Erika

Erika


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Helga le había dicho que, normalmente, se celebraba el Vetrarblot, la fiesta del solsticio de verano en la granja de Hrolf, ya que era la más grande de la zona.  Solían venir los vecinos y cada uno traía lo que podía de comida y bebida. Habitualmente Hrolf no solía estar, ya que estaba guerreando, que era como había conseguido su fortuna.

Como ese año estaba ella, y había dejado órdenes para que se la obedeciera en todo, Helga le había preguntado si se celebraría allí también ese año, para organizarlo con las vecinas.

Erika siempre lo pasaba muy bien en esa fiesta, era su preferida. Como era verano, se celebraba al aire libre, todos comían, bebían y gastaban bromas. Al atardecer se encendían grandes hogueras y se bailaba en círculos alrededor de ellas hasta altas horas de la madrugada, bajo el sol de medianoche.

Entre Helga y ella habían organizado todo, como había visto hacer a su madre. Cuando le dijeron a Hrolf que la fiesta sería dos días después, se puso muy cabezón, e insistió en que quería que fuera dentro de una semana. Discutió con él, pero no hubo manera de convencerlo, cuando le preguntaba por qué el cambio de fecha, no decía nada, solo sonreía. Así que mandaron aviso a los vecinos para cambiar el día. El ambiente entre ellos era de felicidad continua, él estaba aprendiendo cómo comportarse con ella, y Erika reconocía que era un buen alumno.

 

—¡Has hecho trampa, no me lo creo, serás tramposo! —le señaló con el dedo riendo a carcajadas, estaban jugando al Halatafi. Ella se había levantado un momento, había ido a la cocina para hablar con Helga, ya que al día siguiente era la fiesta, y quedaban algunas cosas de la comida que preparar. Al volver a mirar el tablero, había notado que le faltaban dos piezas, él las había dejado apartadas, como si se las hubiera comido. Hrolf la sonreía con cara de pillo, Erika suspiró interiormente, se lo comería a besos si seguía así, no podía resistirse a su cara de niño travieso.

—No sé lo que quieres decir, solo te quedan tres porque eres mala jugadora —se encogió de hombros intentando aguantar la risa —vamos, date prisa, que quiero que salgamos a montar un rato.

Era por la tarde, quedaban algunas horas de luz, por lo que asintió y se levantó. Ahora lo entendía, quería salir a montar, por eso había hecho trampas.

—Está bien, vámonos, luego jugaremos la revancha —él se levantó como una bala, y la cogió de la mano, llevándola corriendo hacia la entrada. Erika reía tanto que sentía que las piernas no aguantarían, se llevaba las manos a los costados, él volvía la cara y sonreía con malicia, acelerando el paso. Cuando llegaron al establo, él mismo preparó su caballo, que removía las patas inquieto, deseando salir a correr.

—¿Preparo yo al mío? —él negó con la cabeza, mientras seguía a lo suyo.

—Vamos juntos.

—Yo quiero montar uno sola —cruzó los brazos como una niña, incluso frunciendo los labios, con un mohín. Cuando tuvo al caballo listo, la cogió por la cintura, como siempre hacía, y la subió sin esfuerzo, montando detrás, solo entonces la contestó:

—Y yo quiero tenerte en mis brazos, todo el tiempo que pueda ¿tienes algo que decir a eso? —ella sonrió sin mirarle, negando con la cabeza, pero él le hizo que se volviera, para darle un beso.

—Me gustan tus besos Hrolf.

—Y a mí los tuyos min elskede —apretó los flancos del caballo con las piernas, y comenzó a andar, pasando a un trote suave enseguida. El sol todavía calentaba. En los campos, el trigo y la cebada estaban crecidos, deseando ser cosechados, y los grillos tocaban su melodía veraniega.

Se encaminó al río, les gustaba mucho ir allí a nadar desnudos, luego se tumbaban en la hierba a hacer el amor, mientras el sol entre los árboles, les secaba con sus rayos.

Dejó correr al caballo para que se desfogara y cuando llegaron lo dejó suelto, para que anduviera a su aire. Durante un largo rato la quietud de la tarde solo se vio interrumpida, por sus carcajadas y gemidos de placer.

 

Volvieron al paso, ella iba medio amodorrada apoyada en el pecho de Hrolf. Los dos llevaban el pelo suelto para que se secara. Notó que él se tensaba, y se irguió, seguro que había visto algo.

Estaban llegando a la casa, y, en la puerta, esperaban varias personas. No parecían de por allí.

—¿Esperamos visita? —estaban demasiado lejos para ver quiénes eran. Se volvió hacia él, y se sorprendió por su sonrisa tierna.

—En realidad, vienen a verte a ti, mira otra vez —ella lo hizo. Su corazón brincó alocado. Se volvió hacia él, feliz como una niña:

—¡Mis padres, y mis hermanos!, ¡no me lo puedo creer! —le besó en los labios apasionadamente. Ya llegaban, él la abrazó con fuerza y le dijo al oído después de hacer parar su montura:

—Recuerda siempre que te quiero, y que no hay nada que no haría por tu felicidad —ella sonrió de nuevo llorosa, puso la mano en su mejilla, y dando un grito de guerra propio de su padre, se bajó sin ayuda del caballo, para salir corriendo a los brazos de su familia.

 

Él la observaba sonriendo, por fin totalmente feliz.

 

 

 

FIN

 

 

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