Erika

Erika


CINCO

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CINCO

 

Erika se levantó temprano, y salió huyendo a los establos, necesitaba montar para poder pensar con claridad. Su padre la había llevado con él, a lomos de su caballo desde que era un bebé, hasta que ella pudo empezar a hacerlo sola, y era lo único que hacía que se sintiera libre del todo, y que le ayudaba a pensar.

Thor se alegró de verla, como siempre. Lo ensilló deprisa, y le sacó de los establos, ya que no llegaba al estribo ella sola. Fuera, había un tocón, que le servía para montar a los caballos que eran muy altos. Estaba a punto de hacerlo, cuando la sujetaron por el brazo. Se giró asustada, por si era su padre, ya que la había prohibido montar sola, desde que la tiró un caballo tres años atrás. Fue la única vez que la había regañado seriamente, ella le contestó que había sido mala suerte, el caballo se había hecho daño al correr, y se encabritó, pero su padre era tan testarudo como ella. Por lo que decidió seguir montando a escondidas, sola, de vez en cuando.

—¿Qué estás haciendo? —Hrolf la miraba como si se hubiera vuelto loca.

—¡Ah!, eres tú, suéltame —su traicionero corazón se aceleró al verle —voy a montar, me haces daño, suelta el brazo —él frunció el ceño, pero no le hizo caso. Miró el caballo y luego a ella.

—Tu familia no te cuida como es debido, si te dejan montar en ese caballo, es demasiado grande para ti.

—Eso no es asunto tuyo, ¡déjame te digo! —el ceño de él se ensombreció todavía más, y tiró de ella separándola del caballo, sin hacer caso de sus forcejeos.

—No vas a montar en ese caballo tú sola —ella sintió las lágrimas acudir a sus ojos, no quería llorar, pero estaba demasiado confusa. Odiaba hacerlo, le parecía un recurso de mujeres débiles. ¡Por Dios!, ¡ella estaba acostumbrada a pegarse con sus hermanos, a montar a caballo e ir de caza con ellos! Se limpió las lágrimas a manotazos con la mano libre.

Desde lo ocurrido la noche anterior, su cabeza era un caos, no era la misma de siempre, además, había dormido poco y cuando lo había hecho, había soñado con él. El hombre que tenía delante, el que le habían mandado los dioses para castigarla.

—¿Por qué lloras? —parecía sorprendido, volvió a tocar una de sus lágrimas con un dedo.

—Déjame montar, por favor Hrolf —suplicó, tenía que salir de allí, se sentía asfixiada de repente. Él se sintió indeciso, por primera vez en su vida deseaba acceder a los deseos de otra persona, pero su instinto protectorle decía que no podía dejarla sola.

—Está bien, pero iré contigo —ella asintió pensando, que mientras él iba a por su caballo, se escaparía galopando, y ya no podría alcanzarla.

Pero Hrolf no pensaba dejarla sola. Se había quedado a dormir en los establos con sus hombres. La había escuchado llegar y preparar el caballo y había dejado que lo hiciera, extrañado, decidido a intervenir más tarde.

Cogiéndola de la cintura, sin previo aviso y sin ningún esfuerzo, la subió a la silla, y manteniendo él las riendas, y agarrándose a las crines, se impulsó y subió de un salto detrás.

—Hrolf, quiero ir sola, lo hago desde que era una niña —miró hacia atrás y vio como los ojos del vikingo brillaban de contento, solo por tener su cuerpo junto a él.

—En algunas cosas, todavía eres una niña —ella se enfurruñó al escucharle. Hrolf, sin hacerle caso, rodeó su cintura con sus fuertes brazos, para poder llevar al caballo y le espoleó para que avanzara. Ella se agarraba como podía a las crines del animal.

—Apóyate en mí —la atrajo hacia sí y ella le dejó hacerlo, si no se caería. Cuando se apoyó en su pecho, él la rodeó con todo su cuerpo, lo que hizo que se sintiera muy segura.

De repente, él hizo cabalgar el caballo, y ella notó el viento enfriar sus mejillas, a pesar de que ya estaban en verano. Su pelo atrapado entre su espalda y el pecho de él, quería salir volando, pero no podía. Cerró los ojos disfrutando de la sensación del caballo galopando, y de la fortaleza de esos fuertes brazos a su alrededor. Se sentía extrañamente protegida, quizás su madre tuviera razón con respecto a Siward…aunque prefería no pensarlo. Se limitó a disfrutar de la sensación de cabalgar, más veloz de lo que ella había ido nunca, y más segura también. Parecía que el cuerpo de él, de repente, se hubiera transformado en su escudo protector.

Hrolf, al ver el bosque que crecía a los lados del río, a la izquierda del camino, fue frenando al caballo, hasta que le hizo trotar suavemente.

—¿Damos un paseo? —le miró, fue un error, porque sus ojos la transmitieron un hambre feroz. Estaba claro que no quería pasear.

—Mejor volvamos a casa —él soltó las riendas, y la cogió por la cintura, levantándola y girándola en el aire. Ella dio un pequeño grito algo asustada, hasta que se dio cuenta de que pretendía que estuviera frente a él.

Hrolf, una vez que la hubo sentado mirándole, cogió las piernas de Erika, y las enlazó en torno a él. Ella forcejeó, se sentía tratada como un perrito, él no le preguntaba nunca nada, hacía lo que quería con ella.

—¡Hrolf!, ¡déjame! —comenzó a mover las piernas para bajar del caballo. Si era necesario, se iría andando a casa. Él volvió a colocar sus piernas cruzadas por los tobillos tras él, y cogiendo sus muñecas, las sujetó tras la espalda de ella, con su mano izquierda. Mientras, con la derecha, le sujetó la mandíbula, para besar su boca. Ella mantuvo los dientes apretados dispuesta a no dejarle pasar. Esta vez no.

—Abre —ordenó, ella negó con la cabeza, el ceño fruncido. Era muy testaruda, digna hija de su padre.

—No lo haré. No tienes derecho —se lo dijo, intuyendo que le haría daño.

—¿Eso crees? —sonrió con maldad, metiendo la mano bajo su camisa. Comenzó a tocar un pecho, sin dejar de mirarla. Tiró fuerte del pezón, ella se mordió los labios, pero no dijo nada.  Tenía las manos calientes, y callosas, le raspaban, y precisamente por eso, el placer era mayor. Luego pasó al otro pecho, Erika se sintió obligada a nombrar a su prometido.

—Hrolf, déjame, te aconsejo que me devuelvas a casa, no diré nada a mi novio ni a mi padre, si me llevas ahora —él alzó la mirada interesado.

—¿Por qué no se lo dices a tu novio?, estoy dispuesto a que lo resolvamos en un holmgang. ¿Vamos a buscarle? —ella le miró enfadada. Por supuesto, una lucha cuerpo a cuerpo era lo que él quería. Siempre vencía el más fuerte, y no había ninguna duda de que Siward no tenía nada que hacer.

—Eres un bruto —siseó desesperada. Antes de terminar de hablar, ya tenía su boca cubierta por la de él, su lengua dentro, recorriendo todo el paladar y los dientes. Intentaba que ella respondiera, acariciándole la cintura y la espalda.

—Bésame —se separó de nuevo para mirarla, parecía enfadado porque no lo hiciera. La alegró saber que, por lo menos era capaz de enfadarle, así los dos estarían iguales. Volvió a atacar su boca, cada vez con más ímpetu, como si fuera un ejército que intentara conquistar una fortaleza. Ella se concentró en no reaccionar, dándose cuenta de que era la mejor estrategia.

Unos minutos después, él llevó la mano bajó la falda de ella, intentando meter la mano en su sexo. Ella, viendo que se iba a repetir lo del día anterior, se tiró del caballo para salir corriendo. Pero su pie se enganchó en la pierna de él, lo que hizo que se quedara colgando boca abajo un instante, y, finalmente, que su cabeza golpeara contra el suelo. Sintió un dolor muy grande, y se mareó, desmayándose momentos después.

Hrolf se bajó de un salto del caballo por el otro lado, después de desenganchar con cuidado el pie de Erika. Al verla pálida en el suelo, sintió miedo por primera vez en su vida. Ahora entendía lo que le había dicho Erik, que no había tenido sentimientos por nadie, hasta que conoció a su mujer.

Se arrodilló a su lado, y movió con cuidado su cabeza para ver la herida, se había dado un golpe contra una roca. Tenía una brecha por la que sangraba mucho. Colocó el oído sobre su corazón, latía, gracias a los dioses. La cogió con cuidado en brazos, y subió al caballo, siguió desmayada todo el camino, hasta llegar a la casa.

 

Erik se había levantado temprano, había dormido mal. Su mujer le había echado de la cama, pidiéndole que la dejara descansar un poco. Como no podía dormir, se había dedicado a su actividad favorita, hacer el amor con ella. Rio por lo bajo, al recordar cómo ésta le pedía que la dejara dormir, al menos un rato. Apiadándose de ella, bajó a la sala común a desayunar, y pasar un rato tranquilo, hasta que se levantaran los invitados y comenzaran a irse a sus casas. Por eso le extrañó escuchar un relincho de caballo en la entrada, y salió a ver. Cuando entró el extranjero con su hija en brazos, su corazón se saltó varios latidos. Afortunadamente, ella tenía los ojos abiertos, a pesar de tener sangre en la cara.

—¡Padre! —al verle la cara, se preocupó, debía tener un aspecto terrible, para que su fuerte padre se pusiera pálido —no te preocupes por favor, es que me he caído del caballo, nada más —notó cómo los brazos de Hrolf, se ponían tensos, seguramente esperando que le traicionara.

—¡Hija mía! —la cogió de los brazos del hombre, más tarde preguntaría qué había ocurrido. Dudó un momento —¿te llevo a tu habitación y llamo a tu madre?

—¡No, por favor!, vamos a la cocina, allí hay lo necesario para limpiarme la herida, y tenemos el ungüento de Helga para las heridas. Si luego me duele la cabeza, me acostaré —Hrolf seguía tras ellos con el ceño fruncido, sentía los brazos vacíos sin ella. Aunque la llevara su padre, no le parecía correcto, la debería llevar él, y conseguir que se curara también.

Erik la sentó en una silla cerca del hogar, y salió a por agua al río con un cubo. Era más rápido ir él, que despertar un sirviente para que lo hiciera. Y su mujer siempre cogía agua limpia para las heridas.

Hrolf se acuclilló junto a ella para mirarla a los ojos, ella miró hacia el fuego, no quería hablar con él. Ahora no, y tal vez nunca. Pero él le volvió el rostro hacia él.

—¿Te duele mucho? —ella negó con la cabeza, aunque estaba muy pálida. Además, con la mitad de la cara cubierta de sangre, el aspecto era terrible.

—No consentiré que te vuelvas a poner en peligro de esta manera, necesito que estés segura —ella le miró como si estuviera loco.

Quizás lo estaba, pero necesitaba saberla segura, si eso suponía no dejarla montar, lo haría. Alguien tendría que controlarla. Su padre, evidentemente, la permitía demasiada libertad.

—¡Vaya cara que tienes! Te recuerdo que me he caído por tu culpa —él la miró con expresión de estar mordiéndose la lengua

Erik volvió antes de que siguieran discutiendo, su padre debió notar algo, porque les miró a los dos, antes de acuclillarse ante ella.

—¿Seguro que no quieres que llame a tu madre?, ella tiene la mano mucho más delicada que yo —le daba miedo hacerle daño, no recordaba haber curado nunca a nadie.

—No, por favor, solo tienes que lavar la herida, inclinaré la cabeza para que lo hagas, y asegúrate que se va toda la tierra —él asintió. Hrolf les miraba con los brazos cruzados, tenía ganas de quitarle al padre el cubo de agua, y ocuparse él.

Erik siguió sus indicaciones, luego la secó, lo más cuidadosamente que pudo, y le puso el ungüento. Erika tenía la cabeza y el cuello algo dolorido, pero se daba cuenta de que había tenido mucha suerte. Se podía haber matado.

Después, aunque Erik quería llevarla en brazos a la sala, quiso ir andando, y se sentaron todos alrededor de la mesa.

—Hrolf, me gustaría hablar un momento contigo, salgamos fuera —el hombre asintió, él también quería hablar con el padre.

Salieron los dos, Erika se quedó sorprendida por ello, volvieron minutos después, con Hrolf limpiándose la ropa y tocándose la cara, mientras su padre se frotaba los nudillos satisfecho.

—¡Padre!, ¿le has pegado? —su padre la miró furioso. Antes no lo había demostrado, porque lo primero era curar su herida, pero estaba muy enfadado con ella.

—Sí, y ahora vamos a hablar tú y yo. Muchacho, sal de aquí, tengo que hablar con mi hija —Erika se sintió a punto de llorar, se reprimió respirando hondo. Su padre nunca le había hablado con tanta dureza.

—No —Erik le miró indignado, pero el otro hombre se cruzó de brazos, y se apoyó en la pared —me quedo, si le haces daño, aunque seas su padre, te las verás conmigo.

—¡Fuera! —se dirigió hacia él, dispuesto ya a darle una paliza, pero la única voz capaz de frenarlo, lo hizo.

—¡Erik! —Yvette se había vestido, incapaz de volver a dormir. Afortunadamente había bajado a tiempo —¿Qué pasa aquí? —observó a su hija que parecía a punto de llorar, se acercó a ella mirando a su marido y al extranjero duramente.

Erika al ver a su madre, respiró hondo, conocía su carácter. Si pensaba que alguien la había hecho daño, a su manera, podía ser tan dura como su padre. Pero no quería que discutieran entre ellos, eran las dos personas a las que más quería en el mundo. Su vista se desvió hacia Hrolf, quien parecía a punto de estallar. Aquello iba a ser un desastre, su madre se sentó junto a ella, enseguida vio la brecha.

—¡Dios mío! —su madre, al igual que ella eran cristianas, influidas por Marianus. Por supuesto, su padre seguía creyendo en los dioses vikingos. Sus hermanos, dependía del día, utilizaban uno u otros según más les conviniera.

 Yvette se levantó para ver bien la herida, tenía el pelo empapado.  Al menos se la habían limpiado, miró a Erik, responsabilizándole de todo.

—¿Cómo es que no me has llamado? —Erik se encogió de hombros, a él no le asustaba con esas miradas. De hecho, le ponía bastante caliente que le mirara enfadada.

—La niña no quería, ha preferido que se lo limpiara yo —se enorgulleció. Había sido la primera vez que había curado a su hija, y creía haberlo hecho bastante bien.

—Hay que cambiarte de ropa, tienes ese lado empapado —Erika negó con la cabeza, no quería salir de allí. Cualquiera sabía lo que podía ocurrir si se iba.

—Madre, por favor, solo tráeme una toalla para que me ponga bajo el pelo.

—¿Te traigo una infusión de corteza de sauce? —asintió, le vendría muy bien para el dolor, pero, sobre todo, quería que se fuera unos minutos de allí, para hablar con ellos.

—Ahora mismo vengo, ni se os ocurra hablar de nada sin mí —avisó Yvette.

En cuanto salió, Erika se encaró con su padre.

—Padre —él la miró. Seguía enfadado —dime ahora lo que quieras, prefiero no disgustar a madre —él asintió, estaba de acuerdo. Se acercó, hasta sentarse en una silla frente a ella:

—¿Qué ha ocurrido esta mañana? ¿Cómo te has hecho esa herida? Ella se mordió los labios preocupada, su padre no solía admitir demasiado bien que le desobedeciera, sobre todo, si con ello ponía en riesgo su seguridad.

—Me fui con Thor a dar una vuelta —su padre apretó visiblemente los dientes, era lo que se había imaginado.

  —¡Cuántas veces te he dicho que no montes sola! —gritó, inclinándose hacia ella, parecía a punto de pegarla, a pesar de que ella sabía que era incapaz de hacerlo.  Erika se mordió los labios, su padre nunca le levantaba la voz. Se sentía dolida y avergonzada sobre todo, porque tenía razón.

Esperó el siguiente grito, pero, de repente, su padre desapareció de su vista, empujado por el cuerpo de Hrolf. Se levantó al verlos rodar por el suelo, pegándose como si fueran los peores enemigos.

—¡No!, por favor —gritó levantándose —¡Noooo! —se dirigió hacia ellos para separarles, pero seguían rodando por el suelo. Su padre acababa de dar un cabezazo en la nariz a Hrolf, que le había hecho soltar un chorro de sangre. Entonces, el extranjero consiguió golpear con el puño cerrado en su pómulo, lo que hizo que se echara hacia atrás, y así se lo quitó de encima.

Entonces, los dos sintieron cómo les caía encima un chorro de agua helada, que logró que se calmaran. Yvette estaba de pie, con el cubo vacío entre las manos, mirándoles y echando chispas por los ojos.

Erika, dos pasos por detrás de su madre, les miraba abochornada, sabiendo que todo era culpa suya. Se fue a su habitación castigada por ella misma. No saldría nunca más de allí.

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