Firefox

Firefox


Inicio

Página 1 de 13

Craig Thomas

Firefox

Título original: Firefox

Edición original:

Michael Joseph Ltd

Londres, 1977

Traducción: Diorki traductores

© 1977 by Craig Thomas

© 1979 by editorial pomaire, s. a.

Avda. Infanta Carlota, 114 / Barcelona-29 / España

ISBN: 84 - 286 - 0352 - 9

Depósito Legal: B. 10.755 - 1979

Printed in Spain

Digitalización y corrección por Antiguo.

a TERRY

que construyó el Firefox y lo hizo volar

Agradecimientos

Deseo reconocer la inapreciable ayuda que me ha prestado, al concederme su tiempo y sus consejos, T. R. Jones en todos los aspectos técnicos relacionados con el avión experimental que tan predominante papel desempeña en este libro.

Agradezco asimismo su ayuda en cuestiones geográficas a la señorita Audrey Simmonds y a Graham Simms; y quiero dar las gracias también a Peter Payne, cuyo entusiasta escepticismo me mantuvo alerta, pero esperanzado, durante la redacción del manuscrito.

Estoy asimismo en deuda con varias publicaciones, en particular con KGB, libro valiosísimo y con rica información de John Barron, y con la admirable serie de publicaciones Jane, sobre todo las últimas ediciones de All the World's Aircraft, Fighting Ships y Weapon Systems, en todas las cuales he hallado abundante y valiosa información técnica.

Craig Thomas

Lichtfield

Ni la ley ni el deber me obligaron a luchar.

Tampoco lo hicieron el político ni los vítores del pueblo.

Fue un único y delicioso impulso.

Quien me empujó a subir a combatir en las nubes;

Hice un balance de todo, todo lo reuní en mi mente.

Y sentí que a los años futuros les faltaba el aliento

y que carecían de aliento los años que viví.

Y, para equilibrar esta vida, elegí esa muerte.

W. B. Yeats

El hombre estaba echado sobre la cama de la habitación del hotel. Las manos se alzaban, igual que garras, sobre el pecho, como si quisieran dirigirse a sus ojos. La tensión mantenía rígido su estirado cuerpo. Un abundante sudor cubría su frente y oscurecía la camisa debajo de los brazos. Tenía los ojos abiertos como platos y soñaba.

Ya no le ocurría tan a menudo la pesadilla; era como la convalecencia de una malaria. Había sido él quien lo había hecho. Él. No Buckholz ni los psiquiatras de Langley. Los despreciaba. Lo había realizado él solo. Pero cuando otra vez tenía el mismo sueño, éste volvía con toda su primitiva fuerza, como si se tratase de la fosilización de toda su memoria y conciencia. Era todo lo que quedaba del Vietnam. Incluso mientras sufría y le cubría el sudor, una fría parte de su mente observaba las imágenes y las consecuencias como si compartimentase los destrozos causados por la enfermedad.

En la pesadilla se había convertido en vietnamita. El que fuese un campesino o perteneciese al Viet-Cong carecía de importancia. Lenta y horriblemente iba a morir envuelto en llamas. El napalm que el Phantom había arrojado lo devoraba. El rugido del reactor que se alejaba era dominado por el de sus propias llamas mientras se chamuscaba, ardía y comenzaba a derretirse…

Entre las llamas también aparecían otros momentos e imágenes a manera de chisporroteos. Incluso mientras sus músculos se ablandaban y retorcían por el terrible calor, se veía a sí mismo, como un lejano punto en el último rincón de su cerebro, volando el antiguo Mig-21 y paralizado al captar el Phantom de la Fuerza Aérea de los Estados Unidos en su punto de mira… Después venían las drogas en Saigón, las drogas que lo habían conducido al momento en que fue atrapado en el punto de mira del Mig… A continuación seguía la crisis nerviosa, los meses pasados en el Hospital de Veteranos y las mentes llorosas y sangrantes que lo rodeaban hasta que se encontró al borde de la locura y quería hundirse en otro tipo de tinieblas en las que no pudiese oír los gritos de las otras mentes ni los alaridos de su propio cerebro.

Después fue el trabajo en el hospital; una clásica expiación que se convirtió en un horrible sabor en el fondo de su garganta. Después… lo del Mig. El aprender a volar en ruso, a pensar en ruso, a ser ruso… Lebedev, el desertor ruso con acento de Georgia que le habían traído para que le enseñara a fondo porque debía hacerlo a la perfección…

A continuación, el entrenamiento a bordo del Mig-25 que los norteamericanos habían copiado y el estudio del lavado de cerebro efectuado a Belenko. De Belenko, que, años antes, se había escapado al Japón con un Foxbat… Y los días y semanas pasados en el simulador de vuelos, pilotando un aparato que no había visto jamás, un avión que nunca había existido.

El napalm y las llamas y Saigón…

El olor de sus propias quemaduras invadía de manera vivida y clara su nariz y la llama azulada indicaba que era la grasa la que se derretía… Mitchell Gant ardía hasta morir en la habitación de su hotel…

JEFE DEL SIS AL PRIMER MINISTRO

CONFIDENCIAL

4/2/76

Sr. Primer ministro:

Me solicitó usted información más completa sobre el proyecto Mikoyan que se lleva a cabo en Bilyarsk. Le adjunto el informe que recibí el pasado otoño de Aubrey, que es supervisor de las actividades de espionaje relativas a ese proyecto. Podrá comprobar que hace una propuesta más bien radical. Sus observaciones serían esclarecedoras. Atentamente,

Richard Cunningham

* * *

JEFE DEL SIS

CONFIDENCIAL

18/9/75

Estimado Cunningham:

Habrá recibido los resúmenes acostumbrados de mis informes sobre las actividades de espionaje en relación con el proyecto secreto Mikoyan en Bilyarsk, que ha recibido el nombre cifrado de «Firefox» por la NATO. Al hacer las recomendaciones que siguen, respondiendo a su invitación, me pregunto si las acogerá usted favorablemente.

No necesita usted recordarme las esperanzas que los soviéticos han puesto en este nuevo avión. Creo que han organizado un fondo de emergencia, o algo así para atender en su día a la producción en masa del mismo. Los trabajos con los sucesores inicialmente previstos del actual Mig-25, los «Foxbat», se han detenido o están deteniéndose; el Foxbat será el principal avión de ataque de la Aviación Soviética hasta que sus fuerzas sean dotadas del Mig-31, el «Firefox». Sólo en Rusia europea se han proyectado o están ya en construcción tres nuevos complejos industriales, según se cree, con miras a la producción del Mig-31.

En lo que se refiere al avión en sí, no necesito reiterarle su potencia. Si cumple las expectativas que los soviéticos han puesto en él, nosotros no tendremos nada parecido hasta el final de los 80, en el mejor de los casos. La supremacía aérea pasará en bloque a la Unión Soviética. Todos conocemos las razones de las conversaciones SALT y de los recortes en el presupuesto de defensa, y es tarde para recriminaciones. Basta decir que la posesión de las versiones de interceptación y de ataque de este avión por parte de los soviéticos darían lugar a un inaceptable equilibrio de poder.

Con relación a nuestras propias actividades de espionaje, tenemos la fortuna de haber conseguido los servicios de Piotr Baranovich, que trabaja en el proyecto y desarrollo del sistema de armamento. El ha conseguido, como ya sabe usted, la colaboración de otros dos técnicos muy cualificados, y David Edgecliff le ha facilitado el eslabón final de su cadena de comunicación en Moscú: Pavel Upenskoy, su mejor agente activo ruso.

Pero, por extraordinario que parezca esto, y ciertamente lo es, no resulta bastante. Lo que sabemos ahora o podemos saber por esos medios será insuficiente para reproducir o neutralizar la amenaza del Mig 31. Baranovich y su equipo apenas conocen nada sobre los detalles del avión que no corresponden a su propia especialización; el secreto de la investigación se ha garantizado con una gran compartimentación.

Así, pues, en los cinco años próximos tendremos que organizar, o estar preparados para organizar, una operación contra el proyecto de Bilyarsk. Lo que propongo, simplemente, es robar uno de los aviones, a ser posible un prototipo de producción que esté en la fase de pruebas finales.

Imagino su sorpresa. No obstante, pienso que es una operación factible, siempre que encontremos el piloto adecuado. Yo aconsejaría que fuera norteamericano, porque los chicos de la RAF ya no se entrenan para el combate aéreo (estoy considerando todas las posibilidades); sería preferible un estadounidense con experiencia de combate en Vietnam. Tenemos en Moscú y en Bilyarsk la red capaz de ponerlo a él y al avión en una proximidad favorable.

Sus ideas sobre lo que acabo de exponer podrán ser muy esclarecedoras. Confío recibirlas. Atentamente,

Kenneth Aubrey

* * *

CONFIDENCIAL

JEFE DEL SIS PRIMER MINISTRO

11/2/76

Estimado sir Richard:

Agradezco su rápida respuesta a mi petición. Realmente deseo tener más noticias sobre el avión en sí. ¿Podría enviarme un resumen de los informes de Aubrey en los tres años últimos? En cuanto a su propuesta, supongo que no es en serio. Desde luego, es ridículo hablar de piratería contra la Unión Soviética.

Mis cordiales saludos a su mujer.

Atentamente,

Andrew Gresham

* * *

JEFE DEL SIS/KENNETH AUBREY

13/2/76

Kenneth:

Le adjunto copia de la carta enviada ayer por el Primer ministro. Verá que agradece su incipiente delincuencia en lo que se refiere al avión. Esa es también mi opinión… oficialmente. En privado, tengo que admitir que el asunto de Bilyarsk me pone los pelos de punta.

Busque usted un piloto y prepare un guión de la operación que propone… por si acaso. Puede hacer las primeras averiguaciones con nuestro común amigo Buckholz, de la CÍA, que acaba de ascenderse a sí mismo a Jefe del Personal de Actuación Secreta. ¿O su cargo es el de Director?

En todo caso, los norteamericanos tienen tanto que perder en esto como los europeos y están igual de interesados en Bilyarsk.

Buena caza. Sobre este asunto, no me llame; yo lo haré si procede y cuando sea necesario. Atentamente,

Richard

* * *

PRIMER MINISTRO

CONFIDENCIAL

29/6/76

Sr. Primer ministro:

Le solicitó usted a sir Richard Cunningham que le aclarara ciertos aspectos técnicos relacionados con el avión al que hemos dado el nombre cifrado de «Firefox» (Mikoyan Mig-31). Pienso que esta carta me ofrece la oportunidad de defender mi postura, pero antes creo que es importante que conozca usted la gravedad de los progresos soviéticos en ciertos campos de la aviación militar, todos los cuales confluyen en ese avión.

Nuestra información procede en su mayoría, de Baranovich, creador de un sistema electrónico que ha permitido a otros expertos trabajar teórica y prácticamente en el desarrollo de un sistema de armamento dirigido por la mente y destinado a un avión de alta tecnología. Baranovich no puede facilitarnos toda la información que necesitamos ni siquiera en este aspecto del proyecto que se realiza en Bilyarsk, y quizá no consigamos sacarlo de Rusia, porque en Bilyarsk están todos muy vigilados. De ahí mi propuesta de que robemos uno de los prototipos de producción de la última serie, que llevará incorporado todo lo que los soviéticos piensen incluir en las versiones de combate.

Quizá sea conveniente que recuerde aquí una interesante aplicación civil de los sistemas dirigidos por la mente: el último tipo de automóvil para inválido que se está estudiando en los Estados Unidos. Se trata de un coche cuyos movimientos podrían ser controlados por una persona paralizada o inmovilizada por completo mediante una actividad mental positiva. Estaría dotado de dispositivos electrónicos que transmitirían al mecanismo de marcha, en forma de impulsos electrónicos, los impulsos cerebrales de unos sensores unidos al cerebro mediante un casco o un reposacabezas de tipo especial. La orden de avanzar, dar la vuelta o girar a la izquierda o la derecha, por ejemplo, procedería directamente del cerebro; en lugar de ser transmitida a unos músculos inexistentes o inutilizados, pasaría a los «miembros» artificiales del coche de ruedas.

No hay proyectada ninguna aplicación militar de este sistema, mientras que los soviéticos, según parece, están cerca de perfeccionarlo como tal. (Sin que los occidentales, por otra parte, hayan construido ni siquiera el coche de ruedas.)

El sistema que, según nos ha informado Baranovich, se está desarrollando parece basarse en el acoplamiento de los sistemas de radar e infrarrojos, por un lado, que son las dos modalidades convencionales de detección y dirección en la aviación moderna, y de un arsenal dirigido y controlado por la mente, por otro, montado en el avión. El radar, como ya sabe usted, hace rebotar señales en los objetos sólidos y las recoge en una pantalla; los rayos infrarrojos revelan en una pantalla también las fuentes de emisión de calor existentes en las proximidades del equipo de detección. Para la dirección de misiles pueden usarse cualquiera de estos dos métodos, o los dos combinados. Los propios misiles los llevan incorporados. Sin embargo, la principal ventaja del sistema de dirección por la mente consiste en que el piloto conserva el control de los misiles después del lanzamiento y, asimismo, en que se acelera la propia señal de lanzamiento, ya que las órdenes mentales se transfieren directamente al sistema de disparo, sin ninguna interferencia física.

Debe señalarse que nosotros no tenemos, ni los soviéticos tampoco, según nuestras noticias, armas que hagan uso de este avanzado sistema, como por ejemplo nuevos tipos de misiles. Sin embargo, a menos que anulemos el adelanto que nos llevan los soviéticos, quedaremos demasiado rezagados como para alcanzar alguna vez la indudable aceleración que se producirá en la tecnología de los misiles y cañones.

En definitiva, debemos conseguir ese sistema. Antes o después, hemos de robar un Mig-31.

Atentamente,

Kenneth Aubrey

* * *

PRIMER MINISTRO/KENNETH AUBREY

24/9/76

Estimado Sr. Aubrey:

Le agradezco su comunicación. Aprecio mucho su inquietud, aunque rechazo su solución. Además, en vista del reciente «obsequio» hecho al Occidente por el alférez Belenko, es decir, el «Foxbat», ¿no se estará preocupando indebidamente? A los soviéticos les llevará años, con seguridad, recobrarse de la pérdida de los secretos del «Foxbat».

Atentamente,

Andrew Gresham

* * *

KENNETH AUBREY/PRIMER MINISTRO

30/9/76

Sr. Primer ministro:

En respuesta a su duda, estoy convencido de que el «Foxbat», el Mig-25, es poco más que un juguete comparado con el avión en proyecto denominado por la NATO «Firefox». No debemos caer en un falso sentimiento de seguridad por el reciente accidente de Japón; ha sido un fruto del azar que nos servirá de poco y que, al final, podría no beneficiarnos en nada.

Debo añadir que la información, que ha llegado a nuestros técnicos, procedente de Japón, da a entender que el Mig-25 no es todo lo que podría ser. Es en gran parte de acero, no de titanio, resulta difícil establecer su velocidad máxima y el tiempo que puede mantenerla, y su sistema electrónico no es en absoluto tan avanzado como suponíamos.

En cambio, tenemos la opinión de Baranovich de que el Mig-31 proyectado satisfará las esperanzas más optimistas.

Está al tanto de los puntos débiles del Mig-25 por los comentarios de los científicos, pero nadie de Bilyarsk ha hecho una sola crítica negativa del «Firefox». Atentamente,

Kenneth Aubrey

* * *

AUBREY/PRIMER MINISTRO

CONFIDENCIAL

3/7/79

Sr. Primer ministro:

No sé qué es el anti-radar, ni cómo funciona, en el sistema soviético. Informes de Bilyarsk, de fuentes propias que no están al tanto de sus secretos, indican que, desde luego, no es en absoluto de carácter mecánico ni electrónico, por lo que no tenemos la posibilidad de influir sobre él con ningún tipo de contramedida. Son inadecuados tanto nuestro «Chaff», que se usa para contundir radares, como los progresos hechos por los norteamericanos en los procedimientos electrónicos de este tipo. Ni la Fuerza Aérea estadounidense ni la RAF británica tienen en estudio nada como lo que el sistema soviético promete ser.

Es evidente ahora que el «Firefox» constituye la más seria amenaza a la seguridad de Occidente desde el desarrollo de armas nucleares por la Unión Soviética y China.

Atentamente,

Kenneth Aubrey

* * *

JEFE DEL SIS/KENNETH AUBREY

30/7/79

Kenneth:

Tiene usted el visto bueno del Primer ministro y de Washington. Póngase en contacto con Buckholz. Su guión, incluido lo referente al piloto (un tipo raro, ¿no le parece?), el punto de reaprovisionamiento de combustible y el método para poner el piloto en Bilyarsk, ha sido aprobado. Queda entendido que el piloto debe tener algún dispositivo orientador que le permita localizar el punto de reaprovisionamiento; un dispositivo, evidentemente, que los soviéticos no conozcan y que, por tanto, no puedan rastrear. El Primer ministro apremia, y Farnborough ha empezado a trabajar. Póngase en contacto con Davies, que trabaja ahí. Buena suerte. El balón está ahora en su campo.

Richard

Solo en su despacho, con el olor de la pintura fresca metido aún en las narices, el coronel de la KGB Mijail Yurievich Kontarsky, jeje del Departamento «M», asignado a la seguridad del proyecto Mikoyan en Bilyarsk, era presa nuevamente de graves dudas. Acababa de retirarse su ayudante, Dimitri Priabin, y con él se había disipado en la gran habitación el sentimiento de seguridad que tenía antes, derivado del trabajo que habían realizado durante la tarde. Sentado detrás de una mesa nueva y de gran tamaño, luchaba por recobrar la calma.

Había ido demasiado lejos, pensaba, en la medicina del trabajo como sedante. Reconocía haber perdido el sentido de la perspectiva precisamente ahora, cuando se acercaba la fecha de las pruebas finales del armamento del Mig-31. Debía ser el pánico del momento de la verdad, pensó mientras reunía los fragmentos de su trabajo como las maletas dispersas de un equipaje. Todo ese tiempo había estado temiendo olvidar algo.

No le gustaba la idea de salir del despacho en esos momentos; estaba seguro de que su aspecto traicionaría su arrogancia. Si alguien lo veía en los pasillos de la central como un hombre cansado, seria un imperdonable error de su parte.

Conocía las filtraciones de información que se habían producido en Bilyarsk en los últimos años -las de Baranovich, Kreshin y Semelovsky- y al hombre utilizado como correo: Dherkov, el tendero. No podía haberlos dejado pasar, dado lo mucho que había costado el desarrollo y construcción del Mig.

Sin embargo, ni él ni su departamento habían hecho nada, salvo reducir la corriente de información a un reducido goteo de datos estrechando la vigilancia, impidiendo las reuniones, etc. Había jugado fuerte; de pronto, apoyó la cabeza en las manos, apretando contra las palmas los párpados cerrados. No se había atrevido a recomendar la exclusión del proyecto de los elementos que eran esenciales para él; se hubiera arriesgado a que los ingleses o la CÍA infiltraran a otros hombres que le serían desconocidos, o a que introdujeran agentes y enlaces nuevos. Más vale lo malo conocido… Al comentar con Priabin esta decisión, había tratado de sonreír, y el joven ayudante se había mostrado de acuerdo. Ahora parecía una observación soberanamente estúpida.

El precio del fracaso, si se producía, seria muy caro: la desgracia; quizás, ejecución. Trató de confortarse pensando que los ingleses y los norteamericanos sabrían -fuese lo que fuese- mucho menos de lo que podían haber sabido…

Sus facciones cetrinas estaban pálidas y tenía aspecto de cansado; sus ojos grises parecían medrosos. Había tenido que dejarlos trabajar, aun cuando fuesen espías. Las palabras le sonaban huecas, como si estuviese declarando ya ante un incrédulo tribunal, quizas ante el mismo Andropov…

Primera Parte



El


robo

UNO


El asesino

Los metros de pista que separaban al BAC-111 de British Airways de la terminal del aeropuerto de Cheremetievo le parecieron interminables al hombre de menuda figura que cerraba la fila de pasajeros. El viento le azotaba el sombrero, que sujetaba con una mano mientras en la otra sostenía una bolsa de viaje con las siglas de una compañía aérea. Con sus gafas de montura gruesa y el bigote que le adornaba el labio superior, pasaría desapercibido en cualquier lugar. Tenía la nariz colorada y las mejillas pálidas por efecto del ventarrón. Llevaba abrigo, pantalones oscuros, y zapatos vulgares. Sólo la crispación de su estómago, el miedo bilioso, lo distinguía de los demás.

La KGB fotografiaba a todos los pasajeros de vuelos internacionales que llegaban al aeropuerto principal de Moscú; y también él seria fotografiado con una cámara dotada de teleobjetivo. Al menos, eso suponía, aunque no pudiese decir en qué momento de su recorrido por la pista, que efectuó con la cabeza agachada para cubrirse la cara y los ojos del polvo que volaba.

El repentino calor de la sala de llegadas lo invitó a bajar el cuello del abrigo, quitarse el sombrero y pasar su mano sobre el cabello castaño. Se lo retiró de la frente, dejando ver la blanca cicatriz de una impoluta raya que revelaba a una persona despreocupada por la moda. En ese momento fue fotografiado otra vez: casi una foto de estudio. Miró a su alrededor y se dirigió a la aduana. La marea humana de algún vuelo internacional lo absorbió y atrajo su atención. Se cruzó con los miembros de varias delegaciones y su vista reparó en los colores de algún traje nacional africano. Había otros además: orientales, europeos. Pasó a ser un elemento más de la vasta asamblea, y la cosmopolita familiaridad de una sala de aeropuerto le revolvió el estómago. Adoptó un aspecto frío, más frío que si se hubiera mareado en el avión.

Sabía que los hombres que se hallaban de pie detrás de los empleados de aduanas eran probablemente del servicio de seguridad: de la KGB. Puso la bolsa de viaje entre las pantallas del detector, y el resto del equipaje se deslizó hacia él por la cinta transportadora. No se movió: había previsto lo que ocurriría después. Uno de los dos individuos que aguardaban, con aparente indiferencia, detrás de los empleados, dio un paso adelante y tomó las dos maletas de la cinta.

Por su parte, él concentró la mirada en el jefe de aduanas, aparentando ignorar a aquél, quien después de abrirle el equipaje, se encontraba revolviendo su contenido. El empleado examinó sus documentos y se los pasó al inspector que estaba al final del largo mostrador. El movimiento de las prendas de ropa se hizo más rápido y cesó cuando la sonrisa que tenía grabada el de la KGB se borró de su cara y fue sustituida por una mirada insistente y chasqueada al fondo de ambas maletas.

- ¿Señor Alexander Thomas Orton? -interrogó el empleado de aduanas-. ¿Qué lo trae a Moscú?

- Como puede ver por mis documentos -replicó, después de toser-, soy agente de exportación de la Excelsior Plastics Company, de la Ciudad Jardín de Welwyn.

- Sí, sí. -El empleado reparó en la frustrada expresión del policía-. Ha… venido varias veces a la Unión Soviética en estos dos últimos años, ¿no es así señor Orton?

- Sí… y nunca me había ocurrido nada parecido. -No demostró estar molesto; sólo sorprendido. Parecía resuelto a actuar como un cortés y experimentado visitante del país y a olvidarse del atentado cometido contra sus pertenencias.

- Le pido disculpas -dijo el empleado.

El hombre de la KGB conversaba en voz baja con el jefe de aduanas. Los demás pasajeros habían cruzado ya la puerta y se perdían entre el gentío de la sala general. Alexander Thomas Orton se sintió aún más solo.

- Tengo todos los documentos en regla, como habrá comprobado. Firmados por el agregado comercial de su Embajada en Londres. -Había cierto nerviosismo en su voz, como si se le estuviera gastando alguna broma que él no comprendiese-. Usted mismo ha dicho que he venido varias veces y nunca he tenido problemas de este tipo. Realmente, ¿había que revolver todas mis cosas…? ¿Qué buscaba?

El hombre de la KGB se le acercó. Alexander Thomas Orton se pasó una mano por el pelo graso y procuró sonreír. Tenía ante sí a un individuo corpulento, de rasgos mongoloides achatados, que desprendía un cierto halo de poder reducido, frustrado. Observó cómo tomaba el pasaporte y los visados de manos del empleado, y los examinaba.

Cuando pareció satisfecho, lo miró fijamente y le espetó:

- ¿A qué viene usted a Moscú, señor… Orton?

- Orton… sí. Asuntos de negocios; soy exportador.

- ¿Qué es lo que espera exportar de su país a la Unión Soviética? -En el tono de voz había una expresión despreciativa, al margen del fruncimiento del labio.

Orton volvió a pasarse la mano por el pelo y se puso aún más nervioso, como si hubiera sido sorprendido en una travesura.

- Artículos de plástico… juguetes, juegos, esas cosas.

- ¿Dónde están sus muestras… las porquerías que vende usted, señor Orton?

- ¿Porquerías? ¡Mírelas ahí!

- ¿Es usted inglés, señor Orton? Su acento… no suena mucho a inglés.

- Soy canadiense de nacimiento.

- Usted no parece canadiense, señor Orton.

- Yo… procuro parecer inglés todo lo posible. Ayuda en las ventas en el extranjero, ¿comprende usted? -Repentinamente recordó el aprendizaje oral y sintió una leve irritación, como la que produce una toalla húmeda.

Entre sus otras tareas, ésa le había parecido ridicula por su pequeñez. Ahora se sentía agradecido.

- No, no comprendo.

- ¿Por qué me ha rebuscado en el equipaje?

El hombre de la KGB se quedó algo confundido.

- Ahí… No necesita saber por qué. Es usted un visitante de la Unión Soviética. ¡Recuérdelo, señor Orton! -Como para manifestar su enfado, tomó la radio de transistores, lo miró al rostro y abrió la tapa posterior.

Orton se metió las manos en los bolsillos y quedó a la espera.

El ruso, evidentemente disgustado, cerró la tapa.

- ¿Para qué se trae esto? -dijo-. ¡En Moscú no puede oír sus ridículos programas!

Se encogió de hombros y vio cómo le ponían delante la radio yel pasaporte. Se quedó mirándolos, esforzándose por controlar el temblor de las manos.

Se agachó, tomó la bolsa y esperó a que el hombre de la KGB cerrara las maletas y se las dejara a sus pies. Las cerraduras de una de ellas se abrieron y se desparramaron por el suelo varias camisetas y calcetines. El de la KGB soltó una carcajada cuando lo vio lanzarse de rodillas detrás de dos pares de calcetines grises que se escapaban rodando. Cuando finalmente logró cerrar la maleta, el pelo le caía sobre la frente, impidiéndole la visión. Deslizó el cierre, se ajustó las gafas y tomó el equipaje. Luego, con toda la dignidad de que fue capaz, empezó a andar, despacio, hacia el gentío, hacia las grandes puertas de cristal que conducían al aire libre y soltó un suspiro de alivio. No necesitaba volverse para saber que el individuo de la KGB estaría consultando con su compañero, evidentemente de grado superior, que había permanecido todo el tiempo apoyado en la pared, tras el mostrador de aduanas, mirándolo con insistencia.

Gant sabía que, probablemente, pertenecerían a la 2.a Dirección; en concreto, a la 1.a sección del departamento 7.°, que se ocupaba de la seguridad en relación con los turistas norteamericanos, británicos y canadienses. Notó que se relajaba la crispación del estómago por primera vez desde su llegada al aeropuerto; con razón, pues él era las tres cosas a la vez y por tanto, blanco ideal para sus preocupaciones.

Llamó a un taxi desde la parada ubicada frente a la puerta principal; tenía las maletas en el suelo y se sujetaba el sombrero con una mano para evitar que saliera volando con el fuerte viento, apenas frenado por la mole de la terminal.

Paró un taxi negro.

- Al Hotel Moskva, por favor -indicó, con el tono más inocuo y agradable que pudo.

El conductor le abrió la puerta, cargó las maletas, se sentó y permaneció esperando con el motor en marcha. Gant sabía que aguardaba a que se le uniera el coche de la KGB. Había visto la señal del agente intimidando al propio taxista, un hombre corpulento. Se quitó el sombrero y lo dejó a un lado; por el retrovisor vio el sedán largo, bruñido y con relucientes cromados. Partieron hacia el sudeste, por la autopista que lleva al centro de Moscú, la amplia y conocida Avenida de Leningrado. Se retrepó, evitando mirar por la ventanilla posterior. El sedán negro estaría detrás.

Así que Alexander Thomas Orton, pensó, mientras se desvanecía la tensión en su interior, que había pasado la primera prueba. No sudaba; la calefacción del taxi era mala y la temperatura en el interior del vehículo, más bien baja. Pero tenía que admitir que se había puesto nervioso. Claro que era una prueba necesaria… Había interpretado un papel familiar para su auditorio; tan familiar que no habría pasado desapercibida una sola nota falsa. Había tenido que disimularse a sí mismo, no sólo detrás del pelo graso, de las gafas y de la débil mandíbula de Orton, sino en sus propios movimientos, en su tono de voz, aunque dejando traslucir al mismo tiempo un cierto aroma de sospecha, tan leve como el que produce una loción de marca para después del afeitado. Por último, lo más difícil: esa impresión ficticia, de acento y de modales ingleses adquiridos, desajustados.

Al tiempo que reflexionaba sobre su éxito y que agradecía la sólida falta de imaginación y de perspicacia de su interrogador, reconocía la brillantez de la mente de Aubrey. Al menudo y rollizo inglés se debía la creación del personaje de Orton para que sirviera de cobertura a Gant, exclusivamente dirigida a introducirle en Rusia por un largo período. Durante casi dos años, un hombre de aspecto muy semejante al suyo había pasado varias veces por la aduana de Cheremetievo: un exportador a la caza de pedidos, con un surtido de juguetes de plástico. Según parecía, se vendían bien en los almacenes GUM, en la Plaza Roja, lo que no dejaba de divertir a Aubrey.

Pero, naturalmente, había algo más. Alexander Orton estaba implicado en el tráfico de estupefacientes. Poco más de un año antes se había actuado de forma que la KGB empezara a albergar sospechas sobre su posible intervención en una operación de contrabando de drogas. Como era lógico, había sido sometido desde entonces a una vigilancia cuidadosa, estrecha, aunque nunca a un acoso tan intenso como ahora. Gant se preguntaba si Aubrey no le habría apretado los tornillos a él. El agente de la KGB esperaba encontrar algo en el equipaje, no cabía duda. Y al romperse las sospechas, primero levantadas y luego frustradas, era seguido hasta el hotel.

El taxi dejó a la derecha el embalse de Jimky, con el gris reflejo de la superficie del agua bajo un cielo nuboso y amenazador. Pronto llegaron al centro urbano, después de ver el estadio del Dinamo por la ventanilla de la izquierda.

Sabía perfectamente que no le había impresionado a Aubrey. No era eso lo que él pretendía. En lo que se refería a su papel, nunca había tratado de impresionar. Estaba al principio de la jornada y, si sentía alguna emoción, era sólo impaciencia. Desde su encuentro con Buckholz en aquella pizzería de Los Ángeles, durante el descanso para el almuerzo -era la época en que trabajaba como mecánico de hangar-, sólo una cosa le interesaba. Aquel día había dejado el grupo Apache, la domesticada escuadrilla de Migs al servicio de la Fuerza Aérea de los Estados Unidos, con una idea fija en la mente: volar en el más grande avión de la historia. Si tenía alma que lo sobreviviera, lo cual dudaba, perseveraría en esa idea. Buckholz le había dicho que volaría en el Mig-21, y luego en el «Foxbat»; y él lo había dejado, tratando de escapar. Luego, cuando fue localizado, reapareció la idea… Sólo que ahora era el «Firefox»…

Su interpretación del papel de Orton le había gustado a Aubrey. Era preciso que así fuera. Mas para él, que tenía la intención puesta en una única mira, era sólo un preludio. Simplemente, lo acercaba al «Firefox».

Había conservado una confianza en sí mismo lindante con lo enfermizo… Una confianza que nunca lo había abandonado: ni durante los momentos de desvarío, ni con las drogas, ni cuando luchaba por la recuperación. Siempre había pensado en sí mismo como aviador y únicamente como tal; como el mejor aviador, para ser precisos. Ese condenado Buckholz se había dado cuenta de todo y lo había utilizado en su contra, porque eso era lo único que podía hacer efecto, lo único… No había escapatoria. El trabajo suyo en Los Ángeles era una farsa, un engaño tan real como ponerse un disfraz. Antes de eso, el hospital y su uniforme blanco… También disfraces. Había tratado de huir de la verdad, la verdad abrumadora, la que más podía atemorizarlo: que podía fallar.

Ese había sido el auténtico desvarío. El precario mundo de Gant, su persona toda, estaba atenazado por los nervios, por las muchas misiones, por los peligros y tensiones sufridos.

Se pasó la mano por la frente y se quedó mirando las húmedas yemas de los dedos. Tenía una expresión de desagrado, casi de disgusto, en el rostro. Ahora sí estaba sudando. Y no como reacción a los estúpidos juegos del aeropuerto con la KGB. No: era el recuerdo de sus intentos de huida.

Gant procedía de una familia de nulidades. Ya en la adolescencia despreciaba a sus padres y a su hermano, vendedor de seguros y un auténtico fracaso viviente. Despreciaba asimismo, aunque no podía dejar de quererla, a su hermana mayor, una desaliñada mujer con cuatro críos y un borracho por marido. La familia era de un sucio pueblo del vasto y anodino Medio Oeste: Clarkville, 2.763 habitantes según rezaban los carteles indicadores… al lado de la leyenda: «Un gran pueblo». Gant acabó por odiarlo. Durante los años que pasó en él, o confinado en el ondulante y monótono cinturón del maíz que asfixiaba al pueblo, no fue nadie, no se había sentido nadie. Salió del lugar siendo joven y no volvió nunca; ni siquiera para el entierro de su madre, o para consolar a su anciano padre. Su hermana le escribió una vez, recriminándoselo y defendiéndole a un tiempo. La carta le llegó estando él en Saigón. No la contestó. La realidad era que Gant nunca había escapado de Clarkville. Llevaba el pueblo consigo, y lo llevaría donde estuviera. Estaba hecho a su medida.

Se secó el sudor de la frente en la pernera de los oscuros pantalones. Cerró los ojos y trató de no pensar en el pasado. Había sido el desvarío, pensó; aquel maldito desvarío que significó el comienzo de todo. Y luego, su irritado orgullo por el modo como Aubrey, condescendiente y pagado de sí mismo, lo había mirado con disimulado desdén. Cerró las manos con fuerza sobre el asiento tapizado de plástico. Como un niño, lo único que quería era demostrarles quién era, como había querido demostrárselo a los de Clarkville, aquel pueblo muerto habitado por muertos. Sólo había un modo de demostrárselo a Aubrey: volver con su avión. Con el «Firefox».

Kontarsky estaba hablando por teléfono, por la extensión que lo comunicaba directamente con su superior dentro de la Sección de 4 Seguridad Industrial de la 2.a Dirección, de la que el Departamento «M» constituía una pieza pequeña pero vital. Dimitri Priabin lo seguía atentamente, como un apuntador sigue al actor con el manuscrito abierto sobre las rodillas. Kontarsky parecía hallarse más sereno que en la conversación del día anterior, como si la acción de las últimas veinticuatro horas lo hubiera aplacado.

En ese lapso había recibido un informe de la unidad de la KGB destacada en Bilyarsk y se había intensificado la vigilancia sobre la célula secreta. En los dos últimos días no se había detectado ninguna llegada extraña al lugar y sólo Dherkov, el correo, había salido de él. A su regreso de Moscú se le había registrado cuidadosamente la camioneta, siguiendo las órdenes de Kontarsky de actuar así con todos los vehículos que llegaran a la ciudad y de inspeccionar a todas las personas que cruzaran la valla de seguridad de la fábrica. Patrullas con perros recorrían la valla exterior y se había triplicado la dotación de centinelas armados en los hangares.

Con todas estas medidas, Kontarsky y Priabin empezaban a sentirse más tranquilos. El primero saldría esa noche para Bilyarsk en un helicóptero de la KGB y tomaría el mando efectivo de las fuerzas de seguridad. Dentro de unas horas, en efecto, ordenaría la incomunicación absoluta del lugar. Kontarsky había decidido no viajar con el Primer Secretario y su séquito, pero, únicamente, para impresionarlo con su presencia en el lugar veinticuatro horas antes del vuelo de prueba. Detendrían a los componentes de la célula unas horas antes del vuelo y, cuando llegase el Primer Secretario, estarían en pleno interrogatorio. Eso, sin duda, lo impresionaría a él y a Andropov, que iría con el séquito. Pensaba sacar de los interrogatorios todo el jugo posible. Baranovich, Kreshin, Semelovsky, Dherkov y la mujer de éste último serían privados de su falsa sensación de seguridad en una espectacular o impresionante exhibición de eficacia de la incansable KGB.

Colgó el auricular. Dirigió una ancha sonrisa a su ayudante y al tercer ocupante del despacho: Viktor Lanyev, jefe adjunto de seguridad de la KGB en Bilyarsk. Lanyev había volado a Moscú para informar e indirectamente había reforzado el sentimiento de seguridad que para entonces ya tenía Kontarsky después de recibir el parte escrito de Tsernik, jefe de seguridad de Bilyarsk. La escucha del meticuloso relato hecho por Lanyev de los movimientos y entrevistas de los tres hombres bajo observación lo había embargado de optimismo y le hacía prever una triunfal conclusión de la jornada.

Los dispositivos de seguridad en Bilyarsk eran un ejemplo de clásica y absoluta ortodoxia, carente de toda imaginación. A la cabeza, conocidos de todos y con carácter de residentes, estaban los funcionarios de la KGB y su brigada escogida de la 2.a Dirección; con carácter auxiliar, personal de la GRU, Información Militar Soviética, que atendía los servicios de centinela y patrulla en el aeródromo y en la ciudad; y en tercer lugar, los miembros «no oficiales» de la KGB, los informadores y espías más cercanos a los técnicos de investigación y desarrollo. Los tres grupos centraban su atención en cuatro hombres y una mujer. Lo vigilaban todo, veían todo y sabían todo.

Kontarsky, saboreando de antemano las felicitaciones de su superior, sonrió y, pellizcando el respaldo de cuero de su sillón, afirmó:

- Nos aseguraremos por partida doble. No vamos a correr ningún riesgo ahora, en este último momento. Creo que debemos pedir un destacamento especial a la 5.a Dirección, una de sus unidades auxiliares de seguridad. ¿No creen?

Lanyev pareció afectarse.

- No es necesario, camarada coronel.

- Yo digo que lo es… Absolutamente necesario. -La mirada de Kontarsky era colérica, dominante-. Quiero tener la certeza absoluta de que nada irá, ni podrá ir, mal en Bilyarsk. ¿Puede garantizarme usted, de un modo definitivo e inequívoco, que no puede ir nada mal?

Sonreía a Lanyev. Éste, un hombre de mediana edad que había llegado en las filas de la KGB al puesto más alto que su capacidad le permitía, bajó la mirada y negó con la cabeza.

- No, camarada coronel, no me gustaría tener que hacer eso.

- Naturalmente. Y no le pedimos que lo haga, Víctor Alexeievich. -Dirigió una animada sonrisa a sus dos subordinados.

Priabin conocía las variaciones del estado de ánimo de su jefe. A veces le daba la impresión de ver en él los síntomas del maníaco-depresivo en pequeño. Ahora, las dudas del día anterior parecían enterradas muy hondas. Ni el mismo Kontarsky se habría reconocido en el individuo atemorizado de la víspera.

- ¿Cuántos hombres, coronel? -preguntó.

- Quizá unos cien. Discretamente, por supuesto… pero unos cien. Podemos correr el riesgo de ahuyentarlos, pero más vale eso que sorprenderlos en lo que hayan planeado.

- El camarada Tsernik no cree que haya nada planeado, camarada coronel -terció Lanyev.

- Mm. Es posible que no. Pero hemos de actuar como si pretendieran sabotear el vuelo de prueba… Un fallo en uno de los misiles, o en el cañón, o una explosión en el aire: no tengo que recordarles nada de esto a ninguno de ustedes. La producción del Mig-31 podría retrasarse, incluso correr peligro. O eso o nosotros, todos nosotros, caeríamos en desgracia, ¿no?

Kontarsky mantenía la sonrisa. Durante unos instantes mantuvo fruncido el entrecejo por la preocupación, pero enseguida ahuyentó sus dudas. Ahora podía hacer frente a su miedo, porque no veía la posibilidad de fallo. Una simple multiplicación le daba plena confianza: casi doscientos hombres en Bilyarsk, sin contar a los informadores…

- Tendré que comprobar con el Servicio de Seguridad Política que todos los informadores que nos han sido… prestados… son de plena confianza -prosiguió en tono animado-. A lo mejor no los necesitamos, pero ahora están dentro de la fábrica y, por lo tanto, cerca de los disidentes. Irán armados y estarán a sus órdenes, Vitor Alexeievich. -Lanyev asintió-. Y llevarán intercomunicadores. Bien, y ahora, ¿dónde estarán los tres traidores en las horas anteriores al vuelo, cuando se esté armando el avión? Lanyev consultó sus notas.

- Los tres estarán dentro del hangar, camarada coronel, por desgracia.

- Sí, claro. Tres veces más peligrosos de lo que serían en otras circunstancias. Déme detalles.

- Baranovich ha trabajado en el sistema de armamento, camarada coronel, como ya sabe usted.

- ¿Estará trabajando en el avión mañana por la noche, hasta el despegue?

- Sí, camarada coronel.

- ¿No puede ser sustituido?

- No, no es posible.

- Bueno. ¿Y los otros?

- Kreshin y Semelovsky son poco más que mecánicos de primera, camarada coronel. Estarán ocupados en el aprovisionamiento de combustible y en la carga de los misiles y de las demás armas. Y también en la Unidad Defensiva de Cola. Pero conocen todos los sistemas, y no es fácil sustituirles.

- ¿Pueden ser vigilados?

- Si, muy de cerca. Nuestros informadores estarán pegados a ellos toda la noche.

- ¡Con tal que sepan reconocer un intento de sabotaje cuando lo vean!

- Lo sabrán reconocer, camarada coronel.

- Bien. Sobre este punto, le tomo a usted la palabra. Dherkov, naturalmente, estará en casa, durmiendo con la gorda de su mujer. -Sonrió. Su estado de ánimo se veía sostenido por lo que oía, por la acción que se avecinaba, por la firmeza de sus modales, por su tono de voz…-. Sí. Vamos a recapitular, señores. Nuestros colegas de la GRU establecerán un cerco impenetrable alrededor de Bilyarsk; la Unidad Auxiliar de Seguridad que vamos a pedir llegará mañana y reforzará a los centinelas de la valla exterior, de los hangares, de la fábrica, incluso a los de las afueras de la ciudad. Los tres disidentes estarán estrechamente vigilados, sobre todo Baranovich. ¿Me dejo algo, Dimitri?

- No. Lo tengo todo aquí, en mis notas -repuso Priabin.

Kontarsky se desperezó detrás de la mesa, con las manos sobre la cabeza. La sonrisa que tanto irritaba a Priabin estaba estereotipada en sus menudos y cetrinos rasgos. Por el cuello abierto del uniforme asomaban la prominente nuez, la escuálida garganta, que recordaba la de un ave, la piel tersa pero fofa, como la de un pavo… Priabin alejó la irritación de su mente.

- Como precaución adicional, creo que debemos atrapar en Moscú el último eslabón de la cadena. No, esta noche no. Si desaparecen con casi cuarenta y ocho horas de antelación, Lansing podría descubrirlo y avisar a nuestros amigos de Bilyarsk. ¡No! Lo haremos mañana y tendremos veinticuatro horas para descubrir lo que saben. ¿Se ocupará de eso, Dimitri?

- Sí, coronel. Tendré vigilado desde esta noche el almacén que usan como tapadera, y actuaré cuando lo ordene usted.

- Bien. Me gustaría verlo antes… antes de mi vuelo de mañana a Bilyarsk. Sí. Pida a la 7.a Dirección, Dimitri, que se ocupe de la vigilancia del almacén. Nosotros no podemos malgastar a nuestros hombres, y la vigilancia es cosa suya. Podrá reemplazarles nuestro equipo cuando yo dé la orden.

- Muy bien, coronel.

- ¿Muy bien? ¡Sí, Dimitri, empiezo a creer que puede estar muy bien! -Kontarsky soltó una carcajada.

Priabin observó cómo le subía y bajaba la nuez por la garganta de pavo; los excesos de confianza en sí mismo de su jefe le producían más irritación que el temor a sus periodos neuróticos.

Ir a la siguiente página

Report Page