Fetish

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Capítulo 35

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Capítulo 35

Pegó la oreja a la puerta.

Silencio.

Luther sabía que ella no estaba. Tampoco era probable que volviera pronto. Ninguna chica volvería a su apartamento después de un susto como aquél. Ni siquiera una valiente como Makedde.

Luther había observado su partida apresurada con sentimientos encontrados. Arrastrando sus maletas, con gorra de béisbol y gafas de sol, se había marchado en un taxi. Él pensó que se dirigía al aeropuerto, algo que sin duda haría muy feliz a su cliente. Pero al mismo tiempo, Luther se había quedado frustrado al verla marchar. Lo intrigaba. Nunca había disfrutado tanto vigilando los movimientos de una persona. Ella había hecho aflorar su vena homicida, pero toda la ciudad estaba buscando a un asesino, así que era un mal momento para matar.

Habría sido una pura diversión, un capricho. Ya hacía muchos años de la última vez. Sin cobrar. Un impulso. Un placer. La última era guapa, aunque no era una modelo como Makedde. Pero había perdido su oportunidad. O eso creyó. Luego resultó que no se dirigía al aeropuerto. Sólo iba hasta un lugar próximo a Bronte. Aún estaba a su alcance.

Sonrió.

Aunque sabía que no serviría para nada, Luther decidió complacer a su cliente registrando el apartamento por última vez. Si no había encontrado el anillo antes era casi seguro que no estaba allí, pero tenía sus propios motivos para querer entrar. Tendría que hacerlo deprisa: Makedde podría haber llamado a la policía a pesar de su lío con el detective suspendido.

Sus manos callosas abrieron la puerta con la ganzúa como ya lo habían hecho muchas veces. Era una maniobra sencilla y limpia porque la puerta no tenía pestillo, sólo un resbalón que en realidad sólo se debería utilizar en puertas interiores. Era obvio que la seguridad no era muy prioritaria para la agencia de modelos de Makedde.

El apartamento estaba desierto. La semana anterior Makedde había empaquetado las cosas de Catherine en bolsas y cajas de cartón y las había enviado a Canadá. Luther las había inspeccionado todas. Ahora, sin las cajas y también sin las cosas de Makedde, el espacio parecía muy vacío. Se había marchado apresuradamente. La cama estaba deshecha, había platos sin fregar en la pila y un periódico arrugado en el suelo. No era normal que una chica educada como Makedde dejase así un alojamiento. Debía de estar muy asustada.

Abrió las puertas del armario y se encontró con unas cuantas perchas de metal y un calcetín solitario. Vio que había vuelto a colocar el armario en su posición original. El viernes anterior él estaba buscando debajo cuando la oyó subir la escalera. Se había escondido en la cocina, detrás del mostrador, sentado en el suelo con las piernas cruzadas. Se mantuvo quieto y en silencio pero preparado para hacerla callar si era necesario. Ella tuvo suerte: se echó un rato en la cama y luego se dio una ducha. Él incluso tuvo una tentadora y breve visión de su cuerpo desnudo cuando salió del baño.

Era demasiado hermosa.

«Sin defectos.»

Entonces lo asaltó el impulso.

Makedde se había vestido y maquillado. Incluso había pasado un rato leyendo a unos pocos pasos de él, y durante todo el tiempo él imaginó el aspecto que tendría con sus manos alrededor de aquella preciosa garganta. Entonces llegó al portal la persona con quien había quedado, cuando ya estaba listo para pasar a la acción. Quizá fue mejor así.

Revolvió la basura y no encontró nada interesante, sólo restos de comida y folletos y papeles arrugados que no le decían nada. En el baño vio que había olvidado el cepillo de dientes, y en el armario encontró una solitaria cápsula de Nolotil y una caja de tampones. Se había dejado las toallas, algunas usadas. Finalmente rebuscó entre las revistas y el periódico que estaban tirados por el suelo, cerca de la cama. Bajo el diario encontró lo que buscaba. Allí estaba su regalo. Una chica lista como Makedde debería habérselo llevado, pensó, como prueba de que estaba en peligro. Pero al parecer tenía demasiada prisa por marcharse.

«Chica idiota; ahora nadie te creerá.»

Cumplido su objetivo, se guardó en un bolsillo su alegre y elegante fotografía, y se marchó dejando todo como estaba.

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