Equilibrium

Equilibrium


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Traducido por Ariel Marcelo Fernández Quiroz 

“Equilibrium”

Escrito porDécio Gomes

Copyright ©2015 Décio Gomes

Todos los derechos reservados

Distribuido por Babelcube, Inc.

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Traducido porAriel Marcelo Fernández Quiroz

Diseño de portada © 2015 Décio Gomes

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Prólogo

Triángulo

 

La fina vara de incienso ya estaba a medio quemar, liberando un fino hilo de humo que llenaba el ambiente con su aroma suave a sándalo. Era una sala pequeña, cuadrada y mal iluminada y en cuyas paredes colgaban cuadros ubicados de dos en dos, mostrando imágenes incomprensibles, pintadas en tonos desarreglados por un artista de una feria cualquiera. Había solo una salida, una puerta estrecha, que se abría hacia afuera, protegida por una cortina colorida y escandalosa hecha de perlas. No había ventanas ni ninguna otra abertura que posibilitase la entrada o salida de aire fresco en aquel lugar, lo que dificultaba la respiración e impregnaba el ambiente con el fuerte olor del incienso.

En el centro de la sala había una mesa. No había nada sobre ella más que una vela blanca y espesa, con una pequeña llama encendida que se estremecía levemente y a un ritmo constante. Dos personas estaban sentadas frente a ella. De un lado, una mujer blanca, joven, de cabellos ondulados y mirada confusa. Del otro, un hombre de unos veinticuatro años, de cabello corto y liso, vistiendo una especie extraña de terno – de color vino y adornado por una línea gruesa y dorada – que daba la impresión de que lo habían confeccionado para alguien del doble de su tamaño.

El joven tenía los ojos cerrados, manteniendo las manos juntas e inmóviles sobre la pequeña mesa. La mujer que estaba al frente solo esperaba con un aire ansioso, respetando el absoluto silencio, que ocasionalmente era quebrado por un leve sonido de las narices fragilizadas por el irritante aroma que impregnaba el ambiente. Ella restregaba sus manos, y minuto a minuto acariciaba las “j” de sus muñecas, que iban de lado a lado en un tatuaje de letras finas y clásicas. Después de algunos instantes de silencio, el hombre abrió los ojos – uno azul y uno castaño – y miró fijamente a la mujer que estaba al frente.

-Él ya está aquí, Jane. Está de pie justo a su lado.

La mujer abrió los ojos de par en par y miró sobre sus hombros, mostrando una expresión alegre y al mismo tiempo incrédula. El hombre levantó la mano derecha y apuntó con el índice el hombro izquierdo de Jane.

-Está justo ahí, con una de las manos en su hombro.

-¿Us-usted puede verlo? ¿Po-podría describirme su apariencia?

Completamente habituado a aquel tipo de cuestionamiento, y para demostrar que no era solo uno más de los estafadores que se ganaban la vida aprovechándose de los falsos mensajes del más allá, el hombre del terno color vino nuevamente levantó la mano derecha y con ella se cubrió el ojo castaño, el que quedaba también al lado derecho de su rostro. El ojo azul, muy claro y vivo como el cielo después de una tormenta, se concentró en un punto específico de la sala. Luego de pestañear tres o cuatro veces, la pupila se dilató levemente y comenzó a recibir la imagen de una figura humana, antes etérea e indefinida pero que a los pocos segundos pareció solidificarse en una figura tangible. Al final de la transformación, en la sala apareció un hombre alto, moreno y de apariencia robusta. Ambos simplemente se miraron por unos instantes, pero que parecieron durar una eternidad.

-Tiene una barba candado y está usando un traje de obrero. Además, tiene una cicatriz bien grande en una de sus mejillas.

La mujer se llevó ambas manos a la boca y muy sorprendida dejó caer una lágrima de cada lado de su rostro.

-Dios mío, realmente es él, realmente es mi Juan. ¿Puedo… puedo hablar con él?

-Él está escuchando su voz. Puede hablarle.

Jane arregló sus cabellos y secó sus pómulos. Se enderezó en la silla, respiró profundamente, y luego de un breve ensayo mental, comenzó a hablar.

-Juan, mi amor. Si realmente me estás escuchando, quiero que sepas que independiente de cualquier cosa te amo más que a nada en esta vida. Te pido disculpas por haber desconfiado de ti y de tu fidelidad a nuestro matrimonio, y no quería pasar el resto de mi vida con la culpa de haberte echado injustamente de casa.

El fantasma de Juan permanecía parado, inerte, y no quitaba ni por un segundo su mirada del hombre que lo había invocado. Este otro, por su parte, también lo miraba, pero con una expresión menos seria y un poco más relajada.

-Me gustaría también pedirle disculpas a Miranda, por haber desconfiado de ella. Fui una pésima amiga y me siento muy mal por lo que dije.

El hombre del terno color vino pareció, en ese instante, perder un poco el foco. Retiró la mano que cubría su ojo y el fantasma desapareció nuevamente, transformándose en una niebla blanca que rápidamente se disipó.

-Espere un poco. ¿Qué dijo? ¿Quiere pedirle disculpas a alguien más?

-Si. A mi querida amiga Miranda. Sospechaba que ella y Juan tenían una relación; ya había oído rumores y sabía que andaban juntos en nuestro auto cuando Juan debía estar trabajando. Nunca logré tener prueba alguna de ello, pero aun así no pude aguantar todas los chismes de los vecinos. Fue por esto que arreglé un encuentro entre los tres, en mi casa, y les dije todo lo que tenía que decirles. Eché a Juan de la casa y se fueron juntos en el auto.

-Y ahí fue cuando pasó.

-Sí. No llegaron a ningún lado. En medio del recorrido sufrieron un accidente y ambos murieron camino al hospital.

En aquel instante, más lágrimas brotaron de los ojos verdes de la mujer, y se largó a llorar descontroladamente. El hombre se masajeó rápidamente la frente y nuevamente se tapó el ojo castaño. La imagen del fantasma de Juan una vez más se materializó, pero esta vez no estaba solo. Al lado del hombre de barba candado apareció una mujer delgada, vistiendo un pantalón corto y una blusa color rosado vivo que apenas cubría la mitad de su busto. También tenía el cabello negro, así como los ojos característicos de la típica apariencia sensual de mujeres latinas. Una vez que las imágenes fantasmagóricas de Juan y Miranda se volvieron completamente visibles, la mirada intensa del obrero de traje y barba candado una vez más se encontró con el ojo azul que lo observaba. Miranda, por su parte, no dudó en usar ambas manos para acariciar de forma casi vulgar el cuerpo del compañero muerto, confirmando de esta manera, solo para aquel que los veía, las sospechas de Jane.

“Va a ser una larga conversación”, susurró para sí mismo el joven.

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

Capítulo 1

Espía

 

Dos horas y media después, luego de librarse de la discusión post-vida entre mujer, esposo y amante, Luca finalmente dejó el Centro e inició su corta caminata diaria de regreso a casa. Todavía no se sacaba el extraño terno, pero a las personas del vecindario parecía no importarles su estilo excéntrico del día a día.

-¡Buenas noches, Luca! – dijo un hombre barbudo y andrajoso, sentado en una banca al lado de un barril de fierro en la acera.

-¡Buenas noches, Blue! – respondió Luca, con simpatía - ¿Cómo andamos hoy?

-Ando con suerte, solo vea lo que encontré – el viejo respondió mientras sacudía un billete de diez dólares.

-¡Veo que hoy tendrán una buena cena!

Blue acarició a un cachorro negro que descansaba al lado del barril y vio como el transeúnte continuó su camino. Era un barrio pobre, de casas humildes y separadas por unos pocos establecimientos que iban desde barberías hasta pequeños puestos de comida y tiendas de ropa barata. Por las calzadas, ocasionalmente había grupos sentados alrededor de un aparato de sonido que tocaba las canciones del momento, creando la imagen perfecta de los guetos vistos en las películas de Hollywood.

Luego de caminar tranquilamente por poco más de diez minutos, Luca se detuvo frente a un edificio antiguo, de paredes pintadas de rojo y que se descascaraban por el impetuoso efecto del sol. Empujó el portón y llegó a una escalera llena de polvo, pero antes de subirla revisó el buzón. Había dos cartas, del mismo remitente, alguien llamado August Barwell, con otra de esas irritantes invitaciones a una consulta espiritual particular que él ya llevaba ignorando hace semanas. Subió los escalones hasta el tercer piso y continuó por el corredor. Su departamento quedaba al final de este, pero antes de que llegase a la puerta, Luca se encontró con la señora Puentes, con su camisón amarillo y sus cabellos siempre despeinados, una vez más fumando en un lugar inadecuado.

-Pensé que lo había dejado esta vez – le dijo, sacudiendo los brazos mientras pasaba por la bocanada de humo.

-Y yo que pensé que usted ya no creía más en eso – respondió la anciana, con todo el mal humor que pudo.

Luca pasó frente a ella y finalmente llegó a su departamento. Sacó las llaves del bolsillo, abrió la puerta y entró, dejando los zapatos sobre un pequeño tapete al lado de la entrada que decía bienvenue en letras gruesas y gastadas. Encendió las luces y dejó que una sala pequeña, pero muy bien ordenada, se luciese. Había dos sofás ubicados en L, frente a una mesa de centro decorada con una bella estatuilla de un gato persa. En un estante que descansaba en la pared, había un televisor antiguo y a su lado un florero blanco, sin flores, que complementaba la ornamentación simple de la habitación.

Del otro lado de la sala había una gran pecera encima de un soporte de madera. Solo un pez dorado habitaba en aquel lugar.

-¡Buenas noches, Flora! – le dijo, así como lo hacía cada vez que volvía a casa.

Se fue directo a su cuarto y, al llegar, Luca finalmente se sacó el terno que le había molestado durante todo el día, lo lanzó sobre la cama y fue directo al baño. Se desvistió por completo y abrió la ducha para un rápido baño de agua caliente.

Ligeramente repuesto por el milagro del agua tibia, se paró frente al espejo del lavamanos y miró su propio rostro. El ojo azul automáticamente se destacó más que el castaño en el reflejo.

Un ojo azul, otro castaño. Heterocromia, ese era el nombre científico para los ojos de colores diferentes. Una condición natural, una leve anomalía en el cromosoma responsable de la pigmentación ocular. Por lo menos esta era la explicación en cualquier otro caso, menos para el de Luca.

Su ojo castaño veía a los vivos. Su ojo azul veía a los muertos.

Nació con aquel don, y desde pequeño, si por casualidad su ojo castaño se cerraba o se cubría por cualquier razón, el ojo azul se convertía en una especie de espejo que reflejaba cosas invisibles: espíritus errantes, perdidos en el mundo de los vivos, buscando cumplir sus misiones y finalmente realizar su viaje. Para Luca, sin embargo, aquello nunca fue un verdadero problema. Nació en una familia de gitanos, y desde donde podía recordar que había estado inmerso en todo lo relacionado al misticismo y al mundo espiritual. No obstante, los dejó, en su adolescencia, cansado de que usasen su don como cartel de espectáculos en las ciudades donde viajaban. A sus diecisiete años ya administraba su propio Centro, y trabajaba de forma justa y honesta: usaba su ojo azul para promover encuentros entre los muertos y sus seres queridos y, a diferencia de otros charlatanes de los alrededores, no cobraba un ojo de la cara por ello.

El único factor que no dejaba a Luca completamente satisfecho sobre ser quien era, era el fatídico destino de no poder, en ningún momento o circunstancia, librarse de la presencia de los espíritus que su ojo le permitía ver. Los sentía de cerca, sentía sus auras invisibles tocando su piel. Los hormigueos en las manos significaban que un espíritu lo tocaba, y el fuerte frio en el estómago significaba que un espíritu quería comunicarse con él. Luca tenía un don, pero también una maldición, que cargaría por el resto de su vida.

Limpio, bien peinado y esta vez vestido de manera un poco más común, Luca tomó su billetera y nuevamente salió del departamento. El sol estaba a punto de ponerse cuando llegó a la calle y sintió el aire contaminado recorrer su nariz en dirección a sus pulmones. Era casi la noche de un jueves, el día en que Luca comúnmente visitaba el Le Blanc Café, un pequeño puesto de comida al estilo de los ochenta que servía bellísimas hamburguesas artesanales.

El clima de aquel atardecer estaba ligeramente más frío de lo normal. Luca atravesó la calle, esquivando a un ciclista loco que invadió el paso peatonal y se subió a la acera en dirección al Le Blanc. Caminaría cerca de quince minutos a paso lento, y así podría apreciar el aire de la ciudad, las luces de los balcones, poco a poco encendiéndose mientras el crepúsculo se tragaba lo que quedaba de azul en el cielo. Luca amaba aquella ciudad más que a cualquier otra cosa en la vida.

En el camino, sin embargo, sintió una vez más que aquellas calles estaban diferentes. Había algo en el aire, algo que dejaba todo más frío y pesado. Sentía presencias. Muchas, millares de ellas. Sentía las conocidas auras chocando con su respiración, llenando la brisa que corría por las calzadas. Sentía y sabía mejor que nadie lo que eran.

Por algún motivo que Luca desconocía, su ciudad estaba siendo lentamente invadida por espíritus.

No se atrevía a mirarlos. Intentaba a toda costa mantener su ojo castaño bien abierto para que el azul no cumpliese su función. Su convivencia con los espíritus, a pesar de que muchas veces era inevitable, se resumía casi completamente a los encuentros en el Centro. Era práctico y simple: los llamaba, y en caso de que todavía estuviesen en el mundo de los vivos, aparecían y conversaban a través de él con la persona que fuese. Punto. Un espíritu no era capaz de molestarlo en caso de que no se lo permitiese, y el preferir no mirarlos fuera de su ambiente de trabajo, dejaba bien claras sus intenciones con los errantes perdidos.

Sin embargo, como toda regla tiene su excepción, Luca había permitido que algunos de los espíritus perdidos se acercasen, y aunque no supiese bien el motivo de haber dejado que su trabajo y su vida se mezclasen, le gustaba la presencia ocasional de algunos de sus amigos intangibles. No obstante, no los veía hace algún tiempo, y se preguntaba si toda aquella emanación espiritual que poco a poco dominaba la ciudad tenía relación con sus frecuentes desapariciones.

La campanilla del Le Blanc sonó y atrajo las miradas de dos camareras hacia la puerta, por donde Luca pasó rápidamente. Recorrió el espacio entre las mesas y la barra y se sentó al fondo del lugar, como siempre lo hacía. Respiró profundo y se sintió aliviado. La presencia de espíritus en ese lugar era bastante menor, aunque todavía existente. El clima vintage del Le Blanc de cualquier forma, era capaz de hacerlo olvidar completamente del mundo exterior. El olor del café, los carteles de neón, los discos de vinilo que decoraban las paredes. Del lado de la barra, dos niños de apariencia inocente jugaban sus fichas en un antiguo pinball de Donkey Kong. Al fondo, a volumen agradable, sonaba el primer disco de A-ha, mientras las camareras iban y venían con sus bellos uniformes

trayendo y llevando bandejas de vuelta a la cocina.

Cómodamente sentado y recostado en la ventana de vidrio decorada, y que mostraba parcialmente el exterior, Luca se sintió bien al saber que, en aquel momento, su única preocupación era qué plato pedir. El menú estaba tirado encima de la mesa, y sin demora estiró el brazo para alcanzarlo. Sin embargo, el menú se movió hacia el lado contrario, escapando de los dedos del joven. Un intento más, y el menú nuevamente se deslizó por la mesa y escapó de sus manos.

Desistió, y luego de mirar discretamente hacia atrás para ver si alguien más estaba prestando atención al menú con vida, sonrió y llevó su mano derecha al ojo castaño. La pupila del ojo azul se dilató, y delante de Luca, sentada en la silla justo al frente, apareció una niña. Tenía cabellos largos, negros y ondulados que caían por su espalda. Denunciaba un rostro de ocho o nueve años de edad, y tenía ambos brazos apoyados en la mesa. Sonreía alegremente en dirección a Luca.

-¿Qué estás haciendo aquí, Nancy? – susurró, escondiendo su boca para que el sonido no escapase.

- Andaba de paso, te vi y te seguí desde lejos. Hacía un tiempo ya que no entraba aquí, extrañaba la buena música.

-Sabes que no puedes llamar la atención así mientras…

La frase se interrumpió cuando una camarera, flaca y torpe, se acercó a la mesa.

-¿Ya decidió lo que va a pedir, señor?

-Oh, sí – Luca respondió, sin poder evitar la incomodidad – Quiero un cheeseburger con tocino, papas fritas y un capuchino.

La camarera anotó el pedido en su cuadernillo, y tan torpemente como antes volvió a la cocina, pero no sin antes chocar con una compañera y casi botar la bandeja que cargaba.

-¿Cheeseburger y capuchino? ¿Quién come eso? – preguntó Nancy de manera divertida, una vez que Luca permitió nuevamente que solo el ojo azul observase.

Él ignoró la pregunta y la miró de reojo, lanzando una amigable expresión de regaño. La niña, por su parte, miraba las paredes del Le Blanc con un aire soñador, que aun viniendo de una niña muerta, era muy encantador.

Nancy vivía en las calles de aquella ciudad hace muchos años, y aunque ya no se recordasen más fechas precisas, una rápida mirada a su ropa era suficiente para darse cuenta que vivía en la década de 1980, cuando perdió la vida. Fue asesinada por su padrastro, quien la ahogó en la bañera y luego enterró el cuerpo en algún lugar abandonado de la ciudad. El cuerpo nunca lo encontraron, y al padrastro nunca lo encarcelaron. Luca era el único que sabía la verdad de Nancy, y aunque sintiese ganas de hacer justicia, sabía que ya era demasiado tarde. Su primer encuentro con Nancy tuvo lugar ahí mismo, en aquel café y en aquella mesa. La niña notó de inmediato que Luca no era como las otras personas, supo que podría verla al oír su voz, y por más que haya intentado evitarla, jamás lo consiguió. Como un espíritu errante de más de dos décadas de edad, Nancy había adquirido poderes como consecuencia de todo el tiempo que llevaba en este mundo: podía soplar a los oídos de las personas, de vez en cuando podía hacer que la escucharan en la calle, e incluso podía mover objetos livianos. Luca nunca olvidaría el baño de té helado que sufrió durante la última vez que intentó ignorarla antes de que realmente se hicieran amigos.

-¿Dónde están los otros, Nancy?

-No sabría decirte. No los veo hace algún tiempo, al igual que tú. Es difícil andar por ahí con tanta gente caminando. No sé lo que está pasando. Hay demasiada gente.

-El mundo de los muertos no es tan diferente al mundo de los vivos al fin y al cabo. Y eso que ustedes tienen suerte de no necesitar usar el paso peatonal.

Algunos minutos después, la misma camarera trajo la bandeja con el pedido de Luca. Él agradeció, y sin ninguna ceremonia destapó su ojo derecho y llevó las manos al generoso sándwich. Nancy inmediatamente desapareció dejando solo el banco vacío, como estaba para las demás personas.

-Es una pena que no puedas probar este cheeseburger – dijo Luca con la boca llena.

Nancy siempre se enojaba cuando Luca hacía ese tipo de bromas, y a veces lo amenazaba con darlo vuelta o darle un golpe en la nuca, pero esta vez no esbozó ninguna reacción.

-¿Nancy, todavía estás ahí?

El silencio perduró y encontró extraño que la niña hubiese decidido irse sin despedirse. Así no era ella. Limpió el kétchup que había en su mano derecha con una servilleta y para cerciorarse de que estaba solo volvió a tapar su ojo castaño. Nancy ya no estaba sentada junto a él en la mesa. Luca miró alrededor, recordando que a la niña le gustaba apreciar los vinilos en la pared lateral del Le Blanc, y finalmente logró verla. Estaba parada al lado de la primera mesa del local, la que quedaba más cerca de la entrada. En la mesa se encontraba sentado un hombre fuerte, calvo, de terno y corbata, inmerso en su celular. Nancy parecía muy concentrada en ver lo que hacía, por lo que Luca esperó a que terminasen esos segundos de curiosidad – de todos modos ¿qué más podía hacer una niña muerta? – y en pocos instantes devoró el sándwich.

Momentos después, cuando volvió a su posición de descanso, recostado en la ventana del establecimiento, Nancy volvió y se hizo sentir cuando acercó su pequeña mano a la de Luca, provocándole el hormigueo de costumbre en los dedos.

-¿Algún problema, Nancy? Tú nunca me tocas.

-No quiero asustarte, pero aquel hombre, el del terno, estaba sacándote fotos con aquel… aparato.

-¿Qué dijiste? ¿Sacándome fotos? – Luca respondió con espanto, retirando la cabeza de la ventana.

-Sí, pero no mires ahora. Creo que te está espiando. Noté que cuando entró, pidió un café y lo pagó al instante. Desde entonces que no para de mirar en nuestra… tu dirección.

Luca respiró profundamente. ¿Realmente lo estaban espiando? Nancy Jamás le mentiría, lo que hacía más alarmante la información. Pensó en mirar hacia atrás, pero prefirió evitar cualquier demostración de preocupación o desconfianza.

-¿Qué debo hacer?

-Levántate tranquilamente y paga la cuenta. Intentaré ayudarte.

Luca inmediatamente siguió las órdenes de la pequeña fantasma. Se puso de pie, limpió las migas de pan de su ropa y se dirigió a la barra. La entrega de un billete de diez y el rechazo del cambio demostraron su nerviosismo frente a la joven de la caja.

-Cálmate. Te estás delatando – dijo la vocecita de Nancy.

-Muchas gracias y buenas noches – dijo el joven, alejándose de la barra y tomando el camino que lleva a la salida del Le Blanc.

El establecimiento no era muy grande, y en unos dos o tres segundos pasaría justo al lado del supuesto espía. Con un rápido vistazo, el joven notó que el gigantón ni siquiera había probado su café y la taza estaba intacta en la bandeja. El hombre del terno todavía estaba en su celular y parecía – o al menos se esforzaba en parecer – ajeno a la salida de Luca del local.

-Intenta salir corriendo una vez que cruces la puerta – dijo Nancy.

En una milésima de segundo, Luca abrió la puerta del local y salió. Antes de cerrarla, oyó un grito grave, y no pudo evitar mirar para atrás. Nancy había utilizado una de sus habilidades adquiridas y botó la taza de café encima del hombre del terno. La camarera más cercana corrió en dirección a su mesa, y el hombretón se levantó con un solo movimiento. Las miradas de él y de Luca se cruzaron por un momento, y antes de que pudiese dejar el Le Blanc, el cliente empapado en café se vio acorralado por dos camareras preparadas para ayudarlo, cargando paños, pañuelos y servilletas. Fue la escapada perfecta. Luca cruzó la calle y en segundos salió disparado por la acera. No tuvo tiempo ni para agradecerle a Nancy, pero podría hacerlo después. Al llegar al límite de la calle, cuidando de no chocar con los demás transeúntes, Luca una vez más miró hacia atrás y vio que el gigantón, bien vestido, efectivamente lo estaba siguiendo. Había logrado librarse de las garras y franelas de las camareras y ahora seguía el rastro del joven de ojos coloridos.

-¡Rayos! – exclamó Luca e inmediatamente retomó su camino.

Al doblar en la esquina, llegó a una larga avenida, una de las que lo llevaría a su casa. Siguió por ella sin tener tiempo de mirar nuevamente haca atrás; a cada metro recorrido sentía que su corazón se aceleraba cada vez más. No estaba acostumbrado a correr, ni mucho menos a pasar por situaciones de riesgo como aquella. No conocía a aquel hombre. Nunca lo había visto en su vida. Además, si mal no recordaba, no le debía nada a nadie y nunca se había acostado con una mujer casada. ¿Qué habría hecho, finalmente, para que lo persiguieran por las calles de la ciudad? Por más que quisiese descubrirlo, solo prefirió continuar corriendo hasta despistar a quien lo seguía.

Repentinamente, Luca se detuvo y notó que estaba instintivamente siguiendo el camino a casa. Si realmente lo estaban espiando, probablemente ya sabrían todo sobre él, incluso su dirección. No, no podía volver a casa sin antes estar seguro de lo que estaba pasando. Utilizando la esquina de un callejón como escondite provisorio, pensó rápidamente y decidió buscar la estación de policía más cercana, pero por lo que recordaba, quedaba a tres cuadras de donde se encontraba.

No podía quedarse parado. Retomó el paso, esta vez tomando una dirección diferente y completamente aleatoria. A esas horas de la noche, las calles ya comenzaban a quedar deshabitadas, ocupadas solo por uno o dos mendigos por cuadra, arropándose en sus trapos o calentándose en hogueras improvisadas. Las calles vacías en aquella ciudad significaban nada más que peligro, y el riesgo de ser acuchillado por un bandido cualquiera distorsionó aún más los sentidos del joven. Mientras corría intentó observar las placas en cada esquina, pero ya era demasiado tarde. No tenía idea de donde había ido a parar.

-¡Mierda! ¿Perdido, Luca? ¿En serio? – exclamó para sí mismo.

Finalmente notó que no podía hacer mucho. Por precaución, había dejado su celular en casa – nunca salía con él después de oscurecer – y gritar por ayuda estaba fuera de discusión. Al sentir que con el poco aliento que le quedaba no aguantaría por mucho tiempo más, nuevamente dejó de escapar y se escondió en el rincón de una calle de la cual no sabía el nombre. Era un lugar repleto de contenedores de basura, que a esa hora se encontraban cerrados y bien protegidos. Sintiendo que sus piernas ya no daban más y que su corazón estaba a punto de salirse de su pecho, se arrodilló para intentar recuperar el aliento. Sintió el sudor cayendo por su frente, pegoteando sus cabellos y goteando desde la punta de su nariz.

Sin saber exactamente si eran reales o producidos por el miedo destructor que sentía, Luca oyó ruidos provenientes de varias direcciones diferentes. Esforzándose por recuperar el control de su mente, segundo a segundo fue recobrando sus sentidos. Sí, realmente estaba oyendo ruidos. Pasos. Incontables y cada vez más cercanos.

Permaneció recostado en la pared fría de ladrillos descascarados y buscó en el suelo algo que pudiese usar para defenderse, pero una tapa de basurero no le pareció de mucha utilidad. Súbitamente, los pasos disminuyeron de velocidad, y luego tres hombres, todos enormes y usando ternos, idénticos a los del hombre que lo estaba persiguiendo, aparecieron, uno de cada callejón alrededor de Luca.

-¿Qué quieren? ¡Déjenme en paz! ¡Váyanse de aquí!

-Señor Luca ¡Cálmese!

-No se acerque ¡Manténgase alejado! ¡SOCORRO!

-Señor Luca, no estamos aquí para hacerle daño – dijo el más alto de los tres, el que estaba en el Le Blanc.

Luca pareció desarmarse y mirando de reojo a cada uno de ellos volvió a su posición erguida.

-Estamos aquí para llevarlo a un lugar donde será muy bien recibido, señor Luca. Como dije, no queremos hacerle ningún daño.

-¿Co-como que me van a llevar a un lugar? ¿De verdad creen que voy a entrar en un auto e ir a un lugar con tres desconocidos?

-¿Prefiere quedarse aquí y que lo encuentren con más agujeros que un coladero, señor Luca? – dijo uno de los hombres, soltando una risa que fue acompañada por los otros dos.

-Trabajamos para alguien que intentó entrar en contacto con usted hace varias semanas y lo ignoró completamente. No queríamos perseguirlo, nuestro amigo aquí presente solo iba a invitarlo a conversar en la mesa del Le Blanc.

-¿De quién está hablando? – preguntó Luca, desconfiando cada vez más.

El hombre del terno manchado con café sacó de su bolsillo un sobre doblado. Fue en dirección a Luca, le entregó el sobre y una vez más se alejó. El joven, luego de buscar un foco de luz que atravesaba uno de los rincones de la calle, examinó el papel y sintió un intenso frío en el estómago. No de los que sentía al acercarse un espíritu, pero uno de extrema sorpresa y de un tipo extraño de excitación.

El sobre estaba firmado por August Barwell, el mismo August Barwell que insistentemente pedía, a través de innumerables e incesantes cartas, una consulta espiritual particular con el joven médium de ojos coloridos.

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

Capítulo 2

Blumergard

 

Veinte minutos después, el auto negro y de vidrios polarizados se estacionó frente a una gran casa, antigua y mal iluminada. Llevaron a Luca a un barrio que no conocía muy bien – uno de los barrios de gente rica por los que ni se atrevía a pasar - , y aunque se sintiese un poco más aliviado después de la persecución, sabía que haber entrado en aquel vehículo no había sido una actitud de las más inteligentes.

Los tres hombres se bajaron primero del auto y luego el médium, quien ahora se encontraba de pie en la calzada. Miró alrededor y vio pocas casas en aquella calle. Era un lugar absurdamente tranquilo, y si no fuese por la apariencia organizada y limpia, podría fácilmente ser confundido con un sector deshabitado de la ciudad. Uno de los hombres abrió el portón de fierro, que le llegaba un poco más arriba del pecho, y todos entraron en fila. Luca, una vez más, pasó de los últimos, en silencio, aguardando lo que le esperaba al interior de aquella casa. La parte derecha de la puerta doble se abrió, y en el mismo orden todos entraron.

Luca se vio entonces en una sala grande, bañada por la luz ámbar de una lámpara de vidrio que colgaba sobre su cabeza y se reflejaba en la cerámica oscura del piso. No había ningún mueble, cuadro o ventana en aquella sala: era solo una especie de gran hall de entrada. Al final de la sala había otra puerta doble, aparentemente pesada y antigua. Dos de los hombres de terno se quedaron parados al lado de la entrada, mientras que el tercero siguió por el centro de la sala.

-Venga conmigo por favor, señor Luca.

El joven lo acompañó, oyendo cómo los pasos de ambos sonorizaban el ambiente y resonaban en las paredes. Luego de llegar a la puerta, el hombre se detuvo, puso la mano en la manilla y miró al invitado.

-El señor August lo espera del otro lado de esta puerta.

Luego de un clic la puerta se abrió lentamente, y de inmediato un suave sonido de piano cubrió y recorrió los oídos de Luca. Atravesando la puerta, llegó a un estrecho corredor, no muy largo, que terminaba en otra sala. La melodía se intensificaba a cada paso recorrido, y tan pronto llegó al final del corredor, logró ver de dónde surgía. Había llegado a una sala rectangular, iluminada por una lámpara exactamente igual a la de la entrada. Este nuevo ambiente, sin embargo, se contrastaba absurdamente con el anterior, ya que estaba exageradamente decorado. Cada rincón de aquella pared blanca lucía cuadros y más cuadros, así como también estantes y compartimientos llenos de los más variados artefactos. Era casi como un pequeño museo. En uno de los rincones más oscuros había un gran piano que tocaba automáticamente el “Preludio en Mi menor” de Chopin, y cercanos a él yacían dos sillones de apariencia acogedora, cada uno acompañado de una mesa de tres patas a su lado izquierdo, con una copa y un cenicero encima. Luca continuó hasta llegar al centro de la curiosa sala, deteniéndose y observando en silencio.

-¡Hola! – dijo casi un minuto después, esperando que alguien apareciese por detrás de alguno de los innumerables estantes que repletaban el lugar.

Inmediatamente luego de decir esto, el piano dejó de tocar. Miró desconfiado en su dirección, pero su atención fue atraída súbitamente por ruidos leves un poco más al frente del lugar donde se encontraba parado. Sonidos metálicos y que venían desde atrás de un grande y bello biombo, al mejor estilo japonés de hace siglos. Dos o tres segundos después, Luca vio aparecer desde ahí a un señor flaco, muy pálido, de cabellos grisáceos peinados hacia atrás. Venía en una silla de ruedas que movía con dificultad, tanto por la falta de fuerza como por el poco espacio que había en el camino. Una vez que se dio vuelta y Luca pudo ver su rostro, notó que usaba un parche que cubría por completo su ojo derecho, dejando nada más que un gran globo ocular de un iris castaño reflejase la luz del ambiente.

-Buenas noches, Luca – dijo el señor, con una voz seca y avejentada.

-Buenas noches, August – respondió Luca, sin expresión alguna.

-Lamento mucho haber tenido que enviar a mis hombres a buscarlo. Intenté contactarlo antes, pero no tuve éxito, por lo que necesité ser un poco más directo.

-Estoy aquí, por lo que su plan funcionó.

-¿Puedo servirle algo caliente para beber? Está frío afuera. Un té, un café…

-No se preocupe por mí. Estoy bien.

El viejo lo miró con su único ojo de pies a cabeza, tal vez para cerciorarse de que realmente era el hombre correcto el que tenía al frente. Llevó su mano izquierda a un bolsillo de su pantalón café y de él sacó un pequeño monóculo retráctil, lo abrió y miró el rostro del visitante. Luca se mantenía estático mientras era indiscretamente examinado por el viejo August.

-Es un bello azul el de su ojo izquierdo – dijo, devolviendo el pequeño monóculo al bolsillo.

-Gracias, August.

El viejo continuó observándolo otro breve instante, hasta que finalmente descansó la mirada y enderezó el cuerpo en la silla de ruedas.

-¿Sabe por qué lo llamé hasta aquí, Luca?

-Sus primeras cartas decían que le gustaría una consulta espiritual particular. Como no hago ese tipo de cosas, preferí ignorarlas. Recibí muchas otras después, pero no llegué a abrir ninguna de ellas. Si necesita realmente una consulta particular, debe estar pasando por algo de verdad malo para haberme mandado tantas cartas y para, a fin de cuentas, haber tenido que enviar aquellos gigantes para traerme aquí.

Luca estaba desconcertado y visiblemente incómodo por estar en aquel lugar con un desconocido que, ni tan sutilmente, había obligado a que lo visitara. Esto producía en su rostro una expresión seria, de ojos semicerrados, y que le provocaba pequeñas y discretas líneas de expresión en la frente.

-Siéntese, Luca – dijo el viejo, en el intento de ablandar la inminente falta de paciencia del joven médium, apuntando a uno de los sillones al lado del gran piano.

Inmediatamente obedeció y, con cierto desánimo por sospechar que estaba ahí solo para oír las patrañas de un viejo decrépito, se sentó en el sillón. No obstante, antes de dirigir su atención al viejo August, aprovechó de descansar las piernas por algunos segundos en la indescriptible y casi mágica comodidad de aquel sillón. August giró su silla de ruedas hasta quedar nuevamente frente a Luca, se detuvo y juntó ambas manos encima de las rodillas.

Antes de que pudiese continuar, el señor August fue interrumpido por dos golpes en la puerta, la que inmediatamente se abrió y permitió que uno de los tres hombres, que Luca ya conocía, entrase. Traía en las manos una pequeña bandeja con una taza blanca de porcelana. Se paró delante del viejo, curvó sus casi dos metros de altura y le entregó la bandeja. Tomó el camino de regreso una vez que escuchó un “gracias” bastante ronco. August sostuvo la taza por el mango e hizo que el objeto temblase a un ritmo suave producto de sus nervios, olió rápidamente el vapor y bebió dos sorbos. El líquido expelía un fuerte aroma que Luca conocía, pero que en el momento no habría sabido decir qué era. La manzana de Adán del viejo Barwell, subía y bajaba a cada sorbo, moviéndose por debajo de la piel fina e inexpresiva de un cuello arrugado.

-Té de granada, hortelana y miel – dijo el viejo, luego de dar otro pequeño sorbo. – Le hace bien a mi garganta.

Consciente de que el joven médium probablemente no tendría paciencia suficiente para observar y esperar a un señor enfermo beber su té diario, August dejó la taza en la bandeja y la llevó a una de las mil banquetas distribuidas en la sala.

-Perdone mi interrupción ¿Podemos continuar?

-Continúe, soy todo oídos.

-Déjeme preguntarle una cosa, Luca. ¿Está sintiendo algo diferente en esta sala? – preguntó August, como un profesor le pregunta a un alumno en una interrogación oral.

-Absolutamente – respondió, sin demora – Ahí, ahí y ahí.

Luca había sentido la presencia de tres espíritus desde que cruzó el corredor que llevaba a la sala donde se encontraba el viejo. Todavía sin esbozar reacción alguna, August se mantuvo en silencio como si esperase algo. El joven, sentado en el sillón, en un inicio no se percató, pero pronto notó que estaba siendo desafiado. Sus habilidades estaban descaradamente siendo puestas a prueba.

Sin vacilar, Luca irguió la mano derecha y una vez más la usó para cubrir su ojo castaño. Rápidamente, tres imágenes se formaron en los tres lugares que precisamente había apuntado segundos atrás. De pie, cerca de la puerta, había una mujer rubia y elegantemente vestida. Sus manos estaban cubiertas por guantes que subían hasta sus codos y las mantenía juntas frente al cuerpo. En el otro extremo había una niña de unos cinco o seis años sentada en un tapete redondo y aparentemente suave. Finalmente, sentado frente al piano, lo que explicaba la misteriosa música automática, había un joven de apariencia frágil, vistiendo un abrigo café descolorido. Luca examinó a cada uno de ellos por algunos momentos, y todo lo que pudo encontrar en común entre los tres espíritus fue el hecho de que usaban ropas antiguas, del tipo que solo se encontraba en tiendas de antigüedades que insisten en vender piezas desgastadas de los olvidados años cincuenta. Ninguno parecía prestarle atención al viejo August.

-Una mujer, un joven y una niña. ¿Eran parte de su familia? – preguntó Luca, en tono desafiante.

-Ellos SON mi familia – respondió el viejo de la silla de ruedas – Pero eso ya no importa. El motivo de mi pregunta fue solo para cerciorarme de que realmente lleva un blumergard en su cabeza.

-¿Llevo un qué?

-Blumergard, joven. Significa ojo azul de los espíritus.

Luca pareció gustarle aquel nombre y comenzó a repetirlo en voz baja incontables veces. August permitió que se divirtiese por algunos instantes antes de llamarlo para que volviera a la conversación.

-Usted, Luca, es uno de los pocos seres humanos en este planeta que tiene el honor de portar un blumergard – continuó el señor, nuevamente enderezándose en la silla. – Usted forma parte de un círculo antiguo, ancestral, y necesita saber todo sobre este maravilloso presente.

-Entonces, ¿no es algo natural? ¿Un fenómeno que ocurre por aquí y por allá? Conozco a muchas otras personas que también pueden contactarse con personas muertas.

-Es importante no confundir una cosa con la otra, estimado. Existen millones de paranormales en el mundo, pero los que poseen un ojo azul de los espíritus son muy, muy raros.

-Es curioso. Cuando era niño descubrí por casualidad que podía ver cosas que nadie más veía gracias a este ojo. Todos dudaron de mí hasta que pude probar que hablaba en serio cuando el espíritu de mi padre apareció para pedirme que lo comunicara con mi madre.

-Sé bien cómo es ser un niño y no entender cómo lidiar con una responsabilidad tan grande.

-¿De qué tipo de responsabilidad me habla? Este ojo nunca fue una carga para mí.

-Dígame, joven, ¿usted cree que ese ojo azul sirve solo para ver espíritus?

-Así fue como siempre funcionó conmigo. ¿El suyo no?

El joven médium hizo esta pregunta apuntando con el índice en dirección al parche de August. El viejo sonrió, y por un segundo pareció perdido en lo que decía. Debajo de sus labios delgados se exhibieron dientes amarillentos, y de entre ellos escapó una fuerte tos que produjo sonidos desagradables, como si uno de sus pulmones estuviese listo para dejar de funcionar. Con un pañuelo que sacó del mismo bolsillo donde guardaba el monóculo, protegió su boca y, consecuentemente, privó al aire de recibir lo que quisiese salir de su garganta. Luca prefirió ignorarlo, pero vio claramente pequeños focos de sangre que decoraban de manera mórbida el pequeño pañuelo blanco.

-Creí que el parche sería obvio, pero preferí usarlo de todas formas. Mantengo mi blumergard oculto por motivos que explicaré cuando llegue el momento.

-Es un bello parche. Incluso ya pensé en comprarme uno, pero creo que no va mucho con mi estilo.

-¿Ya debe haber notado cómo están las calles de esta ciudad, cierto? – preguntó el viejo, una vez que recuperó el aliento.

-Es imposible no notarlo. Ellos están por todas partes y a cada día y a cada hora parecen doblar la cantidad.

-¿Y nunca se preguntó el motivo de esto?

-Claro que sí, pero es algo que se escapa de mi comprensión. Sé que existen algunos espíritus que no logran realizar su viaje por motivos específicos y particulares, pero ¿Por qué tantos, y tantos de una sola vez?

August se mostraba más satisfecho a cada segundo, visiblemente animado por estar finalmente teniendo aquella conversación. Luca, por su parte, a cada momento se sentía más intrigado ¿Quién era aquel viejo y qué interés tenía por él, por su ojo azul y por el exceso de espíritus errantes en el mundo de los vivos?

-¿Usted es un hombre religioso, Luca?

-No puedo decir que sí, pero tengo momentos de… comunicación.

-Entonces, ¿cree en el cielo y el infierno?

-Absolutamente.

-¿Cuál es su definición de cielo e infierno?

-Las almas buenas se van al cielo y las almas malas al infierno.

-Muy bien. ¿Y aquellas que no son completamente buenas ni completamente malas? ¿A dónde cree que van, Luca?

El joven frotó sus ojos y pareció sorprendido por la última de las innumerables preguntas que August disparó contra él. Poco sabía sobre aquella historia que definía el destino de las almas, fuesen errantes o no, y nunca se interesó en perfeccionar sus conocimientos en el área. Irónicamente, los muertos lo ayudaban a vivir, y para él, aquello siempre fue mucho más que suficiente.

-No sé, ¿al purgatorio?

August soltó una carcajada al oír la respuesta de Luca. En el fondo sabía que él realmente no conocía mucho sobre el área en la que se desempeñaba, pero esperaba una respuesta menos obvia y no tan simple como “purgatorio”.

-Purgatorio, limbo, y todos esos lugares parecidos no pasan de invenciones de la iglesia católica en los últimos siglos, todo para obligar a las personas a seguir la religión. No existe ese tipo de cosa.

-Nunca me dediqué a entender a fondo ese tipo de cosas, August. Esos asuntos nunca fueron de mi interés.

Luca respondía a las preguntas del viejo y gradualmente perdía la noción del rumbo de aquel vaivén de preguntas y respuestas. Todavía no entendía dónde quería llegar y, tal vez, no estuviese dispuesto a esperar mucho para descubrirlo.

-Además del mundo de los vivos, del cielo y del infierno, existe solo un mundo más que alberga a los espíritus. Ese mundo se llama Reflejo

-Reflejo… ¿como el reflejo de un espejo?

-Muy parecido, Luca. Déjeme explicarle mejor. El Reflejo, como su propio nombre sugiere, es una imagen duplicada de este mundo que conocemos. Todo es exactamente igual. Las calles, las plazas, los edificios. La única diferencia es que es un mundo invertido, tanto física como espiritualmente. Es un mundo donde permanecen los espíritus que no caben ni en las alturas ni en las profundidades.

-Entonces, déjeme adivinar. Ya que me preguntó sobre el exceso de errantes y ahora me habla sobre un mundo paralelo reservado solo para ellos, ¿quiere decir que es del Reflejo que están viniendo estos millares de espíritus? – preguntó el joven, apoyándose en una débil técnica de deducción.

-No, Luca. Es exactamente lo contrario. Estos millares de errantes que nosotros, portadores del blumergard, podemos ver, deberían ESTAR en el Reflejo, pero por algún motivo no están logrando realizar el viaje. Algo… alguna cosa en el Reflejo está mal, y la puerta que sirve de entrada a estos espíritus no se está abriendo.

-¿Puerta? ¿Qué quiere decir con “puerta”? Los espíritus solo desaparecen cuando cumplen su misión, ¿cierto? ¡PUF! ¡Adiós!

-Todos los espíritus deben atravesar una especie de puerta para dejar el mundo de los vivos. Para cumplir esa función, la de mantener esta puerta funcionando correctamente, existen los Equilibriums. ¿Quiénes son ellos? Nada más que seres con dones iguales a los nuestros. Ellos deben mantener el orden y el flujo de espíritus que parten de este mundo al Reflejo.

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