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IX Grandes conspiraciones de la historia » El proyecto HAARP

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El proyecto HAARP

A mediados de marzo de 2005, se supo que los científicos y militares que lideraban el programa HAARP habían logrado, de forma accidental, crear una aurora boreal de forma artificial. Los teletipos y las agencias de noticias de todo el mundo se hicieron eco tímidamente de lo que en realidad era una noticia muy importante: la muestra del inmenso poder del calentador ionosférico que constituye uno de los grandes proyectos científico-militares de la nación más poderosa del planeta. Pero ¿qué es HAARP?

En Gakona, una remota localidad de Alaska, se eleva un majestuoso bosque de antenas levantadas por las Fuerzas Armadas de Estados Unidos y por una serie de corporaciones y compañías que trabajan para ellas. Corresponden al programa de Investigación de la Aurora Activa de Alta Frecuencia, más conocido por sus siglas en inglés como HAARP —High Frequency Active Aural Research Program—. Según el gobierno de Estados Unidos, sus funciones son muy claras: reemplazar el antiguo sistema ROTHR, mejorar las comunicaciones con la flota de submarinos nucleares de la US Navy más allá del horizonte, bloquear las comunicaciones del enemigo y realizar funciones de termografía para detectar armas nucleares y minerales varios kilómetros bajo el suelo. Serviría también para sustituir el efecto del impulso electromagnético de las bombas nucleares explosionadas en la atmósfera y sería también una herramienta eficaz de disuasión que obligaría a revisar buena parte de los acuerdos de paz y de no proliferación de armas nucleares, así como un medio ideal para la prospección de yacimientos de petróleo, gas natural y minerales. Y, entre otras cosas, supondría también un instrumento válido para detectar posibles ataques de aviones o misiles en vuelo rasante, algo muy complicado para los radares actuales. Sabemos que de las doce patentes que —aparentemente— forman parte del núcleo de HAARP, la número 4.686.605, del físico texano Bernard Eastlund, hace referencia a «un método y un equipo para cambiar una región de la atmósfera, ionosfera y/o magnetosfera», y estuvo clasificada por orden expresa del gobierno de Estados Unidos durante todo un año. En realidad, el calentador ionosférico de Eastlund es diferente a otros conocidos hasta la fecha: la radiación de radiofrecuencias (RF) se concentra y enfoca en un punto de la ionosfera, consiguiendo proyectar una cantidad de energía sin precedentes.

HAARP es comparable con el viejo sistema ROTHR en varios aspectos. HAARP y ROTHR son sistemas de comunicación que funcionan de forma similar, aunque ROTHR usaba tecnología de los años ochenta hoy ya superada. Los dos sistemas consisten básicamente en grupos de antenas receptoras y transmisoras que son capaces de lanzar potentes ondas electromagnéticas de alta frecuencia, usando la ionosfera como espejo para hacer llegar sus ondas más allá del horizonte y poder comunicarse con submarinos nucleares portadores de vectores estratégicos ICBM. Lo sorprendente es que detrás de estas capacidades militares orientadas a las comunicaciones avanzadas hay algo más, y es que tiene capacidad de ser usado con otros fines no declarados que el Departamento de Defensa de Estados Unidos se ha obstinado en negar. También se ha afirmado con claridad, desde principios de los años noventa del siglo pasado, que HAARP constituye uno de los pilares esenciales de la futura defensa de los intereses geoestratégicos del Pentágono, y que es capaz de controlar procesos ionosféricos. Su transmisor consiste en trescientas sesenta antenas de veintidós metros de alto, que pueden emitir poderosas cargas electromagnéticas hacia la ionosfera logrando su calentamiento hasta producir un agujero no menor de cincuenta kilómetros de diámetro en la misma. HAARP cuenta, además, con apoyos poderosos. El más importante es el inmenso complejo militar industrial en el que decenas de empresas viven de los contratos de las Fuerzas Armadas, pero también de la Universidad de Alaska. Si el proyecto sale bien, el ejército de Estados Unidos lograría dotarse de un escudo defensivo relativamente barato, mientras que la Universidad lograría un avance decisivo en la manipulación geofísica más avanzada que jamás haya tenido lugar desde la bomba atómica.

Para defenderse de las acusaciones que han empezado a sacudir la prensa norteamericana, los militares presentan de forma habitual en los periódicos artículos que comparan las antenas de HAARP con otros calentadores ionosféricos que hay en otras partes del mundo, como las de Arecibo en Puerto Rico o el EISCAT de Noruega, pero no engañan ya a nadie. Si tenemos en cuenta que la ionosfera es la capa del planeta eléctricamente cargada que nos protege de las radiaciones cósmicas y de los rayos ultravioleta, X y gamma, que son nocivos para la salud, las intenciones del Departamento de Defensa de perturbar la ionosfera para estudiar cómo ésta responde y cómo se recupera plantean un grave problema: que los experimentos de HAARP puedan causar efectos no conocidos en todo el mundo. Tal es así que el doctor Richard Williams, de la Sociedad Americana de Física, lo ha calificado como «un acto irresponsable de vandalismo global». En una carta publicada el 20 de noviembre de 1994 en Anchorage Daily News, un diario de la capital de Alaska, se aludía a peligrosas investigaciones militares —relacionadas con un invento de Nikola Tesla— en el transcurso de las cuales se habrían estado enviando haces de partículas desde la superficie de la Tierra hacia la ionosfera. El proyecto al que se hacía referencia no era otro que HAARP y su objetivo: modificar las condiciones de la ionosfera introduciendo cambios químicos en su composición —lo que llevaría consigo un cambio climático—, o bien bloquear las comunicaciones mundiales.

Aquella información impactó al científico Nick Begich, quien junto a la periodista Jeanne Manning se puso inmediatamente manos a la obra para realizar una profunda investigación al respecto. Fruto de la misma vio la luz el libro Angels don’t play this harp (Los ángeles no tocan este arpa), en el que ambos autores plantean inquietantes hipótesis. Una de ellas, por ejemplo, es que, de ponerse en marcha, el proyecto HAARP podría tener peores consecuencias para nuestro planeta que las pruebas nucleares. Begich y Manning están convencidos de que a través del proyecto HAARP se estaría enviando hacia la ionosfera un haz de partículas electromagnéticas orientadas y enfocadas que estarían contribuyendo a su calentamiento.

El proyecto HAARP ha sido presentado a la opinión pública como un programa de investigación científica y académica, pero de acuerdo con la doctora Rosalie Bertell, HAARP forma parte de un sistema integrado de armamento, que tiene consecuencias ecológicas potencialmente devastadoras, que está relacionado con varias décadas de programas para comprender y controlar la atmósfera superior. Las implicaciones militares de la combinación de estos proyectos son alarmantes, pues además de la manipulación climática, HAARP tiene una serie de otros usos relacionados y «podría contribuir a cambiar el clima bombardeando intensivamente la atmósfera con rayos de alta frecuencia. Convirtiendo las ondas de baja frecuencia en alta intensidad podría también afectar a los cerebros humanos, y no se puede excluir que tenga efectos tectónicos».

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