Fidelity

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CAPÍTULO DIECISÉIS

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CAPÍTULO DIECISÉIS

Cuando quedas atrapado en la destrucción,

debes abrir una puerta a la creación.

ANAÏS NIN

Lu

«No, Lu, los actores no pensamos en escena, los actores actuamos. Un actor que piensa es un actor al que se le ven todos los hilos…» Esta era una frase que no dejaba de repetirse en mis sueños. Cuando oía la voz de Marcos volvía a despertarme con una extraña opresión en el pecho. Y luego el cansancio me vencía y me dormía otra vez. Sin embargo, por más que deseara no volver a soñar con las palabras de Marcos, estas insistían en colarse en mis sueños.

Sobre las nueve de la mañana me desperté con un sabor amargo en la boca. Salté de la cama para ir directa al cuarto de baño y vomité lo poco que me quedaba en el estómago. Permanecí sentada en el suelo. Nefer acudió en mi ayuda. Se tumbó a mi lado y no dejó de ronronear.

—Debes de pensar que soy imbécil, que estoy mal de la cabeza, pero no puedo dejar de pensar en él. ¿Por qué me engañó? —Solté un gemido ahogado—. Estoy hecha un lío. No sé qué creer. Me había tragado sus mentiras. Se sabía todos mis gustos.

Nefer maulló para después colocarse en mi regazo.

—Eres la mejor gata del mundo. —Le di un beso.

Una vez que sentí que estaba algo mejor me levanté. Me miré en el espejo. Mi aspecto era lamentable y apenas me reconocía. ¿Quién era esa chica que vivía al otro lado del cristal? ¿Era realmente yo u otra persona? Ya no sabía nada. Mis dudas me reconcomían. Tenía los ojos enrojecidos y estaba excesivamente pálida. Aun así, saqué fuerzas para no caer más hondo, por recomponer una sonrisa, porque en un rato vendrían André y Gemma para preparar la comida y no quería que nadie me viera de esta guisa. Julia y Eva también iban a venir, y no me apetecía tener que contarles a todos mi pobre vida sentimental. Iba de mal en peor.

No sé si fue mi cabeza la que me jugó una mala pasada, pero de repente el reflejo me devolvió la imagen de Marcos. Me volví con el corazón desbocado. Sus malditas palabras volvían a resonar en mi cabeza: «No, Lu, los actores no pensamos en escena, los actores actuamos. Un actor que piensa es un actor al que se le ven todos los hilos…». Desde luego era un gran actor. ¿Había hecho el mejor papel de su vida conmigo? ¿Cómo no me había dado cuenta antes? ¡Y yo que creía que había llegado a mi vida para iluminar mis noches, que era el farero que había encontrado mi estrella! ¡Qué equivocada estaba! Porque aunque sus palabras fueran parte de una gran mentira, en sus ojos había visto otra cosa. Su mirada no me mentía.

Solté un suspiro. Tenía que apartar a Marcos de mi mente en cero coma cero segundos. Con gran esfuerzo me metí en la ducha. Dejé que el agua resbalara sobre mi piel desnuda y deseé con todas mis fuerzas que se llevara todos los besos de Marcos, y todas sus caricias. ¿Quién mentía? Me pasé la pastilla de Lush, Karma jabón, para hacer desaparecer todo lo que tuviera que ver con él. El olor penetrante hacía que me sintiera más yo. Me gustaba el aroma intenso del pachulí mezclado con la naranja. Mas los recuerdos seguían ahí; cerraba los ojos y veía a Marcos con su sonrisa radiante. Me resultaba imposible echarlo de mis pensamientos.

Fui a la cocina para atender a Nefer, porque si hubiera sido por mí me habría metido de nuevo en la cama. Esa mañana mi gata se merecía una lata especial. Al menos una de las dos tendría un motivo para sonreír.

Me preparé una cafetera bien cargada. Mucho me temía que iba a necesitar grandes dosis de cafeína para sobrellevar una comida familiar. En cuanto el café hubo salido, cogí la taza más grande que encontré y la llené hasta el borde.

El café, como la vida, me resultaba amargo por más azúcar que le pusiera. Me lo bebí a pequeños sorbos mirando el mar a través de la ventana. Esa mañana estaba en calma, pero a lo lejos se advertía un cúmulo de nubes negras que amenazaban con descargar una gran tormenta sobre Valencia.

La puerta de la calle me sacó de mis pensamientos. La voz de Gemma me llegó desde el comedor:

—¿Lu? Hemos traído media docena de donuts recién hechos.

La novia de André fue la primera en entrar en la cocina. Enseguida advirtió que no me encontraba bien, y que no tenía que ver con mi salud.

—Santo cielo, pero ¿qué te pasa, niña?

Los ojos se me inundaron de lágrimas y su presencia se me hizo borrosa.

—¿Te apetece hablar? —me preguntó sentándose a mi lado.

Quise contestarle, pero las palabras se me habían quedado atascadas. Abrí y cerré la boca; era inútil hablar cuando había tanto dolor.

Gemma se levantó antes de que mi padre llegara y guardó una fuente que había dejado sobre la encimera en la nevera.

—André, ¿sabes qué se nos ha olvidado? Me he dejado el flan de coco en mi casa. ¿Podrías acercarte un momento?

—Juraría que lo habías cogido tú.

—No, me lo he dejado encima de la mesa de la cocina. Y ya que sales, podrías comprar el periódico. Es posible que hoy empiece algún coleccionable.

—Entiendo —soltó André cerrando la puerta de la calle—. Envíame un mensaje cuando acabéis.

Cerré los ojos y entonces me derrumbé. Agradecí que entre ella mi padre hubiera ya esa intimidad como para saber cuándo estaba de más en una conversación.

Gemma se quedó callada a mi lado esperando a que me desahogara.

—Gracias —alcancé a decir.

—De algo me tiene que servir mi título de psicóloga. Soy buena escuchando.

Tragué saliva y busqué las palabras. Ella me escuchó y me fue pasando servilletas de papel cuando las lágrimas no me dejaban avanzar. Nefer permanecía sentada sobre mis rodillas y de vez en cuando soltaba un maullido lastimero. Después de contarle todo lo que había sucedido, Gemma me comentó:

—Si hay algo que me ha enseñado la vida es a no quedarme solo con una versión. Podrías llamar a Sandra para que te cuente qué pasó cuando cortaron. Aún no sabes qué ocurrió ese día. Me has dicho que tienes su teléfono. ¿Por qué no la llamas?

—No sé…

Quizá estaba esperando a que me dijera que Marcos era todo lo que Sandra me había hecho creer, un maltratador y un tipo despreciable. Sin embargo, no emitió ningún juicio de valor sobre nada en particular.

—¿A qué tienes miedo? —Se levantó para acercarme el teléfono inalámbrico—. Habla con ambos y sal de dudas. Venga, hazlo. Ya verás como luego te sientes mejor.

Sacó de un armario otra taza para hacerse un té. A ella, al igual que le pasaba a mamá, no le gustaba el café.

—Puede que tengas razón.

—Y un poco de azúcar tal vez te venga bien. Es casi la mejor terapia que existe cuando no tienes sexo.

No pude evitar reírme. Aunque no quisiera reconocerlo, tenía ganas de sexo, de sentirme querida y deseada. Mi anterior novio era un desastre en la cama, y desde mi última vez habían pasado más de cuatro meses.

—No has desayunado, ¿verdad?

Negué con la cabeza.

—Me he acordado de que te gustan los donuts de chocolate negro. Cómete uno con tranquilad y después la llamas. Con el estómago lleno se ven las cosas de otra manera.

Volví a agradecerle que me hubiera escuchado.

Me llené un vaso de zumo de zanahoria y manzana y después cogí el donut para llevármelo a mi habitación. Necesitaba un poco de intimidad para hacer la llamada. Estuve alargando ese momento durante por lo menos media hora. Cada vez que marcaba los primeros números, colgaba y me mordía las uñas.

Cuando estuve segura, la telefoneé. Sandra tardó un rato en contestar.

—¿Hola? ¿Quién eres? —me preguntó con la voz apagada.

—¿Eres Sandra?

—¡Ah, Lu, eres tú! —Parecía aliviada de que fuera yo quien la llamara—. Es que no conocía este número y no estaba muy segura de si sería Marcos.

—Me dijiste anoche que te podía llamar.

—Claro que sí. Has hecho muy bien, de verdad. Es mejor superar esto juntas. Y sé de lo que te hablo, porque se ha burlado de nosotras. ¿Te lo puedes creer? Pero yo me alegro de que anoche viniera la policía. ¡Que lo jodan si se lo llevaron a los juzgados! —Hablaba tan deprisa que me costaba entenderla—. Marcos es un especialista en fastidiarlo todo. ¿No crees?

Me quedé callada unos segundos antes de responderle. No sabía cómo plantearle la pregunta sin que se sintiera mal.

—Sandra, me gustaría saber qué pasó exactamente.

Ella se tomó unos momentos para contestar. Oí cómo cogía aire y después soltó un gemido ahogado.

—Marcos era el novio ideal, de verdad. Mi familia estaba encantada con él. No sé cómo, pero le gustaba todo lo que a mí me gustaba. Si quería leer una novela, él me compraba el libro; si pensaba ir a ver una película, él venía con dos entradas de cine. —Sollozó—. Era perfecto. —Se le quebró la voz—. Y un día, así de repente, todo cambió. No sé por qué, pero empezó a controlar todo lo que yo hacía. Se volvió posesivo y no soportaba que yo saliera con mis amigas. ¿Me creerías si te dijera que al principio no me importaba que estuviera tan pendiente de mí? Yo vivía en una nube y me gustaba que él se adelantara a mis deseos. Era tan feliz que no me daba cuenta de lo que me estaba haciendo. Y cuando caí en sus redes, empezó a engañarme con otras chicas.

—¿Te engañó con otras chicas? ¿Cómo lo descubriste?

—Porque siempre que quedaba conmigo apestaba a colonia de otras chicas. Y yo podía aguantar muchos desplantes de él, incluso que me ninguneara cuando estaba con sus amigos, pero no que me pusiera los cuernos. Eso nunca. ¿Puedes creerte que el día que terminé con él se presentó con una zorra rubia?

—¿Cómo que se presentó con una chica?

—Sí, habíamos quedado en una chocolatería que había en la plaza de la Reina porque él insistió, pero yo sabía en qué autobús vendría y lo esperé en la parada. Una amiga me había dicho que me estaba engañando con otra y yo quise comprobarlo con mis propios ojos. —Gimió y empezó a hablar más deprisa—. Y sí, él venía en el autobús con su última conquista. ¿Sabes qué excusa me dio en aquella ocasión? Que no sabía quién era esa chica, que la chica se había comido todas sus galletas. ¿Quién se puede creer una mierda de historia como esa? Parece uno de esos cuentos estúpidos de casualidades que cuenta Jorge Bucay.

—Pero ¿cómo sabes que estaban saliendo juntos?

—Porque lo sé. Esas cosas se saben. —Se quedó callada—. Además, Marcos se acercó a ella y…

El corazón me dio un vuelco.

—¿Y qué, Sandra? ¿Qué pasó? ¿Viste algo?

—Sí. Lo vi. Vi cómo la besaba.

De repente sentí cómo el corazón se me desbocaba. Tenía ganas de llorar, pero de alegría. Descubrí que ella me estaba mintiendo. Esa chica de la que hablaba era yo, porque por extraño que parezca, hay ciertas casualidades que ocurren, y no solo en los libros. Aquel día yo me comí las galletas de Marcos y él no la estaba engañando. Pero ¿había orquestado Sandra todo este rollo del acoso para joder realmente a Marcos? ¡Pero qué mente tan retorcida se podía esconder detrás de una cara con ángel!

—Y ya no pude aguantar más, Lu, de verdad. Tenía que terminar con Marcos. Me hacía sufrir con sus celos, pero sobre todo no podía aguantar que me engañara con otras. Así que con todo el dolor de mi corazón, decidí cortar. Y a partir de entonces él se ha dedicado a joderme la vida. Ya viste el encuentro de anoche. Tuve que marcharme de Valencia.

—¿Y adónde fuiste?

—Me marché a Madrid a estudiar teatro en una academia privada. Tuve que dejarlo todo para poder superar que Marcos era un maltratador.

—Pero no entiendo por qué te fuiste tú si era él quien te acosaba. La justicia te amparaba.

Se quedó callada unos segundos. Es posible que estuviera pensando la respuesta.

—Sí, pero tenía que poner distancia de por medio. Todo me recordaba a él.

Ahora sabía parte de todo lo que pasó. Volví a acordarme de las palabras de Marcos: «Los actores no pensamos en escena, los actores actuamos. Un actor que piensa es un actor al que se le ven todos los hilos…». Era Sandra quien estaba haciendo el papel de su vida y no Marcos, como había creído en un principio. Yo diría que era de Oscar si no fuera porque lo que estaba en juego era la dignidad de Marcos. Ya le había visto todos sus hilos.

—Lo siento, Sandra. Tuvo que ser duro para ti dejar la escuela de teatro por un tipo como él.

—Créeme si te digo que no te pierdes nada. Es un capullo que no supo apreciar lo que tenía. Yo soy lo mejor que podrá encontrar —recalcó el «yo» con tanto énfasis que me produjo un estremecimiento.

—Seguro… —No dejó que terminara de hablar.

—Pero de esto hemos aprendido que no podemos fiarnos de los tíos. Son todos unos cabrones. —El tono de su voz se hizo más enérgico—. Y lo va a pagar.

Me daba hasta miedo escucharla.

—Sandra, perdona que te corte. Has sido de gran ayuda. Hablar contigo me ha aclarado muchas cosas. Me sabe mal, pero debo dejarte porque hoy tengo comida familiar y mi padre me está llamando desde la cocina para que lo ayude a hacer una lasaña.

—¡Ah, vale! —Se rio—. Cuando quieras me llamas y quedamos. Creo que tú y yo podemos ser buenas amigas.

—Sí, por supuesto que podemos ser buenas amigas.

Menos mal que no podía ver la cara de asco que puse cuando le dije que podíamos ser amigas. Ni loca volvería a llamarla, ni tampoco quería saber nada más de ella.

—Llámame y quedamos otro día.

—Sí, te llamaré.

En cuanto colgué le hice una peineta. El corazón me latía a mil por hora y sentía la boca seca.

—¡Estás loca! ¡Estás loca!

Ahora necesitaba saber cómo había llegado Sandra a poner a Marcos una orden de alejamiento. Hasta ese momento no me había dado cuenta de un detalle que se me pasó por alto la noche anterior. Ella me dijo que había quedado con unas amigas para cenar y después envió un whatsapp para anular la cita. No recibió ni una llamada, ni una contestación por parte de sus amigas. Me resultaba increíble que con todo lo que se suponía que le había hecho Marcos ninguna de sus amigas le mostrara su apoyo, ni se interesaran por saber cómo estaba. Tampoco había llamado a sus padres, cosa que me parecía extraña. Tenía tanto lío en la cabeza que se me había pasado por alto.

No podía esperar más para hablar con Marcos. Cogí el móvil, y entonces recordé que no tenía su número. ¡Joder, joder! ¿Por qué me pasaban estas cosas? Aun así, creo que este tipo de cuestiones era mejor tratarlas cara a cara, y un e-mail resultaba demasiado frío.

Me puse una camiseta y una falda de flores con bastante vuelo y salí corriendo de mi habitación. André ya había llegado y Gemma estaba preparando la comida.

—Tengo que irme. ¿Me perdonarías si no vengo a comer?

—Supongo que es muy importante lo que sea que tengas que hacer —dijo André encogiéndose de hombros.

—Sí, es muy importante —comenté.

—¿Has aclarado algo? —me preguntó Gemma.

—Sí, y tengo que ver a Marcos.

—Esa sonrisa me dice que tu percepción ha cambiado —dijo ella.

Le guiñé un ojo. Se quedó mirando a André y le hizo una señal con la cabeza. En vista de que no se daba por enterado, Gemma le dijo:

—André, podrías acercarla a Valencia. Tiene prisa.

—¡Ah, claro! Es verdad. Pensaba que me necesitabas en la cocina.

—De momento lo tengo todo controlado. Te aseguro que puedo abrir la puerta del horno sola.

Guie a André hasta la casa de Marcos. Durante parte del camino repetí como un mantra: «Por favor, que esté en su casa».

—¿Es aquí? —se extrañó mi padre cuando llegamos a la nave industrial donde vivía.

—Sí.

—¿Quieres que espere?

—No —respondí—. Si no está, no me importará regresar en autobús.

—¿De verdad? Puedo esperarte. Ya has oído a Gemma. No necesita mi ayuda en la cocina.

—De verdad, estoy bien.

Esperé a que André se marchara para llamar a la puerta. Deseaba que me abriera él. Sin embargo, su abuela fue más rápida. Me miró de arriba abajo desafiante.

—Hola. Supongo que vienes buscando a Marcos.

—Sí, por favor. Necesito hablar con él.

Ambas nos quedamos calladas. Suspiré cuando la madre de Marcos vino a la puerta en mi rescate.

—Alicia, por favor, déjala que pase. Que Marcos decida qué hacer.

—Pero ella estaba con la otra, anoche.

—Sí, pero ¿no crees que igual necesitan hablar? —dijo la madre.

—Sí, por favor. Me gustaría hablar con Marcos.

La madre y la abuela se hicieron a un lado y me indicaron que tenía que subir la escalera para ir a su habitación. Desde la entrada podía oír cómo tocaba en la guitarra una versión de Fields of gold, de Sting.

Esperé al otro lado hasta que terminó la canción. Sentí un nudo en la garganta y noté cómo se me nublaba la vista antes de golpear con los nudillos la puerta. Él comenzó una nueva canción. Insistí tantas veces sin obtener respuesta que al final grité su nombre. No me iba a dar por vencida.

Marcos

No sé cuántas veces le había dicho esa mañana a mi hermana que me dejara en paz. No quería ver a nadie, no quería hablar de lo que pasó, ni tampoco deseaba la compasión de mi familia. Eso no iba conmigo. ¿Tan difícil era de entender?

Después de una noche en el juzgado de guardia, lo que menos me apetecía era revivir otra vez lo que ocurrió con Sandra. Sin embargo, ahora era diferente a todas las demás ocasiones. Sandra había utilizado a Lu para ponerla en mi contra. Ya no solo por todas las mentiras que contó sobre mí, sino porque además vi que Lu se las estaba tragando como hicieron todos nuestros amigos. No me dio tiempo a explicarle nada, ni a aclararle por qué ella había pedido una orden de alejamiento. Esto era lo que realmente me sacaba de quicio: no poder defenderme. Aún no podía olvidar su cara. Era lo que más me dolía de todo.

Y el caso es que mientras caminaba hacia el restaurante me alegraba de que por primera vez en mucho tiempo las cosas me estuvieran saliendo bien. Sin embargo, no dejaba de tener esa sensación de que todo iba a salirme mal otra vez. Durante parte del camino tuve una lucha interna tratando de autoconvencerme de que solo eran paranoias mías.

Me iba a volver loco si Sandra seguía insistiendo en joderme la vida. No sé cuánto tiempo iba a aguantar antes de cometer una locura. Si la cosa seguía así, al final iba a terminar siendo lo que Sandra falsamente había dicho que era. Esto era peor que si me hubiera clavado un puñal a traición en la espalda. Tenía miedo, mucho miedo, porque sentía que la rabia se estaba apoderado de mí. Había momentos en los que ya ni me reconocía. ¿Qué había hecho Sandra conmigo?

Resoplé. Tenía ganas de pegarle un puñetazo a la vida, por ser injusta y por darle la razón a quien no se lo merecía.

Me levanté y dejé la guitarra apoyada en la pared. Al menos esta vez Elena no se había colado en mi habitación dando saltitos y sonriendo para que se me pasara la ira que me estaba consumiendo por dentro.

—¡Mierda, Elena, te he dicho que no quiero ha…! —Me quedé mirándola sorprendido. Creo que Lu era la última persona que esperaba ver esa mañana, además de a Sandra. Un escalofrío me sacudió por dentro. Noté cómo las piernas me temblaban. No sé qué poder tenía Lu sobre mí, pero cada vez que estaba cerca de ella sentía deseos de besarla. También estaba aterrorizado. No sabía cuál era el siguiente paso en nuestra relación y hacia dónde íbamos—. ¿Lu? ¿Qué haces aquí?

—He venido a hablar contigo.

—¿Estás segura? Estoy un poco cansado de gilipolleces.

—Sí, claro que sí. Y yo también estoy cansada de tonterías. He venido a aclarar las cosas.

Negué con la cabeza. ¿Qué deseaba realmente de mí? Si lo que quería era hurgar más en la herida, se había equivocado conmigo. Con Sandra ya había tenido suficiente.

—No sé si hoy soy una buena compañía.

—Deja que eso lo decida yo.

Esbozó una sonrisa tímida. Al menos, de los dos, ella se atrevía a sonreír.

—¿Me vas a dejar pasar o seguimos hablando aquí en el pasillo? —murmuró—. No es por nada, pero tu abuela no se pierde detalle. Temo morir asesinada por una de sus miradas.

El comentario me hizo sonreír también a mí.

—Claro, pasa.

Me hice a un lado y la dejé pasar. Ella se quedó mirando mi habitación. Es posible que estuviera pensando en lo ordenado que lo tenía todo. No me gustaba tener ropa por el suelo, ni zapatos desperdigados, ni libros amontonados.

—Gracias. —Cerró los ojos e inspiró profundamente.

Me senté en la cama y la observé.

—¿Estás oliendo mi habitación?

—Sí.

—¿Y qué te parece?

—Me gusta. Huele a ti.

—¿Y cómo huelo yo?

—Hueles bien. Un poco como a madera y especias.

Ella se acercó y miró el borde de la cama. Estaba a la espera de que me dijera a qué había venido, y eso me ponía algo nervioso. Suspiró y después se sentó. Torció la boca en ese mohín que tanto me gustaba.

—Yo… no sé cómo empezar, Marcos. —Bajó la mirada al suelo. Sus ojos estaban húmedos—. Siento no haber estado ayer a la altura de las circunstancias. Me quedé bloqueada y me tragué las mentiras de Sandra. Estaba muy enfadada contigo por no haberme contado toda la verdad.

—¿Y qué te ha hecho cambiar de opinión? ¿Estás segura de que…?

—Marcos, estoy segura de estar donde quiero y de que no eres un maltratador. Y deja que termine, por favor. —Levantó el mentón para mirarme a los ojos—. Creo que Sandra está mal de la cabeza. Y te lo digo en serio. Ayer me pareció verla cuando fui a La Casa del Libro, pero no lo puedo asegurar. Después me la encontré en la FNAC y compró la misma novela que yo. La había ojeado antes en la otra librería, pero no me decidí hasta que ella insistió. Creo que me siguió hasta el restaurante para encontrarse contigo y montar toda esa escena. —Suspiró—. Y yo la creí, pero ¿sabes? Esta noche no podía dejar de soñar con una frase que me dijiste ayer: «Un actor no piensa, un actor actúa». Ella sabía muy bien qué papel iba a representar conmigo. Me hizo dudar, porque siempre he pensado que encontrar a alguien que tuviera casi mis mismos gustos era más difícil que encontrar una aguja en un pajar. He tenido algunos novios con los que no tenía nada en común, y todo el tiempo me esforzaba en cambiarlos. Mi madre solía decir que una persona no cambia si no quiere. Y yo me enamoraba siempre de un ideal de chico, pensando que al final hallaría lo que he encontrado en ti. —Chasqueó los labios y después resopló—. Esta mañana la he llamado, y es así como he descubierto sus mentiras. Sandra me ha dicho que el día que terminasteis llegaste con una zorra rubia…

De repente se quedó callada. Se cubrió la boca con las manos y observé que se ponía nerviosa.

—¿Qué te pasa? —Me incorporé en la cama.

—¡Ay, Dios mío! ¡¿Cómo no me había dado cuenta antes?!

Sacó de su bolso el móvil y, tras tocar un par de cosas, me enseñó un e-mail que había recibido a la cuenta de la radio.

—Pasa esto. —Le temblaba la mano—. Ayer recibí esto. ¿Crees que pudo ser ella?

Leí los dos correos que me estaba enseñando. Desde luego, parecía obra de Sandra. Era muy de su estilo llamar zorras a todas mis amigas.

—Puede ser. Es tan retorcida que es capaz de cualquier cosa.

Lu se quedó pensando.

—Estoy casi segura de que es ella. Ahora que lo pienso, cuando estábamos hablando esta mañana me ha llamado la atención que recalcara tantas veces el «yo». —Entrecomilló esta última palabra—. Y mira su dirección de correo.

—Solo a ella se le podría ocurrir algo así.

—¿Y no puedes hacer nada?

—No, de momento no. Aunque probásemos que te los ha enviado ella, tampoco hay una amenaza implícita. Si se repitieran los correos, entonces quizá sí que podríamos hacer algo. —Me encogí de hombros—. Lo peor de todo es que ella interpuso una orden de alejamiento y me siento como un animal enjaulado que tiene miedo de salir a la calle y encontrársela. Después de cortar con ella me la encontraba casualmente por ahí. Al principio se mostraba amable conmigo, pero cuando se dio cuenta de que no volveríamos a estar juntos, los encuentros eran cada vez más desagradables. Se ponía a chillar en mitad de la calle, a llamar a la policía y a montar un espectáculo. Lo que pasó anoche es otra de sus tretas.

Lu volvió a quedarse pensativa.

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