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Giordano Bruno, el hereje que pensó por sí mismo

Hace más de cuatrocientos años, la Santa Inquisición, en nombre de Dios, condenó a morir en la hoguera a un hombre que se anticipó a su tiempo, pero que nos dejó un mensaje de cómo la rebeldía es una causa que es necesario poner en práctica para enfrentarse al poder establecido. Fue condenado por hereje, pero en realidad quienes le sentenciaron a muerte lo hicieron porque vieron en él a alguien capaz de pensar por sí mismo. Ese fue su mayor pecado…

Pongamos por delante unas breves pinceladas biográficas para retratar la vida de Giordano Bruno, un personaje que nació en Ñola (Italia) en 1548 y que con apenas quince años ingresó en los dominicos. Sólo trece años después, las primeras sospechas empezaron a recaer sobre él. Y todo porque se negaba a idolatrar a los santos y por empezar a manifestar una idea de Dios que iba mucho más allá de la concepción antropocéntrica de la época. Sin embargo, en absoluto era un ateo. Él creía en Dios, pero lo hacía con una visión científica que o no quisieron o no llegaron a entender los hombres de su época. A fin de cuentas, él fue el primero —y hete aquí la que puede ser su idea más innovadora— en proponer la pluralidad de mundos habitados, un concepto que en aquella época quebraba con absolutamente todo lo establecido…

Pero no vayamos aún tan lejos. Con tan sólo veintiocho años abandonó el monasterio dominico y, tras viajar en busca de respuestas vitales, abrazó el calvinismo pero, poco después, cuando quiso ejercer el derecho a la libre opinión, fue hecho prisionero acusado de ser contrario a la libertad intelectual. Y todo por haber mostrado su disconformidad con algunas de las normas propuestas por Calvino. Es decir, la condena que le cayó fue justo por lo contrario de lo que hizo.

Su batalla contra los poderes establecidos no quedó ahí. Tras su guerra contra el calvinismo se trasladó a Londres, en donde se convirtió en profesor de la Universidad de Oxford. Eran los tiempos en los que el mundo aristotélico empezó a perder sentido frente a las propuestas de Copérnico. Básicamente, se empezaba a considerar nuestro mundo como una parte del universo y no como el centro.

Erróneamente, algunos recuerdan su figura como la de un mártir científico. Y eso es falso por mucho que Bruno prefigurara algunos conceptos propios de la ciencia moderna. Sus tesis suponían una ruptura con lo medieval y a punto estuvo de plantear conceptos propios del siglo XX. Ya dijo que cada estrella es el centro de un sistema planetario, algo que hasta hace sólo veinte años aún era negado por muchos científicos.

Pero tampoco fue sólo un hereje religioso. Cierto que por eso fue condenado a la hoguera en el año 1600. Fue quemado vivo «a fuego lento, para incrementar el sufrimiento». De él, la Santa Inquisición dijo que era apóstata, impenitente, herético y obstinado. Entre las cosas que negaba rotundamente estaba el pecado original; no podía concebir que el amor carnal fuera un crimen cuando era un modo de mantener el discurrir del universo hacia el infinito. También ponía en duda el sentido que la Iglesia daba a la encarnación de Jesús; pues siendo como fue un defensor de la pluralidad de mundos, al afirmar tal cosa cuestionaba el carácter único de la figura de Jesús. A día de hoy, la Iglesia sigue sin aceptar sus planteamientos…

Su discurso frente a las acusaciones que vertían contra él los doctores de la Iglesia fue memorable: «Creo que el universo es infinito como obra del divino e infinito poder, porque hubiera sido indigno de la omnipotencia y de la bondad de Dios crear un solo mundo finito pudiendo crear, además de este mundo, infinitos otros. Por tanto, declaro que hay múltiples mundos parecidos al nuestro… Esto parece a primera vista contrario a la verdad si se compulsa con la fe ortodoxa. Además, en este universo hay una providencia por cuya virtud todos los seres viven, se mueven y perseveran en su perfeccionamiento… Con respecto a la verdadera fe, ha de creerse en la individualidad de las divinas personas».

Su discurso nos recuerda por qué fue un hereje. Es muy sencillo: Giordano Bruno defendió el librepensamiento como única forma de crecimiento personal. Y ese mensaje de independencia respecto a los poderes establecidos es aquello que nos debe quedar de un personaje que fue quemado porque ejerció su derecho a opinar por sí mismo. Esa fue su herejía.

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