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Libro Segundo: Bailando con muertos » Nueve

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Regresé rápidamente a la mesa, me incliné entre dos asesores enzarzados en una discusión y agarré el teléfono con altavoz. Me soltaron unos graznidos de protesta a los que no hice caso, me quité el teléfono disimulado y lo introduje en la entrada que había en la base del altavoz.

—¿Señorita Mason? —inquirió el senador, enarcando las cejas.

—Lo siento. Es importante. —Presioné el botón para acceder a la llamada.

—… probando, probando —dijo la voz de Buffy por el altavoz, con un ligero ruidito de interferencias de fondo—. ¿Me oyen?

—La oímos, señorita Meissonier —respondió el senador—. ¿Me permite preguntarle qué es tan importante como para irrumpir en nuestra reunión?

Chuck Wong se puso al habla; al parecer no éramos los únicos en querer usar el altavoz.

—Estamos en la valla, señor, y nos ha parecido importante ponernos en contacto con usted cuanto antes.

—¿Qué está ocurriendo ahí fuera, Chuck? Espero que no se trate de más zombies.

—No, señor… de momento. Se trata del chivato.

—¿El que falló?

—Sí, señor. El error no es responsabilidad de mi equipo. —Chuck no disimulaba su alivio al hablar, y no le culpé. Un descuido puede considerarse un delito federal si se ven afectados dispositivos antizombies. Nadie ha conseguido empapelar a un técnico de seguridad por una masacre, todavía, aunque ocurren incidentes así todos los años—. Alguien ha cortado los cables.

El senador se quedó petrificado.

—¿Cortado?

—El chivato tiene registrada la detección de los zombies que nos visitaron anoche, señor. La conexión que debería haber disparado las alarmas de la valla no funcionó porque alguien había cortado antes los cables.

—Quienquiera que fuera hizo un buen trabajo —añadió Buffy—. El estropicio está dentro de la caja. No se advierte nada anormal hasta que no se accede a ella, e incluso entonces hay que hurgar un poco hasta dar con los cables cortados.

El senador se dejó caer hacia atrás, pálido.

—¿Estáis hablándome de sabotaje?

—Bueno, señor —respondió Chuck—, ninguno de mis hombres cortaría los cables de un chivato que protege el convoy en el que se encuentra. No tendría sentido.

—Entiendo. Acabad la investigación y presentad los informes, Chuck. Señorita Meissonier, gracias por llamar. Por favor, no dude en volver a hacerlo si necesita algo.

—Comprendido. Georgia, estamos en el servidor cuatro.

—Anotado. Cuelgo. —Me incliné y corté la comunicación, desenchufé mi anilla teléfono del altavoz y me la puse de nuevo en la oreja. Sólo entonces miré al senador Ryman.

El senador tenía el aspecto del que acaban de golpear fuerte e inesperadamente por la espalda. Me miró a los ojos pese al extraño aspecto que les daban las lentillas y me dedicó un breve y controladísimo gesto con la cabeza.

«Por favor —decía ese gesto—, ahora no».

Yo asentí con la cabeza y agarré a Shaun del brazo.

—Senador, si no le importa, mi hermano y yo tendríamos que ponernos a trabajar. Después de lo que ocurrió anoche vamos un poco retrasados.

Shaun me miró perplejo.

—¿Cómo?

—Claro. —El senador sonrió sin molestarse en esconder su alivio—. Señorita Mason, señor Mason, gracias por haber compartido con nosotros su tiempo. Mandaré a alguien para que les avise cuando estemos preparados para dejar el hotel y ponernos en marcha.

—Gracias —repuse, y abandoné la sala tirando del todavía desconcertado Shaun. La puerta de la sala de juntas se cerró detrás de nosotros.

Shaun se soltó y me lanzó una mirada fulminante por el rabillo del ojo.

—¿Vas a decirme de qué va todo esto?

—Acaba de descubrir que han saboteado su expedición —respondí—. No van a decidir nada sensato hasta que se les pase el pánico. Eso les llevará días. Entretanto tenemos reportajes esperando a que los montemos y actualizaciones que hacer. Además, Buffy ha volcado sus grabaciones en el servidor cuatro. Deberíamos echarles un vistazo.

Shaun asintió.

—Ya lo pillo.

—Vamos.

Ya en nuestra habitación, cedí a Shaun el ordenador principal, y yo conecté mi dispositivo móvil a una entrada que había en la pared y me puse manos a la obra. No podíamos grabar voces a la vez, pero sí editar los clips de vídeo para las secciones personales de cada uno en la página y escribir todo lo que quisiéramos. Leí por encima los reportajes publicados bajo la autorización de Buffy mientras Shaun y yo estábamos atareados en las labores de limpieza. Los tres betas habían realizado un trabajo magnífico. En especial, Mahir, que había hecho un montaje espectacular con unas imágenes relativamente sosas; también pude comprobar, por las etiquetas del servidor, que tres de las mayores páginas dedicadas a la información habían pedido poder usar tanto el clip de vídeo como su narración. Pulsé la opción de que autorizaba el uso de las imágenes bajo las condiciones de un contrato estándar, que reportaría a Mahir el cuarenta por ciento de los beneficios, además de la totalidad de lo que se sacara por la narración. Su primer reportaje sobre un ataque. Se sentirá muy orgulloso. Tras meditarlo un momento, añadí una nota de felicitación, que le envié directamente a su dirección privada de correo electrónico. Mahir y yo mantenemos una amistad fuera del trabajo desde hace años, y no cuesta nada animar a los amigos para que alcancen el éxito.

—¿Cómo van las cosas en tu sección? —pregunté, buscando las imágenes sin montar de los ataques y ordenándolas para visionarlas en una única secuencia en mi pantalla. No estaba segura de qué buscaba, pero tenía una corazonada y he aprendido a guiarme por mis corazonadas. Buffy entiende de la presentación visual del producto; Shaun del valor de lo impactante, ¿y yo? Yo sé dónde buscar la noticia. Se ha producido un acto de sabotaje. ¿Por qué han cortado esos cables, y quiénes y cómo lo han podido hacer sin que los capturara alguna de las cámaras de Buffy?

—Te quito a Becks —dijo Shaun. Lo miré de refilón. La imagen de ambos arrinconados contra la valla, resistiendo el ataque del último zombie, dominaba su pantalla. Por el auricular que llevaba en el oído izquierdo estaba escuchando la pista de audio. Tenía el semblante serio—. Quiere convertirse en una irwin. Lleva semanas suplicándolo. Y este reportaje… no es de una reportera, George. Ya lo sabes.

Fruncí el ceño, aunque no me sorprendió oírselo decir. No aparecen muchos irwins buenos, porque la tasa de mortalidad durante el periodo de entrenamiento es la hostia de alta. No hay tiempo para ir ascendiendo en el aprendizaje cuando se está jugando con infectados.

—¿Qué referencias tiene?

—Estás haciéndole perder el tiempo…

—Respóndeme. —Había ordenado los clips de vídeo que aparecían en mi pantalla para reproducirlos en tiempo real, lo que significaba que en un momento dado algunos se detendrían para permitir a los demás sincronizarse. En algunas imágenes de las cámaras de la entrada faltaban partes de las pistas de audio, mientras que en las del ataque éstas estaban completas. No pude contener un escalofrío cuando vi a una de las mujeres que habían asistido al mitin aparecer con andares pesados entre los infectados. No necesitaba el diálogo para saber lo que estaba diciendo Tyrone; estaba pidiéndole que se detuviera y no siguiera acercándose, que retrocediera y se identificara. Pero ella avanzaba y avanzaba.

—Rebecca Atherton, veintidós años. Licenciada en cine por la Universidad de Nueva York. Pasó de una licencia de bloguera de clase B-20 a una A-20 hace seis meses, tras superar las pruebas finales de tiro. Va a examinarse para conseguir una licencia A-18 el mes que viene.

Una licencia de clase A-18 le permitía el acceso sin escolta a zonas de peligro biológico de nivel 4.

—Si te la llevas, mi parte de la página se queda durante un año con un seis por ciento de los ingresos que generen sus reportajes. —La joven infectada clavaba los dientes en el antebrazo izquierdo de Tyrone. Él chillaba quedamente y disparaba su arma contra la sien de la zombie. Pero era demasiado tarde; el daño ya estaba hecho.

—El tres por ciento —ofreció Shaun.

—Trato hecho —respondí, sin apartar los ojos de la pantalla—. Redacta el borrador del contrato. Si ella está de acuerdo, es tuya. —Tyrone caminaba pesadamente en círculo, con el brazo apretado contra el torso. Distinguí la figura de Steve gritando órdenes. Carlos dio media vuelta y salió corriendo hacia el convoy, presumiblemente en busca de refuerzos. Por eso sobrevivió, porque salió corriendo. ¿Cómo debe de sentar una cosa así a un hombre como él? Imagino que no demasiado bien.

—George, ¿qué pasa contigo? Esperaba una lucha más encarnizada por la chica.

En vez de responderle, desenchufé los auriculares de mi dispositivo para que el sonido envolviera toda la habitación.

—¡Oh, Dios mío, Tracy! ¡Oh, Dios mío! ¡Oh, Dios mío! —farfullaba Tyrone. Los gemidos que se oían fuera de cuadro eran graves y continuos; los infectados estaban acercándose y la verja de entrada al convoy estaba abierta.

—¡Cierra el pico y ayúdame a cerrar! —gruñía Tracy, agarrando la puerta con las dos manos. Tras un momento de vacilación, Tyrone reaccionó y se puso a ayudarla con las manos bien lejos de las de su colega. Era una buena manera de intentar solucionar el problema. Mientras se mantuviera alejada del virus activo Tracy no experimentaría la amplificación, y para alguien de la corpulencia de Tyrone, la conversión completa tardaría más tiempo del que se necesitaba para cerrar una puerta, aun tan pesada como era la de la entrada. Cuando hubieran acabado, ella podría indicarle con un gesto que se alejara hasta una distancia de seguridad y volarle la tapa de los sesos de un tiro. No sería bonito, pero la eliminación de un contagiado rara vez lo es.

Hubo un salto en el vídeo y a continuación apareció Tyrone tirado en el suelo sobre un charco de su propia sangre, mientras que Tracy forcejeaba con un zombie que le mordisqueaba el cuello. La puerta estaba cerrada, sin embargo en la pantalla aparecían seis zombies: uno mordiendo a Tracy, tres más acercándose a ellos y otros dos dando bandazos en dirección al convoy.

—Pon pausa —dijo Shaun, arrugando la frente.

Pulsé el botón de pausa. La imagen quedó congelada.

—Rebobina hasta el momento en el que salta la imagen.

Tecleé de nuevo el comando y las imágenes fueron reproduciéndose hacia atrás hasta el momento del salto. Lo pausé y la imagen se congeló. Me volví a Shaun a la espera de nuevas instrucciones.

Él no me miró en ningún momento.

—Dale a reproducir otra vez, pero a la mitad de la velocidad normal.

—¿Qué…?

—Dale a reproducir y calla, George. —Le di a la tecla de reproducir. La imagen empezó a avanzar, esta vez con lentitud. Shaun frunció el ceño y gritó—: ¡Pausa!

La imagen congelada mostraba a Tracy gritando, a los zombies dirigiéndose hacia ella con sus andares desgarbados y a Tyrone muerto en el suelo. Shaun estiró un dedo acusador señalando el traje de Tracy.

—Tracy no salió corriendo simplemente porque no podía —apuntó Shaun—. Alguien le había disparado en la rodilla.

—¿Cómo? —Entorné los ojos y clavé la mirada en la pantalla—. No veo nada.

—Quítate las malditas lentillas y vuelve a probar.

Eché la cabeza atrás, me estiré el párpado y me saqué la lentilla del ojo derecho con la yema del dedo índice. Esperé un momento para que el ojo se habituara a su nueva situación; luego cerré el otro ojo y volví a mirar detenidamente la pantalla. Al recuperar mi visión normal bajo poca luz no me resultó difícil distinguir la mancha húmeda en la rodilla de Tracy, como tampoco la sangre que le brotaba del cuerpo y rociaba la nieve alrededor de ella en vez de caer en un reguero como cabría esperar.

Me incorporé en la silla.

—Le habían disparado.

—En algún momento que coincide en el tiempo con las imágenes que nos faltan —dijo Shaun en un tono contenido. Lo miré, y él me dio la espalda. Estaba enjugándose los ojos—. Por Dios, George. Sólo se había metido en esto porque podía quedar bien en su currículum.

—Lo sé, Shaun. Lo sé. —Apoyé una mano en su hombro, con la mirada fija en la imagen congelada de Tracy luchando por una vida que ya no le pertenecía—. Averiguaremos lo que está pasando aquí. Te lo prometo.

… se acercan a nosotros, estos muertos inquietos,

Con mortajas tejidas con las palabras de los hombres,

Con trompetas retumbando en lo alto

(Las paredes de la esperanza son tan delgadas

Y toda la inocencia de la que nos jactamos

Se ha derretido en esta escarcha eterna)

Esa promesa no es recompensa

De todos los peligros, todas las pérdidas…

—Extraído de

Eakly, Oklahoma,

publicado originalmente en

Junto al proceloso mar,

blog de Buffy Meissonier, 11 de febrero de 2040

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