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Dedicado a una persona
(Prefacio a la primera edición)

Hace tres inviernos te envié una carta en la que te decía que proyectaba escribir una novela pero que tenía algunas reservas. Me contestaste animándome y diciéndome que me pusiera a ello enseguida y que estabas impaciente por leerla. Y me hablabas del argumento de David Copperfield de Dickens, que era la obra que te gustaba más.

Tu carta estuvo más de un año en mi cajón y yo seguía sin empezar la novela. Sabía cuán ansioso estabas por leerla. Por fin, en abril del año pasado acepté la propuesta del periódico y empecé a escribirla. Esta vez no quería hacerte esperar y había decidido guardar un ejemplar de cada diario en el que salía y enviarte la colección entera. Inesperadamente, cuando la novela iba a empezar a publicarse un sábado, el domingo me llegó el telegrama en el que se me comunicaba tu muerte. ¡No pudiste leerla!

Yo había intuido tu final, pero no pensaba que sucedería tan pronto, ni creía que terminaras envenenándote, aunque hace ocho o nueve años ya había oído decir que hablabas de suicidarte.

Has vivido poco más de treinta años, has muerto joven, pero ¿qué juventud has tenido? ¡Qué tristes fueron esos treinta y pocos años de vida! Has sido una víctima innecesaria. No lo entendiste hasta el final.

Tenías un bello sueño que tú mismo destruiste, un futuro prometedor que quemaste. Durante un tiempo te forjaste unos ideales, pero después te dejaste narcotizar por las doctrinas de la reverencia y de la no resistencia. Amabas a una chica, pero permitiste que tu padre echara a suertes tu destino y te casara con otra. Quisiste a tu mujer y permitiste, sin oponerte, que diera a luz fuera de la ciudad solo porque un charlatán lo había dicho. Toda tu vida ha consistido en guardar las apariencias y dejarte llevar por los demás. Sabías que te acercabas a un abismo y al final caíste en él y te viste obligado a envenenarte. No sé exactamente si moriste para no perder la dignidad o porque no podías soportar tu miserable vida. Releo tu nota póstuma y sigo sin entenderlo. El caso es que no solo has perdido el honor, sino que, además, has amargado la vida de tu mujer y tus hijos, y la de otra mujer (sé que había otra, me habías hablado del amor que sentías por ella).

Si pudieras volver a la vida y leer mi novela o ver la desgracia que has traído a aquellos que te quieren, quizá te decidirías a emprender un nuevo camino, pero es demasiado tarde y tu cuerpo ya está bajo tierra.

Pero ¿acaso debo odiarte porque fuiste un cobarde? No, desde luego que no. Al fin y al cabo, eres mi querido hermano mayor. Es verdad que los últimos siete u ocho año nuestras ideas nos distanciaron. Yo seguía queriéndote, aunque, poco a poco, el amor que sentía se resintió. ¡No sabes cuánto me ha hecho sufrir! Recuerdo cuando viniste a verme a Shanghai hace tres años. El día que volvías a Sichuan fui a despedirte al barco. Aquel camarote estrecho, aquel calor, no sabía qué decirte porque tenías los ojos empañados. Te tomé la mano y te dije que te cuidaras durante el viaje mientras me disponía a bajar a tierra, pero tú me retuviste. Te pregunté qué pasaba y no contestaste, volviste a entrar en el camarote para abrir la maleta. Pensé que tenías que darme algo para alguien. Me extrañó tu desmemoria. Y viniste con un disco en la mano que me diste casi llorando mientras me decías: «Llévate una canción». Era Gracie Fields, de Sonny Boy. Sabías que me gustaba y por eso me la regalaste. Sé que a ti también te gustaba. Te alegrabas de compartirlo conmigo, pero yo no quería que te quedaras sin él. A pesar de ello, no quise desobedecerte una vez más, ya lo había hecho muchas veces, y tomé el disco sin rechistar. Lo que sentía en aquel momento no se podía decir con palabras.

Sentado en la barca de remo, el viento y las olas del río Huangpu me hacían tambalear, veía las luces de la orilla y se me partía el alma recordando la despedida. Y mis ojos, que no lloran casi nunca, se humedecieron. ¡Sabía que era la última vez que veía a nuestro hermano mayor! Ahora el disco permanece solitario en mi estudio, convertido, tres años después, en una víctima más del 28 de enero[45]. Las manos que me lo entregaron están bajo tierra.

Por la nota que dejaste sé que no deseabas morir, sé que dudaste mucho. Escribiste tres notas y las rompiste. Te resistías a abandonar la vida, a dejar a los seres queridos. Al final, escribiste la cuarta nota. A través de ella conocemos tu lucha encarnizada entre vivir o morir. Entre líneas puede leerse un grito a la vida, pero ya estás muerto.

Yo no deseo la muerte. Quiero vivir. Quiero escribir, quiero escribir con esta pluma lo que me parezca. Esta pluma que me regalaste hace tres años en Shanghai. Con ella he escrito todas mis obras, excepto Destrucción. Ella me hará recordarte en cada momento y ¡hará que vuelvas a la vida para que puedas ver cómo piso todos aquellos cadáveres!

BA JIN

Abril de 1932

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