Evelina

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Parte Tercera » Carta III

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—Trata el asunto demasiado seriamente —respondió él sonriendo—. Y no sé si entenderlo como un reproche hacia

.

—¿Hacia usted, señor?

—No sé quiénes lo merecen más: quiénes acatan la opinión de la mayoría, o los que permanecen en un nivel superior.

—¡Oh, señor!, ¿qué otros se harían tan poca justicia?

—Me congratula —contestó él— que en efecto su opinión y la mía coincidan en este punto, a pesar de ser condescendientes con las bromas del grupo. Me toca a mí, por tanto, disculparme por una seriedad tan inoportuna que, si no fuera por el interés particular que me tomo ahora en los asuntos de

lord Merton, no hubiera estado tan dispuesto a mostrar.

Un cumplido como éste no podía dejar de reconciliarme conmigo misma y, con el ánimo en alza, continuamos una conversación que le mantuvo a mi lado hasta que se anunció el carruaje de la señora Selwyn y regresamos a casa.

Durante el trayecto la señora Selwyn me sorprendió preguntándome si pensaba que mi salud me permitiría renunciar al paseo matutino hasta el salón termal, para poder pasar una semana en Clifton; y añadió:

—Porque esta pobre señora Beaumont se cree tan obligada a cumplir conmigo que, por pura compasión, no voy a tener más remedio que complacerla. Además, tiene la casa siempre llena de gente y, aunque son principalmente tontos y petimetres, aún hay algo placentero en

hacerlos pedacitos.

Le dije que no quería en modo alguno ser obstáculo a sus deseos, pues mi salud estaba completamente restablecida. Así pues, querido señor, desde mañana seremos las invitadas de la señora Beaumont.

No me seduce gran cosa este proyecto, pues si bien es cierto que me agradan las atenciones de

lord Orville, me es muy desagradable ser ignorada por el grupo. Además, como estoy segura de que la particularidad de su cortesía se debe a un generoso sentimiento a la vista de mis circunstancias, no puedo esperar que la mantenga durante toda una semana.

¡Cómo echo de menos, desde que estoy lejos de su lado, la protección de la señora Mirvan! Es cierto que la señora Selwyn es muy complaciente conmigo, y me trata muy bien en todos los sentidos, pero se contenta ocupándose de ella y no se preocupa de que yo sea considerada a su mismo nivel.

No es que la censure, no lo hago, pues su amistad es sincera, pero en compañía, y tan absorbida por la conversación, no tiene pensamiento ni tiempo para quien no interviene, y me quedo aislada del grupo.

¡Pues bien, debo correr el riesgo!, pero hasta ahora no sabía cuán necesarios son el nacimiento y el patrimonio para obtener respeto y cortesía.

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