France

France


Capítulo 23

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Capítulo 23

 

 

—Storm, Susan. —La grave voz de Yrre llegó hasta ella y un escalofrío recorrió su cuerpo.

—Ya nos marchamos.

Ella no se molestó en mirarlos, a ninguno. Observaba todos los movimientos de Junior. Vio como Storm le cogía la mano y el pequeño daba saltos. Le acababa de decir que iban a subir a un barco.

Era consciente de que Yrre se había sentado en el lugar que habían dejado ellos, pero siguió observándolos.

De pronto, su hijo apuntó con un dedo el trasero de su abuelo. Las voces se mezclaban con la de la gente que pasaba por allí y ya no entendía lo que decían, pero la palabra «pañal» le llegó claramente. Storm se volvió para mirarla cabreado. Cogió a Junior y volvió a subirlo sobre sus hombros. Iba a dejar de mirar cuando la mano de Storm fue a su propia espalda, por debajo de su hijo y levanto el dedo medio.

Soltó una carcajada.

«Que te jodan», dijo mentalmente. Pero Storm solo se rio en su mente.

—Tenéis mucha complicidad.

Miró esos ojos tristes, negros y profundos y asintió.

—Storm y yo siempre hemos sido muy cercanos. También hemos protagonizado las discusiones más grandes de la historia —dijo con una media sonrisa melancólica.

—Estabais juntos —afirmó él.

—Eventualmente.

—Yo también estaba así con Wica.

Se enderezó y cruzó los brazos bajo su pecho para mirarlo expectante.

—Te ha dolido.

—Me ha dolido —corroboró él.

—Pues no sabes cuánto lo siento, ella…

—Me ha dolido que ella me utilizara para ayudar a mis primos. Me ha dolido que no confiaras en mí y lo que más me ha dolido es que hayas renunciado a nosotros —la cortó.

—Estoy acostumbrada a resolver mis propios problemas, Yrre. Y tú decidiste quitarme eso.

Él soltó el aire por la nariz.

—Si piensas que lo hice para volver con mi pueblo y liderarlo, estás muy equivocada. Renuncié a eso, ahora mi hermano Aart es el líder.

Eso sí que no lo esperaba.

—¿Por qué harías algo así? Intentaste ponerlos a salvo, luchaste por ellos. No entiendo…

—Por ti, lo hice por ti. Te conocí y me enamoré.

—Sin darme opción a opinar.

—Esto funciona así —dijo con una sonrisa triste.

—Storm nos explicó como terminó Agor. Supongo que debió ser duro para ti —murmuró reconduciendo la conversación.

—Hace tiempo que lo estaba pidiendo a gritos. Primero fue su padre contra el mío, y a pesar de que su propio padre los maltrató a él y a sus hermanos, quisieron seguir sus pasos.

—Lo de su rostro…

—Fue su padre, sí. Estaba bastante loco.

Se quedaron en silencio un buen rato, hasta que ella desvió la atención del paisaje y lo encaró.

—¿Para qué has venido, Yrre?

Él soltó el aire.

—Porque quería dejar claro que nunca te traicionaría con Wica, que hice lo que hice porque tenía que hacerlo. No para fastidiarte.

Se levantó.

—¿Te vas? —preguntó preocupada.

—Al norte, sí.

Porque cuanto más frío, menos sufriría cuando ya no pudiera ni moverse.

—Tengo un coche de alquiler…

—¿Necesitas un coche?

—Sí. Adiós, France. Espero que la vida te dé lo que sea que estés buscando.

Cuando se marchó hacia la salida, cayó en la cuenta; estaba más débil, sus movimientos eran más lentos.

¡Y no podía desmaterializarse! Por eso se desplazaba en coche.

Salió corriendo de la hamburguesería; si nadie gritaba es que Storm habría pagado la cuenta. Aunque no le importaba.

Dos chicas que venían por la acera frenaron en seco y lo miraron con la boca abierta. Entrecerró los ojos mientras las observaba babear. Podría cerrar sus gargantas y ahogarlas allí mismo, pero las muertes sin sentido no estaban bien vistas entre los puñeteros humanos. Así que optó por atragantarlas.

Yrre ya había llegado a su coche cuando lo alcanzó. Dejando atrás a las pobres incautas tosiendo como si estuvieran tragando pimienta.

—¿Cuándo has llegado a Delta Junction? —le preguntó.

Quería ganar tiempo.

—Llegué ayer por la noche.

—¿Y no me dijiste nada?

Él abrió la puerta y se metió dentro.

—Storm me pidió tiempo, y se lo he dado.

Joder, no podía dejar que se marchara así.

—Ven a la cabaña que he alquilado, descansa un poco antes de irte.

La sonrisa torcida en el rostro de Yrre la hizo apretar los muslos. Aún lo deseaba, sí. Y el modo en que siempre la miraba seguía ahí, envolviéndola, conquistándola. Pero las palabras que debería decirle no salían de su boca.

—No. Voy a emprender el viaje. —Su semblante era firme, arrogante.

Cerró la puerta y arrancó el motor. Le guiñó un ojo y salió a la carretera.

«¡Maldita sea!».

Estaba enamorada de ese idiota. Y ahora él se marchaba de su lado, Yrre la estaba abandonando. Poniendo tierra de por medio para morir en poco tiempo a causa de su negativa a vincularse.

Un momento, ¿acababa de abandonarla?

«¡A mí no me planta nadie!».

Iba a desaparecer en el aire, pero miró a su alrededor, había demasiada gente. Y hoy en día, todo el mundo subía vídeos a YouTube. Cabrones.

Entró de nuevo en la cafetería y entró en los lavabos para mujeres. Por suerte, no había nadie. Se miró al espejo y recorrió su rostro con la mirada, pero algo más abajo llamó su atención; le temblaban las manos. Bajó la vista y las observó como si no le pertenecieran.

Nunca había tenido semejante reacción, ¿qué era esto? ¿Una crisis sentimental?

 

***

 

Yrre iba escuchando la música del coche con la esperanza de que ahogara sus pensamientos. Ya empezaba a anochecer y no se cruzaba con demasiados vehículos.

Ella lo había dejado marchar, Y su jodido corazón parecía morirse al mismo ritmo que su cuerpo, por no mencionar a su mente que estaba en blanco, casi. Había decidido irse al norte, buscar un refugio y pescar, así de simple, así de patético. Quería vivir un poco más. Tal vez ella entrara en razón.

Había intentado desmaterializarse, pero sus moléculas no respondían y se negaban a hacer el esfuerzo. Todo era mucho más fácil antes de conocer a France. Aun así, no se arrepentiría jamás de nada de lo que había sentido por ella. De haberla tenido, aunque fuera por un corto espacio de tiempo.

Los faros de un camión que venía de frente lo deslumbraron un momento y perdió de vista la carretera, pero enseguida volvió a verla.

—¡Qué coño! —dijo en voz alta al ver la figura de una persona en medio.

Dio un volantazo saliendo del asfalto y vio venir el tronco de un árbol a toda velocidad hacia él, o era al revés, no estaba muy seguro, pero tuvo claro que se iban a encontrar. No iba a morir, pero sería suficiente dolor por un largo tiempo.

Esperaba el golpe sin poder evitarlo cuando fue arrancado del coche. Oyó y vio el estruendo a cámara lenta, la carrocería abrazando el árbol hacía el chirriante sonido de hierros retorciéndose. Y de repente, el rostro de France apareció ante él.

—Y después dicen de las mujeres —soltó frunciendo el ceño.

Lo tenía cogido por la solapa del abrigo y dio un paso atrás.

—France.

—Supongo que te alegras de que esté aquí, ¿no?

Se pasó la mano por el pelo echándolo hacia detrás y soltó el aire.

—Podía haberte atropellado.

—No lo creo.

Se giró para mirar el coche, uno de los faros seguía alumbrando mientras colgaba por el cable que aún lo unía a la carrocería.

—No te has despedido adecuadamente, Yrre.

—¿En serio?

—Yo nunca bromeo.

Empezó a caminar por el asfalto, ya encontraría a alguien que lo llevase hasta algún lugar habitado.

—¿Me vas a dejar aquí? —Oyó a su espalda.

—No eres ninguna damisela en apuros, encontrarás la forma de volver —contestó sin girarse.

La oyó golpear el suelo con una de sus botas y casi sonrió, casi.

—¡Yrre!

No respondió, aunque se moría de ganas.

—No te atrevas a marcharte de nuevo.

—Como he podido comprobar, me encuentras con facilidad. Darás conmigo.

No, no era cierto, aún tenía el poder de ocultar su estela, pero no lo hacía. Simplemente, no quería esconderse de France.

—Yrre, por… favor. —Ahora sí sonrió.

Se dio la vuelta en la oscuridad, solo el faro alumbraba la figura de France a unos cincuenta metros de distancia. Pero estaba seguro de que ella lo veía perfectamente, así que compuso el semblante a otro más severo.

—France, ¿qué quieres? —preguntó con voz cansada.

«Vamos, dime lo que quiero oír, las palabras que deseo que salgan de tus preciosos labios».

Ella no abrió la boca, así que esperó. Pasados un par de minutos no le pareció que ella tuviera intención de hablar. Parecía estar teniendo una lucha interna.

—Me agotas, nena. —Volvió a emprender la marcha.

—Te quiero.

Esta vez creyó que se le rompería la cara a causa de la amplia sonrisa que no pudo evitar.

—¿Qué? ¡No te oigo! —gritó sin dejar de caminar

—Maldita sea. —La oyó mascullar, pero no se detuvo.

—¡Te quiero, Yrre! Y te perdono —exclamó al fin.

Un rayo surcó el cielo cuando volvió a mirarla, iluminando momentáneamente la carretera.

—Te amo, estoy enamorada de ti, y quiero… quiero…

—¿Ser mi compañera de vida? —preguntó en medio de otra sonrisa de triunfo.

—Sí. Quiero estar contigo. Pero seguiré siendo la líder de mi clan, ningún hombre, ni siquiera tú, me dará órdenes y…

En un último esfuerzo se desmaterializó y se detuvo a dos centímetros de su rostro, cogió su cara y miró sus bellos ojos mientras hablaba. La besó, la besó con fuerza, cortando su verborrea.

Ella abrió los labios mientras abrazaba su cuerpo y sus lenguas entraron en una firme batalla. Era un beso tosco, necesitado. La necesitaba tanto que dolía.

—Te amo, France —dijo separándose.

En ese mismo momento empezó a llover, una importante cantidad de agua caía sobre ellos y los estaba empapando.

—Te quiero hasta el punto de respetarte. Jamás te obligaría a abandonar a tu gente, ni me entrometería en tus asuntos —explicó contra sus labios mojados por su beso y por la lluvia.

—Tengo miedo —confesó.

—¿De qué?

—De entregarme, de perder mi libertad.

—No la perderás. Soy tu compañero, no tu carcelero, France.

Ella asintió repetidas veces.

—Aunque deberé buscar algo que hacer… —continuó él.

Ella sonrió, y era una sonrisa dulce que encajaba en su rostro. Una sonrisa que estaba casi seguro de que no había visto nadie más que él. Se sentía desfallecer, estaba débil a causa de su último movimiento por acercarse a ella. Solo por obligar a su cuerpo a obedecer a su mente

«France, mi preciosa compañera».

—No te preocupes, te mantendré ocupado.

—Hazlo ya.

Volvió a besarla, esta vez de manera más suave, disfrutando de su sabor y de la suavidad de su piel. Recorriendo su figura con las manos, recordando cada curva.

Cada rincón de su alma que le pertenecía, aunque ella había intentado negársela.

Dejó de llover repentinamente.

Cuando abrió los ojos estaban de pie en medio de una cabaña, y la chimenea estaba encendida. Miró los ojos de France y vio la preocupación en su mirada antes de perder la consciencia.

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