Esmeralda

Esmeralda


Capítulo 12

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12

Mister Marley arrugó la frente cuando irrumpimos en la Sala del Cronógrafo.

—¿No le ha vendado los…? —empezó a decir, pero Gideon no le dejó acabar.

—Hoy elapsaré con Gwendolyn al año 1953 —anunció.

Mister Marley puso los brazos en jarras.

—No puede hacer eso —respondió—. Necesita su contingente temporal para la operación Turmalina negra barra Zafiro. Y le recordaré que la operación tiene lugar simultáneamente.

El cronógrafo se encontraba sobre la mesa, ante mister Marley, y las piedras preciosas centelleaban bajo la luz artificial.

—Cambio de planes —dijo Gideon escuetamente, y me apretó la mano.

—¡Yo no sé nada de eso! Y, además, no les creo. —Mister Marley torció la boca en una mueca de enfado—. Mis órdenes indican con toda claridad…

—No tiene más que llamar arriba e informarse —le interrumpió Gideon señalando el teléfono de la pared.

—¡Justamente eso es lo que voy a hacer!

Mister Marley, con las orejas coloradas, se dirigió muy tieso hacia el teléfono. Gideon me soltó y se inclinó sobre el cronógrafo, mientras yo me quedaba inmóvil junto a la puerta como una estatua. Ahora que ya no teníamos que correr, de repente me sentía totalmente paralizada, como un reloj al que se le había acabado la cuerda. Ni siquiera sentía ya los latidos de mi corazón. Era como si poco a poco me estuviera convirtiendo en piedra. En realidad, un millón de ideas deberían haber bullido en mi cabeza, pero en lugar de eso solo sentía un dolor sordo.

—Gwenny, ya está todo ajustado para ti. Ven. —Sin esperar a que le obedeciera e ignorando las protestas de mister Marley («¡Deje eso! ¡Esto es función mía!»), Gideon me arrastró hacia la mesa, cogió mi flácida mano y con mucho cuidado colocó un dedo en el compartimento bajo el rubí—. Enseguida estaré contigo.

—¡No tiene permiso para manipular el cronógrafo por su cuenta! —exclamó indignado mister Marley mientras descolgaba el teléfono—. Informaré inmediatamente a su tío de esta infracción de las reglas.

Aún tuve tiempo de ver cómo marcaba un número antes de sumergirme en un torbellino de luz rojo rubí.

Aterricé en medio de una profunda oscuridad y caminé mecánicamente, avanzando a tientas, en dirección hacia donde se suponía que se encontraba el interruptor.

—Ya me ocupo yo —oí decir a Gideon, que había aterrizado silenciosamente detrás de mí. Dos segundos más tarde, la bombilla se puso a parpadear en el techo.

—Sí que ha ido rápido —murmuré.

Gideon se volvió hacia mí.

—Oh, Gwenny —dijo suavemente—. ¡Siento tanto esto!

Y al ver que yo no me movía ni le contestaba, se acercó en dos zancadas y me abrazó. Apoyó mi cabeza en su hombro, hundió la barbilla en mis cabellos y susurró:

—Todo irá bien, te lo prometo. Todo se arreglará.

No sé cuánto tiempo estuvimos así inmóviles. Tal vez fueran sus palabras, que repetía una y otra vez, o tal vez también el calor de su cuerpo, lo que poco a poco me arrancó de mi parálisis. En todo caso, finalmente un susurro brotó de mis labios.

—Mamá… ya no es mi madre —dije tristemente.

Gideon me condujo hasta el sofá verde en el centro de la habitación y se sentó a mi lado.

—Gwenny, no sabes cuánto siento no haberlo sabido antes —dijo afligido—. Entonces hubiera podido prevenirte. ¿Tienes frío? Te castañean los dientes.

Sacudí la cabeza, me recliné contra él y cerré los ojos. Por un momento pensé en lo bien que estaría que el tiempo se detuviera en ese sótano, en el año 1953, en ese sofá verde donde no había problemas ni preguntas ni mentiras, sino solo Gideon y su consoladora cercanía, que me envolvía aislándome de todo. Pero, por desgracia, la experiencia me había enseñado que mis deseos no acostumbraban a hacerse realidad.

Abrí los ojos de nuevo y le miré.

—Tenías razón —dije con voz quejumbrosa—. Probablemente este es el único sitio donde no pueden molestarnos. Pero esto te traerá problemas.

—Sí, seguro que sí. —Gideon esbozó una sonrisa—. Sobre todo porque tuve que ponerme… bueno… algo violento con Marley para evitar que me arrebatara el cronógrafo. —La sonrisa se volvió un poco tensa—. Supongo que la operación Turmalina negra y Zafiro tendrá que aplazarse —añadió—. Aunque ahora tengo más preguntas que nunca que hacerles a Lucy y a Paul, y una cita con ellos es justo lo que más nos convendría en estos momentos.

Pensé en nuestro último encuentro con Lucy y Paul en casa de lady Tilney, y me castañearon los dientes al recordar cómo Lucy me había mirado y había susurrado mi nombre. Dios mío, qué ciega había estado.

—Si Lucy y Paul son mis padres, ¿significa eso que somos parientes? —pregunté.

Gideon volvió a sonreír.

—Eso es lo primero que se me ha pasado por la cabeza —dijo—, pero para mí Falk y Paul son primos lejanos, de tercer o cuarto grado. Ellos proceden de uno de los gemelos Coralina y yo del otro.

Las ruedecitas de mi cerebro empezaron a girar de nuevo y encajar unas con otras y de repente se me hizo un nudo en la garganta.

—Antes de ponerse enfermo, por la noche papá siempre nos cantaba algo y tocaba la guitarra. A Nick y a mí nos encantaba —dije en voz baja—. Siempre decía que había heredado de él mi talento musical. Y, sin embargo, ni siquiera éramos parientes. Mis cabellos negros me vienen de Paul.

Tragué saliva.

Gideon calló y me miró apenado.

—Si Lucy no es mi prima, sino mi madre, entonces mi madre es… ¡mi tía abuela! —continué—. Y mi abuela es en realidad mi bisabuela. ¡Y mi abuelito no es el abuelito, sino el tío Harry! —Esa fue la gota que colmó el vaso, y empecé a llorar sin poder contenerme—. ¡No puedo soportar al tío Harry! ¡No quiero que sea mi abuelo! Y no quiero que Caroline y Nick ya no sean mis hermanos. Los quiero tanto…

Gideon me dejó llorar un rato, y luego empezó a acariciarme el pelo y a murmurar palabras tranquilizadoras.

—Vamos, Gwenny, no pasa nada, todo esto no tiene ninguna importancia. ¡Siguen siendo las mismas personas sin que importe la relación de parentesco que tengas con ellas!

Pero yo seguí sollozando inconsolable, y apenas me di cuenta de que Gideon me había atraído suavemente hacia sí, me había rodeado con sus brazos y me mantenía apretada contra su pecho.

—Tendría que habérmelo dicho —conseguí soltar finalmente. La camiseta de Gideon estaba empapada de lágrimas—. Mamá… tendría que habérmelo dicho.

—Tal vez lo habría hecho en algún momento. Pero ponte en su situación: ella te quiere, y por eso sabía muy bien que la verdad te haría daño. Seguramente no tuvo fuerzas para confesártelo. —Las manos de Gideon me acariciaron la espalda—. Debe de haber sido terrible para todos, especialmente para Lucy y Paul.

De nuevo se me escaparon las lágrimas.

—Pero ¿por qué me dejaron sola? ¡Los Vigilantes nunca me hubieran hecho nada! ¿Por qué no hablaron con ellos, sencillamente?

Gideon no respondió enseguida.

—Sé que lo intentaron —dijo luego despacio—. Seguramente cuando Lucy se dio cuenta de que estaba embarazada y los dos comprendieron que tú serías Rubí.

Carraspeó.

—Pero entonces aún no tenían ninguna prueba que apoyara su teoría sobre el conde. Sus explicaciones fueron consideradas como excusas infantiles para justificar sus viajes no permitidos en el tiempo. Eso incluso puede verificarse en los Anales. Sobre todo el abuelo de Marley se puso hecho una furia al escuchar sus acusaciones. Según sus notas, Lucy y Paul mancillaban la memoria del conde.

—Pero… ¡y mi abuelito! —Mi cerebro se negaba a pensar en Lucas como alguien distinto al abuelito—. ¡Él estaba al corriente de todo y seguro que les creyó! ¿Por qué motivo, entonces, no evitó su huida?

—No tengo ni idea —dijo Gideon encogiéndose de hombros—. Pero ni siquiera él hubiera podido hacer gran cosa sin pruebas. No podía poner en peligro su posición en el Círculo Interior. Y quién sabe si podía confiar en todos los Vigilantes. No podemos excluir la posibilidad de que hubiera alguien en el presente que estuviera al corriente de los auténticos planes del conde.

«Alguien que tal vez al final incluso había asesinado a mi abuelo». Sacudí la cabeza. Todo aquello era demasiado para mí, pero Gideon aún no había acabado con su teoría.

—Fuera lo que fuese lo que le llevara a actuar así, es posible que tu abuelo apoyara incluso la idea de enviar a Lucy y Paul con el cronógrafo al pasado.

Tragué saliva.

—Hubieran podido llevarme con ellos —dije—. ¡Antes de mi nacimiento!

—¿Para traerte al mundo en el año 1912 y criarte bajo un nombre falso? —Sacudió la cabeza—. ¿Quién hubiera podido acogerte si a ellos les ocurría algo? ¿Quién hubiera cuidado de ti? —Me acarició el cabello—. No puedo ni imaginarme el daño que puede hacer enterarse de algo así, Gwen, pero puedo comprender a Lucy y a Paul. Sabían que tu madre te querría como si fueras su propia hija y que te criaría en un ambiente seguro.

Me mordisqueé el labio indecisa.

—No sé —dije sintiéndome agotada—. Ya no sé nada de nada. Me gustaría poder retroceder en el tiempo: ¡hace unas semanas tal vez no fuera la chica más feliz en el mundo, pero al menos era una chica completamente normal! No una viajera del tiempo. ¡No una inmortal! Y tampoco de… de dos adolescentes que viven en el año 1912.

Gideon me sonrió.

—Sí, pero míralo del lado positivo. —Delicadamente pasó el pulgar por debajo de mis ojos, seguramente para secar unos enormes charcos de rímel—. Encuentro que eres muy valiente. Y… ¡te quiero!

Sus palabras expulsaron el dolor sordo de mi pecho y le rodeé el cuello con los brazos.

—¿Puedes decirlo otra vez, por favor? ¿Y luego besarme para que me olvide de todo lo demás?

Gideon deslizó la mirada de mis ojos a mis labios.

—Puedo intentarlo —murmuró.

Podría decirse que los esfuerzos de Gideon se vieron coronados por el éxito. Yo al menos no habría tenido ningún inconveniente en pasar el resto del día —o posiblemente también toda mi vida— en sus brazos sobre ese sofá verde en el año 1953. Pero en algún momento él se apartó un poco de mí, se apoyó en el codo y me miró desde todo lo alto que era.

—Creo que sería mejor que lo dejáramos por ahora; si no, no me haré responsable de lo que pueda pasar —dijo jadeando un poco.

Yo no dije nada. ¿Por qué iba a sentir él algo diferente a lo que sentía yo? Solo que en mi caso no hubiera podido parar así sin más. Pensé si debía sentirme un poco ofendida por eso, pero no pude reflexionar demasiado sobre el tema porque Gideon lanzó una mirada a su reloj y de repente se puso en pie de un salto.

—Gwen… —dijo precipitadamente—. Enseguida se acabará el tiempo. Tendrías que hacer algo con tus cabellos. Probablemente ya estarán todos reunidos en círculo en torno al cronógrafo para reprendernos cuando saltemos de vuelta.

Suspiré.

—¡Dios, no! —dije sintiéndome desgraciada—. Y antes aún tenemos que discutir qué vamos a hacer a partir de ahora.

Gideon arrugó la frente.

—Naturalmente tendrán que aplazar la operación, pero tal vez pueda convencerles de que me envíen al menos a mí al año 1912 para elapsar las dos horas que faltan. ¡Es urgentísimo que hablemos con Lucy y Paul!

—Podríamos visitarles juntos esta noche —dije, aunque de repente se me encogió el estómago al representarme la escena: «Mamá, papá, encantada de conoceros».

—Olvídalo, Gwen. No dejarán que vuelvas a ir al año 1912 conmigo a no ser que el conde lo ordene expresamente.

Gideon me tendió la mano, me ayudó a ponerme en pie y luego se dedicó a alisar, no muy hábilmente, la maraña de cabellos enredados de mi nuca que él mismo se había encargado de revolver.

—Es una suerte que casualmente tenga un cronógrafo en casa —dije esforzándome por aparentar indiferencia—. Y que, por cierto, funciona a la perfección.

Gideon me miró fijamente.

—¿Qué?

—¡Vamos, no me digas que no lo sabías! ¿Cómo habría podido encontrarme con Lucas, si no?

Me puse la mano en el estómago, que ya empezaba a moverse como un tiovivo.

—Pensé que, mientras elapsabas, habías encontrado un modo de…

Gideon se disolvió en el aire ante mis ojos. Y yo le seguí unos segundos más tarde, no sin antes pasarme otra vez la mano por los cabellos.

Estaba convencida de que, cuando volviéramos, encontraríamos la Sala del Cronógrafo atestada de Vigilantes indignados por la actuación no autorizada de Gideon (secretamente también esperaba ver a mister Marley con un ojo morado de pie en un rincón, insistiendo en que se lo llevaran esposado), pero de hecho todo estaba muy tranquilo.

Solo estaban presentes Falk de Villiers… y mamá, sentada, hecha polvo, en una silla, retorciéndose las manos y mirándome con los ojos llorosos. Restos de rímel y de sombra de ojos formaban un irregular motivo a rayas sobre sus mejillas.

—Ah, aquí estáis —dijo Falk.

Su voz, y también su expresión, eran neutras, pero no había que excluir la posibilidad de que bajo esa fachada estuviera hirviendo de rabia. Sus lobunos ojos de ágata tenían un brillo extraño. Gideon, a mi lado, se irguió instintivamente y levantó un poco la barbilla, como si se preparara para enfrentarse a una reprimenda.

Rápidamente le cogí la mano.

—No ha sido culpa suya, no quería elapsar sola —solté precipitadamente—. Gideon no tenía intención de que el plan…

—Está bien, Gwendolyn. —Falk me dirigió una sonrisa cansada—. En este momento hay unas cuantas cosas aquí que no se ajustan al plan. —Se rascó la frente y dirigió una rápida mirada de soslayo a mamá—. Siento que nuestra conversación de este mediodía haya llegado a tus… que hayas tenido que enterarte de este modo. Puedo asegurarte que no ha sido nada intencionado. —Volvió a mirar a mamá—. Una noticia tan importante como esta debería comunicarse con ciertas precauciones.

Mamá no dijo nada y vi que se esforzaba en contener las lágrimas. Gideon me apretó la mano.

Falk lanzó un suspiro y continuó:

—Creo que Grace y tú tenéis un montón de cosas que hablar. Será mejor que os dejemos solas. Ante la puerta espera un adepto que os acompañará arriba cuando hayáis terminado. ¿Vienes, Gideon?

A regañadientes Gideon me soltó la mano, me dio un beso en la mejilla y aprovechó para susurrarme al oído: «Todo saldrá bien, Gwen. Y luego hablaremos de lo que has escondido en tu casa».

Me costó un gran esfuerzo dominarme y no aferrarme a él y ponerme a gritar «Por favor, quédate conmigo».

En silencio esperé a que Gideon y Falk abandonaran la habitación y cerraran la puerta. Luego me volví hacia mamá tratando de sonreír.

—Me sorprende que te hayan dejado entrar en su sanctasanctórum.

Mamá se levantó —insegura como una anciana— y esbozó una sonrisa.

—El de la cara de luna me ha vendado los ojos. Tenía un labio partido y supongo que por eso ha apretado el nudo más de la cuenta. Me tiraba del pelo, pero no me he atrevido a quejarme a pesar del daño que hacía.

—Sí, ya sé de qué va eso. —La compasión que me inspiraba el labio partido de mister Marley era muy poca—. Mamá…

—Ya sé que ahora me odias —me interrumpió—. Y te entiendo perfectamente.

—Mamá, yo…

—¡Siento tanto que haya ocurrido esto! Nunca tendría que haber permitido que las cosas llegaran a este extremo. —Dio un paso hacia mí y tendió los brazos para abrazarme, pero inmediatamente los dejó caer de nuevo, abatida—. ¡Siempre me ha dado miedo este día! Sabía que en algún momento tendría que llegar, y cuanto mayor te hacías, más miedo me daba. Tu abuelo… —Se quedó callada un segundo, y luego cogió aire y siguió adelante—: Mi padre y yo teníamos la intención de decírtelo juntos, cuando fueras lo bastante mayor para entenderlo y asumir la verdad.

—¿De modo que Lucas lo sabía?

—¡Naturalmente! Él ocultó a Lucy y a Paul en nuestra casa de Durham, y también fue idea suya que yo simulara un embarazo ante todos para que, si hacía falta, pudiera presentar al bebé (es decir, a ti) como mío. Lucy fue a hacerse las revisiones en Durham utilizando mi nombre; ella y Paul vivieron casi cuatro meses en nuestra casa mientras papá se ocupaba de dejar pistas falsas por media Europa. Bien mirado, era el escondite ideal. Nadie se interesó por mi embarazo. El parto debía ser en diciembre, y por eso tú no tenías ninguna importancia para los Vigilantes y la familia. —Mamá se quedó mirando fijamente el tapiz de la pared, absorta en sus pensamientos—. Hasta el final confiamos en que no sería necesario hacer saltar a Lucy y a Paul con el cronógrafo al pasado; pero uno de los detectives privados de los Vigilantes tenía nuestra casa bajo vigilancia… —Se estremeció al recordarlo—. Mi padre aún pudo avisarnos en el último momento. Lucy y Paul no tenían otra elección: tuvieron que huir, mientras que tú te quedaste con nosotros: un bebé diminuto con un divertido mechoncito de pelo en la cabeza y unos enormes ojos azules. —Las lágrimas rodaron por sus mejillas—. Nicolas y yo juramos que te protegeríamos, y desde el primer instante te quisimos como si fueras nuestra propia hija.

Sin darme cuenta, yo también había empezado a llorar.

—Mamá…

—¿Sabes?, nosotros nunca quisimos tener hijos. En la familia de Nicolas había tantas enfermedades…, y yo siempre pensé que la maternidad no estaba hecha para mí. Pero todo cambió cuando Lucy y Paul te confiaron a nosotros —dijo incapaz de dejar de llorar—. Nos hiciste tan… felices. Cambiaste radicalmente nuestras vidas y nos enseñaste lo maravillosos que son los niños. Si no hubiera sido por ti, seguro que Nick y Caroline nunca habrían venido a este mundo.

Los sollozos no le permitieron seguir hablando. Yo ya no pude soportarlo más y me lancé a sus brazos.

«¡Todo va bien, mamá!», traté de decirle, pero solo me salió una especie de gruñido. De todos modos, mamá pareció comprenderlo, porque me rodeó con sus brazos y me apretó muy fuerte, y durante un rato bastante largo no estuvimos en condiciones de hablar por la llorera. Hasta que Xemerius asomó la cabeza a través de la pared y dijo:

—¡Vaya, estás aquí! —Luego introdujo el resto de su cuerpo en la habitación, voló hasta la mesa, y se quedó ahí, inmóvil, contemplándonos con cara de curiosidad—. ¡Oh, no, por favor! ¡Ahora ya son dos fuentes! El modelo portátil «Niagara Falls» debía de estar en oferta hoy.

Me solté con suavidad.

—¡Tenemos que irnos, mamá! ¿No llevarás ningún pañuelo encima?

—¡Espero que haya suerte! —Revolvió en su bolso y me tendió uno—. ¿Cómo es que no tienes rímel por toda la cara? —me preguntó esbozando una sonrisa.

Me soné ruidosamente.

—Me temo que está todo pegado a la camiseta de Gideon.

—Realmente parece un buen chico. Aunque debes ir con cuidado… los De Villiers siempre nos han traído problemas a las mujeres Montrose. —Mamá abrió su polvera, se miró en el espejito y suspiró—. Vaya por Dios, parezco la madre de Frankenstein.

—Sí, supongo que esto solo se arregla con una bayeta —dijo Xemerius. Y después de pasar de un salto de la mesa al arca del rincón, nos miró ladeando la cabeza—: ¡Por lo que se ve, me he perdido un montón de cosas aquí! Ahí arriba, por otra parte, están todos excitadísimos. Hay gente importante vestida con traje por todos lados y a ese bobo de Marley parece que le han partido los morros. Y por cierto, Gwendolyn, todos están poniendo verde a tu «buen chico» porque por lo visto les ha destrozado los planes. Y, además, está sacando a todo el mundo de sus casillas porque no para de sonreír para sí como un idiota —me explicó.

Y aunque supongo que no existía absolutamente ninguna razón para eso, de repente me vi haciendo lo mismo, es decir, sonriendo para mí como una idiota.

Mamá me miró por encima del borde de la polvera.

—¿Me perdonas? —preguntó en voz baja.

—¡Ay, mamá! —La abracé tan fuerte que se le cayó todo al suelo—. ¡Te quiero tanto!

—¡Oh, por favor! —gimió Xemerius—. Ahora volverá a empezar todo desde el principio. ¡No te parece que ya es bastante húmedo esto!

—Así es como imagino que es el cielo —dijo Leslie, y giró sobre sí misma para dejarse impregnar por la atmósfera del fondo del armario de madame Rossini.

Su mirada se deslizó por los estantes con zapatos y botas de todas las épocas, luego por los sombreros, a continuación por las filas de percheros con vestidos colgados, tan largas que no se distinguía el final, y por último de vuelta a madame Rossini, que nos había abierto la puerta del paraíso.

—¡Y usted es el buen Dios!

—¡Qué monadá de niña!

Madame Rossini le dirigió una sonrisa radiante.

—Sí, a mí también me lo parece —dijo Raphael, y su hermano le dirigió una mirada divertida.

Yo aún no podía comprender cómo Gideon había conseguido convencer a Falk después de todos los problemas de esa tarde (¿sería el tío de Gideon un cordero con piel de lobo en lugar de lo contrario?), pero el hecho era que habíamos obtenido —junto con Leslie y Raphael— el permiso oficial para vestirnos para la fiesta de Cynthia, bajo la supervisión de madame Rossini, con el fondo de armario de los Vigilantes. Cuando al atardecer nos habíamos encontrado ante la entrada del edificio, Leslie estaba tan excitada ante la idea de poder pisar el cuartel general que apenas podía estarse quieta. Y a pesar de que no había podido ver ninguna de las estancias que yo le había descrito, sino solo un corredor normal y corriente que conducía directamente al almacén, estaba loca de entusiasmo.

«¿Te has fijado? —me había susurrado—. Esto huele a enigmas y secretos. ¡Oh, Dios, me encanta!»

Luego, en el fondo de vestuario de los Vigilantes, había estado a punto de hiperventilar, y estoy segura de que en otras circunstancias también a mí me habría pasado lo mismo —el taller de madame Rossini ya me parecía el jardín de Edén, pero lo que veía allí lo superaba de largo—, si no fuera porque, en primer lugar, en lo que a vestidos se refería ya estaba un poco saturada, y en segundo lugar, mi cabeza y mi corazón estaban ocupados en otras cosas muy distintas.

—Naturalmente yo no he cosido todos estos trajes; es una colección de los Vigilantes que se inició hace ya doscientos años y que en el curso del tiempo se ha ido ampliando cada vez más. —Madame Rossini cogió un vestido de puntillas, ya un poco amarillento, de una percha y Leslie y yo lazamos un suspiro maravilladas—. Sin embargo, aunque sigue siendo un placer contemplarlos, muchos de los originales históricos ya no pueden ser utilizados para los actuales viajes en el tiempo. —Volvió a colgar el vestido con mucho cuidado—. Y los vestidos que se hicieron para la penúltima generación tampoco se ajustan desde hace tiempo a los estándares requeridos.

—¿Eso significa que todos estos maravillosos vestidos se están pudriendo lentamente en este almacén?

Leslie acarició el vestido de puntillas con cara de pena.

Madame Rossini se encogió de hombros.

—Es un valioso material de observación, también para mí. Pero tienes razón, es una lástima que se utilicen tan poco. Por eso estoy tan contenta de que hoy estéis aquí. ¡Seréis las más bellas del baile, mes petites!

—No es ningún baile, madame Rossini, solo será una fiesta bastante aburrida —puntualizó Leslie.

—Una fiesta solo es aburrida en la medida en que lo son sus invitados —sentenció madame Rossini.

—Exacto, ese es también mi lema —dijo Raphael mirando de reojo a Leslie—. ¿Qué tal si vamos de Robin Hood y lady Marian? —Se colocó sobre la cabeza un sombrerito de mujer con una pluma bamboleante—. Son completamente verdes, y así todo el mundo verá enseguida que vamos juntos.

—Hummm… —dijo Leslie.

Madame Rossini pasó revista a los vestidos que colgaban de las perchas canturreando alegremente.

—¡Oh, qué divertido! ¡Qué delicia!: cuatro jóvenes et una féte déguidée, ¿qué puede haber más bonito?

—A mí se me ocurre algo —susurró Gideon con la boca pegada a mi oreja—. Escucha, tendríais que distraerla un poco para que pudiera robar la ropa para nuestra excursión a 1912 —Y luego dijo en voz alta—: Yo me pondré esa cosa verde de ayer, si le parece bien, madame Rossini.

Madame Rossini giró sobre sí misma.

—¿La cosa verde de ayer? —dijo enarcando una ceja.

—Hummm… se refiere a la levita verde mar con el cierre esmeralda —dije yo rápidamente.

—Sí, y a todos los chismes a juego. —Gideon sonrió cortésmente—. No creo que pueda haber nada más verde.

—¡Chismes! ¡Es como dar comida a los cerdos! —Madame Rossini levantó los brazos al cielo, pero sonrió complacida—. Siglo XVIII tardío para el pequeño rebelde, pues. Entonces tendremos que vestir al cuellecito de cisne con algo que combine, pero me temo que no tengo ningún vestido de baile de esa época…

—La época no importa, madame Rossini. De todos modos, los tarugos de la fiesta no entienden nada de eso.

—Lo importante es que se vea antiguo y largo y abombado —añadió Leslie.

—Bueno, si es así… —dijo madame Rossini no muy convencida.

Leslie y yo la seguimos a través de la habitación, ansiosas como perritos a los que se atrae con un hueso, mientras Gideon desaparecía entre las perchas y Raphael se seguía probando sombreros de mujer.

—Ahí hay un traje de tafetán de seda y tul verde irisado, Viena, 1865 —dijo madame Rossini haciéndonos un guiño. Con esos ojillos minúsculos y su cuello inexistente, siempre me hacía pensar de algún modo en una tortuga—. El tono armoniza a la perfección con la tela verde mar del pequeño rebelde, aunque naturalmente esta combinación, desde el punto de vista estilístico, es una absoluta catástrofe. Como si Casanova fuera a un baile con la emperatriz Sisí, si entendéis a qué me refiero…

—Como le he dicho, madame Rossini, la gente de la fiesta de esta noche no está para estas sutilezas —dije yo, y contuve la respiración mientras madame Rossini cogía el vestido de Sisí de su soporte. Era realmente un vestido de ensueño.

—¡Desde luego no puede decirse que no sea abombado! —dijo Leslie riendo—. Cuando te vuelvas, barrerás el bufet de la mesa.

—¿Por qué no te lo pruebas, cuellecito de cisne? Hay una diadema a juego. Y ahora vamos contigo. —Madame Rossini cogió a Leslie del brazo y la guio hacia la siguiente fila—. Aquí tenemos haute couture francesa e italiana del último siglo. Aunque el verde no era el color de moda preferido, seguro que encontraremos algo para ti.

Leslie quiso decir algo, pero se atragantó de emoción al oír las palabras haute couturey le dio un ataque de tos.

—¡¿Puedo probarme estos pantalones de media pierna tan divertidos?! —gritó Raphael desde atrás.

—¡Naturalmente! Pero ve con cuidado con los botones.

Miré discretamente hacia Gideon. Ya llevaba unas cuantas prendas colgadas del brazo, y me sonrió a unas filas de distancia.

Madame Rossini, que no se había apercibido del saqueo, recorría entusiasmada la sección de haute couture seguida de cerca por una Leslie jadeante.

—Para la petite pecosa tal vez un…

—… ¡este de aquí! —la interrumpió Leslie—. ¡Por favor! ¡Es precioso!

Excusez-moi, ma chérie, ¡pero esto no es verde! —dijo madame Rossini.

—¡Pero es casi verde! —Leslie parecía a punto de echarse a llorar de la decepción.

—No, esto es azul cielo —dijo madame Rossini con determinación—. Grace Kelly lo llevó para una gala de entrega de premios para La angustia de vivir. Naturalmente este no, pero es una copia exacta.

—Es el vestido más bonito que he visto nunca —dijo Leslie con un hilo de voz.

—Y tiene algo de verde, de hecho —traté de apoyarla—. Al menos turquesa tirando a verde. Prácticamente verde si la luz es un poco amarillenta.

—Hummm… —murmuró madame Rossini un poco indecisa.

Miré a Gideon, que se dirigía discretamente hacia la puerta.

—De todos modos no me iría bien —murmuró Leslie.

—¡Yo creo que sí! —La mirada de madame Rossini se deslizó hacia abajo y luego hacia arriba estudiando la figura de Leslie, y después se perdió en la lejanía mientras rumiaba ensimismada—. ¡Zutalors! —De pronto se puso muy seria—. ¡Joven! ¡¿Adónde se supone que vas con mis cosas?! —gritó.

—Yo… —balbuceó asustado Gideon, que ya casi había llegado a la puerta.

La tortuga se convirtió en un elefante furioso que se abría paso entre la maleza. Moviéndose a una velocidad de la que nunca la hubiera creído capaz, madame Rossini llegó en un instante junto a Gideon.

—¿Qué significa esto? —dijo mientras le arrancaba las prendas de la mano—. ¿Quegías gobagme algó? —Por lo visto, su acento francés se marcaba aún más cuando se enfadaba.

—Claro que no, madame Rossini. Solo quería… llevármelo prestado.

Gideon la miró con aire compungido, pero eso no aplacó la ira de madame Rossini.

—¿Qué te proponías haceg con estó, muchacho imposible? —exclamó mientras sostenía las prendas en alto—. ¡Estó no es vegde!

Acudí en ayuda de Gideon.

—Por favor, no se enfade con nosotros. Necesitamos estas prendas para… una excursión al año 1912. —Hice una pequeña pausa, y luego decidí apostarlo todo a una carta—. Una excursión secreta, madame Rossini.

—¿Secgetá? ¿Al año 1912? —repitió madame Rossini apretando las prendas contra su cuerpo como hacía Caroline con su cerdo de ganchillo—. ¿Con estas ropas? ¿Supongo que segá una bgoma? —Nunca la había visto tan furiosa como en ese momento—. Esto. Es. Un. Traje. De. Caballero. De. 1932. —Estaba tan indignada que casi no podía respirar y tenía que coger aire antes de pronunciar cada palabra—. ¡Y este vestido pertenecía a una vendedora de cigarrillos! Si salierais a la calle en 1912 con esta ropa, os arriesgaríais a provocar un tumulto. —Puso los brazos en jarras—. ¿Es que no has aprendido nada conmigo, muchacho? ¿Qué digo yo siempre? ¿Qué es lo importante de estos vestidos? La…

—… autenticidad —completó Gideon en voz baja.

¡Précisément! —dijo madame Rossini masticando las sílabas—. ¡Si queréis hacer una excursión secreta al año 1912, lo que está claro es que no será con esta ropa! Para eso podríais aterrizar directamente en medio de la ciudad con una nave espacial, sería igual de discreto. —Mientras su mirada se paseaba de Gideon a mí y otra vez de vuelta a Gideon, sus ojos aún brillaban de ira; pero de repente se puso en movimiento y fue pasando, bajo nuestras miradas sorprendidas, de una hilera de percheros a otra, para volver poco después con el brazo cargado de vestidos y de curiosos tocados.

—Bien —dijo en un tono que no admitía réplica—. Que esto os sirva de lección para no tratar de engañar a madame Rossini. —Nos tendió los vestidos, y de pronto su rostro cambió de expresión y fue como si el sol apareciera entre unas oscuras nubes de tormenta—. ¡Y si vuelvo a descubrir al de los secgetitós sin su sombgegó —amenazó a Gideon con el dedo—, madame Rossini tendrá que explicar a su tío lo de su pequeña excursión!

Me eché a reí aliviada, y corrí a abrazarla.

—Madame Rossini, sencillamente es usted la mejor.

Caroline y Nick, que estaban sentados en el sofá del cuarto de costura, observaron sorprendidos cómo Gideon y yo nos colábamos en la habitación. Pero mientras que el rostro de Caroline se iluminó al instante con una amplia sonrisa, Nick pareció quedarse un poco cortado al vernos.

—¡Pensaba que estabais de fiesta! —dijo mi hermano pequeño.

No sabía exactamente qué le resultaba más incómodo: que estuviera viendo con su hermana pequeña una película infantil o que los dos llevaban ya el pijama puesto, y en concreto el azul cielo que la tía Maddy les había regalado por Navidad. Lo especial de estos pijamas era que tenían una capucha con unas orejas de liebre. Yo los encontraba encantadores —igual que la tía Maddy—, pero cuando se tienen doce años estas cosas se ven de un modo distinto. Sobre todo si se recibe una visita inesperada y el amigo de la hermana mayor lleva una chaqueta de piel superchula.

—Charlotte ya hace media hora que se ha ido —explicó Nick—. La tía Glenda iba dando saltitos a su alrededor como una gallina que acababa de poner un huevo. Ayyy, no, deja de besuquearme, Gwenny, estás igual que mamá antes. ¿Y cómo es que aún estáis aquí?

—Iremos a la fiesta —dijo Gideon, y se dejó caer en el sofá a su lado.

—Natural —dijo Xemerius, que se había instalado cómodamente sobre una pila de ediciones de Homes and Gardens—. Los tipos realmente guays siempre llegan los últimos.

Caroline miraba a Gideon con cara de veneración y los ojos abiertos como platos.

—¿Conoces ya a Margret? —Le tendió el cerdo de ganchillo que tenía en el regazo—. Puedes acariciarlo si quieres.

Gideon acarició obedientemente la espalda de Margret.

—Qué blandito. —Miró interesado a la pantalla del televisor—. Oh, ¿ya habéis llegado a donde explota el cañón de colores? Es mi parte preferida.

Nick le miró de soslayo con aire desconfiado.

—¿Conoces a Campanilla?

—Encuentro que sus inventos son geniales —afirmó Gideon.

—Yo también —dijo Xemerius—. Solo el peinado es un poco… miedoso.

Caroline suspiró lánguidamente.

—¡Pero qué simpático que eres! ¿Vendrás más a menudo a partir de ahora?

—Me temo que sí —dijo Xemerius.

—Eso espero, sí —respondió Gideon; nuestras miradas se cruzaron y yo tampoco pude reprimir un suspiro lánguido.

Después de nuestra productiva incursión en el fondo del armario de los Vigilantes, aún habíamos dado un pequeño rodeo para pasar por la Sala de Tratamiento del doctor White, y mientras Gideon recogía diverso material médico, de pronto se me había ocurrido una idea.

—Ya que estamos puestos, ¿no podrías coger una vacuna contra la viruela?

—No te preocupes, has sido vacunada contra prácticamente todas las enfermedades con las que puedas toparte en los viajes en el tiempo —había replicado Gideon—. Y naturalmente también contra el virus de la viruela.

—No es para mí, es para un amigo —había dicho yo—. ¡Por favor! Ya te lo explicaré más tarde.

Aunque Gideon había enarcado una ceja, había abierto sin más comentarios el armario de los medicamentos del doctor White y, después de buscar un momento, había cogido una cajita roja.

Le quería aún más por no haberme hecho ninguna pregunta.

—Me parece que está a punto de caérsete la baba —me devolvió Xemerius a la realidad.

Cogí la llave de la puerta que conducía al tejado de la azucarera del armario.

—¿Cuánto tiempo lleva mamá en la bañera? —les pregunté a Nick y Caroline.

—Un cuarto de hora como máximo. —Ahora Nick parecía mucho más relajado—. Estaba rara esta noche. Todo el rato nos ha estado besando y suspirando. Solo ha parado después de que mister Bernhard le trajera un whisky.

—¿Solo un cuarto de hora? Entonces deberíamos tener tiempo. Pero en caso de que aparezca por aquí antes de lo esperado, por favor no le digáis que estamos en el tejado.

—Muy bien —dijo Nick mientras Xemerius empezaba a cantar su estúpida canción de «Gidi y Gwendolyn se besan bajo la cornisa».

Lancé una mirada burlona a Gideon.

—Si puedes sustraerte a la contemplación de Campanilla, podríamos empezar ahora mismo.

—Por suerte ya sé cómo acaba —Gideon cogió su mochila y se levantó.

—Hasta luego —dijo detrás de nosotros Caroline en un susurro.

—Sí, hasta luego. Antes de volver a veros besuqueándoos, prefiero seguir viendo trabajar a las hadas —dijo Xemerius—. Uno tiene su orgullo de daimon y no quiere que le acusen de ser un mirón.

No le hice el menor caso y trepé por la estrecha escalera de los deshollinadores hasta la trampilla que conducía al exterior. Era una noche primaveral relativamente cálida, una noche perfecta para hacer una visita al tejado, y de hecho también para besarse. Desde allí arriba se disfrutaba de una maravillosa vista sobre las manzanas más próximas y al este la luna brillaba sobre los tejados.

—¿Dónde te has metido? —llamé hacia abajo en voz baja.

La cabeza rizada de Gideon surgió de la trampilla, y luego el resto de él.

—Entiendo que este sea tu sitio favorito —dijo, y después de dejar su mochila en el suelo se arrodilló con cuidado.

Era la primera vez que me fijaba en que ese lugar poseía realmente, sobre todo de noche, encanto, con el mar de luces centelleantes que se extendían hasta el infinito por detrás de la alambicada cumbrera del tejado. La siguiente vez podríamos hacer un pícnic, con cojines blanditos y velas… y Gideon podría traer su violín… y Xemerius tendría —eso esperaba— su día libre.

—¿Por qué sonríes así? —preguntó Gideon.

—Oh, no es nada, solo estaba fantaseando un poco.

Gideon esbozó una mueca cómica.

—¿Ah, es eso? —Miró atentamente alrededor—. Muy bien. Creo que es el momento de decir: la función puede empezar.

Asentí y avancé tanteando con precaución. En esa zona el tejado era plano, pero solo medio metro por detrás de las chimeneas empezaba la pendiente, separada únicamente por una reja de hierro que me llegaba a las rodillas. (E, inmortal o no, caer desde una altura de cuatro pisos no era la idea que tenía de pasar un fin de semana divertido).

Abrí la tapa de ventilación la primera de las anchas chimeneas.

—¿Por qué precisamente aquí arriba, Gwenny? —oí que preguntaba Gideon detrás de mí.

—Charlotte tiene vértigo —expliqué—. Nunca se atrevería a subir al tejado.

Saqué el pesado hatillo de la chimenea procurando equilibrar bien el peso.

Gideon dio un respingo.

—¡Sobre todo no lo dejes caer! —dijo muy nervioso—. ¡Por favor!

—No te preocupes. —Se me escapó la risa al verlo tan asustado—. Mira, incluso con una pierna puedo.

Gideon soltó algo parecido a un pequeño gimoteo.

—No hay que bromear con estas cosas, Gwenny —dijo con voz entrecortada. Por lo visto, esa clase de misterios marcaban más de lo que yo había imaginado. Me cogió el bulto de las manos y lo meció como si fuera un bebé—. ¿De verdad es…? —empezó.

Detrás de nosotros sentí una corriente de aire frío.

—Pero ¿qué dices, hombre? —graznó Xemerius sacando la cabeza por la trampilla—. Solo es un viejo queso que Gwendolyn guarda aquí arriba por si le entra hambre por la noche.

Puse los ojos en blanco y le hice una seña para que desapareciera, lo que sorprendentemente hizo. Supongo que Campanilla se estaba poniendo interesante.

Entretanto, Gideon había depositado el cronógrafo sobre el tejado, y ahora empezaba a desenvolverlo apartando las tiras de tela con mucho cuidado.

—¿Sabes que Charlotte nos estuvo telefoneando cada diez minutos más o menos para convencernos de que estabas en posesión del cronógrafo? Al final Marley acabó harto de tanta llamada.

—Qué lástima —dije—. Esos dos parecen hechos el uno para el otro.

Gideon asintió. Luego apartó la última tira de tela y contuvo el aliento.

Acaricié delicadamente la madera bien pulida del cronógrafo.

—Aquí lo tenemos.

Gideon calló un momento. Un momento bastante largo, la verdad.

—¿Gideon? —pregunté finalmente un poco inquieta. Leslie me había rogado que esperara unos días más hasta que estuviéramos seguras de que realmente podíamos confiar en él, pero yo me había limitado a negar con la cabeza.

—Sencillamente no lo creí —susurró Gideon por fin—. No creí ni por un segundo que Charlotte tuviera razón. —Me miró, y con esa luz sus ojos se veían oscuros—. ¿Te das cuenta de lo que pasaría si alguien lo supiera?

Me ahorré el trabajo de decirle que de hecho ya lo sabía un buen montón de gente. Pero tal vez porque Gideon parecía de repente tan impresionado, también a mí empezaron a entrarme dudas.

—¿Realmente estamos seguros de querer hacer esto? —pregunté, y noté una desagradable sensación en el estómago que esta vez no tenía nada que ver con el inicio de un viaje en el tiempo.

Que mi abuelo hubiera registrado mi sangre en el cronógrafo era una cosa; pero lo que ahora nos proponíamos hacer era algo muy distinto: íbamos a cerrar el círculo de sangre, y las consecuencias eran imprevisibles, eso formulado positivamente.

Mi memoria recapituló a toda velocidad esos horrorosos versos proféticos que acababan en fatal y final, y aún añadió un par más que combinaban suerte con muerte. Y el hecho de que yo fuera inmortal no hizo que me sintiera un ápice mejor.

Curiosamente, sin embargo, mi inseguridad sacó a Gideon de su ensimismamiento.

—¿Que si queremos hacerlo? —Se inclinó y me dio un besito en la nariz—. ¿Me lo preguntas en serio? —Se quitó la chaqueta y sacó de la mochila el botín de nuestra visita en la Sala de Tratamiento del doctor White—. Muy bien, ya podemos empezar.

Se colocó una cinta de goma en torno al brazo izquierdo, la apretó fuerte, y a continuación cogió una jeringa de un envoltorio de plástico estéril y me sonrió con ironía.

—¿Enfermera? —dijo con tono de mando—. ¡Linterna!

Hice una mueca.

—Bueno, también se puede hacer así, claro —repliqué, y le iluminé la parte interna del codo—. ¡Muy profesional!

—¿Percibo un matiz de burla en tu voz? —Gideon me dirigió una mirada divertida—. ¿Cómo lo hiciste tú?

—Cogí un cuchillo para verduras japonés —expliqué con cierto orgullo—. Y el abuelo recogió la sangre en una taza de té.

—Comprendo. La herida de tu muñeca —dijo, y de pronto ya no parecía nada divertido. Hundió la aguja en su piel y la sangre empezó a fluir hacia la cánula.

—¿Estás seguro de que sabes exactamente lo que tienes que hacer? —pregunté señalando el cronógrafo con la barbilla—. Este trasto tiene tantos registros y cajoncitos que es muy fácil hacer girar la ruedecita equivocada…

—La cronografía es una de las asignaturas que hay que aprobar para alcanzar el grado de adepto, y no hace tanto que pasé por eso.

Gideon me tendió la jeringa con la sangre y se quitó la cinta de goma del brazo.

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