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Libro Tercero: Estudio de casos cero » Dieciséis

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DIECISÉIS

La discusión se prolongó hasta entrada la madrugada. La gente fue saliéndose de la conferencia uno a uno hasta que sólo quedamos Rick, Mahir y yo. Shaun enseguida se había quedado dormido, y estaba roncando en su silla. La gatita recién adquirida por Rick dormía sobre su pecho, con el hocico arropado por la cola, y de vez en cuando abría un ojo para echar un vistazo a la habitación.

—Esto no me gusta, Georgia —confesó Mahir. La preocupación y la fatiga suavizaban la habitual sequedad de su acento inglés. Se pasó una mano por el pelo. Llevaba horas repitiendo ese mismo gesto y tenía el cabello alborotado en todas direcciones—. Esta situación empieza a desprender un tufillo a peligro.

—Estás en la otra punta del planeta, Mahir. No creo que corras peligro.

—No soy yo quien me preocupa. ¿Estáis seguros de querer seguir indagando? Preferiría no tener que redactar vuestro obituario. —Se le veía tan angustiado que no podía enfadarme con él. Mahir es un buen tipo; un poco conservador y con tendencia a evitar los riesgos, pero un buen tipo a fin de cuentas y un reportero fabuloso. Si acababa de entender por qué indagábamos en lo sucedido, mi deber era dejárselo claro.

—Todas las personas que murieron en el rancho fueron asesinadas —dije. Su imagen se estremeció—. También las personas que murieron en Eakly, y entre esas bajas no estamos Shaun y yo por los pelos. Existe algo relacionado con este candidato y esta campaña que alguien quiere ver destruido, y los daños colaterales no están siendo escasos. Nos preguntas si queremos seguir indagando en el caso, y yo quiero preguntarte qué te hace pensar que podemos permitirnos desentendernos de él.

Mahir sonrió y se subió las gafas.

—Ya sabía que dirías algo por el estilo, pero quería asegurarme. Y no dudes de que todos nosotros os apoyamos. Si puedo hacer algo por vosotros no tenéis más que decírmelo.

—¿Sabes una cosa, Mahir? Tu apoyo es algo de lo que nunca dudo. Puede que tenga algo para ti muy pronto. Aunque si vuelves a jugar a «poner a prueba al jefe», puede que te mate. De momento, ya son casi las cuatro de la mañana, y pronto el senador querrá hablar con nosotros. Así que declaro concluida esta reunión. Rick, Mahir, gracias por aguantar hasta el final.

—Cuando quieras —dijo Rick. Su voz resonó alterada por el repetidor que intentaba mantener la señal. Su ventanita desapareció.

—Hasta la vista —se despidió Mahir, y se desconectó. Cerré la sala del chat y me levanté. Estaba tan agarrotada que era como si me hubieran cambiado la columna vertebral por un palo de teca, y los ojos me escocían horrores. Me quité las gafas de sol y me froté la cara para aliviar algo de tensión. Sin embargo, no funcionó.

—¿A dormir? —preguntó Rick.

Asentí con la cabeza.

—No te lo tomes mal, pero…

—Que me largue. Lo sé. Despiértame cuando sea la hora de marcharnos, ¿de acuerdo?

—Vale.

—Buenas noches, Georgia. Que duermas bien. —Rick abrió la puerta de la habitación contigua con un débil chirrido. Abrí los ojos y me volví para despedirme de él con la mano mientras desaparecía en el interior de la otra habitación.

—Tú también, Rick —dije. La puerta se cerró, y yo me arrastré hasta la cama, quitándome la ropa por el camino. Cuando me quedé en ropa interior se me fueron las ganas de buscar el pijama y me metí debajo de las mantas, volví a cerrar los ojos y me sumergí en la bendita oscuridad.

—Georgia.

La voz me resultaba ligeramente familiar. Medité un instante sobre su grado de familiaridad y me volví para darle la espalda tras decidir que me importaba un pimiento.

—Georgia.

Esta vez había más urgencia en la voz. Tal vez debía prestarle atención. No era la clase de urgencia de «préstame atención o algo te devorará la cara». Solté un leve gruñido y mantuve los ojos cerrados.

—George, si no abres los ojos ahora mismo te voy a tirar agua helada en la cabeza. —Era una afirmación. No una amenaza, sino un simple aviso—. No va a gustarte, pero me da igual.

Me humedecí los labios.

—Te odio —dije con voz ronca.

—¿Dónde está el amor? ¡Ahí está! Ahora sal de la cama. El senador Ryman ha llamado. Has seguido durmiendo mientras hablaba con él y mientras me vestía. ¿Hasta qué hora te quedaste despierta anoche?

Entreabrí los ojos y miré a Shaun. Llevaba puesta una de sus camisetas más gruesas, de las que sólo se pone cuando quiere ocultar la armadura. Me incorporé torpemente y extendí la mano izquierda. Shaun puso las gafas de sol en ella.

—Hasta las cuatro más o menos. ¿Qué hora es?

—Casi las nueve.

—¡Oh, Dios mío! ¡Ahora sí que puedes matarme si quieres! —Me levanté refunfuñando y me arrastré hasta el baño. El hotel había cambiado amablemente las bombillas normales por otras de baja potencia que no me dañaban los ojos; sin embargo, la dirección no había encontrado una solución para sustituir los fluorescentes del cuarto de baño—. ¿A qué hora vendrá? ¿O tenemos que ir nosotros a reunirnos con él?

—Tienes quince minutos. Steve viene a recogernos. —Había cierto retintín inconfundible en la voz de Shaun mientras me entregaba esa información—. Buffy está muy cabreada. Ella y Chuck ya están con los Ryman, y no llevaba ropa limpia para cambiarse. Mientras hablaba por teléfono he recibido el mensaje más furioso del mundo.

—Si quiere pasar la noche en la ciudad, a la mañana siguiente le tocará tragarse la vergüenza. —Las luces del baño eran dolorosamente brillantes a pesar de que llevaba puestas las gafas de sol. Me miré en el espejo y gruñí—. Parezco un cadáver.

—¿El hermoso cadáver de una periodista?

—Simplemente un cadáver. —Tenía el rostro cansado y pálido, y ya hacía demasiado tiempo desde la última vez que me había cortado el pelo; estaba lo suficientemente largo para enredarse. No me dolía la cabeza, pero pronto lo haría. La luz que se colaba por los bordes de las gafas así me lo anunciaba. Había una manera para evitarlo, si estaba dispuesta a soportar los inconvenientes. Refunfuñando entre dientes, cogí del lavabo el estuche de las lentillas y apagué las luces del cuarto de baño. A pesar de que son pocas las veces que me pongo las lentillas de manera voluntaria, mi afección me obliga a saber ponérmelas a oscuras. De lo contrario me arriesgo a un desprendimiento de retina, y aún me quedan algunas cosas por hacer para las que me hace falta ver.

Oí los pasos de Shaun al acercarse a la puerta del cuarto de baño.

—¿George, qué haces a oscuras ahí dentro?

—Estoy poniéndome las lentillas. —Pestañeé y noté cómo la primera lente de contacto se acomodaba en el ojo—. Búscame ropa limpia.

—¿Me parezco a tu criada?

—¡Qué va! Ella es mucho más guapa. —Parpadeé para ajustar la segunda lentilla. Volví a encender las luces. Una intensa luz blanca inundó el cuarto de baño. Bizqueé ligeramente mientras examinaba el rostro de ojos azules reflejado en el espejo, y comencé la importante tarea de cepillarme el pelo y los dientes—. ¡Vamos, Shaun! ¡No puedo ir a la cita con el senador en ropa interior!

—Hunter S. Thompson iría a una cita con un senador en su ropa interior. O incluso con la tuya.

—Hunter S. Thompson siempre estaba demasiado colocado para saber lo que es la ropa interior. —La puerta del baño se abrió. Me di la vuelta para coger la ropa que Shaun me ofrecía—. ¿Ves? No ha sido tan difícil. Ve recogiendo el equipo. Me reuniré contigo en un minuto.

—La próxima vez no te despertaré —refunfuñó, retrocediendo—. ¡Y con esas lentillas pareces una extraterrestre!

—Ya lo sé —respondí, y cerré la puerta del baño.

Diez minutos después, Shaun y yo estábamos de nuevo en el ascensor. Mientras yo estaba realizando los últimos diagnósticos de revisión en mi equipo, y Shaun hacía lo mismo, tecleando en su PDA siguiendo una serie de esquemas cada vez más complejos. No nos esperaba una operación de campo, y lo más seguro era que el senador nos solicitaría un visionado en privado de todo el material que habíamos grabado. Pero eso daba igual; salir del hotel sin las cámaras ni las grabadoras preparadas habría sido como hacerlo desnudos, y ninguno de los dos estaba dispuesto a eso.

Algunas de mis cámaras comenzaban a perder la alineación y apenas me quedaba memoria libre en el reloj. Tomé nota mental para que Buffy echara un vistazo a los dispositivos y salí al vestíbulo seguida a medio paso por Shaun.

—Gracias por elegir el Parrish Weston Suites como su hogar lejos de casa —dijo alegremente la voz del hotel cuando nos acercamos a la esclusa de aire—. Sabemos que dispone de una infinidad de opciones y le agradecemos su confianza en nosotros. Por favor coloque la mano derecha…

—Basta ya —exclamé, descargando la mano derecha abierta en el panel de reconocimiento en cuanto se abrió. Para abandonar el hotel sólo hay que superar un análisis de sangre. No les importa que sufras una amplificación viral masiva siempre y cuando tengas la cortesía de hacerlo en el exterior, preferiblemente después de pagar la factura.

Shaun y yo superamos el análisis, y las últimas puertas se abrieron para permitirnos salir, mientras la jovial voz automática del hotel soltaba frases de cumplido a una antecámara vacía. Fuera hacía frío y la luz era intensa: un día perfecto en Wisconsin. Sólo había un coche esperando en el carril de recogida de pasajeros.

—¿Crees que es el nuestro? —inquirió Shaun.

—Eso o hay una convención de defensores de lucha libre en la ciudad —respondí, y nos dirigimos al vehículo.

Cuando el senador envía un coche, no se anda con tonterías. Nuestro supuesto medio de transporte era, ni más ni menos, que un robusto todoterreno negro con los cristales tintados, y habría apostado a que era un vehículo blindado. Poseer una gran fortuna personal tiene sus ventajas. Shaun me dio un codazo y emitió un silbido de admiración señalando las troneras abiertas en la luna trasera.

—Ni siquiera mamá tiene uno de esos —masculló.

—Me juego lo que quieras a que sentiría envidia.

Steve aguardaba de pie sosteniendo abierta la puerta trasera, un gesto que tenía tanto de recordatorio de que no se nos permitía viajar en los asientos delanteros como de muestra de cortesía. Enarcó las cejas en cuanto reparó en mis lentillas. Hay que decir en su favor que se guardó cualquier comentario sobre ellas y se limitó a abrir un poco más la puerta.

—Shaun. Georgia.

—Veo que esta mañana has sacado la pajita corta —comenté, acomodándome en el coche y desplazándome hacia un lado para dejar sitio a Shaun. Rick ya estaba dentro. Le saludé fugazmente con la mano, y él me contestó muy serio.

—El senador quiere que el encuentro se realice en un lugar seguro, y le pareció que agradeceríais no tener que conducir por una vez. —Steve echó un vistazo al aparcamiento y se llevó la mano al auricular. Yo fruncí el ceño. ¿Acaso creían que nos habían colocado micrófonos ocultos en la furgoneta? Cabía la posibilidad, pues Buffy no había realizado un escaneo de nuestros sistemas y no podíamos estar seguros, pero parecía una idea un tanto paranoica.

Sin embargo, rápidamente cambié de parecer. Rebecca Ryman había sido asesinada por alguien que no tenía ningún escrúpulo en utilizar el Kellis-Amberlee en estado activo para conseguir sus objetivos. Ya nada era paranoia.

—Tienes buen aspecto, Stevito —observó Shaun, chocando los cinco con el agente antes de subir al vehículo.

—La próxima vez que me llames Stevito te voy a arrancar la cabeza de un puñetazo —replicó Steve, y cerró de un portazo. Shaun rompió a reír. El ruido de las pisadas de Steve rodeó el coche hasta que la puerta del conductor se abrió y se cerró inmediatamente. Un espejo unidireccional separaba los asientos delanteros del compartimiento de los pasajeros. Steve podía vernos, pero nosotros a él no. Qué alentador.

—Sabes que hablaba en serio, ¿verdad, Shaun? —dijo Rick.

—Si logro grabarlo con mi cámara no me importará —respondió mi hermano. Apoyó la nuca en las manos, se estiró a lo largo del asiento y apoyó los pies en mi regazo—. Es increíble. Nos están llevando a una reunión clandestina con un hombre que quiere ser presidente del país. ¿Soy el único que se siente como James Bond?

—Soy mujer.

—Soy demasiado consciente de que no soy inmortal —respondió Rick.

—¿Sabíais que sois unos peleles? —rezongó Shaun.

—Sí, pero somos unos peleles con una esperanza de vida larga, y eso merece un respeto —repliqué.

—Cambiaría mi esperanza de vida por una taza de café y una confortable habitación a oscuras —dijo Rick.

Me volví para mirarlo. Estaba frotándose los ojos. Parecía grogui y tuve mis dudas de que se hubiera cambiado de camisa.

—¿No has dormido bien?

—La gatita no me ha dejado pegar ojo en toda la noche —respondió. Se apartó las manos del rostro y me miró sorprendido—. Georgia, ¿qué les ha pasado a tus ojos?

—Llevo lentillas —expliqué—. Me irritan un montón los ojos, pero por lo menos no tendré que aguantar que un imbécil con un megáfono me pida que me quite las gafas de sol.

Rick ladeó la cabeza estudiándome con atención.

—Te molestó de verdad, ¿eh?

—¿A qué te refieres? ¿A que los buenos con las pistolas gordas mostraron en directo ante las cámaras que sin las gafas soy una inútil? Eso no me molestó lo más mínimo. —Me quité de encima los pies de Shaun—. ¡Siéntate bien, no estamos de crucero!

—¡Contemple la mala leche de George cuando no ha podido disfrutar de su sueño reparador! —profirió Shaun. Se puso derecho y se volvió a Rick—. Así que, Ricky, muchachote, ¿has visto tus índices de audiencia? Porque tengo algunas ideas para dar un poco de vidilla a tus reportajes. Para empezar: desnudos… —Y Shaun ya no paró; ofreciendo una plétora de sugerencias descerebradas mientras mi abrumado colega reportero iba poniendo cara de consternación.

Aliviada por no verme involucrada, saqué la PDA y empecé a navegar por los titulares informativos. Se había producido otro brote en San Diego; esa ciudad no ha estado tranquila desde el Levantamiento, cuando la casualidad y la mala suerte provocaron que la amplificación coincidiera con la Comic-Con anual, un acontecimiento que convocaba a alrededor de ciento veinte mil personas. Los resultados fueron de lo más desagradables. En otro orden de cosas, se había pedido a la congresista Wagman que abandonara el hemiciclo por aparecer ataviada de una forma más propia de una bailarina de un espectáculo de Las Vegas. En Hong Kong, un chiflado pregonaba que el Kellis-Amberlee había sido diseñado con el único fin de debilitar las religiones que veneraban a los ancestros. En otras palabras, estaba siendo un día de lo más tranquilo… siempre que se pasara por alto las noticias que informaban directamente o incluían alguna referencia de nuestra expedición al rancho familiar de los Ryman. En un recuento rápido, calculé que entre el sesenta y el setenta por ciento de las páginas de información general de la red nos colocaban como la noticia principal. ¡A nosotros, ni más ni menos!

Me llevé la mano a la anilla de la oreja, y hubo un silencio mientras se establecía la comunicación.

—Adelante —dijo Buffy con irritación.

—Buffy, necesito cifras. Estamos en todas partes, y tengo que saber si tengo que arrancar a Mahir de la cama para que se ponga con los foros.

—Un segundo. —Todos podemos obtener los datos en tiempo real, pero Buffy siempre lleva el equipo más avanzado. Yo necesito unos dispositivos especiales para conseguir los datos que ella obtiene sin apenas mover un dedo. Por eso ella es la experta en tecnología; yo sólo estoy al mando del equipo.

El silencio se prolongó más de lo que Buffy me tenía acostumbrada; normalmente tarda un par de segundos en darme las cifras.

—¿Buffy? —Shaun interrumpió lo que estaba diciendo, y él y Rick se volvieron a mí. Alcé una mano para que guardaran silencio—. ¿Sigues ahí?

—Sigo aquí… yo… eh… Creo que sigo aquí, sí. —Parecía un poco asustada—, ¿Georgia? Estamos en el primer puesto, Georgia. Tenemos más visitas, referencias, enlaces vinculados y fragmentos citados que todas las páginas de noticias del planeta.

Todo mi cuerpo se puso rígido. Me humedecí los labios.

—Repítelo.

—Estamos en el primer puesto, Georgia.

—¿Estás segura?

—Completamente. —Hubo otra pausa hasta que añadió con voz lastimera—: ¿Y ahora qué hacemos?

—¿Y ahora qué hacemos? ¿Y ahora qué hacemos? ¡Despiértalos a todos, Buffy! ¡Llama a tu gente y despiértala!

—El senador Ryman…

—¡Estamos de camino! ¡No te preocupes por él! ¡Llama a tu gente y que se ponga a trabajar en la maldita página! —Me golpeé la anilla de la oreja para cortar la conexión y me volví a los demás—. ¡Shaun, empieza a marcar! Quiero que todo tu equipo se ponga a actualizar los contenidos, ya tardan, y eso incluye a Dave. En Alaska hay teléfonos, ¡por Dios! Rick, comprueba tu buzón de entrada y vacíalo de toda la publicidad que te ha estado llegando por error.

—George, ¿qué…?

—Tenemos los datos de audiencia, Shaun. ¡Estamos arriba de todo! —Asentí con la cabeza al ver su expresión de incredulidad—. ¡Sí! Ahora llámalos.

El resto del viaje se convirtió en un torbellino de llamadas telefónicas, mensajes de texto, correos electrónicos y sacar de su merecido descanso a una persona tras otra para enviarlos de vuelta al trabajo. El grueso de los miembros de mi equipo estaba demasiado desorientado por la falta de sueño para ponerse a discutir cuando les ordené salir de la cama y volver a sus terminales, donde al entrar en la página les aparecía un nuevo mensaje de bienvenida en letras rojas parpadeantes: «Líder mundial de las páginas de información de la red».

Mahir fue el mejor: cuando lo llamé me contestó con un silencio de estupefacción, maldijo a los cuatro vientos y me colgó para dedicarse a su ordenador. Adoro a los hombres que se mantienen fieles a sus prioridades.

Rick, mi hermano y yo estábamos tan absortos en el trabajo que nos perdimos el resto del viaje hasta el «lugar seguro» para el encuentro con el senador. Estaba enviando instrucciones a Alaric y a Suzy cuando las puertas del vehículo se abrieron, la luz inundó los asientos traseros y Shaun, que tenía los pies apoyados contra la ventanilla izquierda, a punto estuvo de salir rodando por el aparcamiento.

—Hemos llegado —anunció Steve. Los tres continuamos dentro del coche, tecleando frenéticamente nuestro montón de PDA y pantallas. Rick demostraba una pericia enorme tecleando a la vez en su Palm y en su teléfono móvil, utilizando los pulgares para introducir datos. Steve frunció el ceño—. ¡Eh, chicos, que hemos llegado! El senador os está esperando.

—Un segundo —dije, dejando libre una mano lo suficiente para hacerle el gesto universal de «espera». Steve se quedó mirándome boquiabierto, y yo acabé de dar las instrucciones que Alaric y Suzy necesitaban para mantener su sección de la página operativa hasta que yo pudiera conectarme de nuevo. Dudaba que llegaran vivos al final del día, pero Mahir les ayudaría en todo lo que pudiera, y él prácticamente tenía los mismos permisos de administrador que Shaun y yo; tendría que bastar. Bajé la PDA—. Muy bien. ¿Adónde tenemos que ir?

—¿Estás segura de que no necesitas un par de minutos más para mirar tu correo electrónico u otra cosa? —preguntó Steve.

Eché un vistazo a Shaun.

—Creo que se está burlando de nosotros.

—Y yo creo que tienes razón —repuso Shaun; salió del vehículo y me tendió las manos—. No hagas caso de los ignorantes y salgamos de aquí. Tenemos representantes del gobierno a los que incordiar.

El coche se había detenido en un garaje cubierto que no debía de alcanzar la cuarta parte de las dimensiones del garaje del hotel. La iluminación era tan intensa que yo no me había percatado del paso de la luz natural a la artificial. Cogí las manos de Shaun para no perder el equilibrio mientras descendía y me metía la PDA en la funda colgada; luego me di la vuelta para ayudar a bajar a Rick, quien me lanzó una mirada a la que le respondí con un gesto de asentimiento.

Era su momento. Rick abrió los ojos como platos, ahorrándonos a Shaun y a mí el aparecer como unos paletos, antes de preguntar:

—¿Dónde diablos estamos?

—El senador considera prudente disponer de una segunda residencia en la localidad para reuniones que requieren cierta discreción —respondió Steve.

Me volví a él y le lancé una mirada severa.

—O reuniones con personas que se sienten incómodas rodeadas de caballos, ¿no?

—Puedo asegurarle, señorita Mason, que no estoy cualificado para hablar sobre esos asuntos.

Con su respuesta estaba dándome la razón.

—Está bien. ¿Por dónde es?

—Por aquí, por favor. —Steve nos condujo hasta una puerta blindada de acero, donde vi con sorpresa que no había los habituales controles de sangre. Tampoco había ningún picaporte. Shaun y yo nos miramos; Steve se llevó la mano al auricular.

—Base, nos encontramos en la puerta oeste.

Se oyó un clic, y una bombilla verde en la parte superior del marco de la puerta se encendió. La puerta se abrió, y una suave ráfaga de aire procedente del pasillo interior nos acarició el rostro; se trataba de una zona de presión positiva, diseñada para expulsar el aire del interior y no permitir el acceso de aire del exterior, eliminando así el riesgo de contaminación.

—No me extraña que no necesiten controles de sangre. —Seguí a Steve por el interior del pasillo con mi hermano y Rick pisándome los talones. La puerta se cerró a nuestra espalda.

La iluminación del pasillo me hacía daño en los ojos a pesar de las lentillas. Guiñé los ojos y dejé que Shaun me adelantara para que su silueta borrosa me guiara hasta la puerta al final del pasillo, donde nos aguardaba una pareja de agentes, cada uno de ellos con una gran bandeja de plástico en las manos.

—El senador preferiría que esta reunión no fuera retransmitida ni grabada —señaló Steve—. De modo que os agradecería que depositarais en las bandejas todo aquello que no sea imprescindible.

Se os devolverá al concluir la reunión.

—Estás de broma, ¿verdad? —dijo Shaun.

—Me parece que habla muy en serio —repliqué, volviéndome a Steve—. ¿Quieres que entremos desnudos?

—Si pensáis que no podemos fiarnos de que dejáis todos vuestros juguetes aquí, traeremos una pantalla de pulso electromagnético —advirtió Steve. Empleaba un tono suave, pero la tensión que acumulaba alrededor de los ojos delataba que sabía exactamente lo que estaba pidiéndonos y que no le hacía ni pizca de gracia hacerlo—. La elección es vuestra.

Una pantalla de pulso electromagnético con la potencia suficiente para proteger una zona freiría la mitad de nuestros dispositivos de grabación más delicados y podía causar un daño casi irreparable al resto. Reemplazar tal cantidad de aparatos arrasaría con nuestro presupuesto de varios meses, sino del resto del año. Protestando, los tres empezamos a despojarnos de los dispositivos que llevábamos encima (en mi caso también de mis piezas de bisutería) y a dejarlos en las bandejas. Los agentes contemplaban la escena impertérritos, esperando a que acabáramos.

Me saqué la anilla de la oreja y con ella en la mano miré a Steve.

—¿También está prohibido que nos comuniquemos con el exterior o podemos conservar los teléfonos?

—Podéis quedaros exclusivamente con los utensilios que necesitéis para tomar notas personales y con los dispositivos de comunicación que puedan permanecer desactivados durante el transcurso de la reunión.

—Sensacional. —Dejé la anilla en la bandeja y devolví la PDA al estuche del cinturón. Me sentía rara sin mi pequeño ejército de micrófonos, cámaras y dispositivos de almacenamiento de datos, como si en cuestión de minutos el mundo se hubiera convertido en un lugar más peligroso—. ¿Cómo se ha tomado Buffy todo esto?

Steve sonrió de medio lado.

—Me han dicho que no la privarían de su equipo hasta que llegásemos nosotros.

—¿Estás diciéndome que ahora mismo tus hombres están ahí dentro intentando quitarle a Buffy todos sus dispositivos? —inquirió Shaun, volviéndose hacia la puerta cerrada con una mezcla de fascinación y cautela—. Tal vez deberíamos esperar aquí fuera. Sin duda estaremos muchísimo más seguros.

—Desgraciadamente, el senador Ryman y el gobernador Tate están esperándoos. —Steve hizo un gesto con la cabeza a los agentes apostados en la puerta. El de la izquierda cogió la bandeja que sujetaba su compañero, y éste abrió la puerta. Otra ráfaga de aire recorrió el pasillo con presión positiva—. Adelante, por favor.

—¿Tate está dentro? —pregunté, entornando los ojos—. ¿Estás diciendo que Tate está dentro?

Steve cruzó la puerta sin responderme. Todavía con los ojos entornados, meneé la cabeza y fui tras él, seguida de cerca por Shaun y por Rick. Cuando el último de nosotros cruzó la puerta, los agentes se quedaron en el pasillo y la cerraron.

—¿Qué es esto? —exclamó Shaun—. ¿No nos hacen análisis de sangre?

—Supongo que piensan que no tienen sentido —sugirió Rick.

Yo mantuve la boca cerrada y me dediqué a escudriñar la casa. La decoración era sencilla y de buen gusto; claro, de líneas finas y rincones bien iluminados. Las luces del techo proporcionaban una luz invariable, y sin dispositivos para regular la intensidad ni interruptores; había luz u oscuridad, nada en medio. La iluminación no era tan brillante como la del pasillo, pero también me molestaba. Las luces respondían una pregunta: este lugar sólo era para reuniones y fiestas, pero no era un hogar. Emily, afectada también de Kellis-Amberlee de la retina, no habría podido vivir aquí.

No había ventanas.

Fuimos hacia el comedor, donde un eficiente guardia de seguridad de traje negro estaba acabando de despojar a Buffy de su equipo. Si las miradas mataran, la de Buffy habría causado un brote allí mismo.

—¿Ya estáis, Paul? —inquirió Steve.

El guardia de seguridad, Paul, le lanzó una mirada de agobio y asintió con la cabeza.

—La cooperación de la señorita Meissonier es encomiable.

—Mentiroso —masculló Shaun, tan cerca de mi oreja que no creo que nadie más lo oyera.

—Buffy —dije, reprimiendo la sonrisa que asomaba a mis labios—, ¿cuál es la situación?

—Chuck está dentro con el senador y la señora Ryman —informó Buffy, todavía con su mirada fulminante clavada en Paul—. El gobernador Tate acaba de entrar. Nadie me ha dicho que Tate fuera a venir, de lo contrario te habría avisado.

—No pasa nada. —Meneé la cabeza—. Nos guste o no, ahora forma parte del equipo de la campaña del senador. —Me volví a Steve—. Cuando gustes, Steve.

—Por aquí. —El agente abrió la puerta del otro extremo de la sala y la sostuvo abierta mientras los cuatro entrábamos. Tras Rick, cerró la puerta, y la cerradura se deslizó hasta emitir un clic final.

Nos hallábamos en un salón decorado en crudos blancos y negros, con elegantes sofás art déco blancos flanqueados por unas mesitas negras, y con unos focos cuidadosamente orientados para arrojar su rayo de luz sobre unas diminutas piezas de arte, una sola de las cuales debía de valer más que nuestro presupuesto de un año. Los únicas manchas de color en toda la sala se hallaban en los rostros del senador y de su esposa, que tenían las mejillas enrojecidas de tanto llorar, y del gobernador Tate, quien llevaba un traje azul marino que, de una manera educadamente discreta, decía a gritos «dinero». Los tres se volvieron hacia nosotros, y el senador además se puso en pie, se alisó la chaqueta del traje y tendió la mano a Shaun. Mi hermano se la estrechó. Yo pasé de largo y fui hacia el gobernador Tate, que intentaba por todos los medios disimular su desagrado.

—Gracias por venir —dijo el senador Ryman, soltando la mano de Shaun y sentándose de nuevo. Emily llevaba los ojos ocultos tras unas gafas de sol con los vidrios de espejo. Logró esbozar media sonrisa y cogió las manos de su marido. Él tiró de ella para acercarla, sin ni siquiera percatarse de su gesto. Apenas le quedaban fuerzas para reconfortar a nadie, pero las pocas que conservaba, no dudaba en cedérselas a su esposa. Era la clase de tipo que este país necesitaba como líder.

—¿Acaso teníamos elección? —inquirió Shaun, dejándose caer en uno de los sofás y apoltronándose con una estudiada informalidad. Eso le valió la mirada del gobernador, lo que combinado con la confiscación de nuestro equipo, dejaba a Shaun de lo más propenso a la insolencia. Perfecto. Siempre me resulta más sencillo dar la imagen de persona razonable cuando a mi lado mi hermano me ofrece un claro contraste.

—Nos alegramos de estar aquí, senador, aunque me temo que no acabo de entender por qué se nos ha confiscado el equipo de grabación. Algunas de esas cámaras son delicadas, y no me quedo tranquila dejándolas con personas que no forman parte de nuestro equipo. Si nos hubieran informado de esta necesidad de discreción antes de salir del hotel, las habríamos dejado allí.

Tate resopló.

—¿No querrás decir que habríais traído cámaras más fáciles de ocultar?

—La verdad, gobernador, es que quiero decir lo que acaba de oír. —Me volví para mirarlo a los ojos sin pestañear. Una de las ventajas del Kellis-Amberlee de la retina es que elimina la necesidad de lubricar constantemente el ojo, es decir, para que todo el mundo me entienda, no tengo que parpadear con demasiada frecuencia. Que te mire fijamente alguien con mi afección pude ponerte de los nervios rápidamente, al menos eso dice Shaun—. Sé que se ha unido recientemente al equipo y que quizá no esté habituado a trabajar con miembros de medios de comunicación acreditados. Podemos ser comprensivos. Sin embargo, le agradecería que tuviera presente que nosotros llevamos ya algún tiempo trabajando con el senador Ryman y su equipo, y que jamás hemos retransmitido o distribuido material que se nos haya solicitado que no hiciéramos público. Admito que, en parte, esto puede deberse a que nunca se nos ha pedido que no hiciésemos pública alguna información sin ofrecernos una buena razón para ello, pero también creo que hemos demostrado nuestra capacidad de conducirnos con el tacto, la corrección y, por encima de todo, el patriotismo que conllevan el deber de servir como los medios de comunicación acreditados en una campaña política nacional.

—Bueno, chiquilla —replicó Tate, sosteniéndome la mirada sin titubear—, todo eso suena muy bonito, pero los medios me han crucificado varias veces antes de acabar aquí, y espero que me perdones si prefiero actuar con cautela.

—Bueno, señor —repliqué—, perdóneme usted a mí por creer que nuestra trayectoria debería tenerse en cuenta, dado que siempre hemos tratado con sumo cuidado los asuntos más delicados. Es más, y discúlpeme si le parezco descarada, ¿no le parece que si tanto le ha «crucificado» la prensa, tal vez se deba a la insistencia que demuestra en tratar a la gente honrada como si sólo esperara una oportunidad para convertirse en criminales? Para ser un hombre que afirma que defiende los valores de la nación, dedica muchos esfuerzos a lograr la supresión de la libertad de prensa.

El gobernador entornó los ojos.

—Escuche, jovencita, tiene que entender que…

—No me llamo ni jovencita ni chiquilla, y me parece que entiendo perfectamente las cosas. —Me volví a mi equipo—. Shaun, levántate. Rick, Buffy, vamos.

—¿Adonde os creéis que vais? —espetó Tate.

—Volvemos al hotel, donde estaremos encantados de explicar a nuestros numerosos lectores que hoy no tenemos noticias que ofrecerles porque, después de descubrir una acción de bioterrorismo en suelo estadounidense, no se nos ha permitido asistir a una reunión con nuestro candidato debido a que, ¡tachán!, el nuevo hombre en su equipo cree que no se puede confiar en los medios de comunicación. —Le dirigí una mueca sonriente—. Va a ser divertido, ¿no cree?

—Georgia, siéntate —dijo el senador Ryman. Su voz sonaba agotada. Era normal—. Tú también, Shaun. Buffy, Rick, podéis sentaros si queréis, haced lo que os apetezca. Y tú, David, por favor, intenta no olvidar que esta gente son los únicos que se han preocupado de ir a ver el rancho en vez de dedicarse a escribir sobre el episodio como si se tratara de un brote más. Serás cortés con ellos y confiaremos en que seguirán con la línea que han llevado hasta ahora: totalmente razonables y dispuestos a colaborar con nosotros.

—Todavía queda pendiente el tema de nuestros dispositivos de grabación —insistí, sin moverme de donde estaba.

—Lo siento, no ha sido una buena idea. Dicho esto, de momento me gustaría que siguiera así y que me permitierais conducir esta reunión.

—¿Y qué conseguimos nosotros a cambio? —inquirí, enarcando una ceja.

El gobernador Tate resopló y se le empezó a encender el rostro. El senador Ryman le hizo un gesto apaciguador con la mano y me miró directamente a los ojos.

—Una entrevista en exclusiva conmigo, sin revisión posterior, sobre vuestro descubrimiento de ayer.

—No hay trato —respondió Shaun. El senador y yo nos volvimos hacia él, sorprendidos. Mi hermano empezaba a levantarse, repentinamente interesado en la conversación—. No se ofenda, señor, pero ya no impresiona tanto. Nuestros lectores lo conocen y lo respetan, y si sigue comportándose como hasta ahora puede contar con sus votos, pero no invadirán las calles para celebrarlo ni quedarán deslumbrados por que hayamos conseguido una entrevista con usted.

El senador se pasó una mano por el pelo; parecía apenado.

—¿Qué quieres entonces, Shaun?

—A ella. —Sacudió la cabeza en dirección a Emily—. Una entrevista con ella.

—Un no rotun…

—Acepto —intervino Emily. Su voz sonaba cansada pero firme—. Estaré encantada. Sólo quería mantenerme ajena a todo esto por el bien de mi… por el bien de mi familia. —Se le quebró la voz—. Pero eso ya no es importante.

—¿No le preocupa la seguridad de sus hijas pequeñas? —le pregunté.

—No están en el rancho. Ahora viven rodeadas de las mejores medidas de seguridad del mundo. No corren ningún riesgo. Si puedo evitar que la gente salga a las calles a matar a las mascotas de sus vecinos como represalia por lo que les ocurrió a Rebecca y a mis padres, bueno —consiguió esbozar media sonrisa—, habrá valido la pena.

—Emily… —dijo el senador tendiendo una mano hacia su esposa.

—Trato hecho. —Me senté junto a Shaun sin hacer caso de la mirada afligida de Ryman—. Esta tarde acordaremos la fecha para la entrevista con ambos. Ahora, supongo que nos han traído aquí por algún motivo, ¿no?

—Al senador le gustaría hablar sobre la trágica prueba de intencionalidad que su equipo descubrió en el rancho, señorita Mason —anunció el gobernador Tate en un tono pacífico, sin rastro de su cólera anterior. El tipo era un político nato; eso se lo concedía, pero no estaba dispuesta a concederle nada más si estaba en mi mano evitarlo—. Ahora bien, y soy consciente de que con esto puedo dar la impresión de estar cuestionando su integridad como periodistas…

—¡Eh, Rick! ¿Te has dado cuenta de que los imbéciles sólo dicen eso cuando están a punto de cuestionar nuestra integridad como periodistas? —espetó Shaun.

—Sí que es curioso —respondió Rick—. Es algo así como un tic nervioso.

El gobernador los fulminó con la mirada.

—Por favor —continuó—, entiendan que no me mueven motivos personales para preguntarles lo siguiente, simplemente la necesidad de determinar la realidad de la situación.

Me lo quedé mirando.

—¿Se está preguntando si de alguna manera, por subir nuestros índices de audiencia, habríamos conseguido colar furtivamente por todos los puntos de control una prueba falsa de actividad terrorista y luego habérnoslas ingeniado para colocarla en un lugar propicio mientras nuestras cámaras emitían la señal en directo a una audiencia que, tirando por lo bajo y basándonos en los datos de ayer, podría estimarse en varios millones?

—No era mi intención insinuar…

Levanté la mano para interrumpirlo y me volví al senador Ryman.

—Senador, debe saber que le haré esta misma pregunta cuando lo entreviste en presencia de las cámaras, pero con el propósito de atajar esta especie de interrogatorio de una vez por todas, sacrificaré la espontaneidad en favor de la claridad. ¿Han recibido ya los resultados del contenido de la jeringa?

—Sí, Georgia, los hemos recibido —respondió el senador, apretando los dientes.

—¿Y puede compartir esos resultados con nosotros?

—No veo qué relevancia puede tener eso en el tema que estábamos tratando —observó Tate.

—¿Senador? —insistí.

—Se ha determinado que la jeringa contiene una suspensión al noventa y nueve por ciento en estado activo del virus comúnmente conocido como Kellis-Amberlee o simplemente como KA, aislado en una solución salina yodurada —respondió el senador—. Estamos a la espera de más información.

—¿Como la cepa del virus? —sugerí—. De acuerdo. Gobernador Tate, tanto mi equipo como yo nos encontrábamos a varios cientos de kilómetros del rancho en el momento del brote en el hogar de la familia Ryman; los registros del servicio de seguridad lo corroborarán. Además, a excepción del señor Cousins, todos hemos pasado meses viajando junto con el resto del equipo de la candidatura antes del brote. El señor Cousins acompañaba al convoy de la congresista Wagman, que podría dar cuenta de los movimientos de mi colega. No soy viróloga, pero estoy bastante segura de que se requiere un instrumental especial para aislar el virus en estado activo sin correr el riesgo de infectarse, y ese instrumental especial no sólo debe ser sumamente delicado, sino que también requerirá de unas manos expertas para su manejo y conservación. ¿Ve a dónde quiero llegar, gobernador Tate, o necesita que le dibuje un gráfico?

—Tiene razón —dijo Emily. El gobernador Tate se volvió a ella entornando la mirada, y Emily añadió mirándolo a los ojos—: Hice algún curso de virología en la universidad; eran obligatorios para mis estudios de cría de animales. Lo que Peter ha descrito requiere las condiciones de un laboratorio. Sólo para aislar el virus se necesita una sala esterilizada y unas excelentes condiciones de seguridad biológica, no hablemos ya para convertirlo en una especie de… arma. Ellos carecen totalmente de los medios. Para lograrlo, se necesita algo que ofrezca unas garantías de seguridad que van mucho más allá de jugar a científicos con una olla a presión en una habitación de hotel.

—Es más —dije, adelantándome a Tate—, aun suponiendo que de alguna manera dispusiéramos de los medios para hacer algo así y que contáramos con una especie de «socio» que pudiera colarse en el rancho mientras nosotros andábamos atareados en la convención, tendríamos que ser unos verdaderos idiotas para darnos una vuelta por el rancho y encontrar la prueba de que el brote fue provocado intencionadamente. Así que después de insultar a nuestro sentido del patriotismo, a nuestra salud mental y a nuestra inteligencia, ¿qué tal si avanzamos un poco?

El gobernador Tate se dejó caer en su butaca con los ojos entrecerrados. Yo mantuve los ojos bien abiertos, sacando todo el jugo al desasosiego que mis lentillas azulísimas provocan en la mayoría de la gente. Él apartó antes la mirada.

Satisfecha, me volví al senador Ryman.

—Ahora que hemos solucionado este pequeño bache, ¿qué más considera necesario mantener bloqueado tras un cortafuegos?

En favor del gobernador hay que reconocer que se le veía abochornado.

—Nos preguntábamos, dadas las circunstancias —comenzó el senador, y a su favor había que decir que se le veía avergonzado—, si… bueno… si no sería mejor que vosotros cuatro regresarais a casa.

Me lo quedé mirando boquiabierta. También Rick. Por su parte, Buffy, que se había mantenido en un silencio insólito durante toda la conversación con Tate, siguió sin levantar la mirada de sus manos.

Finalmente, Shaun fue quien rompió el silencio, descargando las plantas de los pies contra el suelo para ponerse en pie como un resorte.

—¿Estáis todos como una puta cabra o qué?

—Shaun… —dijo el senador, levantando ambas manos con gesto apaciguador—. Sé razonable…

—Le pido mil disculpas, señor, pero ha renunciado a su derecho a pedirme eso desde el momento en que ha sugerido que abandonemos la historia —contraatacó Shaun, controlando el tono de su voz. De todos los presentes, yo era la única que sabía el esfuerzo que le requería esa contención. Shaun no suele dar rienda suelta a su temperamento, pero cuando lo hace, «agachar la cabeza y esconderse» es la mejor opción—. ¿No le parece que debemos a nuestros lectores acabar lo que hemos empezado? ¡Firmamos un contrato para toda la campaña! ¡No somos de los que cortan por lo sano y salen por piernas en cuanto las cosas se ponen un poco feas!

—¡Mi hija está muerta, Shaun! —espetó el senador, que de repente se puso en pie y dejó a Emily sola y con aspecto de desvalida en el sofá. ¿No entiendes que para nosotros esto es algo más que una noticia? ¡Rebecca está muerta! Que se sepa la verdad no va a devolverle la vida.

—Ni tampoco que se acepte la mentira —repuso Rick, en un tono tan tranquilo que casi parecía fuera de lugar en medio de aquella acalorada conversación. Nos volvimos todos a él. Tenía la cabeza erguida y una expresión franca en el rostro mientras su mirada saltaba del senador Ryman al gobernador Tate—. Senador, créame si le digo que entiendo su dolor mejor de lo que se imagina. Y entiendo que la preocupación le lleva a aceptar un mal consejo. —Echó un vistazo al gobernador, que tuvo el buen gusto de ruborizarse y arrugar el ceño—. Le dicen que somos civiles, que nos debería sacar de en medio. Pero, señor, ya es demasiado tarde. Este incidente se ha convertido en noticia. Si nos deja al margen, lo único que conseguirá es atraer a otros periodistas que se pondrán a husmear buscando una noticia que contar. Periodistas que, si me permite decirlo, escapan a su control. Nosotros mantenemos una relación laboral, y usted sabe que siempre tendremos en cuenta su opinión. ¿En serio espera disfrutar de ese tipo de privilegio con quienquiera que aparezca atraído por la posibilidad de una primicia?

—Creo que deberíamos irnos —sugirió Buffy. Me volví a ella con los ojos abiertos como platos. Sin levantar la mirada de sus manos, continuó—: No firmamos un contrato para esto. Tal vez Rick tenga razón y tal vez vengan otros, pero ¿a quién le importa? —Lanzó una mirada al frente a través de su flequillo y se humedeció los labios—. Si quieren venir para morir, es su problema. Yo tengo miedo, y el senador Ryman tiene razón. No deberíamos seguir aquí… si es que alguna vez debimos estar.

—Buffy —dijo Shaun, profundamente herido—. ¿De qué estás hablando?

—Esto sólo es una noticia más, Shaun, y allí donde hemos ido han ocurrido cosas terribles. —Levantó la cabeza; su rostro tenía una expresión de honda tristeza—. Toda esa pobre gente de Eakly. Lo del rancho. Senador Ryman, creo que es usted un hombre maravilloso, pero esto sólo es una noticia y nosotros no deberíamos formar parte de ella. Acabaremos mal.

—Por eso mismo debemos quedarnos —repliqué. No se me notaba la decepción en la voz, lo que me sorprendió. Me moría de ganas de soltar un bofetón a Buffy, de zarandearla y preguntarle cómo era posible que no viera lo importante que era contar la verdad después de todo lo que habíamos pasado juntas. Sin embargo, aparté la mirada de ella y, con voz tranquila, dije—: Todo es «sólo una noticia». Una tragedia, una comedia, el fin del mundo, cualquier cosa, son «sólo una noticia». Lo importante es asegurarse de que esa noticia se sepa.

—Esa actitud, jovencita, es precisamente el motivo por el que tenéis que marcharos —dijo el gobernador Tate—. No podemos fiarnos de que mantengáis la boca cerrada cuando decidáis que es la hora de contar la noticia. No es vuestra decisión la que debe primar, sino la seguridad nacional. Y no creo que entendáis realmente la situación tan peligrosa en que podríais ponernos.

—David… —dijo el senador.

—Una bonita defensa de la libertad, gobernador —espeté.

—¿De verdad os tragáis todas esas patrañas? —inquirió Shaun.

—Por otro lado, entre las ventajas estaría que «fieles reporteros expulsados de la campaña mientras se corre el velo de la censura» sería un buen titular —dijo Rick—. Me da que tenemos entre manos algo que disparará nuestras cifras en los índices de audiencia.

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