Europa

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I » Heda

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HEDA

En sus sueños, como en la peor de las certezas, es a veces empujada por el terror. Sueña que es un soldado. Es un soldado porque arrastra un uniforme sucio, del color verde de la Naturaleza, y porque en todas partes hay sólo verde y más verde quemado por el sol, y otros soldados ocultos, quizá cientos de ellos, miles de soldados verdes bajo el sol.

Sueña que atraviesa corriendo calles que han dejado de serlo, calles siniestras quemadas por el sol que casi parecen naturaleza rota, reventada: un bordillo que no es un bordillo, sino una roca, junto a más piedras duras, aristosas, rotas; y jardines que no son jardines sino campos verdes que ahora revientan quizá bajo el sol, bajo los pies pesados.

Las balas silban. En ocasiones así, a lo largo de las calles quemadas, de los jardines quemados, las casas que ha conocido parecen dadas la vuelta, vueltas del revés. No se puede entrar ni se puede salir, es peor que un desierto inhóspito, ardiente, quemado. Sólo puede seguir arrastrando los pesados pies a través de las calles verdes quemadas, de las casas vueltas del revés, mientras el sol sacude violentamente a los soldados ocultos tras los semáforos verdes, tras los bordillos agujereados de musgo, encima de las colinas que son ahora las casas vueltas del revés, y les arranca estelas calientes, siseantes, blancas, que atraviesan el aire inconsciente rozando su uniforme. ¿Dónde están?

Pero aun así, está todavía viva, terriblemente, con una certeza brutal que no es verde, ni lo fue nunca, que no tiene nada de natural. Aún sus ojos no están viendo el rojo del semáforo herido, de la sandía abierta, podrida, bajo la mesa. Y esa certeza es peor que todo, que todo el verde y el rojo. En sus sueños, como en la peor de las certezas, a veces es un soldado que corre. Siempre corre, no hay opción. Nunca hay opción.

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