Enigma

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Joaquim

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La conversación con Naoki era un placer insólito. Me gustaba su delicadeza, su determinación. Había algo muy orgánico en su manera de utilizar la inteligencia. Su cuerpo comunicaba tanto como sus palabras, sus silencios eran tan elocuentes como su lenguaje, y no podía olvidar que me había tenido en sus brazos, que había saboreado la sutileza de su piel, su olor etéreo, tan levemente teñido de fragancias que era indefinible. Como si se pudiera oler el azul del cielo y decir que tiene un olor.

Llevábamos un rato hablando de mis finales. A Naoki la fascinaba que las novelas que yo había elegido pareciesen tener resonancias con lo que vivíamos, y el hecho mismo de que yo le hubiera dado a Zoe el nombre de Fulvia le abría la puerta a ese ámbito especulativo.

—Para mí, está claro que Zoe es la Muchacha de los ojos de oro, viene a ser como si el cruce de nuestras vidas creara un nuevo texto con personajes antiguos, poseedores de un destino particularmente intenso. No sólo reescribe usted finales sino que nos incluye en su proyecto literario.

—Quizá entraron ustedes sin mi ayuda para plasmar mi fantasía.

—Es cierto. Los filósofos del tocador le permiten realizar plenamente lo que de otro modo habría quedado en una fantasía, y eso es lo que es tan hermoso. No existe ya frontera entre la realidad, la ficción, nuestras vidas y nuestro amor a la literatura. Nos vemos arrastrados a la gestación de una obra que no se limita al lenguaje, habla a través de nosotros, crea vida de un modo todavía más total. En realidad es lo que siempre he soñado: ser el poema más que el poeta. El cuerpo de Zoe es un poema, el de usted es un poema, el de Ricardo también, y viene a ser como si formásemos entre los cuatro una verdad poética que se expresa a través de la sexualidad, que inventa un gran cuerpo en el que cuatro fragmentos llegan a formar un todo. Quizá deberíamos atrevernos a llegar a eso, como un cuarteto de cuerdas que en determinados instantes se expresa con una sola voz: quizá entonces nos veríamos sometidos a una armonía que nos rebasaría totalmente, sobre la que no tendríamos control alguno y que originaría una transubstanciación de nuestras almas.

—Una visión maravillosa, pero en una operación alquímica el menor error transforma el oro en plomo.

—El alquimista se juega la vida en cada operación.

Zoe y Ricardo atravesaban la plaza cogidos de la mano. Se sentaron, tomaron más café con bollos. Zoe estaba extrañamente luminosa, pero no la iluminaba la luz bastante viva de aquella mañana; más bien parecía irradiar ella, mientras que el rostro y la mirada de Ricardo traslucían una suerte de temor o de humillación.

La conversación que había mantenido con Naoki me trajo a la memoria un fragmento de una obra de Marsilio Ficino, y entré en la librería con la esperanza de dar con él. Hojeé su

De amore y acabé descubriendo el pasaje que me había dejado una huella. De vuelta en la terraza, me senté y les hice una lectura que los dejó silenciosos: «Pero ¿por qué imaginamos al amor Mago? Porque toda la fuerza de la Magia se basa en el amor. La obra de la Magia es la atracción de una cosa por otra por una cierta afinidad natural. Las partes de este mundo como miembros de un solo animal, dependiendo todas de un solo autor, se unen entre sí por su participación de una sola naturaleza. Así, los miembros de este gran animal, o sea, todos los cuerpos del mundo unidos entre sí, igualmente prestan y toman prestadas sus naturalezas.»

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