Fotos

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Móstoles. (Madrid)

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Perteguer siguió a Iris hasta una oficina en el segundo piso. Allí tomaron asiento. Iris comenzó a hablar nada más entrar, sin dejar de mirar de arriba abajo a Perteguer.

—Vino hace unos días a preguntar sobre cómo hacer fotos a fantasmas, si no me equivoco fue el lunes 5 por la mañana… así que le expliqué cómo y se fue. Compró dos carretes de alta definición y un filtro de espectros.

Perteguer estaba más perdido a cada frase.

—Espera, Iris… te preguntó cómo hacer fotos a fantasmas y compró un filtro de espectros… ¿Es así?

—Así fue… —Iris se humedeció los labios haciendo sentir un escalofrío a Perteguer—… señor policía…

—Ya… ¿Cómo se hacen fotos a fantasmas?

—¿Cree usted en fantasmas?

Perteguer esbozó media sonrisa, pero la borró de su cara cuando se fijó en el cuadro de una mujer que colgaba sobre Iris. El rostro de la mujer y el de la muchacha sentada frente a él eran idénticos. Como si le hubiera leído el pensamiento, Iris dejó escapar una risa juvenil; se levantó de su silla y se situó de pie frente a Perteguer.

—No se asuste. El parecido entre mi bisabuela y yo es realmente sorprendente para todos, pero le aseguro que yo no soy un fantasma. —Colocó su mano en el hombro de Perteguer—. ¿Cómo puedo ayudarle? ¿De veras le interesa el tema?

Perteguer respiró hondo y miró fijamente a los ojos de aquella hermosa joven.

—Sí, por favor. ¿Cómo se fotografían fantasmas?

Iris se sentó en el suelo a los pies de Perteguer. Sacó dos cigarrillos, cerillas y un cenicero de un cajón de la mesa y le ofreció uno.

—¿Puede cerrar las cortinas?

Una vez cerradas y los cigarros encendidos, Iris comenzó a hablar. Tenía una voz suave, hipnótica, angelical…

—Lo primero es tener un fantasma. Tendrá que encontrarlo o invocarlo. Una vez tengamos el espectro unido, por así decirlo, al paisaje ¡zas!, se le hace la foto.

—¿Y cómo se une el espectro, o fantasma al paisaje?

—Con el filtro de espectros. Es una lámina de plástico que se deja en el suelo. La lámina proyecta la imagen del espectro como si fuera un holograma, que solo puede ser visto una vez hecha la foto… Y así se consigue una hermosa foto del fantasma deseado. ¿Quiere una foto con Elvis? Se la puedo hacer ahora mismo…

Perteguer se atragantó con el humo del cigarrillo.

—¿Elvis está aquí?

—¿La prefiere con Jim Morrison?

Viendo la cara de póquer de Perteguer, Iris estalló en carcajadas.

—¡Madre mía! ¡Es usted la persona más inocente que conozco! —Iris aún no podía contener la risa—. ¡No puedo!

Sin parar de reír sacó de otro cajón una lámina de plástico de 10 × 10 y una polaroid. Dejó la lámina en el suelo, junto a Perteguer, que estaba petrificado, y la cámara frente a él sobre la mesa.

—Sonría. —Iris se sentó en el reposabrazos de la silla— tres, dos, uno…

El

flash de la cámara los deslumbró, y la foto salió al instante. Iris la cogió y la agitó unos segundos y descorrió las cortinas.

—Aquí tiene, una foto conmigo y Elvis… guárdela bien. Hace 25 años que murió…

Perteguer observó la foto sorprendido. En ella aparecían Iris y él en la silla, y a su izquierda, sobre donde todavía seguía la lámina, Elvis Presley en todo su esplendor.

—¿Cómo…?

—¡Se trata de una ilusión óptica, guapetón! ¡El holograma se refleja en las lentes de la cámara como se refleja en tus pupilas! Lo que pasa es que tú no lo ves. ¿Qué quieres? El ojo humano es así… pero creo que una mosca si podría verlo…

Perteguer cogió con una mano la lámina de plástico y con otra la foto.

—Increíble…

—Al sacarse la foto, la cámara retrata la imagen real y el reflejo del holograma. Es un invento mío… fue mi proyecto al acabar optometría y fotografía. Lo he patentado y lo he llamado como yo: Iris. Le regalo uno y la foto…

—Patricia, la chica que busco, te compró uno ¿no?

—El de Jim Morrison; es más guapo…

—¿Y vendes muchos de estos? ¿Tienes «Iris» sin imagen?

—Ahora empiezo a venderlos a las productoras de cine. Ahorran en efectos especiales. Y claro que los tengo sin imagen, pero solo yo puedo y sé meter esa imagen. También los hago por encargo.

—¿Alguno de este tipo?

Perteguer mostró una de las «caras» fotografiadas a Iris.

—¡Sí! Esa horrible cara… me pidió cinco, con un texto insertado en medio. Cada texto era distinto.

—¿Recuerdas su cara?

—No. Lo solicitó por correo y me pagó por giro. No lo he visto jamás, pero sé su nombre y dirección. Espere un instante.

Iris buscó en un tercer cajón y sacó una agenda de sobremesa.

—Sebastián Sol. Calle Isla del Mar, 5. Madrid. ¿Qué le parece?

Perteguer resopló defraudado.

—Que ese nombre y esa dirección son falsos, Iris…

—Pues los envíos llegaban…

—Los iría a recoger a Correos… en fin. Gracias por tú colaboración. Toma mi tarjeta y llama si te vuelve a encargar algo.

—¿Y no te interesan los textos que me mandó copiar en las caras?

Perteguer cambió de gesto al escuchar la frase.

—¿Los tienes? ¡Déjamelos ver!

Sacó del último cajón que había abierto seis folios y se los tendió a Perteguer.

—Toma. Tengo copias. Molan. ¿Son de Dante, sabes? La chica que buscas me lo dijo.

—¿Patri lo sabía?

—Sí. Es muy culta, y le encanta la fotografía ¿sabes? Léelas. Ahí están los cinco…

—¿No te mandó hacer seis caras?

—Cierto… alguno estaría repetido…

—La número cinco… la que todavía no ha sido. Tengo que irme, Iris. ¡Gracias por tu ayuda!

—Ciao, guapetón, y vuelve pronto.

EL teléfono móvil vibró en su bolsillo. Era Sonia.

—¿Perteguer? Tengo la información que me solicitó. ¿Puede pasar ahora a recogerla?

—Sí, ahora mismo voy. Gracias, Sonia.

Cuarenta y cinco minutos más tarde detenía el coche frente al autoservicio donde comió con Sonia. Ella le esperaba de pie junto a la puerta.

—Tenemos poco tiempo, Perteguer, me he escapado para tomar un café…

Llevaba en sus manos una carpeta blanca, que le tendió al policía.

—Hay solo dos despedidos, agentes e seguros ambos. Patricia ya los había investigado… así que creo que están limpios. No obstante aquí los tiene…, En la otra tiene los juicios en contra que VidaPlus ha ganado en los últimos tres años. Te he subrayado los más importantes…

—¡Gracias, Sonia, eres fantástica! ¿Un café?

—Lo siento, Perteguer, pero ya no me da tiempo… le veo otro día…

Sonó su teléfono de nuevo: era Lora.

—Hola Lora; escucha esto: La cara es un holograma, un truco óptico. Reabre los tres casos y mándalos al juzgado ya mismo, porque ahora perseguimos a una persona física, y tenemos pruebas… ¿Ha llegado la info desde Portugal?

—Sí, Rafa. Estuvo tres noches en ese hotel de Lisboa, y era ella porque aparece en los vídeos. Los de Badajoz también están comprobados. Es ella al 99 por ciento… Fue y volvió en su coche, un Honda deportivo azul, según el conserje del hotel, y salió de allí el 14 después de comer. Hemos vuelto a su casa y está como tú la dejaste. Sigue en paradero desconocido…

—Aunque ahora solo lleva 2 días sin dar señales de vida… ¡Otra cosa! Voy hacia El Escorial. He quedado allí con Pedro. ¿Ha acabado Jose con los párrafos de la Divina?

—Sí. Te ha hecho un informe de diez páginas el tío… ¡Es un fiera!

—Joder… mándalo por correo electrónico a la comisaría de la Nacional en El Escorial. Desde allí os mandaré un texto más para que lo saquéis… y hacedlo con esmero porque es el del día 18…

—¡Vaya, Rafita! Estás que te sales… cierro.

Subió de nuevo al coche y condujo rumbo al aserradero del Escorial. Sintió un escalofrío al pasar con su coche por los Molinos.

—Cortés…

Aparcó en la puerta a las diez en punto de la mañana. Por lo visto se trataba de un aserradero-fábrica de muebles (en madera, por supuesto) cuyos dueños habían sido investigados tras el incendio del monte Abantos. Se dijo que provocaron el incendio para comprar toda la madera calcinada a bajo coste. Lo cierto es que al final la compraron. Se llamaba «El caballo de Troya», y parecía sacado de una película del oeste de las malas, con toda esa fachada de madera carcomida y los grandes troncos apilados a la entrada. Un enorme caballo de madera daba la bienvenida a los visitantes y les aconsejaba comprar unas «Ofertas de caballo». Todo aquello invitaba a darse la vuelta sin llevarse un mal taburete, pero solo Dios sabe cómo funciona realmente el

marketing. Perteguer rodeó al caballo y entró en la nave.

—Buenos días, caballero y bienvenido al caballo.

El hombre que le había recibido, era gordo y barbudo, como un leñador canadiense sacado de un cómic, al que no le faltaba ni la camisa de cuadros de lana que ¡en pleno agosto! Llevaba como uniforme; rió su propio chiste toscamente. Perteguer le observó con cara de pocos amigos preguntándose si el chiste funcionaría con las mujeres. ¿Algo así como «Buenos días, señora y bienvenido al caballo»?

—¿Cómo reciben a las señoras?

El leñador canadiense contraatacó:

—¡La señora es bienvenida y la madera bien-vendida!

Se arrepintió de haberlo preguntado. Sacó una foto de Patricia y se la mostró al leñador.

—¿Y qué le respondió esta?

El gordo leñador cambió de pronto de gesto y se clavó la mirada en la foto.

—¿Es usted policía?

—No, soy su hijo… Estuvo aquí, de eso estoy seguro. Qué hizo después, lo ignoro. ¿Me puede ayudar?

—No estoy seguro de si fue ella, pero me recuerda mucho a una mujer que vino hace poco. Trabaja para nuestra agencia de seguros. Quería comprobar las alarmas y los aspersores antiincendios. Los comprobó y se fue. Me dejó esta tarjeta.

El leñador fue hasta el mostrador y volvió con una tarjeta de VidaPlus. Tenía el nombre de Patricia impreso.

—Sí, es ella. ¿Recuerda qué día vino?

—Uff, fue la semana pasada… el lunes, creo…

—Lunes 5…¿Puedo echar un vistazo?

—Por supuesto… Vea y toque todo lo que quiera…

Perteguer atravesó el mostrador y entró en el aserradero, una enorme nave casi del tamaño de un campo de fútbol con una gigantesca máquina en el centro que no paraba de engullir troncos de árbol, al tiempo que escupía tablones por su otro extremo. Dos hombres casi clónicos del leñador serraban madera sin parar con una segueta gigante. El ruido de las máquinas era insoportablemente ensordecedor, y el serrín flotaba en el ambiente impidiendo respirar con normalidad. Nada parecía estar fuera de lo normal, si bien Perteguer no había estado en ningún otro aserradero jamás. Los tablones eran apilados en la pared del fondo, frente a la entrada, bajo unos amplios ventanales que daban a parar justo al monte. Las paredes estaban ocupadas con carteles de mujeres desnudas y paisajes paradisíacos con jovencitas mulatas; «PuertoRico para ti» ponía en uno de ellos.

—¿Está todo en orden, Sheriff?

Perteguer se dio la vuelta y caminó hacia la salida sin hacer el más mínimo caso al gordo leñador. Antes de salir le dedicó una última mirada.

—Reza por ello, vaquero…

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