Enigma

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Zoe

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Zoe

Tuve otro orgasmo cuando su sexo ya me había abandonado, como la sacudida secundaria de un temblor de tierra. Un orgasmo no localizado que se difundió por todo el cuerpo, mientras el aire fresco que entraba por la ventana abierta lamía mis riñones. Mi placer había sido total. Todo en mí flotaba en una vibrante tranquilidad, pero comencé a pensar en Naoki, en sus celos, su tristeza y el modo brutal con que la había abandonado. Casi como un hombre. Aquello me hizo sentirme mal. Esperé que no me lo tuviera en cuenta.

Lo que más me sorprendía era ver el rostro sosegado de Joaquim, joven, rozagante, como limpio del peso de su pasado, y no pude sino reconocer que el Ángel lo había calado a la perfección. Tan sencilla y tan radicalmente. Me asaltó una pequeña ola de culpabilidad, pero no encontré nada en Joaquim que pudiera sustentarla.

¿Qué locura se apoderaba de nosotros? ¿Hasta dónde llegaríamos en ese afán de superar nuestros límites? ¿Cómo era posible que tres dinámicas se cruzasen, de repente? ¿Nos hallábamos preparados para recibir esa belleza sin flaquear, sin miedo, sin destrucción? Mi expresión debía de ser muy seria, porque Joaquim me acarició la frente. Poseía una sensibilidad sutil, inmediata, acerada por una larga soledad.

Cuando me preguntó, lo más sencillamente del mundo, si quería café, la pregunta me pareció pasmosa. Nada de ¿qué has sentido esta noche? Ni ¿por qué me incitaste a destruir mi obra? Ni ¿me querrás siempre? Ahora es siempre. La sucesión temporal sólo existe en un contexto de angustia y de miedo; tan pronto se sale de eso, el espacio-tiempo se torna sereno y espejeante, todo se refleja en él infinitamente, sin tragedia ni separación.

Como escribía Diderot a propósito de una comida, para acelerar el tiempo: nos imaginaremos la ducha tomada, los dientes lavados, la mesa del desayuno puesta.

Estamos realmente frente a frente. Íntegramente frente a frente. ¡Qué esplendor! Fuera palabras fatídicas, la pura y resplandeciente banalidad, iluminada por una auténtica noche de amor.

Imaginaremos de nuevo que el tiempo pasa. Hoy los libros están colocados, todo funciona. Estamos listos para abrir Bartleby & Co.

Durante esos días, no recibí noticias de Naoki, pero sí los presupuestos de un impresor del barrio. Me alivió saber que mi amiga no había renunciado al proyecto. Deduje que seguía amándome. ¿Por qué no había ido a verla? ¿Por qué no había pasado ella a buscarme, una mañana a las cuatro? ¿Por qué no habíamos caminado por la playa, abrazadas la una a la otra? No lo sabía; me daba la impresión de que habíamos necesitado las dos ese paréntesis, ella, quizá, para dejar que se volatilizasen esos poderosos celos, yo, para calibrar mejor lo que me unía a ella. Ahora, esa energía parecía haberse disipado. Estaba esa frescura, la posibilidad de volver a verse. Así pues, al salir de mi trabajo, pasé delante de la librería sin detenerme. Hubiera podido subir unos minutos, decirle e Joaquim que iba a ver a Naoki, pero me horrorizaba tener que justificarme. Le llevaba a Naoki el primer libro de poemas que habíamos recibido de un joven catalán, que publicaría algunos en la revista Traces.

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