Evelina

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Parte Tercera » Carta VIII

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Evelina continúa

Clifton, 30 de septiembre

Oh, señor! ¡Qué extraño incidente tengo que contarle! ¡Qué de conjeturas a la vista! Ayer noche fuimos a un baile.

Lord Orville trajo invitación para todos y, con gran sorpresa de toda la concurrencia, me hizo el honor de bailar conmigo. Cada día aumenta sus atenciones hacia mí, y siempre que puede aprovecha la oportunidad para llamarme

amiga o hermana.

Lord Merton ofreció una tarjeta a

lady Louisa, pero ella estaba tan encolerizada en su contra que la rehusó con el mayor desdén, no pudiendo persuadirla para bailar con él. Se limitó a quedarse sentada la tarde entera y no se dignó a hablarle ni a mirarle. Con respecto a mí, su comportamiento es prácticamente similar: está fría, distante y altiva, y sus ojos expresan un extraordinario desprecio. Si no fuera por

lord Orville, ¡qué triste sería mi vida aquí!

En el salón de baile estábamos todos reunidos, con el señor Coverley, el señor Lovel y

lord Merton, que tenía la expresión de un penitente sentado toda la tarde al lado de

lady Louisa, vanamente empeñado en aplacar su cólera.

Lord Orville dio inicio al minueto con una señorita que, al ser nueva aquí, atraía la atención general. Es bonita y se ve dulce y de carácter alegre.

—Por favor, señor Lovel —dijo

lady Louisa—, ¿quién es esa joven?

—La señorita Belmont —contestó él—, la joven heredera. Llegó a las termas ayer.

Atónita repetí el nombre involuntariamente, pero nadie me oyó.

—¿De qué familia es? —dijo la señora Beaumont.

—¿No ha oído usted hablar de ella? —dijo él—. Es la hija única y heredera de

sir John Belmont.

¡Oh, señor! El nombre de mi padre centelleó en mis oídos como un rayo; la señora Selwyn me miró inmediatamente, diciendo:

—Cálmate, querida, ya nos enteraremos de la veracidad de todo esto.

Hasta entonces no imaginaba que ella tuviera conocimiento de mi historia; pero, desde que me dijo que conoció a la infeliz de mi madre, comprendí que estaba informada de todo el asunto.

Hizo una multitud de preguntas al señor Lovel, y yo recogí todas las respuestas:

—Esta joven viene del extranjero con

sir John Belmont, que está ahora en Londres; está bajo los cuidados de su tía, la señora Paterson, y recibirá una dote considerable.

No puedo expresarle los sentimientos que me embargaron al escuchar las noticias. Pero, mi querido señor, ¿qué puede querer decir todo esto? ¿Sabe usted si mi padre volvió a casarse? ¿O debo suponer que mientras su hija legítima ha sido rechazada, otra ha sido adoptada? ¡No sé qué pensar, no consigo coordinar mis ideas…!

Cuando volvimos a casa la señora Selwyn pasó más de una hora en mi cuarto conversando sobre este tema. Dice que debo irme directamente a Londres a encontrarme con mi padre y aclararlo todo. Me asegura que mi parecido con mi querida madre es asombroso, tanto como para no permitir la menor duda en reconocerme, una vez en presencia de mi padre. En cuanto a mí, sólo deseo, señor, actuar según sus directrices.

No tengo nada más que contar respecto al resto de la velada; estuve tan turbada y preocupada por este tema, que no pude pensar en ningún otro. Le he rogado a la señora Selwyn que guarde absoluto secreto y me ha prometido hacerlo. En verdad, tiene demasiado sentido como para entregarse a ociosas revelaciones.

Lord Orville percibió que yo estaba ausente y silenciosa, pero no me aventuré a confiarle la causa. Por fortuna, no formaba parte del grupo en el momento que el señor Lovel hizo sus revelaciones.

La señora Selwyn dice que, si usted aprueba mi viaje a Londres, ella misma me acompañará. Yo hubiera preferido mil veces solicitar la compañía de la señora Mirvan, pero después de este ofrecimiento, eso ya no será posible.

Adieu, mi querido señor. Estoy segura de que me escribirá inmediatamente, y estaré muy impaciente hasta que llegue su carta.

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