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19

La noche de la Fiesta de los Faroles[29] hacía una temperatura extraordinariamente agradable, las estrellas llenaban casi todo el cielo, salvo alguna nubecilla blanca y solitaria, y la luna, redonda como un disco de jade, parecía incrustada en el intenso azul.

Los rituales nocturnos habían acabado temprano y Jueying había acompañado a Juequn a la calle para ver cómo quemaban los restos de una linterna de dragón. Ruijue y Shuhua lamentaban que Qin tuviera que marcharse al día siguiente, no querían separarse de ella. Aunque vivían cerca, tenían pocas ocasiones de pasar todo el día juntas. Una vez terminadas las fiestas de Año Nuevo, todos volverían a sus ocupaciones.

Los jóvenes se habían reunido en la habitación de Juexin para planear la última noche y acababan de decidir que la pasarían remando en el lago. Ruijue no podía ir porque Haichen la reclamaba. Así, pues, eran Juexin y sus hermanos, Shuying y las tres primas con Qin. También los acompañaba Mingfeng, que llevaba una cesta con víveres. Marchaban en fila india por la galería hacia el jardín. Shuzhen, que era muy miedosa, iba al lado de Mingfeng. Caminaban despacio mientras charlaban. Cuando estaban a punto de entrar en el jardín se oyó un susurro que parecía proceder de la rocalla y deslizarse por el tejado de la galería. Shuzhen, asustada, se agarró a Mingfeng. Shuhua preguntó intrigada:

—¿Qué es eso?

El grupo se detuvo, Juehui dio unas patadas al suelo y no hubo respuesta. Saltó por encima de la barandilla de la galería, tomó unos guijarros y los lanzó contra el tejado: era un gato que maullaba.

—Pues eso —dijo riendo. Volvió a saltar a la galería y, viendo tan asustada a Shuzhen, le dijo—: Mira que tener miedo… ¡Qué vergüenza!

—Mi madre dice que en el jardín hay demonios —se defendió la niña sin soltar la mano de Mingfeng.

—¿Demonios? ¿Dónde ves demonios? —le preguntó, burlón, Juehui—. La tía quinta te enreda y tú la crees.

Todos estallaron en carcajadas.

—Prima cuarta, ¿por qué vienes si te dan miedo los demonios? —le preguntó Juexin desde el principio de la fila.

Shuzhen se soltó de la mano de Mingfeng, miró avergonzada a los demás y contestó:

—Porque me gusta estar con vosotros.

—¡Bien dicho! ¡Esta es mi querida primita! ¡Hala, deja que te proteja, a mi lado no tendrás miedo! Los demonios no se atreverán a venir —dijo Qin riendo, y le agarró la mano para caminar juntas.

—«Jian Taigong está aquí»[30], ahuyenta los demonios —se burló Shuhua en medio de las carcajadas generales.

Se adentraron en el bosquecillo de bambúes apenas iluminado por las bombillas. Si levantaban la cabeza podían ver la luna resplandeciente en el cielo azul. Las hojas se movían suavemente. Se oía el borboteo del riachuelo que había más allá del bosquecillo.

Juehui, presumiendo de valiente, se había quedado detrás de todo, junto a Mingfeng. De repente miró a su alrededor y se metió entre los árboles.

—¿Qué haces? —preguntó Juemin.

Juehui, sin contestar, arrancó un tronco delgado de bambú, le quitó las hojas y, dando unos golpecitos contra el suelo con el tronco, dijo complacido:

—Ya tengo un buen bastón.

Volvió al lado de Mingfeng entre las risas de los demás. Juemin le dijo:

—Creía que te habías vuelto loco, parecía que buscases un tesoro oculto.

—¿Un tesoro oculto? Siempre pensando en tesoros ocultos. Ya veo que aún no tienes madurado del todo tu papel en La isla del tesoro —replicó Juehui.

Continuaron avanzando mientras charlaban y reían. Se adentraron en el pinar. Estaba sumido en las tinieblas, iluminadas apenas por la luz de la luna, que daba un poco de claridad a las agujas de los pinos. En el lugar más frondoso del bosque apenas se podía distinguir el camino y andaban casi a tientas. Juehui iba delante abriendo paso con su bastón. El murmullo del viento entre las ramas encogía el corazón. Qin tenía agarrada la mano de Shuzhen cerca de su pecho.

Poco a poco fue clareando; habían llegado a la orilla del lago. La gran mancha blanca de agua se extendía ante sus ojos, la luna se reflejaba en ella, ondulándose y sumergiéndose con los ligeros movimientos del agua. Se oía a los peces que salían a la superficie para comer. A la derecha, no muy lejos, estaba el puente arqueado y a la izquierda, el pabellón del lago y el otro puente que llevaba hasta él.

Los jóvenes admiraban el paisaje en silencio. De repente, una piedra cayó en el agua y la luna desapareció. Se formó un círculo en la superficie que poco a poco se expandió hasta desvanecerse. Juemin se volvió y miró a Juehui, que estaba detrás de él riéndose.

—¡Otra vez tú! —exclamó.

—¿Qué hacéis aquí parados? ¿A qué esperáis? ¿No está allí la barca? —preguntó Juehui señalando el pie del puente donde se encontraba la barca atada a un sauce llorón.

—Ya sabemos que está allí —contestó Shuhua.

Shuhua se colocó la trenza sobre el pecho. Mientras jugaba con ella, mirando el cielo, empezó a entonar el poema de Su Dongpo Recordando a Su Che en la fiesta del otoño.

—«¿Cuándo llegará la luna clara?, / pregunto a la noche con la copa en la mano».

Y Juemin continuó:

—«¿Qué celebran esta noche / en los palacios celestiales?».

Qin y Shuying se añadieron al dúo. Juexin empezó a tocar la flauta dulce y Shuying tomó la de Juehui diciendo:

—Su flauta casi no se oye, déjame la tuya.

El sonido melodioso de la flauta que tocaba Shuying dominaba el de Juexin, que, aunque se oía menos, impregnaba de melancolía la atmósfera.

Juehui caminaba por la orilla del lago hacia el puente y llamó a Mingfeng para que permaneciera a su lado. Él le hablaba y ella respondía con monosílabos, pero enseguida volvió atrás, donde estaba Shuying. Juehui no se dio cuenta de que se había quedado solo hasta que llegó al puente. A pesar de la belleza del momento, estaba inquieto sin saber por qué. Se sentía lejos de sus hermanos. Presentía que de un momento a otro la paz familiar iba a entrar en erupción, como un volcán.

La canción terminó. Shuying se dispuso a continuar, pero Juexin la detuvo:

—Vuelve a tocar cuando estemos en la barca.

Al cabo de un momento todo el grupo se encontró a los pies del puente. Juexin desató la pequeña embarcación y la llevó hasta la orilla del lago. Subieron todos, él se sentó atrás y empezó a remar lentamente. La barca pasó bajo el puente arqueado y se dirigió al centro del lago. Mingfeng, sentada delante, abrió el cesto y sacó verduras encurtidas, pipas de calabaza, cacahuetes y una botella de licor de rosas con unas cuantas tacitas. Fue pasándolo todo a Shuying y Shuhua, que lo colocaron encima de una pequeña mesa redonda que había en el centro de la barca. Juemin descorchó la botella y sirvió el licor. La luna blanca iluminaba la barca y bebía con los jóvenes.

La visión del puente, con las bombillas eléctricas en la barandilla y bañado por la luz de la luna que lo cubría como una gasa, era de ensueño. La barca iba a la deriva y sus ocupantes, hipnotizados, no se dieron cuenta de que el paisaje que los rodeaba había cambiado. A un lado se alzaba un peñasco y al otro un mirador sobre el lago. Delante, el pabellón del lago.

Juehui rompió a gritar. El grito chocó contra el peñasco y volvió, ensordecedor.

—¡Vaya grito! —exclamó Juexin, que también chilló.

La barca llegó a los pies de una plataforma de pesca; el mirador había quedado oculto detrás de unos árboles.

—Primo mayor, has bebido más de la cuenta, no puedes ni moverte. Deja que la barca vaya sola —dijo Shuying a Juexin.

—Sí, aquí se está muy bien —respondió este riendo.

Soltó los remos, sirvió un poco más de licor y se puso a comer cacahuetes y pipas de calabaza. La barca avanzaba con suavidad. Cuando hubo terminado de comer se le ocurrió volver a la orilla y amarrar la barca en la plataforma de pesca.

—Voy a la orilla —anunció sin esperar la respuesta de los demás, y dirigió la barca hacia allí haciendo un esfuerzo. Amarró la barca, saltó a tierra y subió los escalones que llevaban a la plataforma. Un instante después ya se veía su cabeza asomando por la balaustrada de piedra de la plataforma y mirando a los demás reírse.

Shuying le tiró una pipa de calabaza, pero ya había desaparecido, solo se oía su voz que se alejaba entonando una melodía de la ópera de Pekín.

—Es una lástima que esta noche falte gente —dijo Qin, nostálgica.

—¿La cuñada mayor?… —preguntó Shuhua mientras comía pipas.

Qin negó con la cabeza.

—Sé que es Meifen quien falta —afirmó Juehui.

Juemin lo interrumpió bruscamente.

—Habla más bajo. ¿No ves que el hermano mayor puede oírte?

—¿Y qué? Si ya se han visto —se defendió Juehui, no muy convencido.

—¿El hermano mayor ha visto a la prima Mei? —preguntó Shuhua intrigada.

—¡El amo joven mayor! —Avisó Mingfeng desde delante de la barca.

Levantaron la cabeza y vieron que Juexin los estaba escuchando. Después bajó lentamente los escalones de piedra y volvió a sentarse en la parte de atrás de la barca.

—¿Por qué os habéis callado al verme? —preguntó con un deje de amargura en la voz.

—No recuerdo de qué hablábamos, pero no tenía nada que ver contigo —respondió Juemin.

—He oído perfectamente que hablabais de la prima Mei —dijo con una sonrisa triste.

Agarró los remos y dirigió la barca hacia el centro del lago.

—Pues sí. Qin cree que hubiera estado bien que la prima Mei estuviese aquí —admitió Juehui al fin.

—La prima Mei no vendrá nunca más… —dijo Juexin suspirando.

Juexin se había quedado mirando al cielo. Alguien, para divertirse, había llevado la barca hasta el margen de piedra del lago y se estaban salpicando. Juexin la detuvo.

En el cielo aparecieron nubes grises y la luna fue a su encuentro. Todos observaban a Juexin.

—No solo falta la prima Mei, las primas Hui y Yun tampoco están. Cuando ellas solían venir la hermana mayor aún vivía, lo pasábamos muy bien. Después la hermana mayor murió, y ellas ya hace tres años que se fueron de la ciudad. ¡Cómo pasa el tiempo! —dijo Shuying entristecida.

—No te preocupes. La madrastra dice que las primas volverán en un par de años —afirmó Shuhua.

—¿De verdad? ¿No me engañas? —le preguntó Shuying. Y mirando a Qin dijo—: Prima Qin, mañana ya te vas. Nosotros volveremos aquí a remar pero no será lo mismo. Tenemos que separarnos. Es verdad aquello que dicen de que «no hay ningún banquete en el que los comensales no acaben despidiéndose».

—Si tienes que separarte, hazlo cuanto antes. Si no, cada vez será más triste y, además, no evitarás la separación —dijo Juehui.

—Sí, también dicen que «cuando el árbol cae, los monos se dispersan», pero el árbol aún no ha caído —añadió Juexin.

—Pero un día caerá y cada uno seguirá su camino —replicó Juehui, que parecía querer manifestar el resentimiento acumulado.

—Prima Qin, yo no quiero separarme, me quedaré muy sola —dijo con voz suplicante Shuzhen, que estaba sentada entre esta y Shuying.

Los ojos de Juehui se fijaron en los diminutos pies de Shuzhen, calzados con zapatillas forradas de seda roja. Le parecía estar oyendo aún sus gritos de dolor. Todos comprendían la tristeza de la chiquilla en aquel momento. Y también sentían congoja por ellos mismos, por el futuro incierto que les aguardaba.

De repente el agua se oscureció y todo adquirió un tono parduzco: la luna se había escondido detrás de las nubes. Reinaba la calma, tan solo rompía el silencio el sonido acompasado de los remos en el agua.

—Rema más despacio —le suplicó Juexin a Mingfeng.

Shuzhen se acercó a Qin y esta la abrazó. La luna salió de detrás de las nubes y otra vez volvió la claridad. El pabellón del lago y el puente de piedra aparecieron reflejados de nuevo en el agua como si estuvieran pintados en la superficie. A la izquierda, en el bosquecillo de ciruelos, las ramas perfumadas se erguían orgullosas bajo la fría luz de la luna y proyectaban su sombra en el agua. A la derecha había una ladera con unos cuantos sauces llorones y un pequeño dique que cerraba el paso del agua del lago formando un estanque.

—No te preocupes y disfruta el claro de luna, ¡mira qué bonito es todo! —le dijo Qin a Shuzhen, acariciándole la espalda.

Shuzhen miró a los demás y luego a Qin y, no muy convencida, dijo:

—Prima Qin, ¿por qué tienes que irte? ¿No estamos bien juntos todo el día?

—Tontaina, todos tenemos cosas que hacer, ¿cómo quieres que estemos juntos todo el día?

—El día de mañana tendremos que separarnos y tú también crecerás, te casarás y te irás con tu marido. Estarás siempre con él y te olvidarás de nosotros —le dijo Juexin cariñosamente.

—¿Es necesario casarse y abandonar a los que quieres cuando te haces mujer?

Shuzhen había formulado la misma pregunta a su madre muchas veces sin entender la respuesta que le daba, pero de pronto, al oír hablar de un marido, se ruborizó sin explicarse el porqué.

—No me casaré, ya lo he decidido —continuó.

—¿Y te convertirás en una vieja hermana pequeña en casa? —le preguntó Juemin, sentado delante de ella.

Y Juehui añadió burlándose:

—Pues si has decidido no casarte, ¿por qué dejas que la quinta tía te vende los pies?

Shuzhen no supo qué responder. Calló y agachó la cabeza, palpándose con suavidad los doloridos pies. Recordó que su madre le había explicado que cuando la tía mayor llegó a casa, recién casada, los demás se reían de sus pies grandes y que algunos incluso corrieron a su habitación a levantarle la falda para mirárselos. Supo también por boca de su madre que tener los pies grandes era una desgracia. Aprendió que los pies pequeños traían la felicidad, y sufrió horrores, le costó muchas lágrimas y pasó interminables noches en vela para convertir sus pies en aquellas cosas informes. Pero ¿cuál era el fruto de todo aquello? La madre los enseñaba orgullosa a la gente, pero eran objeto de mofa por parte de los jóvenes de su edad. Los elogios que la madre pronosticaba no llegaban y, en cambio, le llovían las burlas y la compasión. Acababa de cumplir trece años y se había convertido en una víctima. Los pies vendados siempre le dolían, no podía ser como las demás y la hacían más apocada aún. La única ventaja sería el matrimonio. Se acariciaba los pies llenos de cicatrices y no entendía cómo podía llegar a decir que no se quería casar. Pero el futuro era impreciso e incierto. En aquel momento, en la barca, había cuatro pares de pies normales. ¿Cómo podía colmar su deseo de venganza? Se acercó a Qin y se puso a llorar quedamente. Nadie entendía lo que le pasaba, todos creían que lloraba porque no quería separarse de ellos y la consolaban como podían. Con todo, Shuzhen lloraba desconsolada. Juemin, para distraerla, le dijo bromeando:

—Has dejado empapado el vestido de la prima Qin.

Pero ni siquiera eso la hizo reaccionar. Shuying tomó la flauta y tocó Otoño triste. El sonido del instrumento era como un lamento. De repente, de detrás llegó un profundo suspiro. Todos se volvieron para mirar a Juexin, que observaba el cielo abrazándose las rodillas. La barca se deslizaba suavemente; delante, el pabellón del lago aparecía inmenso y misterioso, como si ocultara valiosos tesoros.

—¿Por qué hemos pasado tantas veces por aquí? —se quejó Juehui.

Nadie contestó. Juexin dirigió la barca hacia la derecha para pasar por debajo del puente. Casi lo rozaban con la cabeza. Se agacharon y la barca se tambaleó. Cuando recobraron el equilibrio la claridad les iluminó el rostro.

El agua estaba completamente plana y era de un blanco resplandeciente. A la luz de la luna el mundo era dulce y maravilloso.

—¡Mirad, el lago parece de satén! —exclamó Juemin fascinado.

—Es una noche preciosa, lástima que haga un poco de frío —respondió Qin.

—Nunca estamos satisfechos: cuando tenemos una cosa, queremos otra. Pronto habrá niebla —dijo Juexin; a continuación, se dirigió a la criada—: Mingfeng, rema más rápido, se hace tarde.

El paisaje iba cambiando. El lago se estrechó y ya no se veían los arboles ni el pabellón. A ambos lados de la barca había formaciones de rocalla; en lo alto de la de la derecha había un pequeño quiosco para contemplar la panorámica del lago. Juexin y Mingfeng remaban con fuerza. En aquel tramo del lago había más corriente y la barca avanzaba a mayor velocidad. El cielo parecía más lejano, y la luna, más pequeña. Encima del agua se iba formando una espesa neblina. Se terminaron el licor y se ovillaron los unos junto a los otros para combatir el frío. Les llegaba el sonido lejano de los gongs y los tambores que parecía venir de otro mundo.

—Prima cuarta, ¿has decidido algo sobre el próximo curso? He oído que mañana viene vuestro profesor —le preguntó amablemente Qin a Shuzhen.

Los días anteriores, Qin había animado a Shuhua y Shuzhen a estudiar, y ellas, tras insistir un poco, habían obtenido el consentimiento de sus madres. Al día siguiente vendría el señor Long y ellas podrían estudiar con Jueying.

—Ya está arreglado, todo listo —respondió Shuzhen sin vacilar.

—Pues no ha sido tan difícil conseguirlo —dijo Qin satisfecha.

—No es extraño —interrumpió Juehui—. No le costará nada de dinero. Además, si las hijas de los demás estudian, ¿cómo va a poder presumir si la suya no sabe ni escribir? El tío quinto jamás se ha ocupado de estas cosas y al abuelo le da igual que se estudie dentro de casa, mientras no tenga que avergonzarse delante de los demás. Además, solo aprenderán de los libros antiguos.

Sintió un hastío indefinible al pronunciar la última frase.

La barca seguía avanzando en medio de la niebla. Las barandillas iluminadas del puente arqueado emergían como cubiertas de tul. Ya habían dado toda la vuelta al lago. Contemplaban el paisaje con tristeza. Al cabo de un momento ya estarían a los pies del Pabellón de las Fragancias del Atardecer. Juexin preguntó si querían continuar un poco más.

—Es tarde y tenemos que ir a tomar el tangyuan[31] —les recordó Juehui.

Nadie dijo nada y Juexin amarró la barca a la orilla, cerca de un sauce. Cuando hubieron bajado todos, la ató al tronco del árbol y subieron hacia el puente. Por el camino, Juemin no dejaba de expresar su satisfacción por el paseo que habían dado.

—Jamás había pasado una noche como esta.

Apesadumbrados, Juexin y Qin pensaban que hubiera sido mejor compartirla con Mei.

Cuando llegaban del jardín, Jueying y Juequn fueron a su encuentro, dando voces:

—Hermano mayor, ¿has visto la edición especial? ¡Están combatiendo!

—¿Qué edición especial? ¿Quiénes están combatiendo?

—Léelo tú mismo —le dijo Jueying tendiéndole el Diario de los Ciudadanos.

—«Las tropas que el Gobierno ha enviado contra el general Zhang ya han abierto fuego» —leyó en voz alta, impresionado.

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