France

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Capítulo 10

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Capítulo 10

 

 

Yrre se reunió con sus hombres. Estaban sentados sobre diferentes rocas en una de las cavidades que se adentraban en la cueva principal. Allí parecía haber suficiente intimidad.

—No nos vamos a mover de aquí —decretó observando las reacciones de cada uno de ellos.

—¿No? —contestó su hermano Aart— ¿No se supone que debemos recuperar lo que es nuestro?

—En efecto. Pero intuyo que no va a ser una sorpresa para nadie que aparezcamos allí.

—Por supuesto, Agor sabe que iremos —rebatió

—Pero no está en constante vigilancia porque espera el aviso de alguien.

Ahora sí se sorprendieron.

—¿Cómo?

—Tenemos un topo. Y estoy seguro de que, a estas alturas, Agor ya sabe dónde estamos. Así que no descuidaremos a nuestra gente.

—Mierda. ¿Sabes de quién se trata?

—Sí.

—¿Y no vas a hacer nada? —preguntó Wulf.

—De momento, no. No actúa por su cuenta, tiene a alguien detrás.

Los hombres se miraron entre ellos.

—Doy por sentado que no está ahora aquí, entre nosotros, tus hombres —argumentó Sceadu.

—¿Qué coño insinúas? —inquirió Fugol.

—No, no está aquí —cortó antes de que comenzara la disputa.

Se levantó.

—Vuelvo en un par de horas. Vigilad el entorno.

Todos asintieron.

 

Media hora más tarde estaba sentado junto a Alexo en la orilla del río. No necesitaba que el resto del clan estuviera al tanto de la traición de uno de los dos ancianos que habían huido junto a él. El hombre ni siquiera recordaba su edad y su compañera de vida aún seguía con él, por eso cumplían año tras año sin ser conscientes del paso del tiempo. Su apariencia era la de un mortal de unos treinta y cinco años.

—Lo has descubierto —dijo Alexo apesadumbrado, pero con una fiereza innata en su mirada.

—¿Creías que no lo haría? —dijo apretando la mandíbula.

—Era cuestión de tiempo, lo sé.

—¿Por qué, Alexo?

—Primero dime cómo lo has sabido, ¿he perdido facultades?

—No voy a darte esa información.

El macho se levantó y se paseó por delante de él.

—No tomaste la mejor decisión, Yrre.

Lo contempló, llevaba el pelo recogido en un moño alto y la barba era puntiaguda y tan larga que le llegaba casi al pecho.

—¿La de huir para salvar vuestras vidas?

—La de no dar el brazo a torcer con Agor.

—¿Pretendes que lidere nuestro clan alguien a quien no le pertenece hacerlo?

—Agor es un guerrero, no es que me caiga especialmente bien, pero tiene mano dura.

—¿A qué te refieres? No creo que un líder deba torturar a sus guerreros para que sean mejores, ni elegir una mujer a dedo cada noche sin tener en cuenta si la hembra quiere o no. Y ya no hablemos del comercio de pieles. No permitiré que mueran más animales porque esa industria pague bien. Son nuestras tierras Alexo, debemos cuidarlas. Con la venta de nuestro pescado ya nos ganábamos bien la vida.

Alexo se lo quedó mirando.

—Necesitamos más que eso, nuestros hijos y nietos quieren ir a la universidad. Los tiempos han cambiado.

—Me parece perfecto, pero entonces podemos buscar un trabajo en las ciudades.

—¿Trabajar por un sueldo? ¿Cómo un humano?

—Exacto, tenemos dos manos perfectamente adecuadas para hacer cualquier tarea.

—Yo no me mezclo con humanos. —Su voz destilaba amargura y asco.

—Entonces sigue pescando y vende tus capturas. Pero no vas a matar más osos para después arrancar su piel, ni zorros ni visones. Su carne no se aprovecha y es nuestra maldita fauna.

—Lo pagan muy bien.

Se levantó y se pasó una mano por el cabello.

—Si no estabas de acuerdo con nosotros, ¿por qué has venido?

—Por mi compañera. Ella piensa igual que tú.

Joder.

Se puso delante de él, intimidándolo solo con su cuerpo.

—¿Sabe Agor que estamos aquí?

—Sí, y no creo que tarde mucho en aparecer.

Lo cogió por la pechera del abrigo que llevaba.

—¿Has puesto a nuestra gente en peligro deliberadamente?

—Ellos no van a atacarnos si tú te avienes al convenio. —Notó el hedor de la mentira y el miedo.

—No estuve de acuerdo días atrás y no lo estaré ahora. Esas tierras me pertenecen, nos pertenecen a Aart y a mí. Y el que quiera vivir en ellas tendrá que cumplir con nuestras leyes, las de nuestra raza.

—Entonces habrá una guerra, Yrre.

—Que así sea.

—Quiero volver a Canadá, estaré al lado de Agor. Mi compañera me seguirá. He sido demasiado blando con ella.

—Eso debiste pensarlo antes, Alexo. Dices que Agor tiene mano dura. Pero sabes cómo se paga una traición, ¿verdad?

El anciano se rio.

—No vas a hacer nada. Si me ejecutas, mi compañera morirá y la aprecias demasiado.

—Voy a hacer algo peor que eso. Te despojo de tu inmortalidad y de todos tus poderes.

—¿Qué?

 

***

 

France notó una presencia en su habitación y automáticamente se puso en guardia. Su hijo estaba en la habitación de al lado durmiendo y no permitiría que nadie lo pusiera en peligro.

—No temas, no le haré daño.

Se sentó de golpe en la cama.

—¿Yrre? ¿Cómo te atreves a aparecer en mi casa sin ser invitado? —Esas cosas solo las hacía Storm muchas décadas atrás, y solo para cabrearla.

Maldito hombre, hacía lo que quería cuando quería. Yrre parecía hacer lo mismo.

—Te fuiste sin despedirte, France.

—No tenía nada más que decir.

Se sentó en el borde de la cama y soltó el aire.

—¿Qué haces?

—France, siento habértelo soltado a bocajarro, no mereces esto.

—Lo superaré.

Salió de la cama tal como iba: desnuda. Estaba encantada con su cuerpo y nunca había tenido problemas para mostrarlo.

—Debo admitir que lo oculté —continuó él.

—Eso es algo que no puedes hacer.

Yrre arqueó una ceja al mismo tiempo que se levantaba de la cama.

—Te deseo.

—Pues no lo hagas.

—Esa no es la respuesta correcta.

Lo señaló con un dedo, dando un paso atrás conforme él se iba acercando.

—No creas que voy a caer a tus pies como hacen el resto de hembras.

—Oh, sí lo harás.

—Ni de coña …— Pero ya tenía a Yrre encima.

Su boca hizo contacto con la suya de inmediato. Su lengua respondió como si tuviera vida propia y comenzó una danza tan desgarradora que terminó deseándolo con toda su fuerza. Lo que este hombre conseguía de ella ningún otro lo había logrado.

Cuando la mano de Yrre descendió por su clavícula lentamente, se estremeció. Iba lento, atesorando el momento, dibujando su piel. Parecía estar memorizándola. Ella empezó a quitarle ropa; sacó el grueso jersey por su cabeza, despegando un momento los labios de los suyos para después seguir besándose.

Su amplio pecho quedó al descubierto y se pegó a ella cuando sus dedos entraron en contacto con sus pliegues más íntimos. Profundizó el beso de nuevo dejándose llevar por las sensaciones. Cuando esos dedos invadieron su sexo soltó un gemido.

—Estás tan mojada… —susurró contra sus labios.

Entró y salió lentamente, demasiado lento para su gusto. Hasta que notó el pulgar sobre el clítoris haciendo presión y haciendo pequeños círculos. Echó la cabeza hacia atrás y sintió la lengua de Yrre dejar una huella húmeda desde la base del cuello hasta la barbilla para después darle un suave mordisco. De repente retiró los dedos de su interior y la levantó.

Ella frunció el ceño.

—¿Qué haces? Eso me estaba gustando.

—No tengo suficiente de ti.

Envolvió las piernas en sus caderas.

—¿Y has venido a rematar el trabajo?

—Se podría decir que sí. Pero también porque me atraes… mucho.

—Wica estaría más que dispuesta a complacerte.

Yrre se detuvo en su camino hacia la cama.

—No hables de ella ahora, no quiero a nadie entre nosotros…

Ella se apartó un poco poniendo las manos sobre sus hombros.

—No empieces otra vez con lo de los compañeros. No lo somos, Yrre —decretó seria.

—Ya veremos.

No tuvo tiempo de replicar ya que estaba rebotando sobre el colchón. Él se estaba sacando los pantalones de cuero y quedando magníficamente desnudo.

—No estás nada mal —dijo apoyándose sobre los codos y admirando la enorme erección que lucía con orgullo.

—Soy perfecto —contestó él con soltura.

Puso los ojos en blanco e hizo un barrido mental en la mente de Junior; estaba plácidamente dormido.

—Yo sí que soy perfecta —declaró abriendo las piernas y mostrándose sin ningún pudor.

—Joder, lo eres.

Lo siguiente que vio fue a Yrre con la cabeza metida entre sus muslos. Había utilizado su gran velocidad para desplazarse tan solo un par de metros. Y maldita lengua la suya, tenía una maestría envidiable. Se dejó caer hacia detrás y disfruto de los movimientos que hacía alrededor de su entrada, no iba al clítoris, lo que la estaba volviendo loca. Las grandes manos del hombre anclaron sus caderas al colchón y el macho se dio un festín a su costa, aunque no pondría pegas a eso.

Cuando empezó a succionar su montículo las sensaciones se multiplicaron y un cosquilleo empezó a subirle por la columna.

—Quiero que te corras en mi cara —dijo contra su carne.

No hizo falta que se lo pidiera dos veces; se dejó ir con un grito y se estremeció hasta la punta de los dedos de los pies. Este tío sabía lo que hacía.

—Así nena. Me estás matando —dijo al mismo tiempo que la giraba boca abajo.

Aún seguía respirando de manera desacompasada cuando él levantó su culo y la penetró por detrás de una sola estocada. Se sintió tan llena que estuvo a punto de tener otro orgasmo. Yrre apoyó el pecho en su espalda y apartó su pelo haciéndolo caer por encima de su hombro, se giró para buscar sus labios. Se movía despacio en su interior mientras la besaba abrazando su cintura de manera firme.

—Algún día este culito será mío también.

—Eso te lo vas a tener que ganar, Yrre.

Él soltó una sonora carcajada y le dio una palmada en un glúteo. Se movió más deprisa haciendo que los dos no pudieran parar.

—Joder —dijo sin contenerse.

—Pienso… lo mismo.

Una mano viajó hasta su centro y masajeó el nudo de nervios. Solo le faltaba eso para correrse de nuevo. El orgasmo la atravesó y la llevó a lo más alto. Yrre gruñó y se vació dentro de ella. La abrazó con fuerza mientras se quedaba quieto en su interior. Cerró los ojos, esto había sido un señor polvazo, de esos que no se olvidan fácilmente.

Entonces lo sintió, algo muy potente invadió su cerebro y a pesar de sus poderes no pudo hacer nada. Todos los pensamientos de Yrre atravesaron su mente. Imágenes corrían ante sus ojos. Yrre siendo un niño, Yrre siendo un adolescente, Yrre enfrentándose a un macho, su primera pelea. Yrre viéndola por primera vez y sintiendo como su corazón se expandía, lo mismo que ahora le estaba pasando a ella. Ningún hombre de su linaje había visto jamás sus pensamientos, pero Yrre sí lo había hecho, incluso los malditos celos que sintió cuando lo vio con Wica. Se revolvió, iba a matarlo en ese preciso instante. Pero él la mantuvo en el sitio.

—Lo has visto, ¿verdad?

La mano del macho estaba en su corazón y este estaba tan acelerado que iba a salir disparado. Se estaba cabreando de verdad. ¿Cómo se atrevía a hacer esto? ¡Ella elegiría a su compañero llegado el momento! Ningún macho se lo podría imponer. Por mucho que le gustase, por mucho que tuviera que admitir que él hubiera sido el elegido de todos modos. Yrre había entrado por la puerta grande y se había colado bajo su piel.

—Mierda. —Fue lo único que salió de su boca.

—Así me gusta, France. Sin florituras —soltó sarcástico.

—Joder, suéltame, Yrre.

—No. Antes tienes que calmarte.

Se revolvió de nuevo.

—¡No anules mis poderes!

—Ahora ya sabes cómo me sentí nada más verte —murmuró ignorando su petición.

Seguían en la misma postura; su pene dentro de ella todavía.

—Lo ocultaste.

—Lo hice.

—¿Por qué?

Le dio la vuelta saliendo de su interior y dejó caer su peso sobre ella, aunque atrapó sus muñecas.

—Voy a enfrentarme en breve, no quería que te ocurriera nada si a mí me mataban. Lo decidí cuando supe que tenías un hijo. Él te necesita, France.

Intentó moverse sin conseguirlo.

—¿Y qué ha cambiado, Yrre? ¿Ahora ya puedo morir si tú no estás?

France contempló su apuesto rostro; era hermoso a su manera, viril, y su marcada mandíbula le daba ese aire de guerrero que era imposible ocultar.

Y era todo suyo, su macho. Le estaba costando admitirlo. Ella no era como las mujeres de los otros líderes, que se habían visto superadas ante tantas emociones nuevas. Sabía cómo funcionaba esto

 

 

***

 

 

Yrre cerró los ojos, todo se había ido al garete después de cierta discusión. Y ella tenía que saberlo.

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