Enigma

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IV. Beso » Capítulo 4

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Puck se sumó a los ataques:

—Estoy de acuerdo. La idea es bastante brillante, Thomas. Aplaudo tu… inspiración. Pero tu estrategia depende de un fracaso, ¿no es cierto? Sólo descifraremos Tiburón, como tú mismo reconoces, si los

U-boote encuentran el convoy, que es justamente lo que tratamos de evitar. Y suponiendo que, efectivamente, averiguásemos los ajustes de Tiburón para ese día, ¿qué? Muy bien. Podremos leer las señales que los submarinos envíen a Berlín, jactándose ante Dönitz de los barcos aliados que han conseguido hundir. Y veinticuatro horas después, estaremos otra vez a dos velas.

Algunos de los criptoanalistas prorrumpieron en gruñidos de asentimiento.

—No, no. —Jericho sacudió enfáticamente la cabeza—. Tu lógica es defectuosa, Puck. Lo que deseamos, evidentemente, es que los submarinos no localicen los convoyes. Sí, en eso radica todo el ejercicio. Pero si lo hacen, al menos podremos sacarle un partido. Y no va a ser cosa de un día sólo; si hay suerte, no. Si logramos averiguar los ajustes durante veinticuatro horas, entonces tendremos todos los partes meteorológicos en clave de ese período. Y recuerda que nuestros barcos estarán en la zona, con capacidad para darnos precisamente los datos meteorológicos que los submarinos están codificando. Dispondremos del texto claro, de los ajustes en cifra, de modo que contaremos con un buen punto de partida para reconstruir la nueva tabla de clave meteorológica. Es como meterles otra vez el pie en la puerta. ¿No lo entiendes?

Se mesó los cabellos, exasperado.

¿Por qué todos se habían vuelto tan obtusos?

Kramer, que durante todo el tiempo había estado garabateando en una libreta, dijo:

—Yo creo que sigue una pista interesante. —Arrojó su lápiz al aire y lo cogió al vuelo—. Vale la pena intentarlo. Al menos nos da un motivo para seguir luchando.

—Yo sigo sin verlo claro —gruñó Baxter.

—Y yo —dijo Puck.

—Supongo, Baxter —dijo Atwood—, que si no lo ves claro es porque no representa un triunfo para el proletariado mundial.

Las manos de Baxter se volvieron puños.

—Un día de éstos, Atwood, alguien te va a romper la crisma, presumido.

—Ah. El primer impulso de una mente totalitaria: la violencia.

—¡Basta! —Logie descargó su pipa sobre la mesa como si fuera el mazo de un juez. Nadie lo había oído nunca gritar de aquella manera, y se hizo el silencio—. No empecéis otra vez con lo mismo… —Miró fijamente a Jericho—. A ver, está claro que debemos proceder con cautela. Puck, tomamos nota de tu opinión. Pero también hemos de afrontar los hechos. Hemos estado a dos velas durante cuatro días y la de Tom es la única idea decente que tenemos. Así que buen trabajo, Tom.

Jericho se quedó mirando una mancha de tinta en el suelo. «Dios mío —pensó—, ahora viene la típica arenga del jefe de departamento».

—Hay muchas cosas que dependen de nosotros, y quiero que todos recordéis que formáis parte de un equipo.

—Aquí nadie hace la guerra por su cuenta —dijo Atwood, inexpresivo, con las regordetas manos devotamente cruzadas sobre su voluminoso abdomen.

—Gracias, Frank. Exactamente. Y si alguna vez cualquiera de nosotros (y digo cualquiera) lo olvida, pensad solamente en esos convoyes y en todos los demás de que depende esta guerra. ¿Queda claro? Bien. Estupendo. Se acabó la charla. Todo el mundo a trabajar.

Baxter abrió la boca para protestar, pero luego pareció pensarlo mejor. Al salir intercambió con Puck una mirada de abatimiento. Jericho los vio marcharse y se preguntó la razón de su testarudo pesimismo. Puck no soportaba las ideas políticas de Baxter y por lo general ambos se mantenían a distancia el uno del otro. Pero ahora parecían haber hecho causa común. ¿Por qué? ¿Una especie de envidia académica? ¿Acaso resentimiento por el hecho de que él los hubiera dejado en ridículo pese a lo mucho que habían trabajado?

—Muchacho, no sé qué hacer contigo —dijo Logie sacudiendo la cabeza. Trataba de estar serio, pero no podía ocultar su alegría. Puso una mano en el hombro de Jericho.

—Devuélveme mi puesto.

—Tendré que hablar con Skynner —replicó Logie. Abrió la puerta y siguió a Jericho al pasillo. Las tres chicas de la sección femenina los miraron. Logie se estremeció y añadió—: ¿Imaginas lo que va a decir? Seguro que le encantará presentarse ante sus amiguitos los almirantes y decirles que la mejor oportunidad de recuperar Tiburón es que los convoyes sean atacados. Oh, mierda, supongo que lo mejor será que vaya a verle. —Entró a medias en su despacho y volvió a salir—. ¿Estás seguro de que no llegaste a pegarle?

—Segurísimo, Guy.

—¿Ni un rasguño?

—Ni uno solo.

—Lástima —dijo Logie, como para sí—. En parte fue una lástima.

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