Fetish

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Capítulo 22

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Capítulo 22

Un poco después, esa misma tarde, Makedde se estiró en el sofá y puso en alto sus doloridos pies. Sin pretenderlo acabó dándole vueltas a la cabeza y preguntándose cómo sería su vuelta a Canadá. Imaginó que toda la familia iría a ver al hijo recién nacido de su hermana, a abrazar a Theresa y felicitarla. «Oh, ¡qué bien le va todo! -dirían, y luego se volverían hacia Makedde y sacudirían la cabeza-. Sin niños, sin marido, sin madre y ahora también sin su mejor amiga. Pobre chica.» Qué deprimente. Makedde odiaba la sola idea de la atención que despertaría y de los continuos recordatorios.

Por eso no había hablado de Stanley a casi nadie.

Stanley era el extraño que, con una amenazadora navaja automática y un arma entre las piernas, había violado su vida y su confianza hacía cerca de año y medio. No había sido tanto la vergüenza como los recordatorios incesantes lo que la había empujado a mantenerlo en secreto. Sólo lo sabían su padre y la policía. Y por supuesto Catherine, que la había ayudado mucho. Era ella quien cogía su mano mientras Mak se veía obligada a recordar toda la experiencia por tercera vez para otro detective de Vancouver. ¿Hacían tantas preguntas a las víctimas de los atracos? ¿Preguntas tan íntimas? ¿Por qué se había sentido juzgada? Al final su caso no pudo ser probado. Sabía que si las leyes hubiesen sido otras y hubieran podido reunir acusaciones separadas en un solo juicio, el resultado habría sido muy diferente.

Mak no quiso que su familia se enterase. Era mejor tener secretos que sentir su compasión. Odiaba la compasión.

Pero ahora Stanley estaba en la cárcel, aunque no por lo que le había hecho a ella.

La tía Sheila probablemente intentaría emparejarla con algún dentista o contable cuando volviera. Parecía que todos estuviesen empeñados en hacerla sentar la cabeza. «¿Por qué andas siempre sola de un lado para otro? ¿Para qué quieres ser loquera? Eres guapa, ¿por qué no buscas un hombre bueno que cuide de ti?» No podían entender por qué se había apartado cuando su hermana lanzó el ramo de novia.

Afortunadamente, el teléfono sonó y sacó a Makedde de su melancolía. Dudó antes de contestar, esperando otra llamada del maníaco, pero se relajó al oír la voz del detective Flynn.

- Siento molestarla, Makedde. Esto… -Hubo un momento de silencio y a Mak se le ocurrió que le gustaba cómo había pronunciado su nombre-. He estado un poco preocupado -continuó-. No me gusta que se vea involucrada en este lío.

Era ridículamente agradable oír su voz, y Mak sentía que la formalidad impersonal que había dominado su comunicación al principio ahora había desaparecido. Algo de lo sucedido en su último encuentro había cambiado las cosas.

- ¿Ha vuelto a molestarla Tony de alguna manera? -continuó él.

- Últimamente no.

De nuevo se hizo el silencio en la línea. De fondo se oían teléfonos sonando.

- Estupendo… -Hizo una pausa-. Bueno, tengo que irme. Sólo quería asegurarme de que estaba bien.

Ella sospechó que ése no era el motivo de su llamada.

- Estoy bien -aseguró.

- Vale. Hasta luego.

- Hasta luego.

Makedde colgó y cruzó los brazos, algo confusa por la extraña y deslavazada conversación. Cuando volvió a sonar el teléfono lo cogió con la esperanza de que fuese Andy. Era él.

- Se me ha olvidado preguntarle una cosa -dijo él-; ¿cómo está su herida?

- Ah, no era nada. Un rasguño.

- ¿Ya está limpio el apartamento?

Makedde rió.

- Ahora sí, gracias. El Lanconide se fue sin dejar rastro y el carbón ha ido desapareciendo.

- Lanconide -repitió él-. Es usted la primera persona que conozco que lo llama Lanconide en lugar de «ese polvo blanco». La mitad de los policías no saben cómo se llama.

- Es una de las ventajas de ser hija de mi padre.

Él rió.

- Eh… quería preguntarle… -dijo bajando progresivamente el tono de su voz.

Parecía inseguro. Ella lo soltó sin poder contenerse:

- ¿Quiere que nos veamos el viernes por la noche?

- ¡Claro! -respondió él con tono de sorpresa-. Bueno, en realidad… No. Bueno. No, está bien. Sí, eso me gustaría.

- No parece demasiado seguro. No pasa nada.

«Pues vaya.»

- No, no; me gustaría. ¿El viernes por la noche?

- Vale. ¿En el Fu Manchú? -sugirió ella.

- ¿Cómo?

- El Fu Manchú. Es un restaurante. En la calle Victoria, en Darlinghurst. Es sencillo y se come bien. ¿Hacia las siete?

- Perfecto. ¿Paso a recogerla?

- Sí, eso estaría muy bien. Nos vemos entonces.

El corazón de Makedde latía acelerado cuando colgó el auricular. Se sentía nerviosa, tonta y excitada.

«¡Ay, Dios! ¿Qué he hecho?»

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