Faith

Faith


Capítulo 3

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Unas cuantas semanas después, la publicación seguía en mi mente. Inclusive había imaginado toda una historia para acompañar el anuncio. Le di un nombre al Número 164: William. Él había sido uno de los primeros en arrancar cuando abrieron la nueva tierra, y encontró un hermoso terreno con suntuosa vegetación y un río cristalino. Ya había construido una bella granja, y sólo necesitaba una esposa para completar el cuadro.

Pero desde luego, solo eran sueños. Yo en realidad no planeaba casarme en un futuro próximo, y ciertamente no con un hombre al que ni siquiera conocía.

Poco después, la gente dejó de hacerme preguntas incómodas sobre mi futura boda. Así que la vida siguió su curso normal. O al menos así pensé.

Esa mañana preparé el desayuno para que Mamá pudiera descansar un poco más. Desperté antes que los demás y empecé las larga tarea. Tenía ya tanto tiempo haciéndolo, que los pasos parecían automáticos, pero no quiero decir que eso facilitaba las cosas.

Primero la caja de cenizas. Junté la ceniza del día anterior en una cazuela. Era difícil evitar que las pavesas formaran nubes y dejaran manchas blancas donde quiera. Traté de controlar los estornudos mientras llevaba la cazuela hasta afuera para vaciar el contenido en la parte de atrás de la casa.

Después la leña. Metí madera dentro de la estufa junto con un poco del periódico arrugado de Papá. Finalmente, revisé los conductos y prendí el fuego. Pasó un rato antes de que las llamas fueran lo suficientemente fuertes para empezar a cocinar.

Mientras tanto, yo reunía mis ingredientes. Harina, leche, huevos y mantequilla para los hot cakes. Salchichas hechas por Mamá, un poco de manteca de cerdo, y papas que manteníamos almacenadas bajo la duela del piso.

Primero fueron los hot cakes. Coloqué cubos de manteca de cerdo en la sartén, y luego de que se derritieron, batí la mezcla. Los huevos le dieron un color dorado, y puse cuidadosamente una cucharada de mezcla en la sartén. Quería que los círculos fueran perfectos.

El aire de la mañana estaba fresco, así que abrí las ventanas de la cocina para que saliera un poco del calor de la estufa. El sol apenas empezaba a salir, y los pájaros trinaban en la distancia.

Volteaba los hot cakes cuando el lado de abajo estaba dorado. Crepitaban en la sartén, la manteca burbujeaba en las orillas. La casa entera estaba inundada con el aroma del desayuno.

Una vez terminados los hot cakes, era hora de las papas y las salchichas. Los corté en pequeños pedazos y los puse en la sartén con un poquito más de mantea. En cuanto tocaron la sartén, las salchichas y las papas crujieron. El olor de la carne friéndose era tan delicioso que quería meter mi mano y tomar un bocado, pero tenía que esperar a los demás.

No pasó mucho tiempo antes de que Mamá entrara en la cocina.

“Buenos días, Mamá,” le dije.

Se acercó y me plantó un beso en la frente. “Buenos días, Faith. Gracias por preparar el desayuno. Realmente te lo agradezco.”

“De nada, Mamá. Solo espero que haya quedado tan delicioso como lo que tú preparas.”

“Seguramente así será,” me contestó.

Mamá sonrió y salió de la casa. Pude verla merodeando por el jardín. Cuando regresó, traía unas cuantas ramas de no-me-olvides en sus manos. Las pequeñas flores eran azul brillante y cubiertas del rocío del aire mañanero. Las colocó en un pequeño florero en la mesa, acomodándolas una y otra vez hasta que se vieron como ella quería.

Después vino Papá. Había algo diferente en él esta mañana. Papá canturreaba una canción mientras entraba en la habitación. Aún debajo de su tupido bigote yo podía ver escondida una sonrisa.

“Buenos días, Papá,” le dije.

“¡Buenos días, Faith!” me dijo. Su voz era fuerte y llenaba la habitación. “¡Vaya! ¡Sí que huele bien!”

No pude evitar contagiarme de su buen humor. Normalmente, él no era el tipo de persona que elogiara lo que se cocinaba, así que me sentí orgullosa. Mordí mis labios para que no se me escapara una sonrisa.

“Pues, gracias, Papá.”

Mientras él esperaba a que se terminara de preparar el desayuno, Papá sacó su pipa. Cortó un pedazo pequeño de tabaco y lo metió en la cazoleta de la pipa.

Lo había visto hacer esto tantas veces, pero normalmente era al final de un largo día de trabajo. Y aún así, Mamá le pedía que saliera de la casa para fumar. No quería que su casa se llenara de olor a tabaco.

Hoy, parecía estar empujando el tabaco con más gusto que antes. Cuando Papá finalmente encendió su pipa, suspiró y sopló grandes bocanadas de humo que flotaban a su alrededor en la luz de la mañana.

Cuando las salchichas y las papas quedaron crujientes, saqué la sartén de la estufa. Tomé tres platos y les apilé pan, los hot cakes, las papas y las salchichas. Para ahora, mi estómago protestaba y estaba lista para devorar el desayuno.

Serví primero los platos de Mamá y Papá, tomándolos con ambas manos y colocándolos frente a ellos en la mesa. Luego regresé por mi plato.

“Hoy será un buen día,” dijo Papá. “¡Puedo sentirlo!”

“¿Ah sí? ¿Y a qué se debe, Papá?” le pregunté mientras caminaba a la mesa de la cocina.

“A que te tengo una sorpresa.”

Vacilé. ¿Una sorpresa?

“¿Qué tipo de sorpresa?” le pregunté.

“Oh, es mejor que te lo diga de una vez. Tu madre quería que esperara a más tarde, pero ya no lo puedo soportar,” dijo Papá. “¡Te hemos encontrado un esposo para que te cases!”

Me cuerpo se heló. Perdí el agarre de mi plato y éste cayó al piso, estrellándose en la duela. El peltre hizo un estruendo y pedazos de comida saltaron por todas partes.

Me llevó un momento darme cuenta de lo que sucedía, y me acuclillé rápidamente para limpiar todo.

“Pero...”, esperé a que mi corazón se desacelerara. “Pero, Papá, quiero ser yo quien encuentre al hombre con quien me case.”

La sonrisa desapareció de su rostro. Sacudió su mano en el aire, como descartando mi opinión. “Disparates. Somos tu familia, y sabemos lo que es mejor para ti. Además, si lo dejamos en tus manos, quien sabe cuándo te cases. ¡Quizás nunca!”

Papá estrelló su puño sobre la mesa, haciendo que los cubiertos saltaran.

“¡Harold!” gritó Mamá. “¡Tranquilízate!”

“¡No, Margaret, no voy a tranquilizarme!”

Mi respiración se detuvo en mi pecho. ¿Cuándo había sido la última vez que él le hablara así a ella?

“Faith ya no es una niña,” dijo Papá. “Sus fantasías románticas no tenían importancia antes, pero ahora es tiempo de que se las guarde. Ella tiene que casarse, lo quiera o no.”

Papá tomó su pipa y volvió a llevársela a la boca. Aspiró tan fuerte que se formó una nube de humo a su alrededor. Parecía que respiraba llamas. El amargo sabor trepó por mis fosas nasales, pero Mamá sólo miraba al suelo, sin decir nada.

“Debías estar emocionada, Faith,” dijo Papá. “Él es un buen hombre, bien establecido. Estarás mejor con él ahora, mejor de lo que has estado aquí con nosotros. Eso es todo lo que hemos querido siempre.”

Mi corazón se estrujó. La voz de Papá se había suavizado, y vaciló al pronunciar la última oración. ¿De verdad estaba siendo yo tan inmadura?

Para cuando terminé de recoger mi desayuno del suelo, Papá ya se había levantado de la mesa. Echó un vistazo al montón de comida que reuní en mi plato sucio.

“Sólo tíralo afuera. Los perros se lo comerán. Y prepárate para el té, pues es cuando él vendrá.”

Sin decir más, Papá salió de la habitación. Volteé a ver a Mamá. Que quitó el plato de las manos y me pidió que me sentara.

“Te prepararé algo rápidamente,” dijo. “No te preocupes por Papá, ya sabes cómo es.”

“Pero Mamá, no estamos en tu época, cuando ustedes eran niños. Hoy en día todas escoger su propio esposo.”

Mamá no decía nada. Sólo se escuchaba la sartén crepitado en la estufa.

“¿Mamá?”

“Faith,” dijo mi madre, “ya es tiempo de que te cases.”

Quedé boquiabierta. Quise hablar, pero no me molesté en hacerlo.

Cuando terminó de cocinar, mi madre colocó algunos hot cakes frente a mí. El sonido del plato sobre la mesa me pareció increíblemente fuerte. Ella o dijo nada. No hubo un “aquí tienes”, o “disfruta tu comida”. Mama sólo puso los hot cakes en la mesa y se marchó.

Volteé a ver mi plato y mi estómago dio un vuelco. Se veían deliciosos. Hermosamente dorados. Pero ya no tenía humor para desayunar. Mi mente estaba enfocada en el té. El té que se suponía iba a cambiar mi vida.

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