Equilibrium

Equilibrium


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Finalmente notó que no podía hacer mucho. Por precaución, había dejado su celular en casa – nunca salía con él después de oscurecer – y gritar por ayuda estaba fuera de discusión. Al sentir que con el poco aliento que le quedaba no aguantaría por mucho tiempo más, nuevamente dejó de escapar y se escondió en el rincón de una calle de la cual no sabía el nombre. Era un lugar repleto de contenedores de basura, que a esa hora se encontraban cerrados y bien protegidos. Sintiendo que sus piernas ya no daban más y que su corazón estaba a punto de salirse de su pecho, se arrodilló para intentar recuperar el aliento. Sintió el sudor cayendo por su frente, pegoteando sus cabellos y goteando desde la punta de su nariz.

Sin saber exactamente si eran reales o producidos por el miedo destructor que sentía, Luca oyó ruidos provenientes de varias direcciones diferentes. Esforzándose por recuperar el control de su mente, segundo a segundo fue recobrando sus sentidos. Sí, realmente estaba oyendo ruidos. Pasos. Incontables y cada vez más cercanos.

Permaneció recostado en la pared fría de ladrillos descascarados y buscó en el suelo algo que pudiese usar para defenderse, pero una tapa de basurero no le pareció de mucha utilidad. Súbitamente, los pasos disminuyeron de velocidad, y luego tres hombres, todos enormes y usando ternos, idénticos a los del hombre que lo estaba persiguiendo, aparecieron, uno de cada callejón alrededor de Luca.

-¿Qué quieren? ¡Déjenme en paz! ¡Váyanse de aquí!

-Señor Luca ¡Cálmese!

-No se acerque ¡Manténgase alejado! ¡SOCORRO!

-Señor Luca, no estamos aquí para hacerle daño – dijo el más alto de los tres, el que estaba en el Le Blanc.

Luca pareció desarmarse y mirando de reojo a cada uno de ellos volvió a su posición erguida.

-Estamos aquí para llevarlo a un lugar donde será muy bien recibido, señor Luca. Como dije, no queremos hacerle ningún daño.

-¿Co-como que me van a llevar a un lugar? ¿De verdad creen que voy a entrar en un auto e ir a un lugar con tres desconocidos?

-¿Prefiere quedarse aquí y que lo encuentren con más agujeros que un coladero, señor Luca? – dijo uno de los hombres, soltando una risa que fue acompañada por los otros dos.

-Trabajamos para alguien que intentó entrar en contacto con usted hace varias semanas y lo ignoró completamente. No queríamos perseguirlo, nuestro amigo aquí presente solo iba a invitarlo a conversar en la mesa del Le Blanc.

-¿De quién está hablando? – preguntó Luca, desconfiando cada vez más.

El hombre del terno manchado con café sacó de su bolsillo un sobre doblado. Fue en dirección a Luca, le entregó el sobre y una vez más se alejó. El joven, luego de buscar un foco de luz que atravesaba uno de los rincones de la calle, examinó el papel y sintió un intenso frío en el estómago. No de los que sentía al acercarse un espíritu, pero uno de extrema sorpresa y de un tipo extraño de excitación.

El sobre estaba firmado por August Barwell, el mismo August Barwell que insistentemente pedía, a través de innumerables e incesantes cartas, una consulta espiritual particular con el joven médium de ojos coloridos.

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

Capítulo 2

Blumergard

 

Veinte minutos después, el auto negro y de vidrios polarizados se estacionó frente a una gran casa, antigua y mal iluminada. Llevaron a Luca a un barrio que no conocía muy bien – uno de los barrios de gente rica por los que ni se atrevía a pasar - , y aunque se sintiese un poco más aliviado después de la persecución, sabía que haber entrado en aquel vehículo no había sido una actitud de las más inteligentes.

Los tres hombres se bajaron primero del auto y luego el médium, quien ahora se encontraba de pie en la calzada. Miró alrededor y vio pocas casas en aquella calle. Era un lugar absurdamente tranquilo, y si no fuese por la apariencia organizada y limpia, podría fácilmente ser confundido con un sector deshabitado de la ciudad. Uno de los hombres abrió el portón de fierro, que le llegaba un poco más arriba del pecho, y todos entraron en fila. Luca, una vez más, pasó de los últimos, en silencio, aguardando lo que le esperaba al interior de aquella casa. La parte derecha de la puerta doble se abrió, y en el mismo orden todos entraron.

Luca se vio entonces en una sala grande, bañada por la luz ámbar de una lámpara de vidrio que colgaba sobre su cabeza y se reflejaba en la cerámica oscura del piso. No había ningún mueble, cuadro o ventana en aquella sala: era solo una especie de gran hall de entrada. Al final de la sala había otra puerta doble, aparentemente pesada y antigua. Dos de los hombres de terno se quedaron parados al lado de la entrada, mientras que el tercero siguió por el centro de la sala.

-Venga conmigo por favor, señor Luca.

El joven lo acompañó, oyendo cómo los pasos de ambos sonorizaban el ambiente y resonaban en las paredes. Luego de llegar a la puerta, el hombre se detuvo, puso la mano en la manilla y miró al invitado.

-El señor August lo espera del otro lado de esta puerta.

Luego de un clic la puerta se abrió lentamente, y de inmediato un suave sonido de piano cubrió y recorrió los oídos de Luca. Atravesando la puerta, llegó a un estrecho corredor, no muy largo, que terminaba en otra sala. La melodía se intensificaba a cada paso recorrido, y tan pronto llegó al final del corredor, logró ver de dónde surgía. Había llegado a una sala rectangular, iluminada por una lámpara exactamente igual a la de la entrada. Este nuevo ambiente, sin embargo, se contrastaba absurdamente con el anterior, ya que estaba exageradamente decorado. Cada rincón de aquella pared blanca lucía cuadros y más cuadros, así como también estantes y compartimientos llenos de los más variados artefactos. Era casi como un pequeño museo. En uno de los rincones más oscuros había un gran piano que tocaba automáticamente el “Preludio en Mi menor” de Chopin, y cercanos a él yacían dos sillones de apariencia acogedora, cada uno acompañado de una mesa de tres patas a su lado izquierdo, con una copa y un cenicero encima. Luca continuó hasta llegar al centro de la curiosa sala, deteniéndose y observando en silencio.

-¡Hola! – dijo casi un minuto después, esperando que alguien apareciese por detrás de alguno de los innumerables estantes que repletaban el lugar.

Inmediatamente luego de decir esto, el piano dejó de tocar. Miró desconfiado en su dirección, pero su atención fue atraída súbitamente por ruidos leves un poco más al frente del lugar donde se encontraba parado. Sonidos metálicos y que venían desde atrás de un grande y bello biombo, al mejor estilo japonés de hace siglos. Dos o tres segundos después, Luca vio aparecer desde ahí a un señor flaco, muy pálido, de cabellos grisáceos peinados hacia atrás. Venía en una silla de ruedas que movía con dificultad, tanto por la falta de fuerza como por el poco espacio que había en el camino. Una vez que se dio vuelta y Luca pudo ver su rostro, notó que usaba un parche que cubría por completo su ojo derecho, dejando nada más que un gran globo ocular de un iris castaño reflejase la luz del ambiente.

-Buenas noches, Luca – dijo el señor, con una voz seca y avejentada.

-Buenas noches, August – respondió Luca, sin expresión alguna.

-Lamento mucho haber tenido que enviar a mis hombres a buscarlo. Intenté contactarlo antes, pero no tuve éxito, por lo que necesité ser un poco más directo.

-Estoy aquí, por lo que su plan funcionó.

-¿Puedo servirle algo caliente para beber? Está frío afuera. Un té, un café…

-No se preocupe por mí. Estoy bien.

El viejo lo miró con su único ojo de pies a cabeza, tal vez para cerciorarse de que realmente era el hombre correcto el que tenía al frente. Llevó su mano izquierda a un bolsillo de su pantalón café y de él sacó un pequeño monóculo retráctil, lo abrió y miró el rostro del visitante. Luca se mantenía estático mientras era indiscretamente examinado por el viejo August.

-Es un bello azul el de su ojo izquierdo – dijo, devolviendo el pequeño monóculo al bolsillo.

-Gracias, August.

El viejo continuó observándolo otro breve instante, hasta que finalmente descansó la mirada y enderezó el cuerpo en la silla de ruedas.

-¿Sabe por qué lo llamé hasta aquí, Luca?

-Sus primeras cartas decían que le gustaría una consulta espiritual particular. Como no hago ese tipo de cosas, preferí ignorarlas. Recibí muchas otras después, pero no llegué a abrir ninguna de ellas. Si necesita realmente una consulta particular, debe estar pasando por algo de verdad malo para haberme mandado tantas cartas y para, a fin de cuentas, haber tenido que enviar aquellos gigantes para traerme aquí.

Luca estaba desconcertado y visiblemente incómodo por estar en aquel lugar con un desconocido que, ni tan sutilmente, había obligado a que lo visitara. Esto producía en su rostro una expresión seria, de ojos semicerrados, y que le provocaba pequeñas y discretas líneas de expresión en la frente.

-Siéntese, Luca – dijo el viejo, en el intento de ablandar la inminente falta de paciencia del joven médium, apuntando a uno de los sillones al lado del gran piano.

Inmediatamente obedeció y, con cierto desánimo por sospechar que estaba ahí solo para oír las patrañas de un viejo decrépito, se sentó en el sillón. No obstante, antes de dirigir su atención al viejo August, aprovechó de descansar las piernas por algunos segundos en la indescriptible y casi mágica comodidad de aquel sillón. August giró su silla de ruedas hasta quedar nuevamente frente a Luca, se detuvo y juntó ambas manos encima de las rodillas.

Antes de que pudiese continuar, el señor August fue interrumpido por dos golpes en la puerta, la que inmediatamente se abrió y permitió que uno de los tres hombres, que Luca ya conocía, entrase. Traía en las manos una pequeña bandeja con una taza blanca de porcelana. Se paró delante del viejo, curvó sus casi dos metros de altura y le entregó la bandeja. Tomó el camino de regreso una vez que escuchó un “gracias” bastante ronco. August sostuvo la taza por el mango e hizo que el objeto temblase a un ritmo suave producto de sus nervios, olió rápidamente el vapor y bebió dos sorbos. El líquido expelía un fuerte aroma que Luca conocía, pero que en el momento no habría sabido decir qué era. La manzana de Adán del viejo Barwell, subía y bajaba a cada sorbo, moviéndose por debajo de la piel fina e inexpresiva de un cuello arrugado.

-Té de granada, hortelana y miel – dijo el viejo, luego de dar otro pequeño sorbo. – Le hace bien a mi garganta.

Consciente de que el joven médium probablemente no tendría paciencia suficiente para observar y esperar a un señor enfermo beber su té diario, August dejó la taza en la bandeja y la llevó a una de las mil banquetas distribuidas en la sala.

-Perdone mi interrupción ¿Podemos continuar?

-Continúe, soy todo oídos.

-Déjeme preguntarle una cosa, Luca. ¿Está sintiendo algo diferente en esta sala? – preguntó August, como un profesor le pregunta a un alumno en una interrogación oral.

-Absolutamente – respondió, sin demora – Ahí, ahí y ahí.

Luca había sentido la presencia de tres espíritus desde que cruzó el corredor que llevaba a la sala donde se encontraba el viejo. Todavía sin esbozar reacción alguna, August se mantuvo en silencio como si esperase algo. El joven, sentado en el sillón, en un inicio no se percató, pero pronto notó que estaba siendo desafiado. Sus habilidades estaban descaradamente siendo puestas a prueba.

Sin vacilar, Luca irguió la mano derecha y una vez más la usó para cubrir su ojo castaño. Rápidamente, tres imágenes se formaron en los tres lugares que precisamente había apuntado segundos atrás. De pie, cerca de la puerta, había una mujer rubia y elegantemente vestida. Sus manos estaban cubiertas por guantes que subían hasta sus codos y las mantenía juntas frente al cuerpo. En el otro extremo había una niña de unos cinco o seis años sentada en un tapete redondo y aparentemente suave. Finalmente, sentado frente al piano, lo que explicaba la misteriosa música automática, había un joven de apariencia frágil, vistiendo un abrigo café descolorido. Luca examinó a cada uno de ellos por algunos momentos, y todo lo que pudo encontrar en común entre los tres espíritus fue el hecho de que usaban ropas antiguas, del tipo que solo se encontraba en tiendas de antigüedades que insisten en vender piezas desgastadas de los olvidados años cincuenta. Ninguno parecía prestarle atención al viejo August.

-Una mujer, un joven y una niña. ¿Eran parte de su familia? – preguntó Luca, en tono desafiante.

-Ellos SON mi familia – respondió el viejo de la silla de ruedas – Pero eso ya no importa. El motivo de mi pregunta fue solo para cerciorarme de que realmente lleva un blumergard en su cabeza.

-¿Llevo un qué?

-Blumergard, joven. Significa ojo azul de los espíritus.

Luca pareció gustarle aquel nombre y comenzó a repetirlo en voz baja incontables veces. August permitió que se divirtiese por algunos instantes antes de llamarlo para que volviera a la conversación.

-Usted, Luca, es uno de los pocos seres humanos en este planeta que tiene el honor de portar un blumergard – continuó el señor, nuevamente enderezándose en la silla. – Usted forma parte de un círculo antiguo, ancestral, y necesita saber todo sobre este maravilloso presente.

-Entonces, ¿no es algo natural? ¿Un fenómeno que ocurre por aquí y por allá? Conozco a muchas otras personas que también pueden contactarse con personas muertas.

-Es importante no confundir una cosa con la otra, estimado. Existen millones de paranormales en el mundo, pero los que poseen un ojo azul de los espíritus son muy, muy raros.

-Es curioso. Cuando era niño descubrí por casualidad que podía ver cosas que nadie más veía gracias a este ojo. Todos dudaron de mí hasta que pude probar que hablaba en serio cuando el espíritu de mi padre apareció para pedirme que lo comunicara con mi madre.

-Sé bien cómo es ser un niño y no entender cómo lidiar con una responsabilidad tan grande.

-¿De qué tipo de responsabilidad me habla? Este ojo nunca fue una carga para mí.

-Dígame, joven, ¿usted cree que ese ojo azul sirve solo para ver espíritus?

-Así fue como siempre funcionó conmigo. ¿El suyo no?

El joven médium hizo esta pregunta apuntando con el índice en dirección al parche de August. El viejo sonrió, y por un segundo pareció perdido en lo que decía. Debajo de sus labios delgados se exhibieron dientes amarillentos, y de entre ellos escapó una fuerte tos que produjo sonidos desagradables, como si uno de sus pulmones estuviese listo para dejar de funcionar. Con un pañuelo que sacó del mismo bolsillo donde guardaba el monóculo, protegió su boca y, consecuentemente, privó al aire de recibir lo que quisiese salir de su garganta. Luca prefirió ignorarlo, pero vio claramente pequeños focos de sangre que decoraban de manera mórbida el pequeño pañuelo blanco.

-Creí que el parche sería obvio, pero preferí usarlo de todas formas. Mantengo mi blumergard oculto por motivos que explicaré cuando llegue el momento.

-Es un bello parche. Incluso ya pensé en comprarme uno, pero creo que no va mucho con mi estilo.

-¿Ya debe haber notado cómo están las calles de esta ciudad, cierto? – preguntó el viejo, una vez que recuperó el aliento.

-Es imposible no notarlo. Ellos están por todas partes y a cada día y a cada hora parecen doblar la cantidad.

-¿Y nunca se preguntó el motivo de esto?

-Claro que sí, pero es algo que se escapa de mi comprensión. Sé que existen algunos espíritus que no logran realizar su viaje por motivos específicos y particulares, pero ¿Por qué tantos, y tantos de una sola vez?

August se mostraba más satisfecho a cada segundo, visiblemente animado por estar finalmente teniendo aquella conversación. Luca, por su parte, a cada momento se sentía más intrigado ¿Quién era aquel viejo y qué interés tenía por él, por su ojo azul y por el exceso de espíritus errantes en el mundo de los vivos?

-¿Usted es un hombre religioso, Luca?

-No puedo decir que sí, pero tengo momentos de… comunicación.

-Entonces, ¿cree en el cielo y el infierno?

-Absolutamente.

-¿Cuál es su definición de cielo e infierno?

-Las almas buenas se van al cielo y las almas malas al infierno.

-Muy bien. ¿Y aquellas que no son completamente buenas ni completamente malas? ¿A dónde cree que van, Luca?

El joven frotó sus ojos y pareció sorprendido por la última de las innumerables preguntas que August disparó contra él. Poco sabía sobre aquella historia que definía el destino de las almas, fuesen errantes o no, y nunca se interesó en perfeccionar sus conocimientos en el área. Irónicamente, los muertos lo ayudaban a vivir, y para él, aquello siempre fue mucho más que suficiente.

-No sé, ¿al purgatorio?

August soltó una carcajada al oír la respuesta de Luca. En el fondo sabía que él realmente no conocía mucho sobre el área en la que se desempeñaba, pero esperaba una respuesta menos obvia y no tan simple como “purgatorio”.

-Purgatorio, limbo, y todos esos lugares parecidos no pasan de invenciones de la iglesia católica en los últimos siglos, todo para obligar a las personas a seguir la religión. No existe ese tipo de cosa.

-Nunca me dediqué a entender a fondo ese tipo de cosas, August. Esos asuntos nunca fueron de mi interés.

Luca respondía a las preguntas del viejo y gradualmente perdía la noción del rumbo de aquel vaivén de preguntas y respuestas. Todavía no entendía dónde quería llegar y, tal vez, no estuviese dispuesto a esperar mucho para descubrirlo.

-Además del mundo de los vivos, del cielo y del infierno, existe solo un mundo más que alberga a los espíritus. Ese mundo se llama Reflejo

-Reflejo… ¿como el reflejo de un espejo?

-Muy parecido, Luca. Déjeme explicarle mejor. El Reflejo, como su propio nombre sugiere, es una imagen duplicada de este mundo que conocemos. Todo es exactamente igual. Las calles, las plazas, los edificios. La única diferencia es que es un mundo invertido, tanto física como espiritualmente. Es un mundo donde permanecen los espíritus que no caben ni en las alturas ni en las profundidades.

-Entonces, déjeme adivinar. Ya que me preguntó sobre el exceso de errantes y ahora me habla sobre un mundo paralelo reservado solo para ellos, ¿quiere decir que es del Reflejo que están viniendo estos millares de espíritus? – preguntó el joven, apoyándose en una débil técnica de deducción.

-No, Luca. Es exactamente lo contrario. Estos millares de errantes que nosotros, portadores del blumergard, podemos ver, deberían ESTAR en el Reflejo, pero por algún motivo no están logrando realizar el viaje. Algo… alguna cosa en el Reflejo está mal, y la puerta que sirve de entrada a estos espíritus no se está abriendo.

-¿Puerta? ¿Qué quiere decir con “puerta”? Los espíritus solo desaparecen cuando cumplen su misión, ¿cierto? ¡PUF! ¡Adiós!

-Todos los espíritus deben atravesar una especie de puerta para dejar el mundo de los vivos. Para cumplir esa función, la de mantener esta puerta funcionando correctamente, existen los Equilibriums. ¿Quiénes son ellos? Nada más que seres con dones iguales a los nuestros. Ellos deben mantener el orden y el flujo de espíritus que parten de este mundo al Reflejo.

El joven, en un abrir y cerrar de ojos, pareció confundirse totalmente con tanta información. Las respuestas que buscaba, sin embargo, no surgieron de inmediato. El señor August comenzó a mirar a Luca de forma curiosa, concentrando su único ojo a la vista en el ojo azul del joven. Luca se sintió ligeramente sin gracia, pero para demostrar confianza no desvió la mirada y también se mantuvo mirando fijamente al hombre de rostro arrugado. August levantó entonces el brazo derecho y con un movimiento preciso y decidido se sacó el parche. Su blumergard apareció, en un azul muy vivo y nítido. Ahora ambos hombres de ojos coloridos se miraban.

-¿Equilibriums? Nunca había oído nada parecido en mi vida. La verdad es que nunca había oído hablar nada de todo lo que me ha dicho.

Un silencio casi incómodo se impuso entre ellos, y aunque todavía tenía muchas cosas que decir, August esperó a que Luca decidiese si le gustaría continuar oyendo o hacer alguna otra pregunta. Luego de estudiarlo en su propia cabeza, el joven médium decidió optar por la segunda opción.

-Y esta… puerta a este otro mundo, ¿dónde se encuentra?

-Esta es la puerta al Reflejo, Luca – dijo el viejo, levantando su dedo índice hasta llegar a la altura de su blumergard. – Yo soy el Equilibrium de esta ciudad.

Incapaz de saber exactamente qué responder, Luca retribuyó la información con una nueva expresión confusa y aparentemente llena de preguntas.

-Si usted es el Equilibrium de esta ciudad, ¿por qué los espíritus no están logrando pasar al Reflejo? ¿Por casualidad se encuentra usted en receso?

-Ojalá lo estuviese, joven. Ojalá lo estuviese. El gran problema aquí es que un Equilibrium no trabaja solo. Existe otro, que funciona como mi contraparte y que debe estar preparado en el Reflejo. Un Equilibrium en el mundo de los vivos, un Equilibrium en el mundo de los muertos.

Poco a poco, lentamente reuniendo y procesando toda aquella loca historia contada por el señor August, Luca parecía encajar las piezas y entender aquel entrelazado de mundos. Mundo de los vivos, cielo, infierno y Reflejo.

-Entonces… si usted está aquí cumpliendo su papel de Equilibrium, significa que su contraparte en el Reflejo no está haciendo lo mismo – sugirió Luca, llevando una de las manos al mentón en señal de reflexión.

-Qué joven más astuto – respondió el viejo, satisfecho. – Es exactamente donde radica el problema. Tenemos un horario acordado, un momento exacto para abrir las puertas entre ambos mundos. Un pequeño ritual, para ser más exacto. Esto ocurre una vez cada siete días y ya hace algún tiempo que solo mi puerta se abre. Los espíritus llegan a mi blumergard y lo atraviesan, pero una vez que llegan al límite del camino son devueltos. Y es por esto que la ciudad está así, repleta de errantes.

El joven médium se levantó del sillón y comenzó a recorrer la sala de esquina a esquina, todavía tocando su mentón barbado con una de las manos. Solo el sonido de sus pasos lentos, mezclados con el tic-tac de un reloj de pared quebraba el silencio de aquel extraño lugar. Luca había entendido por completo el problema y lo que lo causaba, pero una última pregunta, tal vez la más importante de todas, todavía acechaba como una nube negra sobre su cabeza.

-Señor August, creo que usted también estaba esperando que yo hiciera esta pregunta, pero… ¿por qué yo?

-Creí que nunca lo iba a preguntar.

August dejó el lugar donde hace minutos se encontraba y giró las ruedas de la silla hasta lograr quedar frente a su invitado. Luca admiraba una pintura de tonos anaranjados y abstractos que colgaba en una de las paredes; el viejo le dio algunos segundos más de silencio antes de continuar su larga explicación.

-Usted es el único en esta ciudad, además de mí, que también porta un bluemergard, Luca. Esto significa que solo usted y yo tenemos permiso para burlar ciertas reglas del Reflejo. Usted y yo podemos dejar el mundo de los vivos y atravesar al otro lado, y es por eso que el Reflejo lo necesita.

-¿Está bromeando, cierto? – preguntó el joven, algo enojado.

El viejo August respondió a la pregunta de Luca solo con una mirada profunda y penetrante. En su expresión de líneas arrugadas y profundas ojeras, había de todo, menos cualquier indicio de broma implícita o subliminal. Al recibir la respuesta que buscaba, el joven no pudo evitar esbozar una sonrisa repleta de cinismo – o tal vez preocupación – y llevó las puntas de sus dedos a las sienes, masajeándolas para intentar evitar un repentino dolor de cabeza.

-¿Usted me trajo aquí para, gentilmente, invitarme a visitar el mundo de los muertos?

-Exactamente –respondió August, sin rodeos -. Iría yo mismo, pero como puede ver, mi situación no es de las mejores.

Una nueva crisis de tos atacó el cuerpo del viejo, pero fue imposible definir si era de verdad o era solo para esconder la gravedad del problema. Luca se alejó de la pared de August, caminando de forma indecisa por la habitación llena de muebles. Se rascó la nuca, tronó sus dedos y cruzó los brazos. Vivía un día normal de su rutina diaria, había decidido salir para comer algo y después de una absurda persecución, había terminado ahí, en la casa de un viejo extraño, dispuesto a oír historias sobre mundos paralelos y, como guinda de la torta, le informaron que necesitaría dejar su propio mundo para resolver los problemas de otro. Aquella, definitivamente, sería una noche que jamás olvidaría.

-No lo piense mucho ahora, joven. Le daré un tiempo para que sus ideas maduren.

-Pero y si… ¿si no quisiese ser parte de esto? O sea, tengo elección, ¿cierto?

-Usted nació con un blumergard, Luca, y eso quiere decir algo. Pero como le dije, no es necesario que se preocupe ahora. Sé que está cansado y que solo quiere volver a su casa. Reflexione sobre todo lo que oyó aquí hoy. Entraré nuevamente en contacto con usted pronto.

Confundido, Luca prefirió no responder, y sin ninguna ceremonia comenzó a cruzar el corredor que llevaba a la salida. August lo siguió con sus ojos y esperó que se diese vuelta, al menos para despedirse. Como previó, el joven se dio vuelta, por encima del hombro y preguntó:

-¿Qué pasará si este flujo no es corregido?

-A nosotros, los vivos, nada muy serio. Solo intente imaginar centenas, millares de errantes aprendiendo a readquirir algunas habilidades de seres vivos, tales como crear corrientes de aire y abrir puertas y ventanas como en los clichés de las películas. A los errantes, sin embargo, la ciudad se le volverá cada vez más llena y pesada. Que no se le olvide que somos responsables por ellos, lo quiera o no.

Luca asintió con la cabeza y salió. Antes de cerrar la puerta y de dejar al viejo y su silla de ruedas solos, detrás de ella oyó un “buenas noches”, ronco y reprimido, pero no lo retribuyó. Se apresuró a salir de la casa, y una vez que pasó por la primera sala, los tres hombres de terno lo esperaban. Sin decir ni una palabra, uno de ellos lo acompañó y le indicó con un gesto que nuevamente entrase en el auto negro. Obedeció, lleno de ganas de estar pronto en su casa para tomar una nueva ducha de agua caliente, de por lo menos quince minutos.

Capítulo 3

Soledad

 

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