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Libro Tercero: Estudio de casos cero » Quince

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Shaun me lanzó una última mirada de preocupación y fue hacia la furgoneta. Yo lo seguí, me subí al asiento del acompañante y cerré los ojos. En una inusitada demostración de preocupación por mi bienestar, Shaun condujo como un ser humano sensato, a la velocidad más que razonable de ochenta o noventa kilómetros por hora y consciente de que los frenos podían utilizarse en otras situaciones además de la de «una banda de zombies está bloqueando la carretera delante de nosotros». Me hundí en el asiento sin abrir los ojos y empecé a repasar mentalmente los últimos acontecimientos.

Cuando había dicho que los hechos relacionados con el brote en el rancho no cuadraban, lo había hecho con la ligera esperanza de encontrar alguna prueba de negligencia humana o de la presencia de un zombie intruso que hubiera provocado el incidente y en el que no hubieran reparado después de la masacre, dejando que la culpa recayera en los caballos; algún detalle nimio que sin embargo hubiera disparado mi sentido de «algo huele mal aquí». En resumen, alguna tontería, una menor que no fuera a dar un vuelco al caso.

Rebecca Ryman había sido asesinada.

Eso daba un vuelco al caso.

Sabíamos desde hacía semanas que la muerte de Tracy (y por extensión, probablemente todo el brote de Eakly, aunque no se había hallado ninguna prueba concluyente que lo confirmara), no se debía a un accidente, pero carecíamos de pruebas de que fuera algo más que un chiflado aprovechando la ocasión para provocar un pequeño desastre. Pero las probabilidades de que dos acciones de sabotaje tuvieran por azar el mismo grupo de personas como objetivo eran entre pocas y casi nulas. Y aún se reducían más si se tenía en cuenta que el hombre involucrado en ambos incidentes era uno de los candidatos a la presidencia de los Estados Unidos de América. Esto era tan bombazo. Un auténtico bombazo.

Y también era muy muy malo, pues quienquiera que estuviera detrás de esto no temía violar la ley Raskin-Watts, lo que significaba que ya había cruzado una línea que la mayoría de la gente ni siquiera es consciente de que existe. El asesinato es una cosa. Pero eso era terrorismo.

—¿George? ¿Georgia? —Shaun me sacudía el hombro. Abrí los ojos y pestañeé instintivamente hasta que me di cuenta de que estaba envuelta por la bendita penumbra. Enarqué una ceja y me volví a él. Mi hermano me sonrió aliviado—. ¡Eh! Te has quedado dormida. Ya hemos llegado.

—Estaba pensando —dije petulante, pero después de desabrocharme el cinturón de seguridad, admití—: Y tal vez también dormitando un poco.

—No pasa nada. ¿Qué tal tu cabeza?

—Mejor.

—Bien. Rick ya está aquí, y tu equipo lo tiene frito… ha llamado tres veces para preguntar cuándo llegaríamos.

—¿Alguna noticia de Buffy? —Agarré la mochila, abrí la puerta y me salí de la furgoneta. En el garaje hacía frío; estaba prácticamente lleno. Era de esperar; cuando el senador nos reservó las habitaciones, nos buscó el mejor hotel de la ciudad. Una seguridad de cinco estrellas no sale barata, pero incluye varios extras, como un garaje subterráneo con sensores de movimiento que no sólo rastrean los movimientos de las personas, sino que tiene en cuenta el tiempo que pasan en el garaje y lo que están haciendo. Si Shaun y yo nos hubiéramos quedado ahí abajo un rato, caminando en círculo, obtendríamos una visión completamente nueva del servicio de seguridad del hotel; sin duda, esta opción habría sido tentadora si no tuviéramos ya una noticia que casi nos quemaba las manos. Empezaba a echar de menos los tiempos en los que juguetear con los sistemas de seguridad de los ricachones nos daba para llenar la página principal.

—Sigue con Chuck, pero me ha dicho que los servidores están listos para que subamos lo que queramos y que la sección de Ficción no publicará nada en un par de días; deberíamos seguir adelante sin ella. —Shaun cerró de un portazo la puerta de la furgoneta y fue hacia el ascensor que nos conduciría al hotel—. Parecía bastante impresionada. Me dijo que seguramente se quedaría toda la noche con Chuck.

—Está bien.

Como la mayoría de los hombres del senador, Chuck se hospedaba en el Complejo de Negocios Embassy Suites, un nombre rimbombante para una serie de edificios de apartamentos, que ofrecía alojamiento para estancias más prolongadas que nuestras lujosas habitaciones, aunque estrictamente temporales. Su apartamento disponía de cocina, salón y una bañera en la que un ser humano normal podía darse un baño de verdad. Nuestras habitaciones ofrecían un número considerable de canales de televisión por cable; dos camas extragrandes, que habíamos juntado en un extremo de la habitación para dejar espacio para los ordenadores, y una instalación eléctrica sorprendentemente estable; sólo habíamos hecho saltar el disyuntor dos veces, y para nosotros eso representaba prácticamente un récord.

El acceso a los ascensores estaba protegido por una rudimentaria esclusa de aire. Las puertas correderas se abrieron cuando nos acercamos a ellas, e inmediatamente se cerraron y nos dejaron recluidos en una antecámara. Otro par de puertas nos impedían el paso al ascensor. Como era un hotel con los últimos avances, las puertas estaban preparadas para ocuparse de hasta cuatro personas a la vez, aunque la mayoría de la gente no era tan estúpida para aprovechar esa aparente ventaja, pues si alguien no superaba el examen, las puertas se bloqueaban y se alertaba al servicio de seguridad. Entrar en una esclusa de aire con alguien que no se sepa con seguridad que no está infectado es una especie de ruleta rusa en la que muchos prefieren no participar.

Shaun me cogió la mano y me la apretó antes de que nos separáramos. Él fue por el lado izquierdo de la puerta, y yo por el derecho.

—Buenas tardes, estimados huéspedes —dijo la voz cálida y maternal del hotel. Era evidente que se había diseñado para evocar tranquilizadoras imágenes de camas mullidas y bombones sobre la almohada todas las mañanas, y para persuadir de que la infección nunca conseguiría cruzar las puertas blindadas de cristal—. ¿Serían tan amables de indicarme el número de sus habitaciones y de identificarse?

—Shaun Phillip Mason —respondió mi hermano, haciendo una mueca. Nuestros habituales jueguecitos funcionan con el sistema de seguridad de casa, pero con un sistema tan avanzado, había muchas posibilidades de que el ordenador confundiera «hacer el tonto» con «identidad errónea» y diera la voz de alarma—. Habitación cuatrocientos diecinueve.

—Georgia Carolyn Mason. Habitación cuatrocientos diecinueve.

—Bienvenidos, señor y señorita Mason —respondió la voz del hotel tras un silencio que se prolongó quince segundos, mientras comparaba nuestra voz con los registros del hotel—. ¿Les importaría que les realizara un examen de la retina?

—Disfruto de una exención médica de acuerdo con la directriz federal 715 —señalé—. En mi historial médico consto como afectada de Kellis-Amberlee de la retina en estado no activo y, acogiéndome a la Ley para los ciudadanos discapacitados, solicito una prueba de reconocimiento de voz.

—Espere mientras reviso su historial médico —dijo la voz del hotel.

—Siempre igual —farfullé, poniendo los ojos en blanco.

—Sólo están siendo precavidos.

—Pero siempre es lo mismo.

—El sistema sólo tardará unos segundos en encontrar tu informe.

—¿Cuántas veces hemos accedido al hotel por el garaje?

—Tal vez imaginan que si hubieras sido infectada, te olvidarías de esa estúpida directriz federal.

—A mí sí que me gustaría olvidar tu estúpida…

El altavoz volvió a la acción.

—Señorita Mason, gracias por alertarnos de su afección. Por favor dirija la mirada a la pantalla que tiene delante. Señor Mason, por favor adelántese hasta la línea dibujada en el suelo y dirija la mirada a la pantalla que tiene delante. Las pruebas darán comienzo de manera simultánea.

—Afortunada de bruja inválida —masculló Shaun, colocando los pies en la línea indicada y abriendo completamente los ojos.

Mi pantalla parpadeó para pasar del escaneo al modo de texto y mostró un breve párrafo.

—¡Ah! Lo recuerdo perfectamente. «Ocurrió durante el inhóspito diciembre; los espectros de las ascuas agonizantes se levantaban del suelo. Deseé con todas mis fuerzas que llegara de una vez el alba, pues en vano había estado buscando el fin de mi pena en los libros».

—Por favor, espere —solicitó la voz del hotel. Las compuertas de plástico negras de dos de los paneles de reconocimiento se abrieron hacia arriba y dejaron a la vista los paneles metálicos—. Señor y señorita Mason, por favor, coloquen las manos en los paneles de diagnóstico.

—¿No te encanta que no nos diga si hemos superado la prueba anterior? —inquirió Shaun, apretando la palma de la mano en el primer panel—. Los agentes de seguridad podrían estar de camino mientras nos entretienen encerrados aquí abajo.

—¡Vaya, muchas gracias, señor Optimismo! —respondí. Puse la mano en el segundo panel y noté el pinchazo fugaz de una aguja en la base de la palma—. ¿No me quieres contar algún otro pensamiento feliz?

—Bueno, si Rick está de los nervios, a estas horas Mahir ya debe de haber sufrido una combustión espontánea.

—Espero que alguien lo grabe.

—Señor y señorita Mason, bienvenidos al Parrish Weston Suites. Esperamos que disfruten de su estancia. Por favor, comuníquennoslo si podemos hacer algo para que su tiempo con nosotros resulte más placentero —fueron las palabras almibaradas con las que se despidió la voz del hotel mientras las puertas que nos separaban del ascensor se corrían para abrirse y volvían a cerrarse en cuanto las cruzamos y dejamos atrás la esclusa de aire—. Gracias por elegir la cadena de hoteles Weston.

—Igualmente —respondí, apretando el botón para llamar el ascensor.

La ciencia de trasladar gente de un lugar a otro ha mejorado en los últimos veinte años, pues los infectados han tenido mucho que ver en que el hombre haya perdido el deseo, en otro tiempo natural, de pasar tiempo solo en lugares oscuros y poco seguros. El Weston disponía de nueve ascensores que recorrían una serie de pasillos y conductos; un ordenador central se pasaba el día controlándolos para que siempre realizaran la ruta más eficiente y segura. Las puertas del ascensor tardaron menos de cinco segundos en abrirse. Ya con nosotros dentro, éste se deslizó rápidamente veinte metros en horizontal y emprendió la ascensión vertiginosa hasta el acceso al ascensor más próximo a nuestras habitaciones.

—¿Prioridades? —inquirió Shaun mientras el ascensor continuaba subiendo.

—Limpiar el foro de mensajes, realizar un examen general de nuestra situación y una reunión informativa —respondí—. Reuniré a mi equipo frente a la pantalla del ordenador aunque tenga que arrancarlos de la cama. Haz lo mismo con el tuyo.

—¿Y qué pasa con los ficcionistas?

—Rick se encargará de ellos. —Buffy tenía todo su derecho a pasar de lo que podía convertirse en la exclusiva más importante que las dos secciones de no ficción de la página había tenido jamás, pero en eso caso tendría que aceptar que nos apropiáramos de sus blogueros júnior. Su departamento no iba a quedarse al margen sólo porque ella quisiera quedarse remoloneando en la cama con su novio.

—¿Puedo decírselo yo? —preguntó Shaun con una sonrisita en los labios.

El ascensor fue frenando según se acercaba a nuestra planta, deshaciéndose de la inercia con tal velocidad que uno nunca se habría imaginado que había estado subiendo a una velocidad superior a los treinta y cinco kilómetros por hora. Las puertas se abrieron y sonó una campanita.

—Si eso te hace feliz, díselo, por supuesto. Aunque asegúrate de que le queda claro que es libre de insultar a Magdalene; eso podría suavizar un poco las cosas. —Me detuve frente a la puerta de nuestra habitación y apreté el dedo pulgar contra el panel de acceso. Se encendió una luz verde que indicaba que tenía permiso para entrar. Shaun abrió la puerta y me empujó para entrar delante de mí. Yo me quedé inmóvil en el pasillo y suspiré—. Tú primero.

—¡No te importa! ¿Verdad? —gritó Shaun.

Puse los ojos en blanco y entré.

El senador nos había reservado dos suites contiguas, dando por sentado que Buffy y yo compartiríamos una y Shaun y Rick la otra. Pero no era así. Buffy se niega en redondo a dormir totalmente a oscuras, lo que yo no puedo tolerar por razones obvias; Shaun, por su parte, suele reaccionar con violencia a los ruidos nocturnos inesperados. De modo que Rick y Buffy se quedaron en una habitación, y Shaun y yo en la otra, con todos los ordenadores, y la convertimos en nuestro cuartel general provisional.

Rick estaba sentado frente a un ordenador cuando entramos. La gatita que había rescatado ronroneaba hecha un ovillo en su regazo. Yo también estaría ronroneando si acabara de comerme un sándwich de atún casi entero proporcionado por el servicio de habitaciones.

—Una gatita con suerte —comenté.

—¡Oh, gracias a Dios! —exclamó Rick, levantando la mirada—. Están todos como locos esperando a que les digamos qué tienen que hacer. Ha habido tantas descargas de los vídeos sin montar que pensé que íbamos a petar el servidor. Mahir no para de enviarme correos electrónicos y los foros están…

Lo interrumpí con un gesto con la mano cortando el aire.

—¿Cómo vamos de cifras, Rick?

—Ah… —Recuperó la compostura rápidamente y echó un vistazo a la parte superior de la pantalla—. Han subido un siete por ciento en todos los mercados.

Shaun silbó.

—¡Guau! Deberíamos destapar complots terroristas más a menudo.

—Todavía no lo hemos destapado. Simplemente hemos descubierto su existencia —puntualicé, y me senté frente a mi propio ordenador—. Entrad en vuestros foros y empezad a enviar correos a vuestra gente. Quiero el informe en media hora. Luego empezaremos a montar el material para la edición nocturna.

—Me pongo a ello. —Shaun cogió una silla, se volvió a Rick y añadió en un tono despreocupado—: Encárgate tú de los ficcionistas. Buffy no vendrá.

—¡Vaya, genial! —exclamó Rick, arrugando la nariz. Ya estaba liado con sus listas de mensajes instantáneos cuando preguntó—: ¿A qué debo el honor?

—Échale la culpa al gato —respondí—. Despierta a Magdalene para que te eche una mano. Ahora calladito, que mamá está trabajando.

Rick gruñó, pero devolvió la atención a su ordenador. Shaun y yo lo imitamos.

Nos llevó media hora limpiar los foros de mensajes y convertirlos en algo que no pareciera la combinación de un incendio forestal y una convención de teóricos de conspiraciones. Todavía nadie había llegado a conectar directamente el brote en las cuadras Ryman, la liberación original de la cura del Kellis y la muerte de Kennedy, pero no habrían tardado en hacerlo. Como esperaba, todos los miembros de mi equipo estaban conectados a la red y haciendo todo lo que estaba en su mano para poner un orden en el galimatías; y, a decir por los hilos cruzados, parecía que lo mismo estaba ocurriendo con los irwins y los ficcionistas. He aquí el poder de la verdad. Cuando la gente descubre su sombra en la pared, pierde las ganas de apartar la mirada de ella.

—Mis foros ya están limpios —anunció Shaun—. Cuando quieras; estoy listo.

—Yo también —dijo Rick—. El chat va viento en popa y los moderadores voluntarios lo tienen todo bajo control.

—Excelente. —Como voluntarios, técnicamente no son empleados de Tras el Final de los Tiempos y no hay razón para incluirlos en la reunión informativa. Entré en el chat de los empleados y teclee: «Entrad»—. Activad las funciones de conferencia, chicos. Vamos a ver qué pasa.

—Dentro.

—Dentro.

—Dentro. Sala once; máxima seguridad. —Nuestro sistema de conferencias se basa en parte en el VirtuParty de Microsoft Windows, que nos permite comunicarnos en tiempo real con cámaras web utilizando un servidor común, y en parte en un programa creado por Buffy. Las once salas de las que disponemos poseen diferentes grados de seguridad, desde el más bajo, que corresponde al tres y al que cualquier lector un poco espabilado puede acceder con una relativa facilidad, hasta el once, en el que nadie ha conseguido colarse jamás, ni siquiera la gente a la que hemos pagado para que lo intentara.

Empezaron a aparecer ventanitas en mi pantalla; cada una de ellas mostraba una imagen en miniatura del rostro pixelado de uno de nuestros blogueros. Shaun, Rick y yo fuimos los primeros en aparecer, seguidos casi inmediatamente por Mahir (que tenía cara de no haber pegado ojo en días), Alaric y Suzy, la chica a la que había contratado después de que Becks se hubiera pasado a los irwins. La misma Becks apareció instantes después junto con un trío de irwins al que apenas reconocí. Otros cinco rostros aparecieron a continuación cuando los ficcionistas entraron; tres de ellos compartían una pantalla: una prueba de que Magdalene había organizado en su casa otra de sus interminables e infames fiestas.

Una vez estuvo todo listo, sólo faltaban Dave, uno de los irwins de Shaun, que se hallaba en una incursión por los bosques de Alaska y que seguramente no había podido acceder a la conferencia, y Buffy. Miré uno a uno los rostros, estudiando sus expresiones, mientras continuaba el silencio inicial. Parecían preocupados, confundidos, incluso entusiasmados, pero ninguno parecía que tuviera nada que ocultar. Ese era nuestro equipo; los hombres y mujeres con los que trabajábamos codo con codo. Teníamos una conspiración que dar a conocer al mundo.

—Muy bien. Escuchad todos —dije—. Esta tarde hemos ido al rancho familiar de los Ryman. A estas horas, todos habréis visto ya las imágenes. En caso contrario, por favor, desconectaos del canal, miradlas y luego volved a conectaros. La cuestión es la siguiente: Y ahora, ¿qué hacemos?

Siguiendo a la congresista Kirsten Wagman he aprendido una lección básica sobre la política: a veces el estilo puede ser más importante que las ideas. Aceptémoslo, no estamos hablando de una de las grandes figuras políticas de nuestra era, sino de una antigua bailarina de

striptease que consiguió un escaño en el congreso prometiendo a los electores de su distrito que por cada mil votos que consiguiera se pondría una prenda indecorosa en el hemiciclo. A juzgar por la victoria aplastante que consiguió en aquellas elecciones, seguiremos asistiendo a plenos en el congreso aderezados por una dama vestida únicamente con lencería hasta mucho después de que acabe su primer mandato.

Sin embargo, no ha ganado. Pese al desencanto general de los votantes, dispuestos a anteponer lo «interesante» a lo que es «bueno para ellos» en el noventa por ciento de los casos, la carrera hacia la presidencia de Wagman demostró estar en el diez por ciento restante. ¿Y por qué? Culpo en parte al senador Peter Ryman, un hombre que ha demostrado que el estilo y las ideas pueden combinarse perfectamente en beneficio de ambos y, más importante aún, que la integridad no está muerta.

También culpo a Tras el Final de los Tiempos y a Georgia Mason por su disposición a adentrarse en la campaña de una manera que prácticamente no se había visto en lo que llevamos de siglo. Su forma de informar no será imparcial y perfecta, pero posee algo que encontramos incluso con menos frecuencia que la integridad.

Tiene corazón.

Es con gran alegría que informo de que la juventud de nuestra nación no está marcada por el hastío y la apatía; que la verdad no se ha abandonado del todo por el entretenimiento; que hay lugar en este mundo para informar de los hechos con la mayor fidelidad y concisión posibles, dejando al pueblo que extraiga sus propias conclusiones.

Nunca me había sentido más orgulloso de encontrar un lugar al que creo que puedo pertenecer.

—Extraído de

La verdad desde otra perspectiva,

blog de Richard Cousins, 18 de marzo de 2040

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