36:// Tiempo muerto

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Loki Stormbringer ha sido avistado en el sur de Texas, en un lugar llamado Rancho Cielo, donde Sin Nombre_1 fue rescatado hace poco. Loki ha reunido a casi todos los AutoM8 y pecaríes de la zona central de Estados Unidos. Que una sola persona tenga la puntuación para hacer eso debería preocuparnos a todos.

Hamlein_2**** / 2.051 - Explorador de nivel 18

En el centro de operaciones de Rancho Cielo, los analistas de la red de Laboratorios Weyburn daban tranquilamente instrucciones con sus micros mientras el oficial al mando de Korr Military Solutions, el general Andrew Connelly, y su superior Aldous Johnston, miraban la enorme pared llena de pantallas. Los noticiarios de todos los canales del mundo occidental cubrían la pared de un extremo a otro. Imágenes en vivo por satélites espías de una docena de localizaciones por todo el globo ocupaban las pantallas hasta la última fila.

Pero la gran pantalla central era asombrosa. En sus diez metros de longitud aparecía una impresionante imagen de la Tierra, un vídeo de alta definición tomado desde una órbita a treinta mil kilómetros de altura. La línea día-noche cortaba en diagonal la zona oriental de Rusia, mientras América del Norte aparecía bañada de luz diurna que se extendía hasta el litoral occidental de Europa. La mayor parte del Hemisferio Sur estaba cubierto de oscuridad. Grandes partes de Europa de intrincados filamentos de luz que se mezclaban con el brillo de las extensiones metropolitanas. Zonas de luz se encadenaban por todo el paisaje. Japón brillaba como una lágrima de una araña de cristal en el Pacífico.

Connelly podía ver las luces de las enormes flotas de pesca nocturna en el Mar del Japón. Las luces de Seúl le trajeron recuerdos de la zona desmilitarizada. Pekín, Hong Kong y Mumbai brillaban. Indonesia destellaba en los Mares del Sur. Había hogueras encendidas en la zona norte de la Australia central. Más rastros de luz se extendían por la línea del ferrocarril transiberiano hacia el corazón de Rusia. Las explotaciones de gas natural ardían en la negrura de Siberia.

En ese momento sintió un subidón de adrenalina que rayaba en la euforia. ¿Qué habría dado Napoleón por el poder que él tenía ahora? Se volvió hacia Johnston, quien asintió solemnemente.

Hasta él está asombrado. Eran dioses.

Las luces rojas seguían destellando en una docena de otros sensores. Connelly se concentró en la tarea a manual.

De repente sonó una señal de advertencia. Johnston dio un salto en su asiento. Connelly se volvió hacia un operador cercano.

—Informe.

El técnico pasaba de un monitor a otro. Las imágenes de la gran pantalla cambiaron. Recuperó una vista cenital del enorme rancho con sus anillos concéntricos de verjas metálicas. Cientos de puntos rojos destellantes se encendían por todo el rancho, en un arco de trescientos sesenta grados.

—Los sensores sísmicos se han disparado en la línea de la verja por todo el rancho, señor.

—¿En los seiscientos kilómetros de perímetro? Improbable. Nadie dispersaría así sus fuerzas. ¿Cuáles son las posibilidades de que nuestro sistema de seguridad haya quedado comprometido?

—Estamos en ello, señor.

Johnston frunció el ceño.

—Si nuestro sistema de seguridad ha sido violado, eso podría significar que los operativos del daemon conocen nuestros planes.

—Improbable. Pero aunque así fuera, es demasiado tarde para hacer nada al respecto. Vamos a continuar con el plan previsto.

Connelly hizo gestos para reunir a sus subordinados a su alrededor, pero le habló a Johnston.

—Se esperaba un contraataque del daemon, pero la mayor parte de la banda ancha de la red oscura debería desaparecer cuando llevemos a cabo el apagón.

—¿A qué demonios estamos esperando?

Connelly le ignoró y en cambio gritó a los operadores de la pantalla de control.

—¿Qué vemos con nuestros drones de vigilancia en el perímetro? Quiero imágenes en vivo.

—Sí, señor.

Unos momentos después la pantalla central mostró imágenes en blanco y negro tomadas con infrarrojos de la pradera vista a unos centenares de metros de altura. La línea de la verja era claramente visible en la distancia. Nada fuera de lo habitual. La imagen saltó a otro aparato aéreo sin tripulante. Luego a un tercero. Y a un cuarto. Éste mostró una línea de ferrocarril que se extendía hasta el horizonte. La llanura estaba vacía.

—Parece que el perímetro está despejado, señor.

Connelly asintió.

—Si lo peor que pueden lanzarnos son falsas alarmas, entonces podremos conseguirlo. Teniente, selle el rancho y ponga la base en alerta máxima. Nadie entrará ni saldrá a partir de ahora. Quiero a los Kiowas en el aire en un radio de cincuenta kilómetros, y que vigilen con atención las carreteras del perímetro.

—Sí, mi general.

Una penetrante sirena antiaérea se convirtió lentamente en un largo gemido producido en algún lugar fuera del edificio, parecido a un búnker.

Connelly y sus oficiales se reunieron en torno a una mesa-pantalla de plasma que mostraba una imagen por satélite del rancho. Señaló con un puntero de luz láser mientras hablaba.

—Los sensores sísmicos de nuestro perímetro han sido comprometidos. Ignórenlos. Sin embargo, no podemos descartar que esto sea el principio de un ataque. Tenemos seis drones de vigilancia en el aire, pero como no podemos confiar ya en las alarmas de nuestro perímetro, eso nos da demasiado terreno que cubrir. Que la guarnición se repliegue al perímetro secundario y establezca puntos de defensa en las puertas de servicio aquí, aquí y aquí, y en las encrucijadas internas del rancho aquí y aquí. Mantengan una guarnición en el aeródromo sur.

—¿Cuáles son las reglas de actuación, general?

—Disparen contra todo lo que se aproxime a nuestras líneas por tierra o por aire.

—¿Contra todo?

—Dejemos esto claro: si un caballo con un carricoche lleno de huérfanos y monjas se acerca a la verja ondeando una bandera blanca… abran fuego a cuatrocientos metros y sigan disparando hasta que esos mamones hayan caído. Sobol fue lo bastante retorcido para concebir el daemon y para construirlo. Si sus agentes entran en este complejo, sabotearán nuestros sistemas y sembrarán la confusión en nuestras filas. Eso no debe permitirse.

—¿Los perseguimos si se retiran?

—No se alejen de nuestro perímetro. Mantengan sus fuerzas concentradas en lo que importa: el perímetro interno, los aeródromos y la central de energía. Llamen a la artillería o a los aviones si los obligan a echar a correr.

—¿Y la vía férrea?

—Volaremos las vías en Snake Bayou si aparece un tren ajeno.

Escrutó los rostros de los oficiales reunidos. Un duro puñado de guerreros de carrera. Veteranos de muchas guerras secretas.

—No se les perdonará que permitan que el enemigo entre en nuestro perímetro. La misión es sencilla: mantengan sus posiciones hasta que los técnicos nos den la señal de que todo está despejado. En ese punto, la resistencia debería cesar. —Los miró a todos—. ¿Alguna pregunta más?

Un brigadier miró la mesa con el ceño fruncido.

—¿A quién estamos esperando?

—Los informes de inteligencia indican que elementos de la milicia del daemon vienen de camino. Serán guerrilleros civiles con armas ligeras, susceptibles a las contramedidas electrónicas y el fuego de armas pesadas. Sin embargo, todos sabemos lo que sucedió con la Operación Fuego de la Pradera. Así que no podemos dar por hecho nada. La diferencia esta vez es que jugamos en casa.

Otro oficial señaló el mapa.

—¿Habrá vehículos no tripulados?

—Con toda probabilidad.

—¿Y coches bomba no tripulados?

—Serán un blanco fácil en la pradera: sobre todo para los Bradleys que protejan estas intersecciones, aquí y aquí. Instruyan a los equipos para que empleen sus cañones. No quiero desperdiciar misiles TOW en los Toyotas.

Hizo una pausa a la espera de más preguntas.

—Tienen sus órdenes. Pueden retirarse.

Los oficiales se dirigieron a las salidas. Connelly llamó a los analistas cercanos.

—¿Han localizado ya el fallo en los sensores sísmicos?

Los analistas consultaron entre sí un momento. Uno de ellos respondió.

—Hemos perdido contacto con nuestros drones aéreos, mi general.

—¿Dónde?

—Sector noreste, cerca de la puerta dos.

—La carretera norte. —El general examinó el mapa—. Que los drones restantes aumenten su altitud, y envíen un helicóptero Kiowa al sector norte. Quiero imágenes aéreas lo antes posible.

—Roger. El tiempo de llegada prevista del helicóptero son doce minutos.

—¿Doce minutos?

—Son cuarenta y cinco kilómetros, mi general.

—Maldición. —Connelly se volvió hacia Johnston—. Pero no necesitamos ser más listos que el daemon. Sólo necesitamos tenerlo entretenido el tiempo suficiente para que los técnicos le arranquen las garras. —Se volvió hacia los analistas—. Quiero información sobre lo que hay en mi perímetro. Envíen equipos de exploración si es necesario… pero consíganla. Mientras tanto, mantengamos contacto por radio continuamente con los equipos de las puertas del perímetro.

Johnston se sentó en un sillón de cuero al lado de la mesa de vídeo. El mapa del rancho se extendía ante él, mostrando la situación de los soldados.

—¿Cuánto tiempo falta para que ejecutemos la Operación Exorcista, general?

—Ya no falta mucho, señor Johnston. Ya no falta mucho.

El capitán Greg Hollings, de Korr Military Solutions, esperaba junto a su Humvee dentro de la verja norte del Rancho Emperador. Desplegados en trincheras a su alrededor a cada lado de la carretera estaba emboscado su pelotón, vigilando las grandes puertas de hierro forjado de la mansión, aseguradas con cadenas, a cincuenta metros de distancia. Habían colocado delante tres medianas de autopista, de hormigón, para bloquear el paso. Una muralla de piedra de cuatro metros y medio de altura a cada lado de la puerta se perdía en la oscuridad en ambas direcciones, pero Hollings sabía que aquello era sobre todo puro maquillaje y que sólo se extendía unos pocos cientos de metros antes de convertirse en una verja de alambre de espino con sensores sísmicos. Sensores que estaban dando todos la alarma.

¿Qué iba a impedir a los atacantes que los superaran más allá del perímetro, entraran por detrás y conectaran con la carretera del rancho a varios kilómetros al sur? El cuartel general había perdido un avión de vigilancia a diez o doce kilómetros al norte. Era sus ojos en el cielo. No tenía buena pinta.

—Aquí somos carne de cañón, jefe.

—Cierra el pico, Priestly.

Hollings escrutó el perímetro con un dispositivo termal de infrarrojos. Ya había ordenado apagar las luces de la garita de guardia, sumiendo la zona en la oscuridad.

—Dame un informe de situación.

El teniente Priestly desplegó un mapa en el capó del Humvee más cercano. Los dos se quitaron las gafas de visión nocturna.

—Tenemos un eme-sesenta y un lanzacohetes antitanque Javelin en esa caseta, y otro aquí emboscado. Dos equipos atrincherados con armamento tierra-aire. Fuego cruzado con el centro de la puerta. Diez grupos de minas Claymore protegiendo la carretera norte más allá de la verja, empezando a cien metros de distancia y distanciadas cada diez. Activadas para captar movimiento. —Señaló hacia la oscuridad a izquierda y derecha—. Tenemos equipos eme-sesenta montados en los Humvees en nuestros flancos izquierdo y derecho, a ciento cincuenta metros de distancia, en los extremos del muro de la verja. Servirán como observadores de artillería.

—¿Qué hay de López y Tierney?

—Los vehículos están en reserva. Imagino que los moveremos cuando haga falta.

Hollings asintió.

—Que los pongan mirando hacia atrás. Me preocupa que nos ataquen por detrás: ese muro no llega muy lejos. En el momento en que entremos en contacto, quiero apoyo de fuego remoto. ¿Alguna noticia del Kiowa que han enviado?

—Negativo, señor.

—Maldición. Estoy ciego. —Señaló el mapa—. No nos retiraremos hasta la caseta de guardia: es una trampa mortal. No hay suficientes ventanas, y parece altamente inflamable. Si rebasan la cota, nos reagrupamos y montamos un plan de reacción unos cuantos kilómetros al sur. ¿Comprendido?

Priestly asintió mientras doblaba el mapa.

Hollings escrutó la zona. Ésta no habría sido su primera opción para defender una posición. Prefería atrincherarse en algún lugar de la pradera con sus hombres desplegados en círculo. Podrían ver todo lo que se acercara desde mucha distancia. Pero aquí, la amplia expansión de un muro de cuatro metros y medio en un perímetro de treinta metros por delante les bloqueaba la vista de la carretera norte, y no era muy efectiva como posición defensiva; demasiado alta para combatir detrás de ella y demasiado delgada para detener gran cosa. Sólo dos gruesos tramos sin ningún parapeto. Una simple protección de muestra. Como la caseta de guardia. Al parecer, los jefazos militares corporativos eran tan inútiles como los del Gobierno.

Hollings contempló el gran edificio de guardia, al estilo de una cabaña de troncos, que quedaba a su izquierda, dentro de la verja. Tenía un enorme tejado de pizarra con chimeneas y paredes de troncos. La idea de algún multimillonario de lo que era el estilo pionero. Bloqueaba su campo de tiro al este, y no tenía ventanas que dieran a ese lado. Él no podría haber diseñado un edificio más inútil si lo hubiera intentado. Y, sin embargo, le habían ordenado no demolerlo.

Era un diseño civil que no preveía un ataque total. La casa era la estructura más grande que había en kilómetros a la redonda, y su función era servir de lugar de descanso para invitados y empleados que hacían el trayecto de cincuenta kilómetros hasta el centro del rancho. Baños, refrescos y cabinas de teléfono junto a un pequeño aparcamiento.

Y luego estaba la garita del guardia delante de la verja, usada para recibir a los vehículos que se acercaban a las puertas cerradas. Más tonterías al estilo Davy Crockett. Una pequeña puerta peatonal daba acceso a la garita desde el edificio principal.

—Priestley, ¿tenemos algún C4?

—Sí, algunos.

—Quiero eliminar esas paredes junto a la verja. Bloquean nuestro campo de tiro.

—Eso ya se ha pedido, señor. Y no lo han aprobado.

—Por el amor de Dios…

De repente sonó un grito en la casa, y luego por toda la línea.

—¡Tenemos compañía!

El silencio prevaleció durante un momento. Entonces todos lo oyeron. El sonido de lejanos neumáticos gimiendo sobre el asfalto, llegando desde la oscuridad de la carretera norte. El sonido de numerosos motores también llegaba con la brisa.

—¡Muy bien, muchachos! ¡Esperad a las Claymores, y atención a nuestros flancos!

Los soldados de Korr se ajustaron sus gafas de visión nocturna y se apostaron en sus trincheras en torno a sus M249 y los M60. Otro preparó un lanzacohetes antitanque Javelin. Todos eran profesionales entrenados. Los dedos preparados reposaban cerca de los seguros mientras las llamadas de radio de último minuto chirriaban en la oscuridad.

—¡Allí, señor! —señaló Priestly.

Hollings escrutó la oscuridad con sus prismáticos FLIR a través de los barrotes de la verja de hierro forjado. Pudo verlos venir: una larga línea de coches que corrían a más de cientocincuenta kilómetros por hora, a sólo un kilómetro de distancia. No se veía un final.

—¡Vehículos a mil metros! ¡Vienen rápido!

Las armas crujieron en la oscuridad mientras las manos se tensaban sobre las pistolas y tensaban las correas.

—¡Démosles una buena ración de infierno, caballeros!

El rugido de los motores que se acercaban aumentó ahora, resonando en la cara exterior de la pared de la casa. De repente una resonante andanada de sonido alcanzó sus oídos, seguido de una lluvia de chispas y llamas. Lo siguieron rápidamente varias explosiones más agudas y el chirrido de metal.

Hubo vítores entre las filas.

—¡Sí!

Un llameante y retorcido trozo de metal chocó contra las verjas de hierro, arrancando una de las puertas de sus goznes y llenando las rejas de fuego. Otro vehículo en llamas chocó contra el primero, derribando las verjas por completo. Chocaron contra la mediana, causando un sonido como el de un xilófono al caer por unas escaleras.

—Se acabaron nuestras puertas.

A través de las llamas, Hollings pudo ver que las Claymores habían eliminado a otra docena de AutoM8, que ardían en las zanjas junto a la carretera.

Pero ahora había un verdadero rugido de motores a la carrera. Las llamas revelaron unas cuantas docenas más de coches que surgían de la noche.

Justo entonces una explosión en

staccato resonó y de la casa brotó fuego de trazadoras, balas que se perdieron en la lejana pradera y restos de metal. El M60 que Hollings tenía al lado abrió también fuego, cuando otro coche se abrió paso, chocó contra los restos ardientes, cubrió el hueco y arrastró todo el montón contra las medianas. El ensordecedor estrépito los estremeció a todos y se convirtió en una brillante bola de fuego cuando los coches destruidos fueron empujados contra un rincón de la casa. Otro coche se abrió paso. Y otro más, que cayó en la zanja junto a la carretera y bloqueó parcialmente su campo de tiro hacia la puerta.

—¡La puta madre que los parió!

—¡Priestly, lanza la artillería contra esa carretera!

—Todo lo que recibo es estática, capitán. ¡Las comunicaciones se han cortado!

—Maldición, corre a la casa y llama desde una línea de tierra. ¡Y que disparen!

Priestly saludó y echó a correr hacia la casa. Las llamas y el fuego de las trazadoras lo recortaron contra la negrura imperante.

Los soldados que acompañaban a Hollings alzaron sus gafas de visión nocturna. Con tantas llamas, la zona de combate brillaba.

Un cohete salió por la ventana de la casa y desapareció a través de la brecha en la verja. Un destello y una explosión resonaron allí. Otro cohete surgió de las trincheras y detonó contra la pared de piedra. Llovieron cascotes que tintinearon contra las defensas del Humvee mientras Hollings se agachaba.

—¡Maldición!

Volvió a levantarse y ahora tuvo una visión mucho mejor de la carretera. Buena idea. Podrían construir un nuevo puñetero muro…

Una fila entera de SAW a su derecha abrió fuego a través de la nueva abertura; las trazadoras aullaron hacia el sonido que parecía una carrera de NASCAR y que se acercaba desde el norte en la oscuridad. Rebotaron en blancos invisibles. Desde la casa dispararon otro cohete. Una explosión. Los restos ardientes de un coche derribaron una sección de muro a la izquierda de la verja.

Disparos de ametralladora sonaron por los flancos izquierdo y derecho, hasta el final del muro.

—¡Seguid! ¡Seguid disparando!

Varios coches más llegaron a la carnicería, chocaron contra las barreras y empezaron a acumularse unos contra otros. Pero las barreras estaban ya parcialmente derribadas o partidas en dos.

Pudo ver a Priestly que atravesaba la puerta de la casa, que empezaba a arder ahora. Los soldados corrieron a retirar de la pared los restos ardiendo de los coches destruidos. Un Humvee con un cañón calibre cincuenta pasó rugiendo junto a Hollings y enfiló hacia los restos, apartándolos del edificio.

—¡Buen trabajo, López!

López saludó y abrió fuego con el cincuenta contra la puerta. El grave y lento rugido del cañón fue como un solo de tambor entre el chisporroteo de las armas de fuego de menor calibre.

Otro cohete salió de la casa y alcanzó a un coche que se acercaba por la carretera.

Hollings echó un vistazo a la carnicería. Santo Dios… Restos ardiendo de un vehículo cubrían la pradera. Parecía algo surgido del Apocalipsis.

Los disparos eran ahora menos intensos. Los soldados cambiaban sus cargadores. Los cañones humeaban calientes. Su campo de visión era ahora el radio de luz alrededor de las llamas. Sus gafas de visión nocturna y los prismáticos térmicos de infrarrojos habían dejado de ser útiles tan cerca de esa luz y ese calor.

Pero el sonido de los motores que se acercaban sólo se hizo más fuerte, y entre ellos había uno más grave. Hollings se levantó y gritó.

—¡Camión! ¡Viene un camión!

En ese momento dos coches atravesaron la abertura, y el fuego de las trazadoras se cebó en ellos. Uno salió ardiendo y volcó sobre la trinchera más cercana a la carretera. Gritos y alaridos. Los soldados corrieron a ayudar a sus camaradas atrapados.

—¡Maldición! —Hollings pudo ver a Priestly que salía de la casa, agitando su arma por encima de la cabeza. Corrió por la carretera hacia la posición donde estaba él entre los Humvees.

—¡Capitán! Las líneas telefónicas están cortadas. ¡No tenemos comunicaciones! Deben de ser…

Justo entonces una hormigonera de gran tonelaje se estampó contra los restos de coches que llenaban la boca de la puerta, lanzando por los aires trozos en llamas, medianas de hormigón y bloques de piedra. Continuó avanzando hacia el Humvee de López, chocó contra él y se abrió paso hasta la pared frontal de la casa. El camión continuó su camino, aplastando la pared y derrumbando el resto de la estructura. El morro quedó enterrado bajo los escombros. López, su conductor, y el equipo de la casa desaparecieron.

—¡Maldición! —Hollings se llevó las manos a la boca y gritó—: ¡Repliéguense hacia los Humvees! ¡Retirada! ¡Traigan a los heridos!

Las balas rebotaron en la hormigonera, que empezó a arder, pero la puerta estaba ya despejada. Otros dos AutoM8 (coches domésticos) atravesaron la abertura y rápidamente recibieron los disparos de los soldados en retirada. Pero el fuego no era lo bastante intenso para detenerlos y uno se dirigió hacia Priestly en la carretera. Antes de que pudiera esquivarlo lanzándose a la zanja cercana, lo alcanzó a noventa kilómetros por hora con un golpe terrible y envió su cuerpo retorciéndose en la oscuridad más allá de las llamas.

—¡Teniente! —Hollings saltó al capó de su Humvee cuando el lanzagranadas pasaba por su lado—. ¡Mierda!

Disparó una andanada de granadas a ambos AutoM8, y alcanzó sus guardabarros y techos, eliminándolos rápidamente.

Hollings saltó del vehículo y volvió a gritar.

—¡Repliéguense! ¡Repliéguense!

Entonces oyó el sonido aullante de un motor que venía por detrás. Se volvió justo a tiempo para ver el brillo de una cuchilla a la luz de la luna. Fue lo último que vio.

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