Erika

Erika


SIETE

Página 10 de 14

SIETE

 

 Siward y sus padres, llegaron a la granja puntualmente, Hrolf observó al novio con los ojos entrecerrados, valorando a su rival. Iba perfectamente vestido para la ocasión, con una camisa, sobre camisa, pantalones y capa a juego, ésta recogida sobre su hombro izquierdo con un broche de oro. Toda su ropa era de colores vistosos, a Hrolf le recordaba un gallo en el gallinero.

Él vestía siempre con colores mucho más oscuros, y con sencillez. Siward, al llegar, cogió la mano de Erika delicadamente, y le dio un beso en el dorso. Hrolf gruñó al verlo, en ese momento recibió una palmada en la espalda, se volvió hacia el que quería quedarse sin mano, era Bjarni. El único de sus amigos, que se atrevía a gastarle esas bromas. Le miró con cara de enfado, y siguió vigilando a aquel cuervo que graznaba cerca de su compañera.

—¿Qué vas a hacer?, ¿te vas a quedar esperando de brazos cruzados, a que se la lleve otro? —la noche anterior, ya les había explicado a todos, lo que creía Erik. Que si un berserker encontraba a su elegida, podía cambiar su destino, y tener la vida de un hombre normal. La actitud de todos, después de saberlo, era distinta, habían llegado aquí medio derrotados, después de la muerte de Beothuk, y ahora todos tenían esperanza. Miró de nuevo a su amigo. Al contrario que él, era muy apuesto, además de ser el hombre más simpático que conocía. Bjarni siempre se llevaba a todas las mujeres.

—Estoy imaginándome lo que disfrutaría, separándole los brazos y las piernas del cuerpo —Bjarni compuso un gesto de dolor, al imaginárselo él también. Hrolf había hablado con la voz del berserker, cada vez era más corriente escucharla. Y los dos sabían lo que eso significaba.

—Amigo, tienes que decidirte, no puedes seguir tras ella como un cachorro sin hogar. Así no te respetará nunca, ni ella, ni sus padres.

—Lo sé —asintió —he tomado una decisión, nos vamos esta noche, cuando todos se vayan a dormir. Buscaré una excusa para que salga, quizás que se ha puesto malo el monje, y entonces, la amordazo y me la llevo a los establos, tendréis que tener los caballos preparados —su amigo asintió —¿Cuento con vosotros? —Bjarni le ofreció su brazo, se cogieron cada uno del antebrazo del otro, y asintiendo Bjarni dijo:

—Hasta la muerte, lo sabes.

—Bien, ve a decírselo a Leif y Thorvald —Bjarni desapareció sin hacer ruido. Él siguió mirándola, apoyado en la pared de la entrada, en la sombra. Desde allí no podían verle. Pero ella levantó la mirada de la cena y miró hacia él. No podía verle, estaba seguro, pero por algún motivo, se le borró la risa de la cara.

—¿Qué estás haciendo muchacho? —se volvió hacia su anfitrión, un minuto antes estaba sentado a la mesa junto a su mujer, ni le había visto levantarse.

—Solo miraba —se justificó

—Haces más que eso —por un segundo, Erik dejó ver el azul del berserker en sus ojos, pero Hrolf no se iba a asustar, y contestó con la misma mirada y un gruñido.

—Ya veo que tienes ganas de pelea —siguieron mirándose a los ojos, sin hablar, parados de pie, con los cuerpos en tensión.

—No quiero pelear contigo, ella no me lo perdonaría —Erik sonrió al escucharle.

—Por primera vez dices algo con sentido. Comienzas a conocernos, esta no es una familia normal, como las que forman los de nuestra raza. Nuestra familia está unida por un fuerte vínculo de cariño. Mis hijos, al igual que nosotros dos, también adoran a su hermana. No saben nada de lo que está ocurriendo, porque no os dejarían en paz. Solamente les he ordenado que se comporten y no te provoquen.

—¿Por qué eres tan amable conmigo?, ella tiene prometido —señaló hacia el pájaro emplumado, al que le encantaba ser el centro de atención.

—Puede que, porque tú estás aquí, a oscuras, mirándola como si fuera el aire que necesitas para respirar, y él la mira como si fuera un trofeo. Y mi hija no es un trofeo para nadie, vale mucho más que tú y que yo —miró hacia Erika un momento antes de continuar —Y, porque la conozco, sé que con él no será feliz —volvió la mirada ardiente del berserker hacia él —su madre y yo lo hemos hablado. Tendrás que raptarla, ella no va a aceptar irse contigo, por lo menos de momento, es demasiado cabezota —sonrió travieso —sé lo que digo, ha salido a mí —Hrolf no fue capaz de contestar, se había quedado petrificado. Y no le pasaba nunca.

—Me parece mentira que te esté diciendo esto, pero lo único que quiero en la vida, antes de morir, es que mis hijos sean felices, bueno, y yo también, claro —bromeó, aunque Hrolf fue consciente, en ese momento, del profundo amor que tenía que sentir hacia su hija, para decirle aquello.

Hrolf le miró asombrado, asintió serio y alargó indeciso su brazo para saludar a aquél hombre tan sorprendente. Se saludaron con respeto, conscientes de la importancia de lo que se estaba decidiendo en aquella conversación.

—Prefiero no saber los detalles, solo otra cosa, trátala bien, si no lo haces, te descuartizaré y te echaré como comida a las alimañas. Y asegúrate que la haces feliz, en unas semanas iremos a veros —unas horas antes le había pedido que le explicara, con un mapa, donde vivía-  Mi hija ha sido criada con amor, es fuerte, pero no consentiré que no lo reciba por parte de su compañero —parecía que se iba a ir, pero, después de pensarlo unos momentos dijo —¡ah!, su madre quiere que te lleves lo que hay en el arcón de su habitación, dice que todo será más fácil para ella si tiene algunas de sus cosas —Hrolf asintió de nuevo y le siguió con la mirada cuando se fue. Durante unos segundos dudó si no lo habría soñado todo.

Erik volvió junto a su mujer y se bebió un cuerno de hidromiel sin respirar. Ella se irguió en el asiento y observó a su hija. Parecía apagada, cuando no la veía nadie, buscaba con la mirada al extranjero.

—Ya está, despídete de ella esta noche —Yvette también le dio un sorbo al hidromiel, aunque no solía hacerlo. Asintió triste y cogió la mano de su marido.

—¿Por qué la vida es tan dolorosa? —él la sonrió, limpiándole la lágrima que caía de uno de sus hermosos ojos.

Sus padres habían estado especialmente cariñosos esa noche, se acostó sobre la cama entre risitas, ya que había bebido hidromiel, algo que no solía hacer. Pero es que se había sentido rara durante la cena, excitada,  sabía que él la había estado mirando toda la noche. Sentía su mirada sobre su piel calentándola por dentro. Siward, como era habitual en él, no se había dado cuenta de nada. No había sido consciente hasta ese momento, o no le había importado, de cuánto le gustaba ser el centro de atención. Se habían sentado con sus amigos, y él había estado hablando constantemente de él, de su ropa, de su casa, ella no había abierto la boca.

Estiró los brazos sobre la cabeza, no se había quitado la ropa todavía, bostezó mientras se preguntaba si Siward la querría. Nunca se lo había preguntado, había accedido al casamiento, pensando más que nada en sus padres, en no separarse de ellos. Les quería demasiado, no podría irse de allí ni en mil años. Al día siguiente tenía muchas cosas que decidir, Siward le había dicho que quería que pusiera un día para la boda, el día de la cosecha podría ser un buen día. Cerró los ojos sonriendo, imaginando su boda, en pleno verano, con sus padres. Frunció el ceño, el novio no parecía Siward, era demasiado alto, y sus ojos tenían ese azul hipnótico… no, aquél no era Siward.

Hrolf, hizo una seña a sus tres amigos, que fingían estar borrachos como la mayoría de los que estaban en el salón, y que, en ese momento, salieron corriendo hacia los establos. Tenían que ensillar a los caballos, y recoger sus armas, los víveres y el agua que habían escondido. Se deslizó por los pasillos, con un sigilo impropio de un hombre de su tamaño, y fue hasta su habitación. Abrió la puerta con cuidado, pero estaba dormida encima de la cama, todavía vestida. Los Dioses le favorecían hasta ese momento. Buscó en la habitación, hasta ver el arcón, lo abrió, y llenó con su contenido el saco que había llevado, había unos vestidos, un cepillo para el pelo y un espejo.  No le parecía que aquello fuera tan necesario, pero haría caso a su madre. Dejó el saco en la entrada, y la amordazó sin despertarla, cuando estaba atándole las muñecas, abrió los ojos y comenzó a gemir. No le hizo caso, y se la echó al hombro, cogió el saco y salió de la habitación cerrando la puerta. Cuando hubo salido de la casa, corrió todo lo que pudo, en los establos estaba todo preparado. Le pasó a Bjarni el saco con su ropa, y a ella la sentó en su caballo, montándose detrás. Sus amigos y él se entendían sin hablar, así que salieron al galope de allí, sin haber dicho una palabra. Era de noche, pero el camino estaba alumbrado por la luna llena.

Erik e Yvette, agarrados de la mano, observaron el rapto de su hija desde la puerta de su casa. Yvette, cuando les vio desaparecer, comenzó a sollozar. Erik, la cogió en brazos y la llevó a la cama, sintiendo lo mismo que su mujer. Su hijita se había ido lejos, solo podían esperar haber tomado la mejor decisión. En unas semanas, irían a verla, pero en ese tiempo podían pasar muchas cosas.

Erika no podía creer lo que le estaba pasando, ella que siempre había vivido con su familia, donde sabía que todos la querían, de repente estaba rodeada de enemigos e iba hacia a algún lugar desconocido. Hrolf la había sentado en el caballo lo más cómoda posible, pero se negaba a apoyarse en él. Estaba tan enfadada y asustada, que estaba segura de que no le volvería a hablar nunca. Él insistía en empujarla hacia su pecho, pero ella se resistía y se echaba hacia delante,

—¡Apóyate en mí Erika! —gruñó furioso, la contestación de ella se perdió tras la mordaza. Aprovechó que el caballo iba al trote, ya que ya estaban llegando a la cala donde estaba su barco, y desató los nudos con una mano y con los dientes, para no soltar su cintura, ni las riendas del caballo.

Cuando la soltó, ella se volvió y pudo verle la cara, la tela le había dejado unas marcas rojas y feas a los lados de la boca y le miraba con odio. Él sintió una opresión en el pecho al verlo, no podía soportar que le odiara.

—¡Devuélveme a mi casa, Hrolf! —él frunció el ceño al darse cuenta, de que iba a ser difícil conseguir que ella aceptara su nueva vida.

—No, a partir de ahora, aquella ya no es tu casa, vamos apóyate en mí —la empujó hacia él, pero ella se revolvió gritando. Comenzó a aullar de tal manera que Bjarni, que iba tras él se adelantó poniendo su caballo a la par del suyo.

—¿Necesitas ayuda Hrolf? ¿quieres que la lleve yo? —sonrió a Erika, consiguiendo que el Berserker rugiera furioso, solo por pensar que otro hombre pudiera tocarla.

—¡No!, ¡ocúpate de tus asuntos! —ella seguía gritando, llamando a sus padres. Iban a llegar al pueblo donde estaba amarrado el barco, por lo que volvió a ponerle la mordaza. Ella se resistió contra él, pero le apretó más la cintura, para asegurarse de que no se cayera, entonces ella se calló, al notar que le faltaba algo la respiración.

Llegaron al barco pocos minutos después. Sus hombres se adelantaron a devolver los caballos a los establos. Afortunadamente no se cruzaron con nadie, por lo que no hubo quien se sorprendiera al ver a un vikingo enorme como él, arrastrando una chica amordazada y con las manos atadas. Así la llevó al barco. Al ver que insistía en intentar escapar, hasta en tres ocasiones, la sentó en el arcón que había tras el timón, atándola para que no se pudiera levantar. Por lo menos durante un rato no podía seguir sujetándola, tenía que ayudar para salir a alta mar. Siempre llevaba él el timón, por lo menos las primeras horas.  

Ella ni siquiera le miró, mantenía la vista fija en la dirección donde estaba su casa, sin dejar de llorar, él la cogió por la barbilla para que le mirara:

—Cuanto antes te hagas a la idea de que tu vida está conmigo, todo será más fácil para los dos —seguía amordazada, no le quitaría la mordaza hasta estar en alta mar. Se dio la vuelta, al escuchar a sus hombres que volvían. Les ordenó, con más brusquedad de la habitual, que comenzaran su trabajo preparando el barco para salir. Unos minutos después, estaban en marcha. Volvían a casa.

Cuando anocheció, dejó el timón a Leif, era el mejor timonel, aparte de él. Ella se había dormido poco antes, la había escuchado llorar, gimiendo como un animal herido hasta que se durmió agotada. Él había endurecido su corazón. Su supervivencia y la de sus hermanos, dependían de que fuera firme, y no se dejara ablandar por unas lágrimas. La desató, y le quitó la mordaza observando algo asustado, las marcas provocadas por la tela en la boca. La desató y miró sus muñecas, estaban despellejadas, gruñó enfadado por la excesiva delicadeza de su piel. Bajó con ella al único dormitorio que había bajo cubierta, el resto era almacén. Ella no se despertó, debía estar agotada, era lo mejor que podía pasar ahora mismo. La dejó en el camastro y subió a hablar con Bjarni,

—Necesito que me des el ungüento para heridas —el hombre, que estaba sentado en el arcón, en el que hasta hace un momento había estado ella, le miró sorprendido.

—Hrolf, ¿le has hecho algo?

—No, tiene rasguños en la piel, está despellejada por las cuerdas, y en la cara por la mordaza. Es muy blanda —gruñó enfadado. Bjarni le miró con prevención y asintió. Conocía a su amigo, y cuando estaba así, era mejor no llevarle la contraria. Se levantó y abrió el arcón y sacó el frasco que le pedía.

—Si es tan delicada, ten cuidado con ella —no pudo evitar decírselo, Hrolf le devolvió una mirada asesina, de un azul profundo, y volvió al camarote.

Cuando entró, le sorprendió no verla tumbada, estaba de pie en un rincón de la habitación, había descubierto el cofre que había junto a la mesa, donde guardaba sus cosas. Entre ellas, un puñal que ahora tenía en su mano derecha y con el que le amenazaba.

—Quiero que hagas volver al barco, déjame en el puerto y vete, yo me iré a mi casa —Hrolf sintió un gran calor por dentro, el berserker estaba tomando el control de su cuerpo, luchó porque no lo hiciera, no podía dejar que la dañara. Pero la furia, al pensar que ella quería abandonarle, era demasiado grande. La sonrió con maldad y la contestó con otra voz que no era la suya:

—Tu casa está donde yo esté, nunca me dejarás —ella le miró fijamente, asustada. A pesar de que su padre era un berserker, al igual que sus hermanos, nunca les había visto así. Tenía miedo.

Él se enfureció más al verla asustada, lo que hizo que el berserker incrementara su poder sobre él. Se fue acercando a ella despacio, sin dejar de sonreír.

—¡No te acerques más! —alargó el brazo donde tenía la daga, que comenzó a temblar por el miedo. Hrolf se seguía acercando aun sonriendo, pero no era una sonrisa divertida. Cuando estuvo casi al alcance de su brazo, se paró, frente a ella.

—¿Quieres matarme? —ella negó con la cabeza, con las lágrimas en los ojos.

—Nunca había llorado tanto como desde que te conozco. ¡Por favor, devuélveme con mis padres! —sollozó desesperada. Él dio un salto y le cogió las manos, ella forcejeó, y él, decidido a quitársela, cogió la daga por el filo, por lo que se cortó la palma de la mano. Ella al notar que le había herido, dejó caer el puñal al suelo, llevándose las manos a la boca.

—Tendrías que haber sujetado mejor el puñal, nunca volverás a tener otra oportunidad como esta —juró, dolido porque hubiera querido herirle, más que por la herida en sí. Echó un vistazo a su mano que chorreaba sangre, y, luego, con la mirada más fiera que nunca, cogió el cuello del vestido de ella con las dos manos, y lo desgarró hasta la cintura.

Los pechos de Erika saltaron libres, él la cogió por la cintura, y la levantó para poder acercar uno de ellos hasta su boca, lo lamió y mordisqueó el pezón hasta que se cansó de hacerlo, y siguió con el otro. La llevó a la mesa, donde la sentó, colocándose entre sus piernas. La empujó hasta hacerla tumbarse, ella se sentía como hipnotizada por sus ojos, saltaban chispas de luz, miró su mano, seguía sangrando, pero no parecía importarle. Terminó de quitarle los restos del vestido y la camisola, dejándola desnuda. Ella se tapó como pudo con las manos. Estaba asustada y avergonzada.

—¡No! —le prohibió quitándole las manos —¡no te cubras! —al ver que no le hacía caso, volvió a atarle las manos. Ella no dijo nada, se prometió que no lloraría. No se deshonraría más, ni a su familia, haciéndolo. Le miró de frente.

—Bésame —ella volvió la cara para no hacerlo, no le besaría más, prefería morir. Él siguió insistiendo, sujetando su cara, pero ella se negó a abrir los labios, él, enfadado, la mordió en ellos. Cuando la miró, vio que le había hecho un poco de sangre en el labio y lo lamió. La besó de nuevo, pero ella volvió a apartar la cara.

Él, entonces, bajó por su cuerpo, para separar los rizos de su coño y beber de ella.

Erika no podía consentir que él la hiciera sentir como la última vez, le parecía una humillación. Se concentró en los campos de su casa, en lo que sentía cuando montaba a caballo, en los abrazos de su familia, pero llegó un momento, que las demandas de su cuerpo eran demasiado grandes. Volvió a la realidad para sentir como él sorbia su clítoris, mientras metía y sacaba dos dedos de su coño.

—¡Quiero que te corras en mi boca! —siguió bebiendo hasta que ella sintió, en contra de su voluntad, que volvía a tocar el cielo, sus caderas se movían inconscientemente. Él se separó de ella chupándose los dedos, la echó otra mirada malvada.

—Ahora serás mía para siempre.

Ella abrió los ojos completamente al verlo desnudarse, cuando observó su pene, enhiesto, y que a ella le pareció enorme, comenzó a ponerse colorada y miró hacia otro sitio, provocando que él riera a carcajadas. Entonces la llevó al camastro tumbándose encima de ella. Con las piernas empujó sus muslos para abrirlos al máximo, mientras la observaba con pasión. Ella dejó de mirarle, no podía soportar la mirada de sus ojos, la traspasaban.

—¡Mírame, maldita sea! —pero ella no lo hizo, él enfadado, la cogió de la mandíbula, e intentó besarla de nuevo, pero ella no le dejó. El berserker estaba cada vez más nervioso, tomó su pene con la mano, y lo acercó a la entrada de su coño.  Metió solo la punta, forzándose a no hacerlo todo de una vez, era demasiado estrecha, necesitaba prepararla, para que se excitara más. Ella intentaba mantenerse alejada, pero no lo consentiría. Recordando cuánto le gustaba que le chupara los pechos, volvió a hacerlo, sorbiendo los pezones, tirando de ellos casi hasta el dolor. Ella le miró abriendo la boca, mientras chupaba uno de ellos, con los dedos tiró del otro, lo que hizo que ella ya no pudiera aguantar el gemido de placer. Cerró los ojos y, entonces, él se impulsó dentro de ella.

Se quedó en aquella cueva húmeda quieto, mientras la besaba por toda la cara. Ella no parecía sufrir por su intrusión, le pareció extraño, sabía que las mujeres, la primera vez sentían dolor, pero ella no parecía sentirlo. Seguía con los ojos cerrados, pero ahora una pequeña sonrisa adornaba su cara.

Salió de ella con un movimiento de caderas, y, con otro, volvió a entrar, ella posó sus manitas a sus hombros, como si tuviera que sujetarse a algún sitio para no caer. Hrolf no pudo evitar ir cada vez más deprisa, necesitaba llenarla con su líquido de vida. Ella era suya, y siempre lo sería, no importaba lo que creyera ella ni nadie. También él era de ella.

Cuando se descargó en su coño, era como si por fin hubiera llegado a casa, nunca había tenido un hogar de verdad, hasta ella. Se tumbó en la cama boca arriba, atrayéndola hacia él, pegándola a su costado. Quería que estuviera junto a su piel. Necesitaba escuchar su corazón. La miró, ella miraba la pared que tenía enfrente.

Ninguno de los dos habló, pero él necesitaba descansar. Afianzó su brazo en torno a su cintura, para que no pudiera escapar y cerró los ojos durmiéndose al instante.

Ir a la siguiente página

Report Page