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Cuarta parte Edad de Expansión » 25. Revolución Industrial e Ilustración

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Había en estas exhortaciones algo de arbitrario y abusivo: ¿acaso no se había hecho uso abundante de la razón antes de aquel siglo? Y los ilustrados, ¿eran «el hombre» por excelencia? Además, ni Kant ni nadie pretendería que el individuo común emplease a fondo la razón especulativa: solo podría hacerlo una élite provista del tiempo, la posición y el gusto por esa labor. Pero incluso la persona más aficionada y dotada tenía que dejarse conducir por otros: Tocqueville expondría más tarde la evidencia de que hasta los mejores intelectos descansan por fuerza en «ideas dogmáticas», esto es, aceptadas sin mayor investigación o crítica propias, pues si cada cual admitiera solo las conclusiones a que llegara por sí mismo, pocas adquiriría a lo largo de su vida. Los ilustrados daban por sentado que el uso de la razón llevaría a conclusiones únicas y de valor general… pero nadie había aplicado la razón con tanto empeño como los griegos, y sus conclusiones habían sido muy disímiles. Lo mismo había ocurrido con los escolásticos. En fin, ¿valdrían las ideas racionales de Kant más que las de cualquier otro que «osara saber» por su cuenta? El problema recuerda al de Lutero con el libre examen: cualquier individuo podía creerse más autorizado que él o que San Pablo al interpretar la Biblia.

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Tema importante de la Ilustración fue la paz perpetua. De siempre la guerra fue mirada con una mezcla de horror y fascinación, como «la madre de todas las cosas», como una ley de la naturaleza, o como máxima expresión del mal. Los ilustrados, tales como Voltaire o Smith, solían achacar las guerras a los intereses de los reyes o los nobles y a la superstición religiosa, por lo que, suprimidos estos, la paz vendría por sí sola. Cumplía suprimir la influencia de la Iglesia y sustituir la soberanía regia por la soberanía de la nación, del pueblo, el cual, afirmaban, no tenía interés en peleas, sino en una convivencia pacífica basada en el

dulcecomercio. No obstante, Holanda e Inglaterra, principales potencias comerciales y donde menos soberanía ejercían los monarcas, eran cualquier cosa menos pacíficas y la piratería solía ir asociada al comercio, que también incluía el tráfico de esclavos. Aparte de que regímenes despóticos impulsaban a su vez el comercio. Sin duda el comercio satisfacía muchos deseos humanos, pero esos deseos no eran necesariamente bondadosos y pacíficos.

Aquellas ideas eran por sí mismas revolucionarias con respecto a las tradiciones predominantes europeas, pero no todos los ilustrados atacaban abiertamente a la monarquía absoluta, la cual no les impedía escribir y difundir sus obras, y la mayoría convivía aceptablemente con su despotismo ilustrado. Por ello, el sistema pervivió sin grave alteración hasta el último cuarto del siglo. Pero la crítica acumulada tendría finalmente los efectos revolucionarios implícitos o explícitos. Y no solo políticos, sino más ampliamente sociales y culturales: el siglo XVIII marcó una ruptura profunda las formas políticas y estructuras sociales creadas en la Edad de Supervivencia. Y más allá y de forma tal vez innecesaria, con el espíritu cristiano que había caracterizado a la civilización europea hasta entonces.

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