Evelina

Evelina


Parte Tercera » Carta XXI

Página 102 de 107

La consternación fue generalizada; el pobre señor Lovel parecía fulminado de indignación y sorpresa;

lady Louisa comenzó a gritar sin cesar; la señorita Mirvan y yo saltamos involuntariamente sobre nuestras sillas; la propia señora Beaumont siguió nuestro ejemplo;

lord Orville se colocó delante de mí para protegerme; y la señora Selwyn,

lord Merton y el señor Coverley estallaron en un fuerte, escandaloso e ingobernable ataque de risa, al que se unió el capitán, que rodó por el suelo incapaz de mantenerse derecho.

La primera voz que se pudo oír en medio de aquel barullo fue la de

lady Louisa, que chillando esperpénticamente, gritaba:

—¡Quítenlo, llévense a ese monstruo! ¡Me desmayaré si no se lo llevan!

El señor Lovel, irritado y rabioso, le preguntó coléricamente al capitán qué significaba todo aquello.

—¿Que qué significa? —dijo el capitán, tan pronto pudo hablar—. Pues que he querido mostrarle tal cual es —levantándose y señalando al mono—; señoras y señores, júzguenlo ustedes mismos, ¿vieron en su vida algo que más les guste? Apuesto mi vida a que si no fuera por el rabo, no distinguiría a uno de otro.

—Señor —dijo el señor Lovel dando una fuerte patada—, tiempo tendré de mostrarle mi furia.

—Venga —continuó el capitán sin hacerle caso—, vamos a divertirnos, quítese el abrigo y el chaleco y se lo pondremos al mono, y verá que no se sabrá quién es quién.

—Nunca creí que fuera un mono. Le aseguro, señor, que jamás me trataron de esta manera, y no estoy dispuesto a soportarlo. ¡Maldición si lo hago!

—¡Qué esplendoroso! —dijo el capitán—, el instructor está enardecido. Vamos, cálmese, no se enoje. Venga, no le hará daño, hombre…, hale, un apretón de manos; ¡un beso y tan amigos!

—¿Quién?, ¿yo? —dijo el señor Lovel casi loco de irritación—. ¡Como que me llamo Lovel que no le toco ni por todo el oro del mundo!

—Rétele —dijo el señor Coverley—, y seré su padrino.

—Sí, hecho —dijo el capitán—, y seré apadrinado por mi amigo el señor Clapperclaw. ¡Vamos, a brazo partido!

—¡Dios nos guarde! —dijo el señor Lovel, retrocediendo—, antes me confiaría a un toro loco.

—No me gusta cómo mira el bicho —dijo

lord Merton—, hace muecas horrendas.

—¡Oh, qué espanto —dijo

lady Louisa—, o le echan fuera o moriré!

—Capitán —dijo

lord Orville—, las señoras están alarmadas y debo implorar que saque este mono de aquí.

—¿Pero es que puede hacer más daño un mono que otro? —contestó el capitán—; no obstante, si les complace a las señoras, los sacaremos a ambos.

—¿Cómo es eso, señor? —dijo el señor Lovel enarbolando su bastón.

—¿Y qué quiere decir usted? —dijo el capitán furioso—, haga el favor de bajar su bastón.

El pobre señor Lovel, demasiado cobarde para mantener su causa, y aún demasiado enfurecido para someterse, se revolvió y, olvidando las consecuencias, descargó su rabia dándole un furioso bastonazo al mono.

La criatura se lanzó hacia delante, y al instante saltó sobre él, y aferrándose a su cuello, clavó los dientes en sus orejas.

Sentí pena por el pobre hombre que, aunque era un insigne mequetrefe, no había cometido ofensa que mereciera tal castigo.

Fue imposible distinguir entonces qué gritos eran más ensordecedores, si los de dolor del señor Lovel, o los de la aterrorizada

lady Louisa que, creo, pensaba que ahora podría tocarle el turno a ella; pero el implacable capitán rugía de alegría.

No así

lord Orville, que siempre humanitario, generoso y bueno, abandonó a su pupila viendo que estaba fuera de peligro y, agarrando al mono por el cuello, le hizo soltar la oreja y después, con un repentino balanceo, le arrojó fuera de la estancia y cerró la puerta.

El pobre señor Lovel, casi desvanecido de terror, se desplomó en el suelo, gritando:

—¡Oh, moriré, moriré!… ¡Oh, me ha mordido de muerte!

—Capitán Mirvan —dijo la señora Beaumont, con no poca indignación—, confieso que no veo la gracia de esta acción, y siento mucho que en mi casa se haya cometido tal crueldad.

—Pero por qué, señora —dijo el capitán cuando su entusiasmo disminuyó lo suficiente como para permitirle hablar—. ¿Cómo iba yo a suponer que se pelearían así? ¡Recórcholis, no lo traje para que se liaran uno con el otro!

—¡Pardiez! —dijo el señor Coverley—, no habría querido estar en su lugar ni por mil libras.

—Pues, ahí está la apuesta —dijo el capitán—, ya ve usted que se prestó a ello por nada. Pero venga —continuó dirigiéndose al señor Lovel—, sea de buen corazón y termine las cosas bien, que el

señor colalarga y usted aún pueden ser buenos amigos para siempre.

—Me sorprende, señora Beaumont —dijo el señor Lovel sobresaltándose—, que haya permitido que en su casa se me trate tan cruelmente.

—¿A qué tanta palabrería? —dijo el capitán, insensible—. Sólo es un corte en la oreja. Ni que le hubiera mandado a la picota.

—Muy cierto —agregó la señora Selwyn—, ¿y quién sabe si no adquirirá el crédito de un escritor antiministerial?

—Protesto —dijo el señor Lovel mirándose el vestido con arrepentimiento—, ¡mi traje nuevo de montar lleno de sangre!

—¡Ja, ja, ja! —dijo el capitán—, ahora estudiará una hora lo que se pondrá.

El señor Lovel se fue hacia el espejo y, contemplándose, exclamó:

—¡Oh, cielos, qué herida tan monstruosa! ¡Esta oreja no se arreglará nunca más!

—Pues entonces —dijo el capitán— la esconde usted. Vaya encargando una peluca[79].

—¿Una peluca? —dijo el señor Lovel, asustado—. ¿Ponerme una peluca? ¡No, no si usted no me paga mil libras por hora!

—En mi vida oí una propuesta tan rara —dijo

lady Louisa.

Lord Orville, viendo que el altercado no cesaba, invitó al capitán a dar un paseo; éste aceptó y, saludando al señor Lovel con gesto triunfal, acompañó a su señoría escaleras abajo.

En el momento que la puerta se cerró, dijo el señor Lovel:

—Por mi honor que este tipo es el mayor bruto que existe; no debería ser admitido en una sociedad civilizada.

—Lovel —dijo el señor Coverley afectando hablar en un susurro—, ciertamente debería usted

pincharle, no debe soportar una afrenta de esta naturaleza.

—Señor —dijo el señor Lovel—, con cualquier persona refinada no lo dudaría un instante, pero con un tipo que no ha hecho sino pelearse toda su vida, por mi honor, señor, que no puedo pensar en eso.

—Lovel —dijo

lord Merton en la misma forma—, debe usted pedirle explicaciones.

—Cada hombre es el mejor juez de sus propios asuntos —dijo él, ásperamente—; así que no necesito honorables consejos de nadie.

—¡Pardiez, Lovel! —dijo el señor Coverley—, tendrá dificultades, no puede dejarlo así.

—Señor —dijo él impaciente—, en cualquier ocasión normal estaría en disposición de medir mi valía con cualquiera, pero en lo que respecta a pelear por tal

bagatela, me abochorna sólo pensar en ello.

¿Una bagatela? —dijo la señora Selwyn—, ¡Por Dios!, ¿y ha causado tanto alboroto por una

bagatela?

—Señora —le contestó el pobre hombre, confuso—, no conocía al principio el peligro de ser mordido; pero no ha sucedido nada peor, vamos, nada importante. Señora Beaumont, tengo el honor de desearle una buena tarde, estoy seguro de que mi carruaje está ya esperando.

Y, así, bruscamente, abandonó la sala.

¡Qué conmoción causa este capitán tan amante de las diabluras! Si continuara mucho tiempo aquí, ni la compañía de mi querida Maria me compensaría de los disturbios que causa.

Cuando regresó y se enteró de que el señor Lovel se había ido tranquilamente, sus demostraciones de triunfo fueron intolerables.

—¡Creo, creo —dijo— que le he acribillado bien! Garantizo que mañana no tardará una hora en decidir lo que se pondrá, porque su casaca combina excelentemente con la mejor seda de Lyon de la vieja

madame Furbelow[80]. ¡Por Júpiter, no desearía otro entretenimiento que haber tenido aquí a esa vieja gata para darle su parte!

Después, todos, menos

lord Orville, la señorita Mirvan y yo, se pusieron a jugar, y nosotros, oh, cuánto mejor empleamos nuestro tiempo.

Cuando entablamos una encantadora conversación un criado me trajo una carta que, me dijo, por accidente se había extraviado. Juzgue mis sentimientos cuando vi, mi querido señor, su reverenciada escritura. Pronto mis emociones le revelaron a

lord Orville de quién era la carta: conocía bien la importancia del contenido y, asegurándome que los jugadores, abstraídos, no me verían, me suplicó que la abriera sin demora.

En efecto la abrí, pero no era capaz de leerla…, el consentimiento favorable…, la ternura de sus expresiones…, la certeza de que no restaba ningún obstáculo para mi unión eterna con el amado dueño de mi corazón me produjo sensaciones demasiado diversas, y sin embargo gozosas, no dejando espacio a una lectura tranquila. Viéndome incapacitada para proseguir, y cegada por las lágrimas de gratitud y deleite que se agolpaban en mis ojos, suspendí la lectura hasta encontrarme en mi habitación. Y no teniendo voz para contestar a las preguntas de

lord Orville puse la carta en sus manos y le dejé hablar por la carta… y por mí misma.

Lord Orville fue asimismo afectado por su bondad; besó la carta al devolvérmela y, estrechando mi mano afectuosamente contra su corazón, me dijo, en un susurro:

—¡Ahora eres toda mía! Oh, Evelina, ¿cómo encontrará mi alma espacio para tanta felicidad? Parece que vaya a estallar…

No pude contestar; en verdad, apenas hablé el resto de la velada. La plena felicidad es poco amiga de la charlatanería.

Oh, queridísimo señor, al encontrarnos debo dar desahogo al agradecimiento de mi corazón, cuando, a sus pies, mi felicidad reciba la confirmación de su bendición, y cuando mi noble, mi amado

lord Orville le presente a la altamente honrada y tres veces feliz Evelina.

Procuraré escribirle el jueves algunas líneas que le serán enviadas por correo urgente para decirle con cierta seguridad la hora de nuestra llegada.

Y ahora, permítame, por primera y probablemente última vez que podrá reconocerme por este nombre, que firme, mi queridísimo señor, como su agradecida y afectísima,

Evelina Belmont

Lady Louisa, por expreso deseo personal, estará presente en la ceremonia, así como también la señorita Mirvan y la señora Selwyn; el señor Macartney se unirá la misma mañana a mi hermana de leche, y será mi propio padre en persona quien nos acompañará a ambas al altar.

Ir a la siguiente página

Report Page