Fetish

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Capítulo 25

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Capítulo 25

Incapacitar. Golpear. Patear. Bofetada, golpe en los ojos, rodillazo en la cara. «Prepárate, Makedde.»

- Preparadas y… ¡uno!

- ¡Nooooooo! -gritaron al unísono todas las luchadoras levantando el brazo derecho, la palma hacia arriba, los dedos doblados.

- ¡Dos! -continuó la instructora, y extendieron los dedos como garras de felino apuntando a los ojos de sus imaginarios agresores.

- ¡Y tres!

Todas las alumnas levantaron la mano izquierda hasta unirla con la derecha y cogieron la cabeza del agresor, la empujaron hacia abajo y su rodilla derecha ascendió rápidamente hasta golpearlo en la cara.

«Baja el coco del árbol, ábrelo con la rodilla…»

La sangre de Makedde corría a toda velocidad y el sudor se acumulaba en gotas sobre su labio superior. La clase de defensa personal del viernes por la noche era tan buena como Jaqui le había prometido, en especial cuando sacaron los sacos de boxeo, pero tenía que admitir que no podía sacarse de la cabeza a Andrew Flynn.

- ¡Makedde!

El sonido de su nombre la sobresaltó. Se volvió hacia la entrenadora, Hanna, una rubia dura y musculosa con el pelo cortado a cepillo. Hanna era cinturón negro de kárate y llevaba más de diez años impartiendo clases de defensa personal.

- ¿Dónde tienes la cabeza? Para lo que hacías, lo mismo podrías haber estado lamiendo a tu atacante hasta matarlo -la amonestó sacudiendo la cabeza en gesto de desaprobación.

Makedde sintió como se ruborizaba bajo el sudor.

- Lo siento. Tienes razón. Estaba pensando en otra cosa. -En otra persona-. Deja que lo intente otra vez.

En un instante apareció ante ella una imagen mental vivida aunque involuntaria de Stanley. Su rostro no había dejado de infectar una parte oscura de su mente, esperando una oportunidad para recordarle que distaba mucho de ser invencible. Se recordó a sí misma que ahora Stanley estaba a la sombra por varias violaciones. Saber que se encontraba a salvo de él hacía mucho más fácil utilizarlo mentalmente como saco de arena. Una gran terapia.

- Y… ¡uno! -comenzó su instructora.

- ¡NOOOOO! -gritó Makedde mientras golpeaba con la palma la garganta de Stanley, clavaba las largas uñas de sus manos en sus sobrecogedores ojos azules, cogía su gran cabeza con ambas manos y la hacía bajar con todas sus fuerzas para golpearla con la rodilla.

Casi pudo sentir el rebote de su cara y su caída al suelo del gimnasio. Ahora le patearía la cabeza y saltaría sobre sus…

Makedde se dio cuenta de que todas la miraban fijamente.

Hanna sonreía.

- Mucho mejor. Ahora vamos por el saco.

Dio un gran saco de boxeo rectangular a una de las alumnas, que pasó los brazos por las asas que tenía detrás y lo situó sobre una de sus caderas.

- Venga, Makedde. Quiero diez golpes en diez segundos, todos diferentes. Y sin ñoñerías. Preparada y… ¡uno!

Makedde vio a Stanley sonriendo mientras cerraba la puerta de salida con la navaja en la mano, su pelo castaño rizado, sus pantalones a medio desabrochar.

- ¡UNO! -gritó Mak lanzando una rápida patada a las pelotas de Stanley-. ¡DOS! -un rodillazo-; ¡TRES! -un palmetazo en la garganta-; ¡CUATRO! -las uñas en los ojos-; ¡CINCO! -hizo bajar su cabeza y la golpeó con la rodilla derecha-; ¡SEIS! -golpeó la cabeza con el codo derecho-; ¡SIETE! -volvió a golpear la cabeza con el codo izquierdo-; ¡OCHO! -golpe hacia atrás con el codo-; ¡NUEVE! -puñetazo en el bajo vientre-, y ¡DIEZ! -¡cogido por los testículos!

Cuando Mak terminó los diez movimientos dejó de gritar y retrocedió un paso para coger aliento. El sudor le goteaba desde la barbilla sobre la camiseta. Esta vez Hanna la miraba fijamente. Hubo un momento de silencio y luego alguien dijo:

- ¿Ya habías recibido clases de defensa personal?

- No -dijo ella un poco avergonzada-. Es que estoy cabreada de verdad.

A las cinco y media de la tarde Makedde volvió a su apartamento y se echó en la cama, aún mojada por el sudor y en chándal. Cuando sonó el teléfono dejó que saltara el contestador.

«Hola corazón, soy Loulou -resonó la voz en la habitación después del pitido-. Me encantó verte ayer. ¿Qué te parece lo de la desaparición de Becky Ross? Se rumorea que se ha fugado con el jugador de rugby, pero la policía sospecha que se trata de un crimen. ¡No es broma! Ese tío es tan asqueroso… Huy, me estoy enrollando otra vez. Llámame.»

Makedde sonrió. Loulou era una reina del cotilleo y no tenía remedio. ¿La desaparición de Becky Ross? Debió de largarse nada más terminar el desfile. Sonaba a otra maniobra publicitaria. Mak debería haber mirado los periódicos. Seguramente habría un artículo sobre la presentación de la colección con comentarios chistosos sobre los inicios de Becky en el mundo de la moda. Llamaría a Loulou por la mañana. Debía de estar comiéndose las uñas por saber algo de su cita secreta.

«Estará aquí a las siete en punto», se recordó Mak por centésima vez. La idea de su llegada hizo que se pusiera de nuevo en pie sobre sus cansados pies y la llevó al angosto baño. La bañera era pequeña y poco profunda, y no cabía en ella, pero de todos modos se bañó echándose agua caliente por encima con una enorme jarra y añadiendo unas gotas de aceite aromático de vainilla. Levantó sus largas piernas y se afeitó desde los tobillos hasta los muslos con cuidado de no cortarse como la última vez. Se pasó una mano por las piernas y, satisfecha con su suavidad, comenzó una meticulosa pedicura. Se pintó las uñas con el diseño conocido como French Nude y mantuvo los dedos apuntando hacia el techo para que se secaran hasta que sintió un hormigueo en los pies por falta de circulación. Iba a llevar botas, así que los dedos de los pies no estarían a la vista, pero acicalarse siempre la reconfortaba.

Salió del baño lleno de vapor sintiéndose mejor de lo que se había sentido en días. Parecía que al menos algunas de sus preocupaciones se habían ido por el desagüe con el agua del baño. «¡Una cita!» Iba a recuperarse de todo lo que había ocurrido últimamente e iba a seguir adelante. Estaba segura.

Cuando estaba a punto de sentarse llamaron su atención dos rayas en el suelo de madera. El sofá. ¿No estaba en su sitio? Parecía encontrarse más lejos de la pared. ¿Podría haberlo arrastrado sin darse cuenta? Lo empujó hasta su sitio y le sorprendió lo pesado que era. Extraño. Quizá su mente estuviera engañándola. A fin de cuentas, seguía un poco preocupada; el atractivo e interesante detective Andrew Flynn iba a salir con ella. ¡Y dentro de muy poco! Se esforzó por escoger un conjunto que fuese a la vez sencillo y sexy, sin que pareciese que intentaba resultar atractiva. Era toda una ciencia y le llevó un buen rato conseguirlo. Por fin se decidió por sus pantalones negros favoritos y un jersey ceñido azul marino que resaltaba el color de sus ojos.

Sólo eran las seis y media. Se obligó a sí misma a sentarse en el sillón a leer los últimos capítulos del desvencijado ejemplar de su novela policíaca favorita, Mindhunter.

A las siete menos un minuto el timbre anunció la llegada de Andy.

Makedde saltó del sillón y el libro salió volando. La historia de Robert Hansen, el «cazador de Alaska», la había puesto nerviosa, y saltaba al menor ruido.

Se inspeccionó en el espejo, se estiró un poco el jersey y alisó los pantalones. El pelo no le pareció perfecto. Estaba ligeramente enmarañado, pero así no parecería que se había preocupado demasiado por arreglarse. Cogió el abrigo largo y un par de botas de piel de tacón bajo y se sentó en el suelo para ponérselas. Estaba al lado del armario y a su lado vio marcas en el suelo iguales a las que había visto junto al sofá. Examinó las huellas dejadas por las cortas patas de madera del armario. Éstas estaban al menos a cinco centímetros de las marcas. Quizá la policía había movido cosas durante el registro y ella no lo había advertido hasta ese momento.

Se levantó disfrutando de cada centímetro de más que le daban las botas, apagó la luz, cerró la puerta y se esforzó por relajarse mientras bajaba la escalera. Andy estaba apoyado en una valla frente a la puerta. Llevaba unos Levi's y una camiseta de algodón blanca con una chaqueta de cuero bastante gastada. También mostraba una magnífica sonrisa.

- Hola.

Ella hizo lo que pudo por parecer tranquila y despreocupada, y reprimió el entusiasmo que crecía en su interior. Él señaló su ropa y dijo:

- Estás preciosa. -El comentario amenazaba con disolver su barniz de indiferencia. Aquello ya sonaba a cita de verdad-. Se me permite decir eso, ¿verdad? -siguió él, probablemente esperando que ella volviese a arrancarle la cabeza de un mordisco.

- Por supuesto. ¿A quién no le gusta que se lo digan? Gracias. Tú también. Quiero decir que tienes buen aspecto. Tienes buen aspecto sin tu traje.

«¿Qué es eso? ¡Deja de divagar!»

- No les digas eso a mis colegas o se harán una idea equivocada. -Mak rió-. En realidad -añadió-, no les digas nada. Si se enteran de que estoy aquí tendré que aguantar comentarios durante el resto de mi vida, ¿vale?

- Mis labios están sellados.

Hicieron el recorrido desde Bondi hasta Darlinghurst en un embarazoso silencio. Ella estaba empezando a preguntarse qué hacía allí y sospechaba que a él debía de estar ocurriéndole lo mismo.

- Gracias por sacarme de esa casa -dijo ella, en un intento por quitarle importancia a su cita-. Tenías razón: no conozco a mucha gente por aquí, así que está bien salir con alguien del lugar.

- Sí. Es bueno salir.

Más silencio.

Mak advirtió que el Holden Commodore en el que iban tenía una sofisticada radio en el tablero. También había una gran linterna cuadrada a sus pies y al mirar a su alrededor vio una luz de aviso con sirena en el asiento trasero.

- Un coche patrulla ¿eh? -preguntó mientras examinaba la linterna.

- No preguntes -dijo él muy serio-. Puedes dejar eso detrás si quieres.

- Me gusta que sea un coche patrulla -aseguró ella-. Pon la sirena. Así podremos ir mucho más deprisa.

- Sí, eso es verdad.

Ella le lanzó una mirada traviesa.

- Venga -lo animó.

Un adolescente que circulaba delante de ellos estaba a punto de hacer un cambio de sentido prohibido cuando Andy conectó la sirena durante una fracción de segundo. Los neumáticos del chico chirriaron al salir disparado calle abajo. Aquello les sirvió para romper el hielo y los mantuvo distraídos durante un par de minutos.

La calle Victoria era un hervidero de coches y después de dar varias vueltas a la manzana encontraron un hueco para aparcar que no quedaba demasiado lejos del restaurante. Una cola de clientes que esperaban comida para llevarse se extendía desde la puerta del Fu Manchú, y cuando miraron por el ventanal los tranquilizó ver que dentro había un par de mesas libres. Se sentaron en una de ellas en incómodo silencio mientras llegaban hasta ellos los exóticos aromas de las comidas asiáticas que iban camino de las bocas que las esperaban. El suave sonido de la música china era casi inaudible bajo el rumor de las conversaciones de los clientes que llenaban cada centímetro del local perfumado con incienso.

- Entonces, ¿qué te parece? -preguntó ella.

- Está muy bien. ¿Cómo lo descubriste?

- Me gusta comer -respondió ella con una gran sonrisa.

- Eso es poco común en una modelo.

- Ya lo sé. ¿Quieres que pida para los dos? -se ofreció, señalando la carta colgada en la pared.

Andy pareció momentáneamente sorprendido por su ofrecimiento, y quizás un poco aliviado.

- Claro.

Se les acercó una camarera con la cabeza afeitada y sandalias Birkenstock que lucía una mariposa tatuada en el empeine de un pie.

- Empezaremos con dos sung choi bao; luego rollos de pato con mucho hoisin. También sepia frita y berenjena al vapor, por favor. -Se volvió hacia Andy-. ¿Te parece bien?

Él asintió.

- ¿Se me permite preguntar cómo va el caso? -inquirió ella tímidamente cuando se hubo marchado la camarera.

- Por supuesto. Pero a mí no se me permite decírtelo.

Mak sonrió.

- Créeme: está en buenas manos y te informaré de cualquier cosa importante.

- Eso espero.

Volvería a intentarlo más tarde, quizá después de unas copas. El primer plato llegó enseguida para alivio de Makedde, que dio las gracias a la camarera y comentó el buen aspecto de la comida.

- Sí, sí -contestó Andy mirando nervioso el revoltillo de hojas de lechuga y carne picada-. ¿Cómo dices que se llama esto?

- Sung choi bao.

Indeciso, se sirvió agua mientras observaba el siguiente movimiento de Mak.

- Adoro este lugar. ¿No te encanta la comida asiática? -preguntó ella mientras organizaba meticulosamente su primer bocado.

Él siguió sus pasos colocando el picadillo en el centro de una hoja de lechuga y envolviéndolo.

- Sí. Cosas salteadas y demás… Sobre todo para llevar a casa -contestó él sonrojándose, mientras trozos de comida se escapaban de su lechuga iceberg y caían sobre la mesa de acero inoxidable.

«La primera cita y ya estoy poniéndolo en evidencia.»

- ¿Te gusta?

- Sí. Está muy bueno… cuando consigo que llegue hasta mi boca.

- Por supuesto, aquí sólo utilizan carne de perro y sesos de mono de la mejor calidad. Mucho mejor que un poco más abajo.

Andy empezó a atragantarse.

- ¡Es broma, es broma! -rectificó ella rápidamente-. Lo siento, no sé qué me pasa esta noche. Sólo lleva cerdo picado, especias y cebolla, lo juro.

- Ajá.

- La verdad es que éste es el único guiso de cerdo que como. La versión para vegetarianos no está tan buena. Normalmente como mucha fruta y verdura, y un poco de pescado y pollo -empezó a enrollarse ella-. Hay quien lo llama dieta semivegetariana. Aunque también entiendo a los vegetarianos radicales: las verduras no chillan tanto cuando las cortas.

- Claro; está bien -dijo él vagamente, y luego hubo una elocuente pausa-. ¿Y a qué te has dedicado hoy? -preguntó por fin.

Otro interesante tema de conversación. Makedde se vio clavando las uñas en los ojos de Stanley y propinando devastadoras patadas a sus partes pudendas.

- No creo que quieras saberlo de verdad -contestó ella.

Andy la miró con curiosidad y algo de preocupación.

- ¿Y si de verdad quiero saberlo?

- He jugado al squash con pelotas invisibles -explicó Mak en voz baja.

Ahora su compañero de mesa, además de curioso y preocupado, parecía confundido.

- He empezado un curso de defensa personal que dan en el dentro Social de Bondi los viernes por la noche. Prometo que no te aplicaré nada de lo que aprenda si no es absolutamente necesario.

- Ah… eso está bien. Nunca se tiene suficiente cuidado. Entonces, ¿has tenido ocasión de ver Sidney?

- Bueno, es la segunda vez que vengo, pero no salgo mucho por la noche. Como suponías, no conozco a mucha gente.

- Yo tampoco salgo mucho. El trabajo puede ser un poco absorbente.

Makedde recordó la discusión que había oído involuntariamente en su oficina, y las palabras se le escaparon antes de me pudiera detenerlas.

- ¿Quién era aquella mujer que estaba en tu despacho el otro día? Era guapa.

Le pareció ver un breve destello de pánico en los ojos de Andy antes de que éste se echara a reír y dijese:

- Ah, Cassandra. Es mi ex mujer. Bueno, casi ex mujer. Nos estamos divorciando.

Makedde se sintió muy mal.

- Oh, lo siento. No sabía…

- No pasa nada, llevamos un año separados. El día que la viste había venido a traerme más papeles del divorcio. No es gran cosa; no tenemos niños ni casi nada. Sólo una casa y un coche.

- ¿Un coche?

- Es igual. Es una historia un poco larga.

Los rollos de pato llegaron y Andy pareció aliviado de tener alguna otra cosa de la que hablar que no fuese Cassandra. Entonces miró la comida que tenía delante: filetes de pato extendidos sobre una gran fuente, rodajas de pepino y guindilla, una salsa oscura de setas, una misteriosa y humeante cesta de bambú, y durante un momento puso cara de póquer. Makedde, que se sentía un poco culpable, se inclinó hacia delante y se ofreció a ayudarlo a preparar la comida.

- Venga -dijo-, déjame preparártelo.

Abrió con cuidado la cesta de bambú y sacó algo que parecía una tortita muy fina. Colocó sobre ella el pato, un trozo de pepino cubierto de guindilla y un toque de salsa hoi sin y lo envolvió todo. Empujó el plato hasta Andy y rozó accidentalmente su mano al hacerlo. Mak tuvo la sensación de haber recibido una descarga eléctrica. Levantó la vista y se encontró con que Andy la miraba fijamente con la misma intensidad.

Makedde apartó la mirada, sonrojada.

- No… esto… no hace falta que uses los palillos -consiguió decir-. Es mejor con las manos.

«Las manos.»

«Ay, Dios -pensó ella-, me estoy metiendo en líos.»

Al otro lado de la calle, escondida en las sombras bajo una farola estropeada, una figura solitaria, roja de celos y rabia incontrolable, vigilaba atentamente su cena íntima.

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