Fidelity

Fidelity


CAPÍTULO ONCE

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CAPÍTULO ONCE

Cuando tengo que elegir entre dos males,

siempre elijo el que todavía no he probado.

MAE WEST

Marcos

Una vez superado el pequeño shock que me causó la coincidencia de que empezara el programa con el epitafio de la tumba de mi abuelo, me dejé arrastrar por las palabras de Lu. Recordaba que su voz, a través de las ondas, era cálida, sensual, como el murmullo de las olas del mar, aunque en esta ocasión noté que parecía cansada.

Hablaba como si le estuviera susurrando al oído a un oyente en particular. Había intimidad en todo lo que decía, en su manera de enlazar las palabras. Casi me avergonzaba escuchar algo tan íntimo.

Sentí un escalofrío cuando volvió a citar una frase de El principito:

—«Lo esencial es invisible a los ojos…».

Hizo una pausa corta antes de seguir hablando.

—«Aunque tu mirada te delata. No lo puedes ocultar. Porque en realidad es un misterio el país de las lágrimas.»

Supuse que no era cansancio lo que me revelaba su voz, sino que tal vez se tratara de tristeza. Ahora hablaba de lágrimas. Solo deseaba que no se refiriera a nuestra no cita del día anterior. ¿Tanto la había afectado la escena que provocó Susana fuera de sí en la performance?

Siguió susurrando, aunque esta vez parecía que ahogaba sus palabras en un suspiro largo.

—«Decía un poeta americano:

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Cerré los ojos y dejé que terminara el poema. Decididamente Lu era muy hábil sacando ciertos temas que me gustaban. Mi último descubrimiento era la poesía de Walt Whitman, una de las recomendaciones que me hizo mi abuelo antes de morir.

—«Y hasta aquí ha llegado este vuelo en “Polvo de estrellas en la casita de Lu”. Espero que hayáis disfrutado de este viaje tanto como yo. Mañana seguiremos el camino de baldosas amarillas hasta llegar al palacio de Oz. Porque más allá del arcoíris está ese sueño que alguna vez hemos soñado.»

No sé por qué extraña razón Lu no terminó de recitar el poema de Walt Whitman. Ahora que el programa había acabado tenía el presentimiento de que sabía que yo la escucharía. No sé si me había puesto un reto para que lo terminara yo. Igual eran paranoias mías, pero no perdía nada con intentarlo. En cualquier caso yo lo aceptaba. ¡Me encantaban los desafíos!

Abrí mi cuenta de gmail desde el portátil y le escribí enseguida.

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Le di a enviar y cerré el portátil reprimiendo un suspiro.

Como no tenía muy claro que me fuera a contestar, al menos no inmediatamente, decidí ir a por un trozo de tarta de mi abuela. Eso siempre me levantaba el ánimo. Tampoco iba a pasarme la tarde pendiente del correo. La pelota estaba en su tejado. Ahora era cuestión de confiar en que ella asociara que yo llevaba un tiempo escuchando el programa, que lo de ayer en casa de Susana no había sido fruto de la casualidad y que quien firmaba los e-mails como M. era yo. Ahora solo deseaba que contestara algo que estuviera a la altura de lo que yo esperaba o si por el contrario me respondía con alguna chorrada. También podía enviarme a la mierda con toda tranquilidad, aunque si se decantaba por esta opción quizá me había equivocado con Lu y no era lo que en un principio había pensado de ella.

Bajé a la cocina. Mis padres, mi abuela y Elena estaban de sobremesa. Aún quedaba un trozo grande de tarta de manzana. Me preparé un café con leche y me senté a la mesa junto a mi hermana, que estaba enviando un mensaje desde su móvil. Le brillaban tanto los ojos que supuse que estaba whatsappeando con Miguel.

—Miguel quiere quedar conmigo esta tarde —murmuró Elena.

—¡Qué divertido! —Le guiñé un ojo—. ¡Tú sí que sabes!

—Por lo menos yo tengo plan. —Entrecerró los ojos—. Y sí, a mí me parece divertido.

—Sí, tanto como una clase de matemáticas.

—Puedes pensar lo que quieras, pero Miguel es un buen tío.

Reprimí un bufido y le pegué un buen mordisco a la tarta para tener la boca ocupada. Temí que si Elena me seguía hablando del capullo de Miguel iba cogerle el móvil y tirárselo a la basura. Igual si me dejaba llevar por mis impulsos algún día me agradecería que la hubiera prevenido contra él.

Mi hermana me sacó la lengua antes de levantarse de la silla. Después alzó el dedo corazón de manera que solo lo viera yo.

—Eres un capullo —me dijo silabeando—. Pasa de mí.

—No puedo. Eres un grano en el culo que lleva molestándome desde hace diecisiete años.

Elena cerró los puños y se dio la vuelta con brusquedad. Contestó algo en su móvil antes de hablar de nuevo.

—Esta noche no vendré a cenar a casa —soltó mientras salía de la cocina. Iba dando pequeños saltos.

—¿Con quién has quedado? —le preguntó mi abuela con voz inocente.

—Con un chico que es fotógrafo. Me va a enseñar algunas técnicas. Lo conocimos anoche en la exposición y es encantador.

—Ya me conozco a esa clase de chicos. Seguro que quiere que seas tú la que le enseñe algo. —Recalcó esta última palabra—. Aunque con lo que llevas puesto dejas muy poco a la imaginación. En mi época éramos más recatadas, y por lo menos a mí no me faltaban pretendientes.

—¡Ay, abuela, por favor, no seas tan carca! —exclamó mi hermana alternando la mirada de nuestra abuela a nuestra madre para que le echara una mano—. Deja ya de meterte conmigo.

—Si yo te lo digo por tu bien… —Mi abuela puso ojitos de cordero degollado.

—Vale, Elena; ¿a qué hora has quedado? —preguntó mi madre cortando a mi abuela con una sonrisa cortés.

En ese mismo instante mi móvil vibró. Me había entrado un correo. Sonreí aun sin saber quién me lo había enviado. Crucé los dedos. Tenía que ser la respuesta de Lu. Experimenté una sensación de orgullo cuando advertí que tenía un correo de Radio Faro. Ahora esperaba que la respuesta no me defraudara.

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