Eve

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Capítulo 13

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A las cinco de la tarde del día siguiente, Claire Weitz ya no tenía rastros de la resaca y esperaba ansiosa el momento de entrar en el salón donde la esperaba su apuesto novio y sus escasos invitados, para dar el sí quiero delante de un juez de paz. Sus hermanas estaban con ella, y también su sobrinita Victoria, que era la más guapa de la fiesta, aunque llevaba un rato inquieta y sin querer separarse de su madre.

—Me la voy a llevar fuera —Eve la tomó en brazos y le besó la frente para comprobar que no tenía fiebre—. No ha dormido apenas la siesta y solo quiere dormir. Estás preciosa, Claire, te lo digo en serio, preciosa.

—Gracias.

—Te quiero —se acercó y le dio un abrazo—. Te espero con los demás.

Dejó a su hermana a punto de salir y se encaminó hacia el salón que estaba dispuesto con varias sillas en fila y un pequeño altar donde un ministro amigo de Honor oficiaría la ceremonia. Había treinta invitados, los amigos y familiares más allegados de la pareja, esperando entre susurros y sonrisas, los saludó y se sentó en la silla más alejada del grupo para distraer a Victoria que estaba empezando a mostrarse insufrible, ella era una niña simpática y dulce, pero con un carácter tremendo y cuando estaba incómoda y llorona, no había quién pudiera con ella, así que decidió apartarse de los protagonistas para no molestar y sacarla a la terraza en caso de que no pudiera tranquilizarla.

Le canturreó despacito acariciándole la espalda y cuando la música del piano sonó y se pusieron de pie para recibir a Claire, que iba preciosa del brazo de su padre, la niña ya estaba a punto de dormirse sobre su hombro.

Se emocionó viendo a su hermanita pequeña tan hermosa y a su padre tan orgulloso entregándola a ese jovenzuelo rubio y desaliñado que apenas tenía barba. Justin era un chico encantador, pero parecía demasiado joven y demasiado frágil para compartir con Claire su vida. Sin embargo, ahí estaban, tan enamorados y felices que se conmovió muchísimo y tuvo que buscar un pañuelo para enjugarse las lágrimas que amenazaban con no dejarla ver el comienzo de la ceremonia.

Llegó a la última planta del elegante edificio y comprobó que sus suegros eran los únicos inquilinos cuando se dio de bruces con una sola puerta, que estaba abierta, y un

hall cubierto de arreglos florales. Se sacó el sombrero y miró al mayordomo que se acercó solícito para atenderlo. Eran las cinco y cinco de la tarde. Claire le había dicho que la ceremonia empezaba a la cinco y se felicitó interiormente por haber llegado a tiempo.

—¿Señor? —el mayordomo se hizo cargo de su sombrero con cara de pregunta.

—Robert McGregor, soy el yerno de los señores Weitz, acabo de llegar de…

—Sí, claro, adelante señor McGregor, la señorita Claire me dijo que tal vez llegaría hoy. La ceremonia es en el salón principal, pase por favor.

Miró con admiración el espléndido

hall de entrada, muy luminoso, y entró en la casa contemplando los cuadros y el papel pintado de las paredes, todo en tonos pastel, muy discreto pero a la vez muy elegante. Llegó al salón oyendo los acordes de un piano y enseguida la vio, a su preciosa mujer de pie solo a unos pasos de distancia.

Llevaba puesto un vestido de lamé

beige que marcaba de manera deliciosa sus curvas, con una falda recta y no muy larga, justo por debajo de la rodilla, que dejaba a la vista sus piernas insuperables destacadas por esos tacones altos y con cierre de pulsera alrededor de sus tobillos finos. No pudo evitar recorrerla entera antes de seguir avanzando, desde los zapatos hasta su pelo recogido con un discreto tocado, la cintura estrecha marcada con un cinto ancho y rígido de seda y sus hombros rectos. Parecía más delgada, frágil, sujetando a su hija que dormía sobre su hombro izquierdo. Cerró un segundo los ojos y aspiró el aroma de su perfume de jazmín, se ajustó la chaqueta de su elegante traje y caminó hacia ella con decisión.

Eve sintió a Robert sin verlo. El pulso se le aceleró sin necesidad de girarse para comprobar que estaba allí. Sabía que había llegado porque una carga de energía única e inconfundible se le pegó en la espalda, como siempre sucedía cuando él andaba cerca, cuando estaban juntos en una misma habitación, así que esperó con calma sin moverse, convencida de que no se equivocaba; abrazó más fuerte a Victoria y enseguida sintió su enorme y cálida mano en la espalda. Se estremeció pero no lo miró, como tampoco lo hizo cuando él deslizó la mano con suavidad hacia su cintura y la sujetó con propiedad besándole la cabeza, ni cuando estiró los brazos y le quitó a la niña para acurrucarla con habilidad y sin ningún esfuerzo sobre su hombro.

Toda la concurrencia se sentó y ellos hicieron lo propio. Eve se apoyó en el respaldo de la silla y giró la cabeza para mirarlo a los ojos, Rab le sostuvo la mirada sin hablar hasta que hizo amago de inclinarse para besarla en los labios, pero ella se dio la vuelta y no volvió a dirigirle ni una sola mirada durante la restante media hora.

—¡Rab! —acabada la ceremonia, Eve se apartó de él y se acercó a los novios para felicitarlos, a la par que su hermana se daba cuenta de la presencia de su adorado cuñado entre grandes muestras de cariño—. ¡Rab, Rab, Rab! Has llegado, has llegado.

—No podía perdérmelo —contestó él abrazándola y mirándola con cara de asombro—. Dios bendito, Claire, estás preciosa.

—Te presento a mi marido, Justin. Justin, este es Robert, el marido de Eve y el padre de Victoria.

Eve saludó a los padres y a los novios y luego se encerró en su cuarto durante quince minutos para recomponerse. Estaba feliz de ver a Robert, y aquello la enfurecía, porque no debía olvidar que estaba enfadada, ofendida y muy dolida con él, y no pretendía recibirlo con los brazos abiertos como siempre, esta vez no, esta vez necesitaría más tiempo y más explicaciones y no estaba dispuesta a ceder como si nada hubiese pasado entre ellos en un momento tan crucial y tan duro como el accidente y la pérdida de su bebé.

Salió al salón respirando hondo, después de un rato de meditación, más dueña de sí, y compartió charla con algunos invitados sin perder de vista de reojo a Rab con Victoria en brazos, hablando con su suegro y sus cuñadas tan elegante y apuesto, con su sonrisa de ensueño y sus chispeantes ojos claros, como si nada en el mundo fuera más importante que estar ahí y con ellos, y acabó saliendo a la terraza para tomar un poco de aire fresco y dejar de temblar como una colegiala.

—Hola.

—Hola —se apartó de la balaustrada y lo miró a los ojos—. ¿Y la niña?

—Despertó y está comiendo algo con tu padre.

—Bien.

—Me muero por darte un abrazo.

—¿Cómo es que has venido? —ignoró sus ojos de súplica y se alejó más de él.

—Vengo a la boda de tu hermana, pero sobre todo vengo por ti y por Victoria, para llevaros a casa conmigo.

—Tengo billete para el 15 de noviembre.

—Para después de mi cumpleaños —sonrió—. Perfecto, volveremos juntos.

—¿Y te vas a quedar en Nueva York una semana más? ¿Tienes alguna misión?

—Eve… —ella entornó los ojos y se cruzó de brazos, él se metió las manos en los bolsillos y oteó con calma el insuperable paisaje de Manhattan antes de seguir hablando—. Estoy seguro de que si me permites darte una explicación, tu opinión sobre mí cambiará. ¿Estás dispuesta a escucharme?

—No lo sé.

—Sí o no.

—Supongo que sí.

—Muy bien, gracias, cuando quieras nos vamos al hotel y podremos hablar.

—¿Qué hotel?

—El Plaza, tengo una

suite, pequeña pero perfecta para los tres.

—No pienso dejar la casa de mis padres —frunció el ceño y dio un paso hacia él—. Quédate tú allí, nosotras no nos moveremos de aquí.

—Eve…

—¿Qué te crees? ¿Que porque apareces por sorpresa voy a cambiar mis planes? ¿Salir detrás de ti como un perrito? ¿En serio?

—No pretendo nada salvo hablar contigo.

—Muy bien, pues márchate a tu hotel y ya hablaremos.

—¡Robert! —Esther Weitz, la dueña de casa, se asomó a la terraza y los interrumpió. Rab la recibió sonriendo—. Querido, ¿dónde está tu equipaje? Winston dice que no has traído nada.

—No, dejé el equipaje en el Plaza, me registré hace un par de horas.

—¿Cómo que te has registrado en el hotel Plaza? ¿Os queréis ir allí? —Eve negó con la cabeza—. Mandaré a Winston a que lo recoja, si te parece bien, el gerente es paciente de David, muy amigo nuestro, no te preocupes por nada, la habitación de invitados es grande y muy cómoda. Eve, hija, ¿cómo le dejas que se registre en un hotel? Tenéis la cabeza en las nubes… —se fue protestando y ella miró a su marido muy enfadada.

—Pequeña… —se echó a reír intentando tocarla pero ella decidió seguir a su madre—. ¡Eve!

Se hicieron millones de fotos, compartieron charla con los invitados, comieron la cena fría organizada por Honor y disfrutaron de una agradable velada hasta que llegó la hora de que Claire y Justin partieran a su luna de miel en Vermont, y el silencio empezó a volver poco a poco a la normalmente tranquila casa de los Weitz. Eve disfrutó mucho de la celebración porque, además, Robert se hizo cargo todo el tiempo de Victoria, que estaba como loca con él, liberándola lo suficiente como para poder conversar y compartir unas horas muy agradables con los amigos de sus padres.

Rab, como siempre, cautivó a todo el mundo y mientras hombres y mujeres, jóvenes y viejos, hacían lo posible por escuchar su acento escocés de cerca, mirar su sonrisa o llamar su atención, su propia mujer se dedicó a ignorarlo sin que él se mostrara afectado o enfadado, sino más bien todo lo contrario, porque fue capaz de desplegar su legendario sentido del humor, su encanto y su don de gentes para regocijo de sus suegros y sus cuñadas, mientras ella se mantenía prudentemente alejada de él.

A las nueve de la noche terminaron de ordenar el salón y Eve al fin entró en su cuarto para acostar a su hija, darse un baño y meterse en la cama con un buen libro, agotada pero dispuesta a esperar despierta a Robert, que había bajado a un bar cercano para tomar una última copa con los hombres de la familia. Era la costumbre y solo esperaba que no tardara demasiado en volver, porque quería aclarar muchas cosas con él antes de que terminara el día.

—Hola —entró en el dormitorio sacándose la corbata y la chaqueta. Eve se incorporó en la cama y parpadeó para espabilarse—. Lo siento, cariño, sigue durmiendo.

—¿Qué hora es?

—Las once y media. ¡Vaya! —entró en el moderno cuarto de baño y se quedó perplejo al ver una ducha sobre la bañera—. Esto parece la Base de Duxford.

—Es la última moda, poner duchas en los baños, es muy cómodo.

—Pues me daré una ducha, ¿te parece? —le guiñó un ojo—. ¿Y mi equipaje?

—En el armario, la doncella de mi madre lo ordenó todo.

—Qué amable —caminó hacia la cama de Victoria y estiró la mano para acariciarle la cabecita—. Debe estar rendida, menudo día, está muy mayor, ha crecido mucho en estas semanas.

—Es tarde.

—¿Aún quieres hablar conmigo?

—Estaba esperándote.

—Bueno, un minuto —se desnudó rápido y se metió debajo de la ducha, como lo hacía en su Base de la RAF, cerró los ojos y por un segundo se sintió allí, donde el agua nunca estaba muy caliente y donde acababan siempre después de alguna misión para intentar quitarse de encima el olor a gasolina, las briznas de pólvora, la grasa y el estrés. Luego se secó y salió otra vez al dormitorio donde Eve lo esperaba sentada en la cama. La ventana estaba entornada y entraba una brisa suave. Buscó una silla y se sentó frente a ella.

—Tendrás que ponerte un pijama —miró la toalla enrollada en sus caderas y él sonrió encendiendo un cigarrillo.

—¿Qué pijama?

—Habrá que comprar uno.

—Eve…

—¿Por qué has venido?

—¿Qué pregunta es esa? Ya te lo dije, para veros, necesitaba veros y llevaros conmigo a casa.

—¿Creías que no iba a volver?

—No, y no sé qué te extraña del hecho de que quiera ver a mi hija y a mi mujer.

—Porque me parece muy curioso que vengas aquí cuando no te necesito y me dejaras sola cuando más te necesitaba —se le llenaron los ojos de lágrimas—. Jamás había suplicado a nadie, ni por mi vida durante la guerra, y te supliqué que no me dejaras sola… Me mentiste y luego te fuiste rompiéndome el corazón, y ahora apareces aquí, a miles de kilómetros de distancia, como si nada hubiese pasado.

—A mí me dolió muchísimo tener que marcharme esa noche, y si te mentí fue porque no estabas en condiciones de comprender mis motivos para tener que dejarte. Fui esa noche a Edimburgo desoyendo órdenes y saltándome muchísimas reglas y no podía quedarme, era imposible, completamente imposible, tú me conoces. ¿Crees que fue fácil para mi dejarte sola? ¿Crees que tenía otras opciones?

—No lo sé.

—Escucha —respiró hondo—, voy a decirte exactamente lo que pasó, porque necesito que lo entiendas, aunque podrían someterme a un consejo de guerra por revelar secretos de estado, ¿sabes? Lo digo en serio —ella permaneció impertérrita. Sabía que no la impresionaría con esos detalles así que decidió resumir los hechos sin más—. Cuando volví a la Inteligencia Militar me hice cargo de muchos casos pendientes en Alemania, Polonia o Francia, pero todo pasó a un segundo plano cuando el primer ministro ordenó un operativo de vigilancia sobre los duques de Windsor en París, donde, al parecer, seguían manteniendo relaciones con sus derrotados amigos nazis y… bueno, en resumen, en mayo me infiltré en su exclusivo círculo de amistades como un rico y superficial heredero galés. Al principio me costó entrar en ese ambiente, fue complicado, pero conseguimos embaucar a Eduardo, a Wallís y a sus amigos, y me he pasado muchas semanas siguiéndolos, espiándolos y vigilándolos desde dentro. La idea de Churchill era probar su traición a los tratados de paz, ponerlos en evidencia, hacer públicas sus intenciones de proteger a oficiales nazis huidos… La tarea ha sido infructuosa desde el comienzo y el día que supe que habías sufrido un accidente y que habías… —tragó saliva— perdido al bebé, me encontraba en las afueras de París, en el castillo de un amigo de los duques, acudiendo a unas jornadas de golf donde se suponía podían acudir importantes nombres para tratar temas políticos muy comprometidos. Mis superiores habían decidido no informarme de lo que te había pasado, pero afortunadamente Andrew pudo hacerme llegar un mensaje y esa misma noche conseguí un avión cerca de París, en el aeródromo de un antiguo camarada de la Resistencia que me dejó despegar sin permisos. Aterricé en el aeropuerto cerca de Stirling porque Danny Renton es el gerente, él me dio cobertura y una motocicleta que me llevó directo a casa, yo solo quería verte, y lo hice, aunque te despertaste y me sorprendiste allí. Mi intención era no dejarme ver, pero fue imposible porque tú te diste cuenta y porque la señora Murray me escuchó, pero si mis planes no se hubiesen estropeado, yo podría haberte visto y abrazado, sin haber provocado ningún daño con mi visita relámpago, ni haber tenido que mentirte. Las cosas a veces no salen como uno las planea y te hice daño, pero no podía quedarme, tenía que irme, tenía que volver a mi puesto antes del amanecer y procurar comprobar lo que se estaba cociendo en ese castillo, tomar nota de nombres, intenciones y simpatías, y lo hice. Eso fue todo, y te juro por Dios, Eve, que nunca en mi vida me he sentido tan miserable como esa noche cuando tuve que mentirte, te lo juro por Dios y por mi hija, y espero que jamás tenga que volver a verme en una tesitura semejante.

—¿Y valió la pena?

—¿Cómo dices? Cualquier cosa carece de valor si te hice daño, Eve…

—No me refiero a mí, me refiero a si todo tu trabajo valió la pena. ¿Habéis conseguido alguna información clara respecto a los duques?

—Ninguna, creo que son demasiado egoístas, demasiado esnobs para involucrarse seriamente en algo que no vaya en su propio beneficio.

—¿Y ya has terminado con ellos?

—Sí, pero porque mi tapadera se cayó hace dos días en el Hotel Ritz de París, cuando una vieja conocida me reconoció en el

hall.

—¿Una vieja conocida?

—Tamara Petrova. Apareció allí y gritó mi nombre y mi nacionalidad a voz en cuello, además de mi calidad de «espía» del gobierno, etc… Estaba borracha, nadie supo interceptarla y en cuestión de segundos mandó al carajo el trabajo de seis meses, de un equipo de ocho personas.

—Pero eso es un error vuestro, ¿cómo llegó hasta ti? —se incorporó y se abrazó las piernas—. ¿Nadie lo previó?

—Es exactamente lo que yo pregunté… —le sonrió, se inclinó y apoyó los codos en las rodillas para mirarla de más cerca—. Tú y yo haríamos un equipo perfecto.

—Lástima que tengamos una hija que uno de los dos tiene que cuidar.

—Mi amor… —cerró los ojos y respiró hondo— yo cuido de vosotras dos, sois lo más importante de mi vida, aunque a veces dudes de mí, no te olvides jamás de esto, Victoria y tú sois lo único que realmente me importa.

—Me cuesta mantener esa idea cuando me fallas, me mientes y haces promesas que no cumples.

—Lo sé, por eso te pido un esfuerzo extraordinario.

—Tú pides mucho.

—Porque tú eres extraordinaria.

—Siempre me había sentido muy orgullosa de la confianza ciega entre nosotros, de la fortaleza de nuestro matrimonio y ahora…

—Ahora sigue siendo exactamente igual, nada ha cambiado, nada en absoluto. Al contrario, saldremos más fortalecidos de todo esto porque yo te amo más que nunca, Eve.

—¿Y cómo son? —cambió de tercio para evitar echarse en sus brazos sin más resistencia. Rab se apoyó en el respaldo de la silla y entornó los ojos—. Los duques, ¿cómo es Wallís?

—Ya te lo he dicho, me parecen superficiales.

—¿Y tú qué haces en esas fiestas y reuniones? ¿Quién se supone que eres? ¿Estás casado? ¿Soltero? ¿Flirteas con sus amigas?

—No flirteo con nadie y juego con la ambigüedad, en realidad no saben nada de Dave Stevenson, que es mi tapadera, salvo que es de Cardiff, que tiene una fortuna considerable y un campo de golf privado… —esto último lo dijo con el cantarín acento galés y ella no pudo evitar sonreír.

—Lo haces muy bien.

—Te he echado mucho de menos —se levantó y se sentó en la cama junto a ella— y siento mucho no haber estado contigo cuando el accidente, me siento muy culpable por todo lo que ocurrió y solo aspiro a que me des una oportunidad más para repararlo, Eve, te lo suplico.

—Nadie tiene la culpa, fue un accidente.

—Todos opinan que fue mi culpa, porque si yo hubiese llegado a tiempo para la boda, tú no hubieses cogido el coche, y creo que tienen razón.

—Eso no lo sabremos nunca, yo no te culpo y no deberías pensar en ello.

—Es fácil decirlo.

—¿Y ahora cuánto tiempo te quedarás? ¿Has visto lo feliz que está Victoria contigo?

—Me he desactivado y espero que por una larga temporada…

—¿Cuánto tiempo?

—No lo sé, pero de Nueva York no me moveré y volveremos juntos a Escocia. Luego, espero poder trabajar y cerrar algunos temas desde mi despacho mandando a Fred a cubrirlos en el exterior, esos son mis planes, es lo único que te puedo decir. Debes comprender que no puedo dar fechas, ni plazos, no se trata de lo que mi equipo o yo dispongamos, sino de las necesidades y las órdenes que recibamos, y que van de la mano del desarrollo de muchos acontecimientos que se escapan a mi control, ¿lo entiendes?

—Sí —se abrazó las piernas y desvió la mirada.

—Tu padre me ha dicho que no hablas del accidente, ni de la pérdida, está preocupado por ti, dice que le preocupa que no quieras consuelo ni…

—Ya lloré bastante en Edimburgo, no quiero hablar más del tema ni acordarme de lo que pasó o me hundiré del todo.

—Tendremos más hijos. Anne, mi padre, tu padre y todos los médicos que nos rodean dicen que eres muy joven y que estás muy sana, y que lo más aconsejable es intentar otro embarazo enseguida.

—No, eso no sucederá.

—¿Qué?

—No pasará.

—¿Por qué?

Ella saltó de la cama y se puso de pie junto a la puerta.

—No estoy preparada para hablar de esto, no quiero ni contemplarlo y menos aún mientras tú sigas con tu trabajo. No quiero volver a pasar por algo semejante sola, no lo haré y no necesito hablarlo con nadie.

—Yo sí necesito hablarlo.

—No, Robert, no tengo por qué hacerlo, ya no, cuando lo necesité no pudo ser y ahora no tengo fuerzas para recordarlo… —se aferró al pomo de la puerta y se limpió una lágrima con el dorso de la mano—. Acuéstate e intenta dormir, yo iré a buscar un vaso de leche.

—Eve…

—Buenas noches —salió del dormitorio y cerró la puerta con suavidad. Él se levantó meditando si debía insistir y seguirla hasta la cocina, pero decidió que lo mejor era darle tiempo. Se acercó a la cama de Victoria y la arropó, luego se metió en la cama de matrimonio y cerró los ojos. Un cansancio enorme se apoderó de él. Eve no iba a volver, estaba seguro, se quedaría a dormir en el sofá o en la terraza, era su modo de seguir castigándolo, pero no le importó, no podía importarle porque estaba demasiado agotado para suplicar. Se dio la vuelta, se aferró a la almohada y se durmió instantáneamente.

—¿Qué haces despierta, hija?

—Hola, papá. ¿Y tú? —se enderezó en la silla y procuró parecer tranquila, aunque no lo estaba después de la charla que acababa de tener en su dormitorio.

—Estoy demasiado agotado para dormir, necesito un vaso de leche —David Weitz abrió la moderna nevera y sacó la leche. Buscó un cazo y Eve se acercó y lo ayudó a encender la cocina—. Qué sorpresa ver a Robert. Victoria estaba como loca con él.

—Lo echa mucho de menos, ya es mayor y se da cuenta de sus ausencias.

—Viaja mucho, ¿no?

—Sí —se restregó los ojos húmedos y le sonrió.

—¿Y te lo has pasado bien?

—¿En la boda? Muy bien.

—En general, aquí en Nueva York.

—Muy bien, ha sido estupendo, papá.

—¿Tanto como para quedarte? —se quitó las gafas y la miró a los ojos. Ella sonrió y se encogió de hombros—. Tu madre tiene la absurda fantasía de que si te gusta mucho esto, tal vez quieras convencer a Robert para quedaros a vivir aquí.

—Tenemos nuestro hogar en Escocia, me gusta vivir allí, mi trabajo va muy bien, con un poco de suerte me darán la sección de sociedad y cultura antes de que acabe el año y lo cierto es que, llámame masoquista, papá, pero prefiero vivir la posguerra en Europa.

—¿Por?

—Allí no nos hemos olvidado tan rápido de la guerra.

—Sé a lo qué te refieres.

—Es difícil no sentirse ajena en Nueva York, la gente vive como en otra dimensión.

—Porque aquí, afortunadamente, no han vivido la guerra como nosotros, para mucha gente no es más que una referencia constante en la prensa y en la radio, un gasto inmenso para su gobierno y poco más.

—Pero ha sido mucho más, en casa seguimos reconstruyendo nuestras ciudades y llorando a nuestros muertos, tardaremos al menos una generación en superarlo y supongo que es más sano, el duelo sirve para no olvidar de golpe, para ser conscientes de lo que ha pasado.

—Lo sé, lo hemos hablado muchas veces con tu madre y ahora que Claire se ha casado… —se quedó callado y Eve le acarició el brazo—. No te voy a negar que no pienso en volver a Londres.

—¿En serio? Creí que…

—Estamos maravillosamente bien en Manhattan, tengo trabajo, pacientes, están Honor y los chicos, pero eso no ha conseguido hacernos olvidar, no ayuda a tu madre, que ni siquiera puede ir al cementerio a ver a tu abuela y bueno… yo me muero por un buen

fish&chips.

—Y una tarde de teatro en el East End.

—Por supuesto, y un paseo a Cambridge de vez en cuando para ver a mis colegas.

—Siendo muy egoísta, solo puedo decir que me encanta oír eso. ¿Lo habéis hablado con mis hermanas?

—No, eres la primera en saberlo, pero aún hay que meditarlo, llevamos poco tiempo aquí y bueno, en Londres estaremos igualmente lejos de los nietos.

—Edimburgo está muy cerca.

—Lo sé, pero en fin, ya veremos, seguramente a primeros de año tengamos el asunto más claro, de momento no lo comentes con las chicas.

—Te doy mi palabra de honor.

—¿Y qué pasa con Rab?

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