Familia

Familia


Familia » 31

Página 35 de 50

31

Cuando a la mañana siguiente Juexin fue a presentar sus respetos al abuelo, este le explicó detalladamente que el matrimonio con los Feng ya estaba decidido y que planeaba ofrecer los regalos a la novia al cabo de un par de meses. Consultaron juntos el calendario y el abuelo le pidió que se ocupara del encuentro de intercambio de horóscopos. Juexin aceptó el encargo sin rechistar.

Al salir de la habitación del abuelo se cruzó con Juehui, que entraba. No había llegado aún a la suya cuando apareció Qiansao diciéndole que el abuelo quería que volviera a verle. Al entrar lo encontró increpando a Juehui. El abuelo, vestido con camisa y pantalones de seda blancos, estaba tendido en el sofá. La concubina Chen, con un vestido de seda ribeteado de manga larga, el cabello brillante y la cara embadurnada, estaba sentada en uno de los brazos del sofá, dando golpecitos en la espalda al abuelo. Juehui estaba delante de ellos sin decir nada.

—¡Rebeldía! ¡Esto es inconcebible! ¡Ve a buscar a tu hermano segundo! —gritó el abuelo a Juexin.

Empezó a toser. La concubina Chen le aconsejaba:

—Abuelo, ¿vale la pena ponerse así? Ya es demasiado mayor para ponerse así por ellos.

—¿Ha osado desobedecerme? ¿Se subleva contra mí? —gritaba con el rostro congestionado—. ¿Que no está conforme con el matrimonio que le he concertado? ¡Vaya! ¡Tráelo aquí! ¡Me va a oír!

Juexin empezaba a darse cuenta de lo que había ocurrido. El abuelo seguía gritando:

—Esto es lo que enseñan las escuelas extranjeras. Ya dije que me oponía a que fueran y nadie me hizo caso. Y ahora mirad… Y el segundo también se ha vuelto en contra de mí. ¡A partir de hoy ningún chico de la familia Gao volverá a una escuela de esas! ¿Lo habéis oído bien?

—Sí, sí —contestaba Juexin aterrorizado.

Juehui estaba al lado de Juexin con un talante del todo diferente. Aunque la atmósfera de la habitación le resultaba sumamente desagradable, no tenía miedo. Reía para sus adentros pensando: «La linterna de papel está a punto de estallar».

La tos del abuelo remitió; estaba muy fatigado, se le cerraban los párpados. La concubina Chen lo abanicaba para alejarle las moscas. Juexin y su hermano continuaban de pie esperando sus órdenes, pero la mujer les hizo un gesto para indicar que se marcharan.

—Tengo una carta para ti del hermano segundo, vayamos a la habitación —dijo Juehui al salir de los aposentos del abuelo.

—¿Qué le has dicho al abuelo? ¿Por qué no hablabas primero conmigo? ¡Serás estúpido!

—¿Estúpido? Yo lo único que quería es que el abuelo supiera que somos personas, que no somos cerdos ni ovejas que pueden ser llevados al matadero.

Juexin lo entendía a la perfección y, precisamente por ello, las palabras del hermano le hirieron.

Una vez en la habitación, Juehui le entregó la carta, que decía:

Hermano mayor:

Hago lo que nadie se ha atrevido a hacer nunca en esta casa: me voy para evitar un matrimonio impuesto. Nadie piensa en mí ni en mi felicidad. He decidido hacer lo que creo que debo hacer. Lucharé hasta el final. Si no detenéis esta boda, no volveré jamás. En este momento la situación aún tiene remedio. Somos hermanos. Confío en tu apoyo.

JUEMIN, tres de la madrugada

Juexin se puso lívido y tembloroso. Se le cayó la carta al suelo y balbuceó:

—¿Qué quiere que haga yo? No me entiende.

—¿Qué piensas hacer? Ahora el problema no es si te entiende o no te entiende.

Juexin se levantó bruscamente y anunció:

—Voy a buscarlo.

—No lo encontrarás —respondió Juehui con frialdad.

—¿Que no lo encontraré?

—Nadie sabe dónde está.

—¡Seguro que tú sí que lo sabes! ¡Dímelo! ¿Dónde está? ¡Dímelo, rápido! —suplicó.

—Lo sé, pero he decidido no decírtelo.

—¿No confías en mí?

—¿De qué me sirve confiar en ti? Tus doctrinas de la no resistencia y la reverencia solo servirán para arruinarle el futuro. ¡Eres un cobarde!

—Quiero ir a verle, haz el favor de decirme dónde está.

—No te lo diré.

—Si no me lo dices, el abuelo te obligará a decírmelo.

—No te lo diré, nadie puede obligarme —dijo Juehui con dignidad. No estaba convencido de lo que acababa de decir, no sabía hasta dónde podían llegar los demás.

Juexin, desesperado, salió de la habitación. Al cabo de un rato volvió a entrar. Hizo otro intento de que Juehui se lo dijera, pero no dio resultado. Quería reconciliar al abuelo y a Juemin.

Aquel mismo día se improvisó una pequeña reunión en la habitación de la madrastra Zhou con Juexin y su mujer, Shuhua y Juehui. Este último estaba en un lado de la habitación, y los otros, juntos, en el otro. Le pidieron amablemente que les dijera dónde estaba Juemin, le dijeron que pensarían cómo evitar el matrimonio, pero Juehui se negaba a hablar. Juexin y la madrastra estaban desesperados, sabían que Juehui no diría nada. Tenían que ganar tiempo: era necesario recurrir a Keming para que encontrara el modo de retrasar unos días el intercambio de los horóscopos sin que el abuelo lo supiera y, mientras tanto, enviar a los criados a ver si descubrían dónde se escondía Juemin.

Yuancheng, Sufu y Wende fueron a indagar por las calles, pero no sirvió de nada: nadie sabía dónde estaba Juemin. El tío Keming llamó a Juehui a su estudio, intentó sermonearle, convencerle con buenas palabras, darle todo tipo de razones, pero Juehui siempre respondía que no sabía dónde estaba Juemin. La madrastra Zhou y Juexin le pidieron que fuera donde estaba su hermano y que le dijera de parte de ellos que volviera para hablar con calma. Juehui no se dejaba convencer. La madrastra Zhou, que no solía meterse en los asuntos de sus hijastros, estaba preocupada. No quería que todo aquello terminara de mala manera ni tener que asumir el papel de malvada. No estaba de acuerdo con los matrimonios concertados, pero la actitud de Juehui y la decisión que había tomado Juemin la disgustaban.

Juexin ya no sabía qué hacer, no podía ayudar a Juemin, pero tampoco quería contribuir a aquel abuso del abuelo. Amaba a su hermano y había cuidado de él desde la muerte de su padre. ¿Qué debía hacer? Estaba destrozado. En su habitación, rompió a llorar en presencia de Ruijue.

El abuelo solo sabía que sus órdenes tenían que obedecerse y que había que guardar las apariencias. No le importaba la felicidad de los demás. Estaba de mal humor y se desfogaba con Juexin y Keming. Incluso la madrastra Zhou tenía que aguantar sus invectivas, pero todo ello no servía para nada, ya que Juemin seguía sin dar señales de vida. En casa ya lo sabían todos, las ramas secundarias saboreaban en secreto las desventuras de la rama principal.

Uno de los días en que Juehui había ido a visitar a Juemin, al volver a casa sintió que el mundo se le venía encima. Acababa de dejar a su hermano sufriendo, solo en su lucha; la casa era como el cuartel del enemigo; fue corriendo a la habitación de Juexin y le espetó:

—¿Qué piensas hacer para ayudar al hermano segundo? ¡Ya ha pasado una semana!

—¿Qué quieres que haga? —le preguntó abriendo los brazos con un gesto de impotencia.

—¿Cómo puedes estar permitiendo que todo esto se alargue de esta manera?

—¿Alargarse? El abuelo ha dicho hoy que si Juemin no ha vuelto en quince días, hará una declaración pública diciendo que ya no pertenece a la familia Gao.

—¿Es tan cruel como para hacer algo así?

—¿Que si lo es? ¡Está fuera de sí! Además, está planeando el matrimonio de la hermana segunda.

—¿Quiere casarla? ¿Con quién?

—¿Todavía no te has enterado? Con un hijo de Chen, el colega del tío tercero que, por supuesto, aprueba el matrimonio. Todavía no han intercambiado los horóscopos.

Conocía bien el nombre de Chen Kejia. El ilustre abogado Chen Kejia era miembro de segundo grado de la Sociedad Confuciana y protector del actor de papeles femeninos Zhang Xiaotao, al que a menudo invitaba a su despacho para que lo distrajera un rato. Todo el mundo conocía su vida libertina.

—¿En casa del gran Chen de la barba blanca hay alguna persona decente? ¿No compartían el hijo y el padre relaciones con una criada, que después se quedó embarazada y la hicieron concubina del padre?

—No, es con su hermano pequeño con quien la quieren casar. Y lo de la criada me parece que no es verdad, que solo fue un rumor. Pero eso no tiene nada que ver con nosotros. El señor Feng Leshang hará de intermediario.

—¿Que no tiene nada que ver con nosotros? ¿Tendrás el valor de dejar que nuestra hermana se vaya con una familia así? ¡Otra vida malograda! ¡Seguro que ella no lo quiere!

—¿Y qué quieres hacerle? Además, todos la presionarán.

—¡Pero si es muy joven! ¡Solo tiene dieciséis años!

—Ahora tiene dieciséis, pero el año que viene ya tendrá diecisiete, y ya tendrá edad para casarse. Tu cuñada, cuando vino a casa, tenía diecinueve. Y cuanto más joven sea, menos se rebelará.

—Pero no preguntarle ni siquiera si está de acuerdo, aprovechándose de su edad… Lo pagará toda la vida. ¡Qué conducta tan despreciable! —respondió indignado.

—¿Por qué te pones así? —preguntó Juexin—. Ellos solo saben que hay que obedecer su voluntad y punto, por eso lo que está haciendo nuestro hermano no sirve de nada.

—¿Así que tú también crees que no sirve de nada? ¡No me extraña que digas que no puedes ayudarle!

—¿Qué pretendes que haga?

—¿Ya no te acuerdas de cuando murió nuestro padre? Le dijiste que cuidarías de nosotros. ¿A esto lo llamas hacer de padre? —gritó Juehui. Juexin no contestó. Los ojos se le llenaron de lágrimas—. Si yo estuviera en tu lugar, no actuaría de manera tan cobarde —continuó—, tomaría una decisión y evitaría el matrimonio de Juemin. ¡Por supuesto que lo haría!

—¿Y el abuelo qué? —preguntó Juexin levantando la cabeza.

—La época del abuelo ya ha pasado. ¿Tanto te cuesta impedir que nuestro hermano se convierta en otra víctima? —Juexin volvió a agachar la cabeza sin contestar—. ¡Eres tan cobarde! —le increpó Juehui.

Juehui dejó a su hermano solo en la habitación casi a oscuras. Juexin se sentía exhausto. Sus teorías de la no resistencia y la reverencia no le servían de nada para mantener la armonía familiar. Había sacrificado en vano su felicidad para satisfacer a todo el mundo. Había querido hacerlo todo por sus hermanos y, en cambio, uno se había ido de casa y el otro lo acusaba de cobarde. Tras meditarlo un buen rato, decidió escribir una carta a Juemin. Con toda la sinceridad del mundo le abrió su corazón y le manifestó su tristeza. Le contó lo mucho que los quería a él y a sus hermanos y, al final, le pedía, en nombre de su padre muerto, que volviera a casa. Enseñó la carta a Juehui, que la leyó emocionado, y le pidió que se la llevara al hermano.

Juehui volvió con la respuesta de Juemin.

He estado esperando todo este tiempo tu carta, estoy decepcionado. «Vuelve, vuelve»… es lo único que me dices. Me encuentro en una habitación minúscula, como un fugitivo, no me atrevo a salir a la calle por miedo a que me encontréis y volváis a llevarme a la cárcel a esperar mi condena. La cárcel es mi casa, los verdugos son mi clan. La familia se ha conjurado para atropellar a este huérfano de padre y madre. Nadie desea mi felicidad, nadie me quiere. Queréis que vuelva para poder solucionar vuestros problemas y respirar tranquilos, pero entonces yo caeré en un abismo. Por favor, terminad con esta insensatez; yo no pienso ceder, he decidido no volver. En casa no hay nada que me ate; me llevo tantos recuerdos amargos… recuerdos dolorosos, que me ahogan y que me restan fuerzas para seguir adelante. Pero tengo el apoyo de una persona a la que amo. Quizá te parecerá extraño, yo tampoco lo hubiera entendido hace un tiempo. Tengo claro que no puedo dar ningún paso atrás en mi lucha, se trata de la felicidad de dos personas, estoy dispuesto a llegar hasta el final por ella… Debes de preguntarte qué pienso. Pienso en el jardín de casa, en los compañeros de antes, cuando era pequeño.

Ayúdame en nombre de nuestro padre, haz de hermano. Hazlo por mí y por ella, piensa en nuestra felicidad. Con una prima Mei ya basta, espero que no contribuyas a crear otra.

Juexin lloraba a lágrima viva, él también se sentía en el fondo de un abismo. A su alrededor todo era oscuridad, no había ni un rayo de esperanza. Iba farfullando: «Nadie me entiende, nadie me entiende». Juehui, a su lado, lo observaba furioso, pero al mismo tiempo lo compadecía. Había ayudado a Juemin a redactar algunos párrafos de la carta, convencido de que serviría para que Juexin ayudara a su hermano, pero este se había convertido en un hombre sin voluntad. «Esta familia ya no tiene arreglo, está desintegrándose», pensó. Inexplicablemente, no estaba desesperado por la situación de Juemin: había empezado a darle vueltas en la cabeza a una idea sobre su propia vida.

Eran unos días difíciles para todos, empezando por Juemin, que estaba recluido en un cuartito de la casa de su compañero Huang Cunren. Aunque este le trataba muy bien, Juemin no podía moverse de la habitación y vivía sin ver a nadie, entre la esperanza y el temor a una vida de fugitivo.

Pasaba el día esperando las buenas noticias que Juehui no le llevaba. Sin embargo, aún se sentía con ánimos para resistir, el amor de Qin le daba fuerzas. Pensaba en ella noche y día. Tenía muchas ganas de verla, pero no podía, y eso que estaban muy cerca. Se le ocurrió escribirle una carta, pero cuando ya tenía el pincel en la mano no supo por dónde empezar de tantas cosas que deseaba contarle; temía no ser preciso, necesitaba hablar con ella. Juehui se lo facilitó: un día que sabía que la tía no estaba, lo acompañó a la casa. Juemin se quedó esperando fuera y Juehui entró y le dijo a Qin por la ventana:

—Prima Qin, te he traído algo que te gustará.

Qin, con una camisa blanca y un libro en la mano, se había quedado medio dormida leyendo en la cama. Al oír la voz de Juehui se levantó deprisa y, corriendo, dejó el libro, se arregló el pelo y preguntó:

—¿El qué?

—No tienes buen aspecto, estás muy flaca —dijo Juehui, olvidando por un momento el motivo de la visita.

—Hace muchos días que no vienes a verme —le reprochó Qin con una sonrisa—. ¿Cómo está el primo segundo? ¿Por qué no me escribe ni una carta? —preguntó quejándose.

—¿Muchos días? ¿No vine anteayer? Y ahora, que vengo sudando de tanto correr, ¿no me lo agradeces? —dijo Juehui riéndose, mientras se sacaba el pañuelo para secarse la frente.

Qin tomó el abanico de encima de la mesa y se lo dio.

—Ya sabes que me paso el día entero aquí. Anda, dime, ¿cómo está? —preguntó con una mirada inquieta.

—Se ha rendido.

—¿Se ha rendido? —preguntó con amargura, y exclamó enseguida—: ¡No me lo creo!

Había acertado: en aquel momento Juemin entró en la habitación y su mirada se iluminó al instante.

—¡Tú!

Aquel «tú» era una mezcla de interrogación, sorpresa, felicidad y reproche; ni ella misma lo sabía. Tuvo el impulso de lanzarse a sus brazos, pero se contuvo. Lo miraba con inquietud.

—¡Claro que soy yo! —dijo Juemin sin saber si reír o llorar—. Quería venir a verte, pero me daba miedo encontrar a tu madre.

—¡Sabía que vendrías! ¡Lo sabía! —exclamó sin poder contener las lágrimas. Y con una mirada de reproche le dijo a Juehui—: Primo tercero, me has engañado. Sabía que no se rendiría, confío en él.

—¿Quién es él? ¿Quién es él? —preguntó Juehui, burlón.

—¡Él es él! —dijo señalando a Juemin.

Juemin estaba dichoso por la reacción de Qin y orgulloso de escuchar sus elogios. Juehui se había equivocado, estaba convencido de que cuando Juemin y Qin se encontrasen, todo serían lamentos y tristeza, pero la relación de aquellos dos seres estaba basada en el amor y la confianza mutua, nada podía separarlos. Los unía una fuerza indestructible. Las miradas de Juemin y Qin lo decían todo, eran un estallido de luz en medio de la oscuridad más absoluta.

—¡Ya basta de escenas! Hablad lo que tengáis que hablar, no tenemos demasiado tiempo —les dijo Juehui riendo—. ¿Queréis que salga?

Los otros dos ni siquiera lo oían, era como si no estuviera allí. Se sentaron a los pies de la cama y se pusieron a hablar quedamente con las manos entrelazadas. Juehui tomó un libro de encima del escritorio y lo hojeó; era una antología de obras de Ibsen con algunas páginas dobladas por la punta y otras con párrafos subrayados. Sabía que aquellos días Qin estaba leyendo Un enemigo del pueblo y sonrió con ternura al pensar que quizá lo hacía para encontrar consuelo. Juehui la miraba: se la veía feliz, más hermosa que nunca; sintió envidia de su hermano. Había terminado el primer acto de la obra que leía y los dos seguían hablando. Cuando terminó el segundo acto, volvió a mirarlos y seguían igual. Tras haber leído todos los actos, seguían hablando, felices.

—¿Qué? ¡Vaya palique! —dijo empezando a meterles prisa.

Qin lo miró, sonrió y luego volvió la cabeza y siguió hablando.

—Hermano segundo, ¡vámonos! Ya habéis hablado bastante.

Juemin iba a responder, pero Qin se le anticipó:

—Espera un poco, aún es pronto, no te pongas nervioso.

Tenía agarrada la mano de Juemin, como si temiera que se le escapara.

—Debo volver —insistió Juehui.

—Bien, pues vete, ya que tus pies no pueden estar mucho tiempo pisando este lugar tan humilde —dijo Qin, fingiéndose ofendida.

No obstante, al ver que Juehui parecía que realmente tenía que irse, Juemin le preguntó:

—Hermano tercero, ¿tienes que marcharte? ¿No puedes esperar un poco más?

Juehui, en broma, respondió:

—No es que pretendiera pasarlo bien con vosotros, pero me dejáis demasiado al margen. Prima Qin, hace rato que estoy aquí y ni siquiera me has invitado a sentarme. No me dices nada, no puedo hablar contigo. Tienes al hermano segundo y te olvidas de mí.

Juemin y Qin rompieron a reír a carcajadas.

—¿Cómo quieres que hable con los dos al mismo tiempo? Solo tengo una boca. Escucha, primo, deja que hoy hable con Juemin y mañana tú y yo hablaremos tanto como quieras —le dijo Qin como si fuera un niño pequeño.

—No me engañes, yo no soy como mi hermano.

—Hermano tercero… —empezó a decir Juemin, pero Qin lo interrumpió.

—Tienes una lengua terrible. Me parece que te gustaría Qianru; es más dura que yo. ¡Ella sí que es una mujer moderna!

—Quizá me guste o quizá no, ¿a ti que te importa? —respondió Juehui, aunque se quedó muy interesado en lo que acababa de decir Qin.

—Es verdad, yo también lo pienso. Los dos son personas de ideas avanzadas, y muy exaltados —dijo Juemin.

Juehui, riendo y negando con la mano, contestó:

—Yo no quiero seguir vuestro ejemplo, no quiero montar ningún drama. —Pero para sus adentros se decía: «¡Yo te quiero a ti!». Sin embargo, exteriorizó algo que también le rondaba por la cabeza en aquel momento—: Yo ya he destrozado la vida de una chica, no necesito ningún amor.

Por fin terminó la conversación entre Qin y Juemin. Él no quería marcharse de aquella casa tan querida. Pensó en el cuartito donde se alojaba, en las horas de soledad y de espera, y se sintió incapaz de volver allí. Sin embargo, debía regresar, no había otra solución. Apesadumbrado, le dijo a Qin:

—Me voy. —No encontraba palabras para consolarla, solo añadió—: No pienses en mí.

En realidad, deseaba que pensara en él. La tenía delante sollozando.

—No te marches, espera un poco, me gustaría contarte más cosas.

Juemin saboreaba aquellas palabras como el más delicioso de los manjares. La miraba anhelante.

—No sufras, aún no me voy.

Qin sentía la tierna mirada de Juemin acariciándole el rostro. Quería decir algo que Juemin no pudiera olvidar, pero no encontraba la frase adecuada. Lo miraba, sufría, temía su marcha. No le soltaba la manga de la chaqueta. Empezó a hablar atropelladamente sobre lo primero que le vino a la cabeza para retenerle un poco más.

—Qianru ha venido a contarme que Wen y «la vieja señorita» se van a Pekín a estudiar. No pueden seguir aquí, sus familias están furiosas con ellas porque se han cortado el pelo. —Qin hablaba a sabiendas de que Juemin no sabía quiénes eran aquellas chicas y que la escuchaba como si estuviera muy interesado en ello—. A Qianru le da miedo irse. Su padre se lo ha tomado como una ofensa y está muy molesto. Dice que hará gestiones para dejar su puesto y llevársela a vivir a Shanghai o Nankín. La prima Mei está peor cada día, vomita sangre. Se lo oculta a su madre y no quiere que yo se lo diga a nadie. Se niega a medicarse, dice que ya ha vivido bastante y que quiere morir pronto. Su madre está todo el día fuera de casa, de visita o jugando, y no se ocupa de ella en absoluto. Solo se ocupa la cuñada, que la visita muy a menudo y le lleva medicinas. Ayer me decidí a contárselo a su madre y creo que ha empezado a tomar cartas en el asunto. No le digáis nada al hermano mayor, Mei se enfadaría mucho si supiera que él conoce el estado en que se encuentra.

Qin se dio cuenta de que Juemin estaba llorando. Quiso seguir hablando, pero se sintió invadida por la desesperación.

—¡No puedo seguir!

Dio unos pasos atrás, se tapó la cara con las manos y rompió a llorar.

—Prima Qin, me voy.

Al revés de lo que habían previsto, el encuentro terminó con lágrimas.

—¡No te marches! ¡No te marches!

Qin no le soltaba la manga.

Juemin estaba a punto de abrazarla, pero Juehui lo detuvo con una mirada enérgica, sabía que Juehui tenía razón. Consoló a Qin diciéndole:

—Qin, no llores, volveré; estamos muy cerca. No sufras, espera mis noticias.

Consternado, dejó a Qin y se fue con su hermano. Ella los siguió hasta la puerta de la sala principal y se quedó en el umbral mirando cómo se alejaban.

A los hermanos les pareció oír los sollozos de Qin cuando ya estaban en la calle.

Caminaban sin decir nada. Cuando ya llegaban a la casa de Cunren, Juehui se paró y le dijo a Juemin:

—Seguro que todo os irá bien. Ya ha habido bastantes sacrificios. —Y tras unos instantes añadió, firme y cruel—: Si se necesitan más víctimas, ¡que lo sean ellos!

Ir a la siguiente página

Report Page