Fetish

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Capítulo 9

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Capítulo 9

Makedde decidió que no había un registro al que se pudiera llamar «no invasivo». El apartamento aún tenía el aspecto de ser la escena de un crimen. Cualquier intento por parte de la policía de devolver el lugar a su estado original había sido totalmente infructuoso. Todos los objetos de la habitación estaban a unos cuantos preciosos centímetros de su sitio, la mesa baja oscura estaba hecha un asco con el Lanconide blanco, y los muebles de cocina de color crema aparecían completamente tiznados de polvo de carbón. Makedde estaba contenta de que el apartamento no fuera suyo. Limpiarlo habría sido una labor mucho más traumática.

Mak empezó a ordenar el lugar y empaquetar las cosas de Catherine. Comenzó por las paredes. Arrancó una tras otra las fotos de las chicas. Al arrancar sus ruidosas tiras, la cinta adhesiva dejaba tras de sí un residuo pegajoso y las caras aerografiadas de modelos con ojos soñadores se convertían en tiras de colores sin sentido.

Ingenuamente, Catherine había aspirado a convertirse en «supermodelo». De las muchas que lo intentaban, pocas aguantaban mucho tiempo en la escena internacional y aún menos alcanzaban las alturas. Mak había sido en algún momento la chica de moda del Vogue italiano, y disfrutó de fugaces momentos de fama como rostro de numerosas campañas de ropa y cosméticos, pero nunca le había cuadrado el título de «súper».

Con excepción de Carmen, y quizá de Lauren Hutton, que continuaban protagonizando sesiones fotográficas esporádicas décadas después de su entrada en la profesión, la carrera de una modelo era espectacularmente breve. La transformación de su lozana cara de adolescente de catorce años en una cara de mujer hastiada de veinticinco constituía toda la vida profesional de la mayoría en este trabajo. Makedde había visto aparecer y desaparecer innumerables chicas. Durante su efímera carrera algunas sacrificaban más que otras y algunas conseguían más que otras, pero para la mayoría el viaje era breve, y esta voluble industria seguía adelante. El truco era coger el dinero y salir corriendo, pero ésa era una estrategia que pocas modelos jóvenes entendían.

Makedde se estiró y arrancó otra cara de la pared.

Cuando Catherine llegó a medir un metro setenta y cinco con quince años quiso intentar ser modelo internacional. A Mak, las aspiraciones de su amiga le producían sentimientos encontrados. Siempre sería una forma de vida mal entendida, con la ayuda de películas como Prêt a porter y Unzipped, que presentaban un retrato de la industria de la moda tan realista como el de la prostitución en Pretty Woman. El ambiente de la moda internacional podía ser duro y confuso para una adolescente, y la combinación de una carrera mal dirigida con un alma mal orientada podía ser desastrosa. Todo el mundo conocía alguna historia de horror: chicas de dieciséis años sobrevolando la pasarela en un globo de heroína, anoréxicas alimentadas con café y cigarrillos, bulímicas, tratamientos permanentes con pastillas adelgazantes, o laxantes, o diuréticas, o excitantes, o calmantes, o cualquier clase de pastilla. El sofá del casting. Podía convertirse en una carrera de obstáculos mortal para chicas solas con la autoestima baja o poco autocontrol.

Por otra parte, muchas modelos disfrutaban de experiencias fantásticas: viajes, cultura, nuevos horizontes, nuevos idiomas, nuevas personas; y, a veces, montones y montones de dinero.

Sabiendo todo eso, ¿qué haces cuando alguien que conoces quiere probarlo?

En el caso de Makedde, ayudas en todo lo que puedes e intentas mantenerla apartada de las trampas. Con seis años de ventaja en edad y experiencia, enseñó a Catherine el abecé de la profesión y la guió por el extraño laberinto de la moda internacional. Varias veces sacó a Catherine de un lío, pero al parecer no estuvo ahí para ayudarla cuando de verdad era importante.

«Un día tarde.»

Arrugó las fotos, las estrujó, las tiró a una gran bolsa de basura y fue hasta el ordenado montón de ropa de Catherine. Los Unwin, padres adoptivos de Catherine, habían dejado claro que a ellos la ropa no les servía para nada. Tampoco serviría para nada a la policía. Mak la entregaría a alguna institución de caridad y enviaría el resto de cosas a Canadá.

Nunca había conocido a los padres biológicos de Catherine y se alegraba de que no hubiesen vivido para ver a su única hija acuchillada de esa manera, fría y muerta en un carro de una morgue. Con los ojos cerrados, Makedde metió la pila de ropa en otra bolsa de basura. No quería ver prendas que le resultaran familiares. Un vistazo a una sudadera de color verde musgo le trajo recuerdos de Catherine sonriendo y riendo en Múnich, entregada a una orgía de compras para su primer anuncio importante de productos para el cabello.

Con la ropa ya guardada en bolsas para la institución de caridad, dirigió su atención hacia el antiguo joyero decorado que estaba al lado de la ventana. El querido joyero de Catherine. Era de madera con una elaborada ornamentación tallada en volutas y con luminosas piedras semipreciosas. Era un recuerdo sentimental de la verdadera madre de Catherine, una de las pocas cosas materiales que le habían quedado de ella. Era pequeño. Catherine siempre lo llevaba a cualquier lugar adonde viajase. Alison Gerber lo había dado a su hija unos meses antes de que ella y el padre de Catherine fueran a visitar a un amigo por la Malahat, una empinada y tortuosa carretera que atraviesa kilómetros de montañas en la isla de Vancouver. En algún momento de la noche, mientras volvían a casa, pisaron una placa de hielo, se salieron de la carretera y bajaron ciento cincuenta metros de ladera dando vueltas de campana hasta que los pinos los detuvieron. Ambos murieron antes de que alguien los encontrara. Catherine estaba en casa con una canguro. Tenía cinco años.

Makedde se sentó con las piernas cruzadas en el duro suelo de madera, colocó el joyero sobre su regazo y lo abrió. Era pequeño y contenía pocas cosas. Varios collares finos de plata y oro estaban enredados entre sí. Un par de delicadas dormilonas con diamantes y un anillo de plata con una turquesa estaban juntos en el fondo. Pero lo que más llamó la atención de Mak fue el grueso anillo de diamantes.

Lo desenredó y lo sacó. Era un pesado anillo de hombre, cuadrado y con varios diamantes montados simétricamente. El oro era suave y no tenía contraste. No podía haber pertenecido al padre de Catherine; era demasiado nuevo. ¿De dónde habría podido conseguir un anillo como aquél?

«El amante.»

El anillo del amante. Un recuerdo. Volvió el anillo y miró su interior. No podía creer su suerte.

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