Fidelity

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CAPÍTULO DIECISIETE

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CAPÍTULO DIECISIETE

Amo como ama el amor. No conozco otra razón para

amar que amarte. ¿Qué quieres que te diga además de

que te amo, si lo que quiero decirte es que te amo?

FERNANDO PESSOA

Marcos

Solo había un sitio en el que estaríamos tranquilos, y era la casa de mis abuelos. Hacía tiempo que no iba por los recuerdos que me traía. Nunca se me había ocurrido llevar allí a ninguno de mis ligues, aunque en esta ocasión no me lo pensé. Allí tenía mi propia habitación.

Antes de ir a Cánovas le pregunté a Lu qué le apetecía comer. Eran cerca de las dos. Mucho me temía que por la tarde volvería a llover y no podría darle a Lu la sorpresa que tenía pensada. Por otra parte, no estaba nada mal pasar un tiempo a solas los dos sin nadie que nos molestara.

—¿Sushi, chino, kebab, pasta, pizza o tapas?

—Pizza.

Podía intuir que tanto por su parte como por la mía había urgencia en tomar algo rápido.

Como nos pillaba de camino, paramos en una pizzería, que conocía de haber cenado alguna vez allí, para comprar dos pizzas. No tardaron ni quince minutos en preparárnoslas.

Después de salir de la pizzería fui directo a la casa de mis abuelos. Mientras circulábamos por las calles casi desiertas de Valencia, oí cómo Lu cantaba:

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Yo casi no me sabía la letra, aunque cuando llegó al estribillo, me uní a ella. Ambos cantábamos a voz en grito y pasamos el puente D’Aragó en dirección a la Gran Vía Marqués del Turia. La poca gente que caminaba por las calles se nos quedaba mirando. Pero poco nos importaba. Estábamos volando por encima de las nubes, más alto que el sol. Al final terminamos riéndonos. Era estupendo cantar junto a ella, hacer locuras y no preocuparnos de nada.

¡Cómo necesitaba un día así, un día de despreocupación total!

Cuando llegamos al piso de mis abuelos, saqué el mando a distancia de la puerta del garaje y aparqué en la única plaza vacía que había. Subimos en el ascensor hasta el ático. Al abrir la puerta, el aroma de aquella casa y todos los recuerdos que conservaba de ella me atraparon. Me pareció oír la voz de mi abuelo presentándose a Lu y alegrándose porque en el fondo me veía feliz después de todo lo mal que lo había pasado con Sandra. Cerré los ojos y dejé que Lu entrara.

—¿Qué hacemos ahora? —me preguntó.

Abrí los ojos y vi que ella me observaba.

—No querrás ponerte a jugar ahora a piedra, papel, tijera…

—No estaba pensando en eso exactamente —dijo.

—Se admiten sugerencias.

La sentí cerca, tan cerca, que mis labios ardían cuando ella los rozó. Dejé las dos pizzas en el suelo. La empujé contra la pared y coloqué las manos a ambos lados de su cabeza. Tenía necesidad de saborear sus labios, toda ella. Tiró de mi camiseta hasta que nuestras bocas se juntaron. Me separé apenas un centímetro para observarla con tranquilidad. Su respiración era entrecortada mientras nos acariciábamos con las miradas. Recorrí el contorno de sus labios con el dedo índice. Su lengua jugueteó con la yema de mi dedo sin dejar de analizar todos mis gestos. Volvió a acercar la boca peligrosamente; podía sentir cómo su aliento acariciaba mis mejillas, mi mentón y hasta mis párpados. Jadeó cuando le coloqué una mano en la nuca mientras le deslizaba la otra por la espalda.

—¡Oh, Dios mío!

—¿Qué te pasa? —le pregunté.

—¿Tú qué crees que me pasa?

—No lo sé. Prefiero que me lo digas tú.

—Quiero que no pares.

—Yo tampoco quiero parar. ¿Estás bien? No voy a hacer nada que tú no quieras que haga.

—Sí, estoy bien —me contestó algo turbada—. Es que…

—¿Qué?

Hizo un mohín con la boca. No sé si tenía miedo, pero quería que ella supiera lo mucho que me gustaba.

—Creo que estaremos más cómodos en mi habitación.

Me incorporé para tomarla de la mano, aunque mientras avanzábamos por el pasillo volvimos a besarnos. Nos entregamos a las caricias y la única música que oíamos eran nuestros gemidos. Le quité la camiseta y ella desabrochó el primer botón de mis pantalones. Abrí la puerta que había al final del pasillo. La guie hasta la cama, y ambos caímos encima y soltamos una carcajada. Me quité la camiseta con ayuda de Lu.

—¿Estás segura de que quieres que siga? —le pregunté con la respiración vacilante.

—Sí, claro que sí —respondió jadeando.

Entrelazó las piernas por detrás de mis caderas y nos balanceamos hasta quedar completamente acoplados Aún llevaba los calzoncillos puestos y ella no se había quitado la falda, pero podía sentir la humedad en sus braguitas. Hundí la cabeza entre sus pechos y saboreé sus pezones. Sabían mejor de lo que me había imaginado. Con un dedo recorrí sus muslos, sus caderas, y llegué a la goma de su falda. Tiré de ella con fuerza para arrancársela.

—No sabes cómo deseaba que llegara este momento.

—Yo también lo deseaba.

Me coloqué de costado y la contemplé antes de que estuviera desnuda del todo. Lu se sonrojó y bajó la mirada.

—¿Estás bien? —le pregunté. No quería estropear nuestra primera vez, aunque sentía que conectábamos de una manera que era difícil de definir. Nunca me había pasado todo lo que estaba experimentando con Lu.

Ella asintió y me acarició el pecho. Jugó con el pezón derecho sin dejar de mirarme a los ojos. Agarré su mano y me llevé los dedos a mis labios. Lu, a su vez y sin dejar de mirarnos, hizo lo mismo con los míos. Podía sentir su boca húmeda. Ambos asentimos. Estábamos donde queríamos estar y no queríamos dar marcha atrás. Era la primera vez que deseaba realmente estar dentro de una chica. Era algo diferente a todo lo que había sentido hasta ese instante.

Llevó su mano a mi sexo palpitante y cada vez más duro. Me despojó de mis calzoncillos. Gemí y murmuré varias veces su nombre cuando ella lo acarició. Un intenso calor subió de mi entrepierna a mis labios. Me coloqué de nuevo sobre ella. Mis dedos buscaron el borde de sus bragas y jugaron con el vello de su pubis. Después palpé su clítoris y tracé círculos a su alrededor con ternura. Noté cómo abría y cerraba los ojos al intensificarse mis caricias. Una nueva oleada de emociones me recorrió la espalda cuando ella se quitó sus braguitas. Sus caderas me buscaron, pero antes de seguir, cogí un condón de mi cartera, desgarré el envoltorio con los dientes y me lo coloqué. Volvimos a fundirnos en un abrazo y mi miembro se abrió paso en su sexo.

—¡Marcos! —exclamó.

—¿Qué pasa? ¿Te he hecho daño? —le pregunté deteniendo el ritmo de mis movimientos.

Negó con la cabeza.

—No, sigue, sigue.

Volví a abrirme paso hasta el fondo. Ella boqueó, se quedó sin aliento y yo sentí que un calor diferente me invadía por dentro. Era pura felicidad.

—¿Te parece que estoy sufriendo? —me preguntó ella.

—Yo diría que no.

—Entonces sigue, por favor.

La abracé con todas mis fuerzas. Sus uñas se clavaron en mi espalda. Mientras nos balanceábamos, no dejamos de mirarnos. Ella mantenía los ojos abiertos y respiraba entrecortadamente. Yo ardía en la humedad de su sexo. Me instó a que no parara, a que siguiera hasta el final. Sus caderas y las mías bailaron al mismo ritmo mientras ella no dejaba de gemir. La oí gritar cuando al final alcanzó el clímax y casi al mismo tiempo llegué yo. Noté cómo mis músculos se contraían y después se aflojaban cuando todo acabó. Abandoné mi cabeza sobre su cuello y aspiré su olor. Ambos estábamos sudando.

Nos quedamos quietos, mudos, y sintiendo nuestra respiración agitada. Me incorporé y mi aliento rozó de nuevo sus labios.

—¿Qué? —preguntó ella, visiblemente turbada.

—¿Qué de qué? —pregunté jadeando.

—¿Qué tal?

—¿Por qué me lo preguntas? ¿Aún sientes que no me gustas lo suficiente?

Me tumbé a su lado. Le deslicé los dedos por el vientre y subí hasta sus pechos.

—No, no es eso. —Pensé que se iba a poner a llorar de un momento a otro—. Es que todas mis relaciones han sido un desastre —vaciló un segundo y vi la duda en sus gestos— y esto ha sido tan diferente. Yo, no sé, siempre he sido la gordita del grupo, y aunque parezca que no me importa mi aspecto, sí que me importa. Por lo que te conozco, todas las chicas con las que has estado son…

No dejé que terminara la frase y posé un dedo sobre sus labios.

—¡Shhhh! No, Lu, no pienses eso. De verdad, eres estupenda y guapa. Y no tienes que avergonzarte de nada. Me encanta cómo eres.

—¿De verdad?

Suspiré al tiempo que la atraía hacia mí.

—Sí, claro que sí. Créeme, para mí también ha sido diferente a todas las demás veces. —Mi respiración se había calmado. Miré al techo. Mi abuelo me había ayudado a pegar un mapa estelar. Busqué la constelación de la Osa Mayor y la de la Osa Menor y señalé con el dedo la estrella de Lu. Draco nos estaba observando desde el cielo que habíamos hecho mi abuelo y yo—. No sé lo que has hecho, no sé si es tu voz, si eres toda tú. No quiero pasar mucho tiempo sin estar contigo. Y si deseas que te diga todos los días, a todas horas, lo mucho que me gustas, lo haré. —Volví la cabeza hacia ella—. Me gustas mucho, Lu. ¿Mejor así?

Soltó un gemido.

—Si te digo que ha sido alucinante ¿sonará muy cursi? —dijo con la voz entrecortada.

—No, «alucinante» es la palabra que yo utilizaría.

—¡Joder! Entonces ha sido alucinante.

Solté una carcajada.

—Sí, ha sido alucinante. Volvería a repetir.

Ella se unió a mi carcajada. Puso una pierna encima de mí.

—¡Cuando quieras!

—No me lo dirás dos veces —repliqué esbozando una sonrisa picante.

Busqué de nuevo sus labios y volvimos a entregarnos al juego de la pasión. Me coloqué de nuevo encima de ella. Y si la primera vez fue alucinante, la segunda fue mucho más calmada y placentera. Ya no sentíamos la urgencia de tenernos, ahora jugábamos a descubrir todos nuestros rincones. Prolongamos nuestros besos y las caricias se hicieron eternas. No hubo un centímetro de su piel que no recorriera con la boca. Yo me estremecí entre sus brazos y ella palpitó en los míos. Y como había sucedido antes, ambos llegamos casi a la vez.

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Lu

Ahora podía asegurar que el sexo con todos los chicos con los que me había acostado había resultado pobre y falto de imaginación, y todos pecaban de inexperiencia. Marcos sabía dónde tocarme y cómo hacerlo para que me derritiera en sus brazos.

Por primera vez en mucho tiempo me sentía afortunada. Marcos me había hecho tan feliz como hacía tiempo que no recordaba. Estaba viva a su lado. Él era todo cuanto había necesitado. Y si alguna vez creía haber estado enamorada de Miguel, este sentimiento que crecía en mi pecho hacia Marcos era mucho más poderoso de lo que nunca hubiese imaginado. Él me lo ofrecía todo para arrancarme una sonrisa.

Lo miré. Estaba tumbado boca abajo y se había quedado un poco traspuesto. Aproveché para ir al lavabo. Abrí unas cuantas puertas antes de encontrar la que me interesaba. Mientras me lavaba las manos, me miré en el espejo. Al fin el reflejo me devolvía una chica que conocía. Nos sonreímos y asentimos a la vez. Tenía miedo de decirlo en voz alta por si todo era parte de un sueño, aunque logré vencer mis temores y se lo comenté a la chica del espejo.

—¡Marcos es distinto! Sí, él es diferente.

Tuve que sentarme en la taza del váter para respirar con tranquilidad. No le importaba que yo tuviera unos cuantos michelines. Resoplé varias veces. Parecía que mi suerte con los chicos al fin había cambiado.

Mi teléfono empezó a sonar. Era Miguel. Sabía por qué llamaba. Como ya habría advertido no estaba en la comida que celebrábamos en su honor. Dejé que sonara hasta que se cortó. Miguel volvió a insistir. Tras dudar un instante decidí hablar con él.

Se produjo un silencio largo antes de que Miguel empezara a hablar.

—Hola.

—Hola —respondí.

Ambos volvimos a quedarnos callados.

—Pensaba que la comida que hacíamos en tu casa era para celebrar la exposición, el éxito que estás teniendo como modelo. Créeme, algunos colegas quieren que poses para ellos.

¿Por qué me estaba llamando justamente ahora?

—Lo siento. Al final he tenido que salir.

—¿No podías dejarlo para otro momento?

—No, no podía. ¿Qué quieres?

Oí cómo chasqueaba los labios y después suspiraba.

—Te he echado de menos, Lu. Ahora te echo de menos.

—Me habría gustado oír esto hace algún tiempo, pero ahora está fuera de lugar.

Se quedó callado unos segundos.

—¿Estás con él?

—¿A ti qué te importa?

—Me importa. Claro que me importa.

—¿Por qué me lo preguntas si ya sabes la respuesta?

—Quiero verte. Sé que podemos arreglar lo nuestro.

—Te pedí tiempo, Miguel. Estoy dolida contigo.

—Lo sé. Me comporté como un imbécil.

—Sí. ¿Sabes? Me di cuenta de que nunca has estado cuando te he necesitado.

Volvió a quedarse callado.

—¿Crees que podríamos quedar un día y tomar algo? Como en los viejos tiempos.

—Sí, un día de estos podríamos quedar.

—Te llamaré, entonces.

—Está bien, Miguel. Tengo que dejarte.

—Lo entiendo. —Se quedó callado otra vez unos segundos antes de volver a hablar—. Nunca quise hacerte daño.

—Ya nos veremos, Miguel.

—Sí. Nos veremos un día de estos.

Colgué. Cerré los ojos y solté un suspiro. Me temblaban las manos.

Me levanté y fui de nuevo a la habitación de Marcos. Me senté junto a él. Su respiración era suave. Abrí mi correo en el móvil para escribirle un e-mail.

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