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Libro Cuarto: Postales desde el Muro » Diecinueve

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Los pensamientos me rondaban por la cabeza como la hojarasca arrastrada por el viento mientras me quitaba el pijama de la institución y me ponía mi ropa. Vestirme me llevó más tiempo de lo habitual, ya que después de ponerme cada prenda tenía que hacer una pausa para guardarme en los bolsillos correspondientes los dispositivos de grabación, cámaras y receptores inalámbricos. Si no lo hacía así, sería incapaz de encontrarlos durante semanas.

La muerte de Buffy ya se había incorporado al Muro. Debía haberlo imaginado, pues ya habrían notificado su fallecimiento a la familia, lo que significaba que ya debía de estar escrito su obituario. Sin embargo, por algún motivo, ser consciente de este simple hecho (que se había sumado en el Muro a todas las víctimas de esta plaga eterna) hacía que fuera absolutamente imposible negar su muerte. Es más, sirvió para recordarme un hecho crucial: estamos conectados con el resto del mundo, incluso cuando nos encontramos aislados. Las cámaras siempre están en funcionamiento. Y en ese instante era eso precisamente lo que me preocupaba.

Me puse las gafas de sol y me quité la cinta bloqueadora justo cuando me las subía por la nariz. Me hacían sentir menos desnuda que cualquier otra cosa. Me llevé la mano al oído y activé el teléfono de la anilla.

—Mahir.

Varios segundos después me llegó desde el otro lado de la línea la voz somnolienta de Mahir.

—Más te vale que sea importante.

—¿Te has dado cuenta de que tu acento es más marcado cuando estás cansado?

—¿Georgia?

—Has dado en el clavo.

—¡Georgia!

—Sigues dando en el clavo.

—¡Estás viva!

—A duras penas, y estamos en custodia del CDC, así que no tengo mucho tiempo —dije. Mahir, como buen lugarteniente, no dijo nada más—. Necesito que descargues los vídeos de las cámaras externas de la furgoneta y la moto, asegúrate de que no te dejas nada y luego borra los originales.

—¿Y quieres que lo haga porque…?

—Ya te lo explicaré más tarde. —Cuando no esté llamándote desde el interior de una instalación gubernamental donde es probable que se controlen todas las comunicaciones—. ¿Puedes hacerlo?

—Claro. Ya me pongo a ello.

—Gracias, Mahir.

—¡Ah! Oye, Georgia. Doy gracias por que sigas viva.

Sonreí.

—Yo también, Mahir. Descarga los vídeos y duerme un poco. —Di un golpecito al auricular para cortar la comunicación.

Me arreglé el cuello de la chaqueta, me esforcé en poner una expresión neutra y salí del vestuario en dirección a la sala de guardia. Las cámaras. ¿Cómo podía haberme olvidado de ellas siquiera por unos minutos?

Mantenemos las cámaras externas grabando continuamente. A veces hemos encontrado cosas interesantes al revisar las grabaciones, como aquella vez que Shaun utilizó varias imágenes de la mediana de una autopista absolutamente normal para rastrear una manada de zombies que andaban de cacería en las inmediaciones de la frontera con Colma. Dependiendo del ángulo de tiro del francotirador, podríamos utilizar las imágenes para identificar a un asesino. Teniendo en cuenta, por supuesto, que quienquiera que fuera aún no hubiera tenido la oportunidad de colarse en nuestros discos duros y que Buffy no hubiera contado a alguno de sus «amigos» nuestras costumbres con las grabaciones.

Empezaba a sentirme como una teórica de las conspiraciones, pero no estaba fuera de lugar, pues esto estaba empezando a parecerse mucho a una conspiración.

Rick se movía con menos dispositivos que yo; él y Shaun ya habían regresado a la sala de guardia cuando volví, y Rick había conseguido una taza de café de alguna parte. Me la quedé mirando con deseo, aunque rápidamente me cambió la cara cuando mi hermano me tendió una Coca-Cola, todavía fría pese a que la lata ya estaba cubierta de las gotitas de la condensación.

—La verdad, Shaun, es que puedes considerarte un dios entre mortales —dije.

—Hoy soy un dios, pero mañana, cuando tengas que gritarme para que deje de jugar con los muertos, volverás a llamarme idiota, ¿o no?

—Ajá. —Levanté la lata, tiré de la anilla, tomé un trago largo y suspiré—. El CDC tiene buen gusto para los refrescos.

—Eso intentamos —dijo Joe.

Ese era el pie que necesitaba. Bajé la lata y me volví a él, recuperada mi seguridad en mí misma tras mis gafas de sol.

—¿Así que recibieron una llamada en la que decían que estábamos muertos?

—Los registros la sitúan dos minutos antes de la de ustedes. La información apareció en la pantalla mientras hablaba con usted.

Eso explicaba que me hubiera solicitado detalles sobre nuestras referencias.

—¿Tienen algún nombre? ¿O, mejor aún, algún número?

—Temo que no. Ni lo uno ni lo otro —respondió Joe.

—Fue una llamada anónima realizada desde un teléfono móvil desechable —intervino Shaun.

—Entonces el número consta en el registro de llamadas…

—Pero eso no significa nada.

—Genial. —Continué con la mirada fija en Joe—. Doctor Wynne…

—Joe, por favor. Una chica que regresa de estar «legalmente muerta» se ha ganado el derecho a llamarme por mi nombre de pila. —Mi gesto de sorpresa debió de ser evidente, pues Joe rio entre dientes y explicó—: Si el CDC recibe una llamada informando de que una persona ha dado positivo en una prueba del virus, esa persona está oficialmente muerta hasta que se confirma que se trata de una broma. Es un procedimiento estándar establecido por ley y una medida de precaución.

Me lo quedé mirando fijamente.

—Y eso es porque a nadie se le ocurriría gastar una broma al CDC, ¿no?

—Así debería ser, y créame, señorita Mason, cuando encontremos a los responsables de esta broma, aprenderán rápidamente la lección. —La expresión sonriente de Joe se transformó en un gesto de preocupación. Y era comprensible, pues la mayoría de la gente que trabaja para el CDC lo hace porque desean sinceramente mejorar la condición humana. Si hay alguna institución o persona capaz de encontrar una cura para el Kellis-Amberlee sin duda es el CDC, poseedor de unos índices de popularidad casi universales y de una billetera aún más cargada. La juventud idealista lucha con uñas y dientes para entrar en esa institución y sólo los mejores lo consiguen. Eso significa que el CDC tiene empleados a un montón de gente orgullosísima, personas que nunca harían nada que mancillara el honor de la institución a la que representan.

—Apostaría sin pensármelo dos veces a que quienquiera que realizó esa llamada también es responsable de los disparos a nuestros neumáticos —dije.

—Bueno, señorita Mason…

—Georgia, por favor.

—Bueno, Georgia, sería un idiota si aceptara esa apuesta, así que no lo haré. No es habitual que alguien intente engañar al CDC, y menos aún si tiene como víctima a un convoy atacado por francotiradores, bueno…

—¿Se han realizado pruebas de balística con el arma del tirador?

El rostro de Joe se torció en un gesto distante.

—Me temo que eso es información confidencial.

Lancé una mirada al senador, cuya expresión era asimismo distante, con los ojos clavados en un punto detrás de nuestras cabezas.

—¿Senador?

—Lo siento, Georgia. El doctor Wynne os ha dicho la verdad. La información relacionada directamente con la investigación policial de este asunto es confidencial.

Me lo quedé mirando, dando gracias por que las gafas de sol camuflaban lo esencial de mi expresión. Sólo Shaun podía adivinar lo disgustada que estaba.

—¿Se refiere a que es confidencial para los medios de comunicación?

—Escucha, Georgia…

—¿En serio está diciéndome que si fuéramos fulanito de tal me lo diría, pero que, como trabajo para una página de información de la red, no lo hará? —El silencio que obtuve como respuesta me bastó—. ¡Maldita sea, Peter! ¿Estamos muriendo por usted y no va a decirme el tipo de bala que han utilizado en el trabajo? ¿Por qué? ¿Porque el hecho de que seamos periodistas significa automáticamente que no tenemos ningún sentido de la discreción? ¿Se trata de eso? Vamos a salir corriendo ahí fuera ahora mismo para sembrar el pánico en la calle porque, ¡vaya!, nadie va a sospechar que se trata de una maniobra de distracción ya que uno de los nuestros ha muerto y lo único que decimos es «¡La muerte es una mierda!». —Eché a andar en su dirección, pero Rick y Shaun me detuvieron agarrándome cada uno de un brazo—. ¡Que le jodan! —espeté, sin molestarme en forcejear para soltarme—. Tenía una mejor consideración de usted.

El senador Ryman me miró, meneando la cabeza con una perplejidad sincera.

—Está muerta, Georgia. Buffy está muerta. Y también Chuck está muerto. ¡Y tú deberías estar muerta, todos vosotros deberíais estar muertos y desinfectados, y no vivitos y coleando, gritándome porque me niego a que volváis ahí fuera y les deis otra oportunidad de mataros! Georgia, no estoy ocultándote la información porque seas periodista. Lo hago porque preferiría que no te mataran.

—Con el respeto debido, senador, me parece que esa decisión la debemos tomar nosotros. —Sacudí el brazo que me aferraba Shaun. Mi hermano me soltó, y Rick lo imitó inmediatamente. Los tres nos quedamos mirando fijamente al senador Ryman, a la espera de su respuesta.

El senador apartó la mirada.

—No quiero tener el peso de vuestra muerte sobre mi conciencia, Georgia. Ni sobre mi campaña.

—Bueno, senador, entonces supongo que tendremos que poner todo de nuestra parte para evitar que nos maten —dije.

Ryman nos miró de nuevo con expresión de tristeza. Era el rostro de un hombre que se había pasado la vida persiguiendo un sueño y que sólo en esos momentos empezaba a darse cuenta del coste que representaba cumplirlo.

—Haré que os envíen los informes —dijo finalmente—. Nuestro avión despega dentro de una hora, así que si me disculpáis. —No era ninguna pregunta y no aguardó nuestra respuesta, simplemente dio media vuelta y se fue.

… cuando conocí a Buffy. Tíos, entonces ni siquiera sabía que estaba conociéndola, ¿entendéis lo que quiero decir? Fue una cosa de ésas. George y yo sabíamos que necesitábamos una ficcionista si queríamos que nos contrataran en una de las páginas buenas, porque en ellas no basta con registrarse y decir: «¡Eh, somos dos partes de una amenaza triple, dadnos nuestros escritorios virtuales!». Necesitábamos una cuña, algo que nos completara. Y ese algo era Buffy. Pero entonces todavía no lo sabíamos.

La comunidad bloguera organiza estas ferias de trabajo en línea, como una Craiglist superespecializada. Georgia y yo nos dimos cuenta de que necesitábamos una ficcionista en la feria siguiente, así que abrimos una caseta virtual y esperamos. Ya estábamos a punto de darnos por vencidos cuando recibimos una petición para iniciar una conversación en el chat de alguien que se identificaba como «B. Meissonier» y que decía que no tenía experiencia de campo, pero que estaba deseando aprender. Estuvimos hablando durante trece horas ininterrumpidamente, y esa misma noche la contratamos.

Buffy Meissonier era la persona más divertida que he conocido jamás. Le encantaban los ordenadores, la poesía y ser esa friki de la informática que te arreglaba la PDA antes de que te enteraras de que se te había roto. Le gustaban los programas antiguos de televisión y las películas nuevas, y escuchaba todo tipo de música, incluso la que suena como una mezcla de interferencias y de campanas de iglesia. Tocaba la guitarra de una manera terrible, pero sentía cada nota que le arrancaba al instrumento.

Habrá personas que dirán que fue una traidora. Probablemente yo sea una de ellas, pero eso no cambia el hecho de que fuera amiga mía. Durante mucho tiempo, antes de que hiciera nada reprochable, fue mi amiga, y yo estuve a su lado cuando murió y voy a echarla de menos.

Buffy, espero que tengan ordenadores, programas de televisión cursis, música y gente con la risa fácil allí donde estés ahora. Espero que seas feliz al otro lado del Muro.

Te echamos de menos.

—Extraído de

¡Viva el Rey!,

blog de Shaun Mason, 21 de abril de 2040

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