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Madrid. Barrio de Prosperidad.

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El Seat Córdoba de Perteguer aparcó en un pequeño callejón junto a la calle Corazón de María. Recordó que ya había estado allí en dos ocasiones: la primera para interrogarla con ocasión del caso del libro, cuando la conoció. La segunda tras una extraña cita que acabó en nada, como siempre.

—Mi vida es cíclica… pero en fin.

Paso el portal y subió hasta su piso. Llamó al timbre, y como era de esperar, nadie contestó. Así que se decidió a abrir. Toda la casa estaba a oscuras. Tardó en encontrar el interruptor. Olía a cerrado. La casa estaba intacta, algo desordenada, pero intacta. Encontró dos cartas debajo de la puerta.

—¡El buzón!

Bajó corriendo hasta el portal y abrió el buzón. Nueve cartas más. Subió de nuevo al piso. Había cartas del banco, de la comunidad de propietarios, la telefónica… y tres

a priori muy interesantes: una con el logo de VidaPlus en el sobre, y otras dos con la dirección escrita a mano en un sobre salmón. Apestaban terriblemente a colonia barata.

—¡Buff! Tienes un terrible admirador, Pat… —Las dos cartas salmón eran las que habían aparecido bajo la puerta—. … ¿Debo abrirlas? Si no estás desaparecida y te has tomado unas vacaciones me matarás cuando te enteres que entré en tu casa, y que además leí tu correspondencia… pero creo que es mi deber… perdóname…

Cerró los ojos y rasgó la primera carta.

—… Sé que hubieras hecho lo mismo…

Sacó un folio salmón escrito a mano con una excelente caligrafía. Buscó remite o firma y encontró «Tu Poeta». La carta, dirigida a una tal Beatriz, decía lo siguiente:

«Amada Beatriz: Si cuanta loa de vos fuera narrada, hasta aquí toda en una se incluyera, con la que hora es preciso, fuera nada. No la beldad que vi solo supera nuestro alcance, mas vivo persuadido de que solo su autor la goza entera».

—Muy buena, Pat… te has ligado a Don Quijote…

Rasgó la segunda. También contenía una carta, firmada por «El Poeta» con idéntica caligrafía y estilo. Decía así:

«Beatriz: Desde el día primero en que Dios quiso que la viera en el mundo, hasta esta vista, de ella mi canto fue siempre indiviso; mas hora es bien que de seguir desista mas allá de su belleza, poetizando, cual tras último esfuerzo hace el artista».

La carta de VidaPlus no contenía ningún mensaje romántico; más bien lo contrario. La firmaba el propio Carlos.

Mouton: «A la Atención de Patricia García: Debido a la reiterada ausencia de su puesto de trabajo, y dada la desinformación que ha provocado y su falta de profesionalidad en los casos que le correspondía resolver, me veo obligado a comunicarla que VidaPlus prescinde desde hoy mismo de sus servicios como investigadora. En su cuenta bancaria recibirá el “finiquito” acordado y el porcentaje de su productividad, que a todos nos hubiera gustado que fuese mayor. Esperemos encuentre un nuevo puesto de trabajo donde toleren su indisciplina y su desgana laboral. Creo que se dará cuenta de que trato de ser sarcástico. Ha hecho mucho daño a esta empresa y sepa, que si VidaPlus quiebra, será la principal causante de que cientos de padres de familia vayan a la calle, sin poder dar pan ni correcta educación a sus hijos. Tome nota. Hasta nunca».

—¡Este tío es gilipollas! ¡Tenía que haberle partido la cara!

La fecha era de hace tres días.

—La fecha…

Perteguer cogió de nuevo las dos cartas salmón y las releyó detenidamente. Había observado, sin darle importancia, que sobre el encabezamiento estaba apuntada la fecha en la que se escribió la misiva.

La primera era del 5 de agosto. Cogió la segunda y la releyó despacio. La fecha ponía 28 de agosto. Miró su reloj. Eran ya las doce. Acababa de nacer el día 15 de agosto.

—¿Qué diablos?

El intervalo entre las cartas era de trece días. No solo eso. La carta del cinco coincidía con la fecha estimada de la muerte de los tres hombres del Retiro.

—¡Oh, mierda!

Sacó del bolsillo del pantalón dos guantes de látex y un puñado de bolsitas de plástico, donde metió las dos cartas. En otra metió la de VidaPlus. Se levantó y comenzó a mirar en los cajones del salón. Tenía que haber más cartas. Buscó en la mesilla, en el armario de su habitación, debajo de la cama, en la cocina…

—¿Dónde guarda todo Patricia? —Se dejó caer en el sofá. Frente a él tenía una enorme estantería que ya había inspeccionado. De pronto se puso de pie—. ¡En un maldito libro!

En efecto: comenzó a abrir libros y aparecieron flores, un pasaporte, billetes de avión usados, fotos, y por fin, un sobre blanco dentro de una enciclopedia marina.

En el sobre había tres cartas salmón metidas en bolsas de plástico y dos CD.

—Siempre fuiste más cuidadosa…

Sacó el móvil para hacer una llamada cuando de pronto sonó el teléfono. Dejó que sonara y saltó el contestador. Al otro lado del teléfono sonó una voz masculina entrecortada. Parecía un hombre tímido y joven.

—¿Patricia? Sé que ya no me quieres coger el teléfono… pero si puedo ablandarte con esto: «Yo no nací sino para quereros, mi alma os ha cortado a su medida, por hábito del alma misma os quiero; cuanto tengo confieso yo deberos; por vos nací, por vos tengo la vida, por vos he de morir y por vos… muero». No me obligues a hacer una locura más por conseguirte… te quiero…

Y así acabó el mensaje. Perteguer corrió hasta el contestador y volvió a escucharlo. Había muchos mensajes grabados, la cinta estaba casi agotada…

—Ya te tenemos, hijo de puta…

Perteguer cogió su teléfono móvil y marcó un número.

—¿Lora? Soy Rafa. Averigua quien acaba de llamar al número que te voy a decir… apunta…

* * *

La furgoneta de la Policía Nacional surcaba a toda velocidad el Paseo de la Castellana. En su interior viajaban Perteguer, Lora, Marta y cinco policías del grupo de Operaciones Especiales. Perteguer se ajustó el chaleco antibalas y sacó su teléfono móvil. Tras marcar un botón, apareció al otro lado la ronca voz de Pedro Puig.

—¡Pedro! ¡Creo que lo tenemos! ¡Es un hombre y conoce a Patricia, la escribe cartas parecidas!

—Joder, son más de las cuatro… ¿A Patricia? ¿La cara?

—No sé si es la cara pero habla igual, en verso y castellano antiguo. Vamos a detenerle ya mismo. Ve a mi comisaría en una hora, no creo que tardemos mucho.

El furgón paró en seco frente a un portal cerca de la Plaza de Castilla. De su interior bajaron todos los agentes. Forzaron la puerta del portal y corrieron escaleras arriba.

—Quinto C. ¡Adelante!

Un pequeño explosivo hizo saltar la cerradura de la puerta, Los GEO entraron con rapidez dando grandes voces. En el dormitorio encontraron a un joven de unos treinta años aterrorizado en un rincón.

—¡Policía! ¡Al suelo!

Cuando lo hubieron esposado y se hubo comprobado que no había nadie más en la casa, se encendieron las luces del inmueble. Los vecinos habían salido al rellano alarmados por el ruido y las voces. Eran las cuatro y media de la mañana.

Lo subieron al furgón e iniciaron a toda velocidad el camino de retorno.

* * *

Pedro ya estaba en la comisaría cuando apareció el furgón con el detenido. Seguía esposado y llevaba una manta en la cabeza. Fue conducido directamente a la sala de interrogatorios.

—¡Rafa! ¿Esa es la pieza?

—No los sé… no ha abierto la boca, está un poco asustado. Acompáñame al interrogatorio.

—Vaya. Varón blanco de mediana edad y culto… ¡Qué coincidencia!

La sala de interrogatorios era una habitación pequeña, pintada asépticamente de blanco, con una mesa, cuatro sillas y el clásico espejo-ventana. El detenido fue sentado en una silla. Lo acompañaban lora, Perteguer y Pedro. Estaba aterrorizado. Cuando se hubo cerrado la puerta, Perteguer sirvió un vaso de agua al detenido y comenzó el interrogatorio.

—¿Conoces a Patricia García?

El detenido clavó sus ojos llorosos en Perteguer.

—¿De qué se me acusa? ¡Tengo el derecho a saber de qué se me acusa!

—¡De homicidio múltiple y secuestro! ¿Te mola?

El detenido comenzó a sollozar.

—Yo… yo no he hecho nada…

—Entonces responde a mis preguntas. ¿Conoces a Patricia?

—Era mi… mi novia.

Lora clavó su mirada en aquel pobre infeliz y contuvo una carcajada cuando se topó con la mirada de Perteguer.

—¿Sabes dónde está?

—No… no me coge el teléfono…

—¿Sabes dónde está?

—¡Que no!

—¿La escribes cartas?

—No… solo correo electrónico…

—¡Maldita sea! ¡Será peor si nos mientes, chaval! ¿Tampoco la llamas? ¿Acaso no es esta tu voz?

Perteguer sacó una grabadora del bolsillo y reprodujo el mensaje que había escuchado en casa de Patricia.

—¿Eres o no eres tú?

—Sí… sí… ¿Es un delito decir poemas por teléfono? ¿Me van a detener por cursi? ¡Si pasa de mí, joder!

Lora no pudo contener la risa y salió de la sala. Perteguer le arrojó las copias de las cartas sobre la mesa.

—¿Y estas cartas? ¿También la enamoras por carta? ¿Matas inocentes para causarle impresión, pedazo de cabrón?

—¿Qué cartas? —El detenido ojeó las dos primeras—. ¡Yo no escribí esto, no es mi letra!

—¿Y por qué cojones son las mismas cursiladas? ¡Responde! ¡Te tenemos cogido por los huevos! ¡Háblame del parque y del ascensor, maldito hijo de puta! ¡Y del Casino! ¿Envidias a los ricos y por eso te los cargas, jodido enfermo?

—Pero si el poema es de Garcilaso…

—¡Cómo si es de Shakespeare!

—No… mi poema es de Garcilaso de la Vega… y las cartas son de Dante…

—¿Cómo? —Perteguer se había quedado fuera de juego con la respuesta del detenido—. ¿Dante? ¿Qué coño dices?

—Que… que las cartas son de Dante, joder… ¿Cómo iba yo a dedicar versos de Dante a Patricia si Beatriz está muerta? —El detenido rompió a llorar—. ¿O es que Patricia está muerta? ¡Dios mío! ¡Díganlo ya…!

Marta entró en la sala con una carpeta y se dirigió a Perteguer.

—Está limpio. Sus huellas no son las de las cartas y no tiene antecedentes.

Perteguer encendió un cigarrillo con cara de circunstancia y lanzó otro y un mechero al detenido.

—No sabemos si está muerta… está desaparecida… ¡Joder! ¿Y qué es todo eso de Dante?

—… Es… es un poeta italiano…

—¡Sí, sí, eso ya lo sabemos! Lo de las cartas es de Dante… ¿Dónde aparece?

—En la Divina Comedia…

Pedro, que había permanecido en silencio todo ese rato, cogió un cigarrillo y clavó la mirada en el detenido.

—La Divina Comedia es la alegoría del infierno. ¿Verdad? Cuando Dante baja al infierno y ve cómo los pecadores pagan sus pecados…

—Sí… y luego ve a Beatriz, su amada, ¡que está muerta!, y cuando están frente a Dios…

—¡Olvídate de Dios y piensa en el jodido infierno! —Pedro abrió la carpeta que llevaba con él y le tendió unas hojas al detenido—. ¿Son estos versos de La Divina Comedia?

El detenido ojeó nervioso los papeles mientras trataba de sorber sus lágrimas.

—No lo sé… puede… son parecidos y… ¡Este sí! Este habla de la Avaricia… del pecado de la Avaricia…

Perteguer apagó su cigarrillo y resopló mientras se pasaba la mano por el rostro. Se levantó cabizbajo y salió de la sala sin mirar al detenido. Una vez fuera se dirigió a Lora.

—¡Mierda! ¡La he cagado! ¡…Quitadle las esposas, dadle de cenar y hacedle mucho la pelota!… Luego subidlo a la sala de juntas… ¡Y traed de donde sea un ejemplar de La Divina Comedia!

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