Eternity

Eternity


Capítulo 8

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8

 

 

 

Al día siguiente, ni Carrie ni Josh se dieron cuenta de la ausencia de Tem hasta que él volvió a casa de los campos. Como Josh seguía dolido por la risa de Carrie y por el aparente abandono de sus hijos, no regresó hasta casi las nueve de la noche.

La escena que contempló al abrir la puerta debió haberle hecho feliz, pero en cambio le puso más furioso de lo que ya estaba: Dallas, en pie sobre un taburete mientras Carrie le prendía con alfileres el dobladillo de un nuevo vestido; un vestido que Josh no podía permitirse comprar a su hija. El aspecto de la casita era alegre y en ella flotaban aromas apetitosos, y Carrie, su esposa que no lo era, estaba encantadora. Josh ansiaba más que nada en el mundo gritar que ya había llegado, para que su mujer y su hija acudieran corriendo a abrazarle.

En vez de ello, entró parsimonioso y colgó el sombrero de la percha que había junto a la puerta.

—¡Papá! —gritó Dallas, y se dispuso a bajar del taburete de un salto, pero Carrie la ayudó a hacerlo.

Su hija, cariñosa y limpia, se abalanzó a sus brazos y apoyó la cabeza en su cuello. Eso era lo que le hacía soportable trabajar en los campos, se dijo, lo que hacía que valiera la pena su infelicidad.

— Tenemos rosbif para cenar y la señora Emmerling ha hecho bollos. Además, creo que a mi muñeca le está creciendo el pelo.

Mientras Josh acariciaba el cabello de su hija pensaba en el gusto que daba verla limpia de nuevo. Durante los meses que había estado ocupándose de la granja, no había tenido tiempo de ocuparse del aseo de sus hijos. Ya tenía más que suficiente con intentar alimentarlos y vestirlos.

—Conque le está creciendo el pelo, ¿eh? —Sonrió, pero se dio cuenta de que ni siquiera había sido capaz de darle a su hija una muñeca.

De pie detrás de ellos, Carrie sonreía también, y Josh estaba seguro de que no había visto en su vida una mujer tan bonita, con su leve cintura y el cabello rubio... y ese cuerpo que no le pertenecía a él.

—Buenas noches —saludó en un tono algo seco—. Supongo que la mujer que ha contratado habrá preparado la cena.

Carrie dio media vuelta, perdida la sonrisa. —En efecto. —Volvió a mirar a Josh—. ¿Dónde está Tem?

—Con usted —contestó rápido, como si Carrie fuera demasiado tonta para saber que Tem había pasado el día con ella.

Ella permaneció un momento en actitud asombrada y luego empezó a palidecer. Fue al dormitorio y volvió con una nota de Tem en la que decía que iba a pasar el día con su padre.

Sin decir palabra, Josh echó la mano al bolsillo interior de su camisa y sacó otra nota de Tem, en la que ponía que se iba a pasar el día con Carrie.

—Tal vez quería irse a pescar —sugirió Carrie, aunque sin la menor convicción.

Sabía de manera incuestionable que, dondequiera que se encontrara y fuera lo que fuese lo que estuviese haciendo, tenía alguna relación con ella y con Josh.

En cuestión de segundos, Josh atravesó la habitación y sujetó a Carrie por los hombros.

—¿Dónde está? ¿Dónde está mi hijo? —le gritó, con la cara casi pegada a la de ella.

—No lo sé —repuso Carrie—. Pensé que había pasado todo el día con usted.

Josh la sacudió.

—¿Dónde está? —vociferó, como si la misma fuerza de su voz pudiera hacerle recordar a Carrie algo que ignoraba.

—No le hagas daño a Carrie —gritó Dallas, agarrándose a las piernas de su padre—. Tem volverá. Dijo que volvería.

Carrie y Josh se volvieron automáticamente hacia ella. Josh hincó una rodilla en tierra.

—¿Dónde está tu hermano? —le preguntó cariñosamente. Dallas retrocedió cobijándose en la seguridad de las faldas de Carrie.

—Me hizo jurar que no lo diría. Dijo que si lo contaba me pasaría algo malo.

—Algo malo te... —empezó a decir Josh, cuando Carrie tomó a Dallas y la sentó sobre la mesa.

—¿A qué hora esperaba Tem estar de regreso?

Dallas parecía a punto de prorrumpir en llanto. —Dijo que estaría en casa antes que papá. Carrie miró a Josh por encima de la cabeza de la niña y, luego, de nuevo a Dallas.

—Se está retrasando mucho, ¿no crees?

Josh se interpuso entre ambas.

—Tienes que decirme a dónde ha ido Tem, Dallas. Tienes que...

Se calló porque la niña se echó a llorar. Carrie apartó a Josh y se inclinó hacia Dallas.

—Pero no puedes decido, ¿verdad? Y no porque Tem te haya dicho que no debes hablar. No puedes decirlo porque es una cuestión de honor. ¿No es así? Tú sabes lo que es el honor, ¿verdad, Dallas?

—No —contestó la niña, aspirando por la nariz.

—El honor es cuando alguien te cuenta un secreto y tú estás dispuesta a morir antes de revelado.

—¡Por todos los cielos! —interrumpió Josh—. Eso ha sido un trueno. Creo que se prepara una tormenta.

Carrie acercó su rostro al de Dallas.

—Pero a veces no van de acuerdo el honor y el deseo de ayudar a alguien. Como ocurre ahora. Si lo cuentas no tienes honor, pero si no lo haces tal vez Tem esté en peligro.

Dallas asintió con la cabeza y miró de re ojo, nerviosa, a su padre.

—Así que veamos si podemos averiguar dónde está Tem y salvaguardar al mismo tiempo tu honor. Supongamos que me cuentas una historia como las que yo os cuento todas las noches.

—Por el amor de..., —empezó a decir Josh, pero un relámpago le hizo callar.

Siguió un trueno ensordecedor. Dallas chilló y Chuchú se escondió debajo de la mesa. .

—Érase una vez un joven príncipe que se sentía muy infeliz —empezó Carrie—. Digamos que el rey y la reina tenían problemas y el príncipe quería hacer algo respecto a esos problemas. ¿Qué crees tú que haría el príncipe?

— Buscar una culebra de cascabel —afirmó Dallas —sin el menor titubeo.

Carrie se incorporó y preguntó casi en un susurro:

—¿Y qué haría con ella?

—La pondría en tu..., quiero decir en la cama de la reina y entonces cuando ella se asustara el rey podría salvarla y ella sabría lo fantástico que era. Y entonces se querrían mucho para siempre.

Carrie se volvió despacio a mirar a Josh y se preguntó si estaría tan pálida como él. Sentía que de un momento a otro iba a echarse a temblar. Josh se arrodilló delante de su hija.

—¿Y dónde encontraría el príncipe la serpiente?

— En la Montaña de Starbuck —respondió la niña—. Tem..., quiero decir, el príncipe vio algunas por allí. En la montaña había visto un gran montón de serpientes.

Otro relámpago, seguido del correspondiente trueno, hizo que Dallas se refugiara en los brazos de su padre.

—Búsquele ropa de abrigo  dijo Josh mientras llevaba en brazos a Dallas hasta el dormitorio—. Quiero que esté bien abrigada durante la tormenta.

Carrie le agarró de un brazo.

—¿Qué va a hacer?

Era evidente que en esos momentos no estaba demasiado interesado en Carrie.

— Vaya llevar a Dallas a casa de mi hermano y luego tomaré un caballo y me iré en busca de mi hijo.

Empezó a caminar de nuevo. Carrie se plantó delante de él.

—Quiero ir con usted. —La luz de otro relámpago iluminó la casa y permitió que Carrie viera la expresión despectiva en el rostro de Josh. Le sujetó por ambos brazos, hundiendo los dedos en sus músculos—. Está en la montaña por culpa mía. Si yo no hubiera venido aquí...

— Ya es demasiado tarde para pensar en ello.

La apartó a un lado, entró en el dormitorio y dejó a Dallas en pie sobre la cama.

Carrie se puso a su lado.

—Es posible que en la cocina sea una inútil, pero no lo soy ni mucho menos en todo lo demás. Puede ser que usted crea que lo sabe todo sobre mí, pero en realidad no sabe nada. Vengo de una familia de marineros, lo sé todo sobre supervivencia y puedo cabalgar en cualquier cosa con cuatro patas.

Le alargó una camisa de lana en la que Josh envolvió a Dallas.

Con la niña de nuevo en brazos, él empezó a caminar hacia la puerta de entrada, pero Carrie se plantó delante.

—Iré, me lo permita o no. Vaya buscar a Tem. Iré, con usted o sola.

Josh se la quedó mirando por un segundo. No tenía tiempo de discutir con ella, y tampoco para malgastarlo con una mujer asustada. En aquel momento su única obsesión era su hijo.

—Poco me importa que venga o se quede. Pero si no puede seguirme no espere que la vuelva a traer.

—No tendrá que traerme. ¿Puede encontrarme un caballo decente? ¿Algo mejor que esos pencos suyos?

Asintió con la cabeza y salió rápidamente de la casa. Una vez que se hubo ido, Carrie tomó pan y tocino y los metió en una bolsa aceitada. A continuación, empezó a reunir el equipo apropiado para una misión de salvamento. Como había vivido durante toda su vida junto al mar tenía grandes conocimientos sobre rescates. Entró en el cobertizo, hurgó en sus baúles hasta encontrar un enorme cuchillo y descolgó de la pared una cuerda larga y gruesa. Al emprender de nuevo el camino de la casa, hubo de luchar contra el viento que empezaba a soplar. Metió cerillas en la bolsa e hizo tiras unas enaguas para utilizarlas a modo de vendas, y también metió en una bolsa lona encerada y gruesa.

Una vez dispuesto el equipo, se quitó la falda, las enaguas y el miriñaque y se puso unos gruesos pantalones de lona de Josh y se los sujetó a la cintura con una ancha correa.

Acababa de terminar sus operaciones cuando llegó Josh, que la miró de arriba abajo, pero no dijo palabra mientras recogía las bolsas y miraba en su interior. Pareció satisfecho con lo que Carrie había metido en ellas y la descargó de la cuerda.

— Mi hermano ha enviado gente a la ciudad en busca de ayuda. Dentro de unas horas la montaña estará llena de gente buscando. Debería quedarse. —Carrie le alargó una gruesa rebanada de pan con mantequilla.

  —Cállese y vaya comiendo por el camino. Vamos, estamos perdiendo tiempo.

Josh tomó el pan, al tiempo que hacía un leve gesto de asentimiento con la cabeza, y a partir de ese momento dejó de tratarla como a una mujer a la que hubiera que dejar en casa. Una vez fuera, Carrie se encontró con los dos caballos más hermosos que había visto en su vida. Uno era un enorme semental negro y con una mancha blanca en la frente y el otro, una yegua de color castaño oscuro y que parecía orgullosa y rápida.

—Monte la yegua —le gritó Josh, tratando de hacerse oír a través del viento, que había arreciado—. Y manténgase junto a mí. Si no puede seguirme regrese aquí y espéreme. ¿Entendido?

Carrie asintió en silencio mientras se acomodaba ágilmente en la montura, tomó las riendas y situó a la yegua detrás del enorme garañón de Josh.

Sabe montar a caballo y cabalga como el mejor jinete que yo haya visto, se dijo Carrie. Le vio lanzarse con rapidez suicida por el camino lleno de baches que había delante de la casa con Carrie a la zaga. Al llegar al pie de la montaña no vaciló un instante, sino que empezó de inmediato la ascensión. Carrie le siguió, respirando hondo para hacer acopio de valor. Pensó que debía de tener ojos de gato, pues ella no veía nada. Por fortuna, el semental tenía una mancha blanca en la pezuña trasera, porque había momentos en que era lo único visible.

Por dos veces, la yegua que Carrie montaba quiso detenerse y bajar de nuevo la montaña, pero ella no se lo permitió. De manera que prosiguieron el ascenso sobre superficies de roca dura, por las que resbalaban los cascos de los caballos, para seguir luego a través de bosquecillos de matorrales de robles, que arañaban la cara de Carrie y le desgarraban la ropa.

Se dio cuenta de que Josh no seguía sendero alguno, sino que elegía la ruta más rápida y directa hasta la cima de la montaña. No parecía ser consciente de la presencia de ella, con la sola idea de buscar a su hijo sin que nada ni nadie fuera capaz de distraerlo de su intento. Hubo un momento en que Carrie y la yegua toparon con una superficie dura y reseca y el animal resbaló. La yegua lanzó un relincho desesperado y Carrie hubo de poner en juego todos los músculos de su cuerpo para evitar que el gran animal volviera grupas y descendiera por la montaña. Aplicando su látigo mocho al anca del animal, tiró con fuerza de las riendas, sabiendo que si en ese momento llegaba a perder el control de la yegua, nunca volvería a recuperarlo. Para ayudar a calmar el miedo que la embargaba empezó a soltar juramentos como sólo un marinero sabía hacerlo. Conocía palabras en por lo menos seis lenguas; todas ellas, de los lugares en los que habían estado sus hermanos. Ellos pensaban que Carrie no se enteraba si maldecían en una lengua extranjera, pero Carrie había oído y recordado las palabras y en aquel momento imprecaba con todas ellas a la yegua.

Cuando pensaba que se le iba a romper la muñeca, la yegua cesó en su lucha e inició de nuevo el ascenso de la montaña. Al empezar Carrie a moverse hubo un fuerte relámpago, lo que le permitió ver a Josh en su caballo, parado en una loma y observándola. Pese a todas sus afirmaciones de que no se detendría a esperarla, eso era precisamente lo que estaba haciendo. No estaba segura, pero le pareció que le dirigía un ademán de aprobación antes de ponerse otra vez en marcha.

Una vez alcanzaron la cima de la montaña se puso a llover furiosamente, una lluvia tan fría como sólo puede serlo en las grandes altitudes. Carrie estaba empapada al cabo de unos minutos. En la misma cima de la montaña la esperaba Josh; o más bien se encontraba mirando en derredor suyo, como si tratara de decidir qué camino tomar.

—¿Dónde están las serpientes? —le gritó Carrie—. ¿Las ha visto usted con Tem?

Era una pregunta que debía haber hecho antes.

La miró el tiempo suficiente para asentir una vez con la cabeza y luego, sacudiendo levemente las riendas, se dirigió hacia el oeste. Carrie le siguió muy de cerca, portándose la yegua ya dócilmente. Al cabo de unos minutos, Josh se detuvo, desmontó y se quedó mirando hacia lo que parecía ser un enorme montículo de roca que tenían enfrente. En el centro de la roca había una grieta que iba ensanchándose a medida que descendía. Josh caminó hacia la roca y Carrie comprendió que allí debía de ser donde él y Tem habían visto las serpientes.

Con la lluvia azotándoles la cara, Josh llegó junto a Carrie y, al respingar el caballo, le puso una mano en la pierna.

—Si algo me ocurriera, encuentre a Tem —le gritó.

Ella asintió, con la lluvia cayéndole por el rostro, y observó en silencio a Josh dirigirse hacia la grieta en la roca. En el mismo momento de alcanzarla encendió una cerilla, protegiendo con su sombrero la llama de la lluvia y el viento. Luego, se inclinó hacia la grieta.

Se podía oír por encima de la lluvia el siseo de las serpientes. También pudo ver a la luz de la cerilla los culebreantes cuerpos dentro de la roca y contuvo el aliento cuando Josh dio un paso adelante. Luego respiró hondo al verle retroceder a la zona de seguridad.

—No está ahí —gritó Josh—. Voy a registrar la zona. Quédese aquí.

Carrie no estaba dispuesta a quedarse donde estaba. No entraba en sus planes convertirse en una mujer inútil, sentada en un caballo y esperando. El hermoso semental de Josh permanecía quieto y con las riendas sueltas, sin importarle los relámpagos ni la presencia cercana de las serpientes, pero Carrie sabía que su yegua no seguiría su ejemplo. Desanduvo un trecho del camino recorrido, hasta que el ruido de las serpientes fue tan lejano que no podía oírse, y ató con firmeza el animal a un enorme tronco.

Luchando contra el viento y protegiéndose con una mano los ojos de la lluvia, volvió junto a Josh. Él la agarró por los hombros.

—Le dije...

—¡No!

Parecía la respuesta más apropiada a lo que Josh estaba diciendo, así que Carrie se la gritó con fuerza a la cara.

Josh no perdió un tiempo precioso discutiendo con ella.

—¡Allí! —le gritó a su vez—. Busque entre esos árboles.

Carrie se apartó de él y entró en el bosquecillo. Empezó a andar en círculos cada vez más amplios, consciente, a cada paso que daba, de lo inútil de su búsqueda. Tem podía encontrarse inconsciente y tan sólo a unos pocos pasos de ellos sin que fueran capaces de oírle o verle con la lluvia y el viento. ¿Y cómo era posible que dos personas registraran toda la montaña? Incluso cuando apareciera la gente de Eternity no serían capaces de registrar cada roca y cada árbol. Y pasarían horas antes de que llegaran los de la ciudad, porque no creía que lo hicieran por el camino que ella y Josh habían tomado. Nadie en sus cabales seguiría semejante camino.

Chilló al ponerle Josh una mano sobre el hombro. Se volvió y comprobó, a la luz de un relámpago, que él estaba pensando exactamente lo mismo que ella, que era inútil, que la única manera de encontrar a Tem sería por casualidad.

—Voy a subir —gritó Josh, señalando hacia el montículo en el que estaban las serpientes.

Ella hizo un gesto de asentimiento y luego reanudó su búsqueda. Pero un instante después le llegó un agudo silbido que sabía que era de Josh. Echó a correr en su dirección, trepando por las rocas, arañándose las manos y resbalando.

Josh se encontraba de pie junto a un arrecife y cuando Carrie llegó junto a él le enseñó algo que tenía en la mano.

Se trataba de un trozo de tela azul y se dio cuenta inmediatamente de que pertenecía a la camisa de Tem.

Josh dio media vuelta y empezó a trepar de nuevo, con Carrie pisándole los talones. En la parte superior de la roca había una arista que daba al vacío. Hasta una profundidad de muchos, muchísimos metros no podían ver otra cosa que oscuridad.

—El río —gritó Josh señalando hacia el oscuro vacío.

Por primera vez se quedó helada. Aquel trozo de tela demostraba que Tem había estado por allí; y, en caso de haber caído, lo hubiera hecho en aquel barranco.

Josh siguió caminando y Carrie se quedó allí, mirando hacia abajo, a aquella negrura. Al iluminarse la escena con un nuevo relámpago, se dio media vuelta y lanzó un grito ante lo que vio.

Josh estuvo a su lado en cuestión de segundos.

—¿Qué pasa?

Carrie señaló hacia la oscuridad.

Un nuevo relámpago y Josh la vio también. Por un instante Carrie pensó que aquella criatura era fruto de su imaginación, porque se trataba de alguien insignificante que no tendría más de seis o siete años, pero que se asemejaba más a un extraño tipo de animal que a una niña. A pesar de la copiosa y fuerte lluvia, tenía el pelo de punta, formando una masa enredada y abundante, e iba vestida con una desgarrada y primitiva indumentaria de piel y estaba descalza.

Adelantándose a Carrie, Josh avanzó en dirección a la niña, pero al llegar un nuevo relámpago la criatura había desaparecido.

—¿Dónde está? —gritó Josh en la oscuridad, con la lluvia azotándole el rostro—. ¿Dónde está?

Carrie se acercó a él, puso las manos en sus hombros y apoyó la cabeza en su espalda.

A la luz de un nuevo relámpago, la niña apareció de nuevo allí. Esa vez Josh corrió prácticamente tras ella, pero era demasiado esquiva para poder alcanzarla.

—Sabe dónde está Tem —gritó Josh—. Sé que lo sabe.

Con el relámpago siguiente volvió a aparecer la niña, al borde mismo del arrecife y tan cerca que Carrie contuvo aterrada el aliento. A la luz del relámpago la niña señaló y lo hizo directamente a la parte baja de la pared del arrecife.

—¿Es Tem? —gritó Josh, y la niña asintió con la cabeza antes de qué se la tragara la oscuridad.

—Voy a bajar —dijo Josh, volviéndose hacia Carrie—. Quédese aquí y espéreme. Vaya por la cuerda. No se mueva de aquí.

Segundos después descendía por la rocosa pendiente; unas veces, corriendo y otras, deslizándose; hasta que llegó junto a los caballos y el equipo.

Carrie se quedó clavada donde estaba, temerosa de dar siquiera un paso por miedo a perder el lugar que la niña había señalado.

Cada vez que había un relámpago trataba de descubrir a la niña, pero no la veía. Sin embargo, tenía la seguridad absoluta de que la chiquilla se encontraba cerca y los observaba.

Josh subió de nuevo por la roca con la cuerda enrollada al brazo, pero cuando eligió un árbol para atarla Carrie gritó:

—¡No!

—¡Voy a bajar!

A Carrie le costó hacerle comprender que no protestaba porque se dispusiera a bajar, sino por el nudo que estaba utilizando para atar la cuerda al árbol. Se la quitó de las manos y la ató rápida y expertamente con un solo nudo, hizo una lazada y la ató de nuevo. Resultaba tan difícil hablar que no lo hizo, pero con gestos le indicó a Josh que ayudaría a subir la cuerda cuando volviera con Tem. Josh comprendió lo que estaba haciendo y la miró de una forma como jamás la había mirado: con admiración y agradecimiento.

Sujetando la cuerda se dirigió al borde del risco y empezó a descender. Actuaba como si lo hubiera hecho infinidad de veces antes y supiera exactamente lo que estaba haciendo.

Carrie permanecía arriba, de pie, escudriñando para tratar de verle, con el oído atento por si silbaba.

Al cabo de unos minutos, Josh trepó de nuevo por la cuerda con la agilidad del mejor de  os estibadores, y Carrie se preguntó si alguna vez habría navegado en un barco. La expresión de su rostro era gozosa, tan gozosa como nunca se la viera Carrie antes, y entonces supo a ciencia cierta que Tem se encontraba bien. Por su cara cayeron mezcladas lágrimas y lluvia.

— Está ahí y está vivo, aunque inconsciente. Tengo que sacarle —dijo Josh, gritando junto al rostro de ella—. He de hacer una especie de parihuelas.

Carrie supo al punto que le estaba pidiendo consejo, que suplicaba su ayuda. Se puso desesperadamente a tratar de recordar lo que había llevado con ellos. ¡No podían bajar de nuevo para buscar algo con lo que hacer unas parihuelas en las que llevar un niño inconsciente. Los sacos de lona que llevaban consigo no eran lo bastante fuertes para sostener a un chiquillo robusto, y tampoco tenían cuerda suficiente.

 

De repente, Josh alargó la mano, se la puso a Carrie en la cintura y tanteó alrededor de su estómago como en busca de algo.

Carrie necesitó un momento para comprende; y entonces sonrió. Sí, su corsé. De inmediato, ayudada por los dedos ágiles de Josh, se desabrochó la blusa, la sacó de los pantalones y Josh, siempre con mano experta, le ayudó a soltar los cordones  del corsé. Una vez que Josh lo tuvo en sus manos lo extendió y frunció el ceño ante lo reducido   su tamaño, porque no estaba seguro de si sería lo bastante grande para rodearle a él y al niño.

Carrie se desató la correa de los pantalones, se la dio a Josh, se quitó los pantalones y se los entregó también, indicándole que podía atar las perneras alrededor del cuerpo inerte de Tem.

Josh asintió y, envuelto en casi toda la ropa de ella, tomó la cuerda y se dirigió al borde del risco, con Carrie a su lado.

—Cuando lo tenga silbaré y entonces tire de la cuerda. ¿Entendido?

—Sí —le gritó Carrie.

Al borde del risco Josh se detuvo. Carrie sabía lo que le pasaba por la mente, sabía lo que sentía porque ella sentía lo mismo. Como si siempre hubieran sido amigos y amantes, se inclinó hacia él, le besó y susurró junto a sus labios:

— Buena suerte.

— Hasta pronto —contestó él, y un instante después había desaparecido detrás del risco.

Carrie no podía ver nada y estaba segura de que el tiempo que Josh pasara allá abajo sería el más largo de su vida. Se asomó por el borde e intentó ver u oír algo. Se tumbó en el suelo enlodado, sin tener en cuenta que ya sólo llevaba las botas, los calzones hasta la rodilla y la camisa. El fino algodón no la protegía en modo alguno contra el frío y la humedad, pero se había olvidado de la tormenta, demasiado atenta a lo que pasara allá abajo para preocuparse de sí misma.

Al cabo de lo que le pareció mucho, muchísimo tiempo, oyó un silbido y, rezando una corta plegaria de gracias, corrió hacia el árbol y agarró la cuerda. Era joven y también fuerte y decidida. En otro momento acaso no hubiera tenido fuerza suficiente para tirar como lo estaba haciendo en ese instante, pero saber que Tem y Josh estaban en el otro extremo de la cuerda la inducía a hacer acopio de todas sus fuerzas.

Hubo un instante en que pensó que alguien la estaba ayudando a tirar, aunque al mirar hacia atrás no vio a nadie. Pero entonces hubo un nuevo relámpago y Carrie estuvo a punto de lanzar un chillido a la vista de un viejo, un hombre con ropas de cuero remendadas y sucias incluso bajo la lluvia, en pie, detrás de ella y tirando. Reprimió el grito que le afloraba a la garganta, le dio las gracias con un movimiento de cabeza y siguió tirando.

Al cabo de una espera interminable vio aparecer la cabeza de Josh. Contuvo el aliento. Luego, al salvar él el risco, pudo ver que llevaba a Tem sujeto por delante con el corsé, los pantalones de hombre y las mangas de la camisa de Josh.

Soltó la cuerda, corrió hacia ellos y abrazó frenéticamente a Tem. Por lo que podía ver de él no parecía estar vivo. Volvió a la oscuridad y no vio a nadie, aunque sabía que el viejo y la niña seguían allí.

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