Emma

Emma


PORTADA

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Visitaban con frecuencia una casa en algún lugar fuera de la ciudad al que Emma nunca supo cómo llegar porque siempre viajaban de noche y Esteban no le permitía fijarse en el camino. Conoció a varios amigos de Esteban con los que se quedaba jugando cartas en la sala y a quienes les hacía tiradas como las que había aprendido mientras vivía con su padre; hasta les leía la mano y siempre era motivo de risas y diversión. Aparte de ella, había también otras chicas que entraban a entretener a los demás visitantes de la casa; pero de la sala jamás se le permitió pasar. Todos adentro se drogaban. Pero Emma nunca llegó a probar nada, el mismo Esteban no se lo permitía, a pesar de lo loco que era, a su manera la protegía.

–No deberías estar con este hombre –le dijo una vez Chabelita,, un día te va a matar, Esteban está loco. Si no te mata él te va a matar la Julia.

–No sé quién es la Julia –le contestó Emma.

–¡Ah! ¿no te ha dicho que está casado? La Julia es su mujer, vive en New York, tienen unas tiendas de joyería, es una maldita perra, lo tiene de los huevos. Está más loca que él.

<Es imposible que una mujer tenga de los huevos a Esteban, porque es un maldito> pensó Emma 

–No sabía –le dijo.

–Entonces no le digas que te dije o me voy a meter en problemas.

–No le diré nada –le contestó Emma–. De todas formas tendría miedo de hacerlo porque no sé cómo va a reaccionar.

–Haces bien, el cerote está loco. Aléjate de él cuando puedas.

–No puedo, estoy embarazada.

–¡Que niña tan estúpida!, me sorprende que no te haya dicho que abortaras.

–No, no me dijo eso, ahora me cuida más.

–¡Puta madre! ¡Lo desconozco! Tiene corazón el cerote. El hijo de perra tiene pacto con el diablo, que no sabes identificar a un maldito hijo del demonio –le dijo mientras soltaba una carcajada.

–¿Y qué pacto tiene? –le preguntó Emma.

–Juventud, querida niña, juventud, y por supuesto dinero. El maldito tiene la misma edad que yo y se mira como de treinta y así se va a ver hasta que se muera. La Julia es mayor que él y también se ve bastante joven.

Chabelita se veía como de cincuenta, así que Emma no se atrevió a preguntar la verdadera edad de Esteban, pero era cierto que se veía muy joven.

–¿De qué hablabas con la Chabe? –le preguntó Esteban cuando iban de regreso a casa.

–Dijo que tienes pacto con el diablo.

Esteban no pudo contener la risa, no paraba de reírse, hasta que Emma entró en pánico.

–¿Crees en esas mierdas?

–No sé, ¿debo creer?

–Por eso me enamoré de ti, no termino de ver lo inocente que eres, sin importar toda la lujuria que me enloquece, una parte tuya vive en un mundo rosado, tan rosado que te dejaste preñar de un maldito sin alma.

–Entonces, ¿sí hiciste un pacto? Acabas de admitir que no tienes alma.

–No Emma, no, no, no. Algo me queda de corazoncito.

Las cosas empeoraban día con día. Esteban desaparecía por períodos cada vez más largos sin decir a dónde iba. Le dejaba suficiente dinero y la alacena llena mientras regresaba. Cuando volvía era una fiesta, pero después Emma comenzó a rechazarlo. Bebía demasiado y le hacía el amor en ese estado; a veces vomitaba y luego entraba en la cama y la tomaba para él. Si ella no quería, la obligaba. A Dulce le daba legajos de billetes para que jugara, lo cual Emma desaprobaba. Una noche llegó sumamente ebrio a la casa reclamándole por su amistad con el vecino de enfrente.

–Te estás acostando con él, perra.

–¿Qué?, estoy embarazada, no, yo nada que ver, somos amigos.

–Amigos, chupame los huevos, pero voy a matar a ese hijo de perra.

–No he hecho nada –le gritaba Emma ya enfurecida.

–¿Crees que confío en una perra como vos? El cerote ya firmó su sentencia de muerte.

–No le hagas nada Esteban, nosotros solo somos amigos –le suplicaba Emma, mientras veía detenidamente la sombra de la muerte detrás de la puerta de la habitación.

–¡Ni mierda! ¡De rodillas!, hoy te mueres maldita.

–Mátame si es lo que quieres, yo soy inocente, no he hecho nada.

–Eres opuesta, orgullosa, ¿Qué te crees? ¿No te da miedo morir?

–Mira Esteban, las cosas no funcionan entre nosotros, mátame si eso te place, yo ya dejé de quererte.

–¡Mi dinero no lo has dejado de querer perra! –le gritó.

Se sacó de la bolsa un manojo de dólares y se los tiró en la cara.

–¡Mátame pues, maldita basura! sin tu dinero de mierda no eres nadie. Yo me enamoré de ti no de tu maldito dinero, no me lo des si no quieres, desaparece de mi vida, vete bien lejos. Yo no te pedí entrar en tu vida, tú me trajiste.

–¡Te vas a arrepentir! echándome de mi propia casa, la casa que yo pago, todo lo que hay en esta casa es mío, nada te pertenece.

–Entonces quédate con todas las putas cosas que te pertenecen, yo me voy como vine, sin nada, solo con mi hija, maldito, que te aguante tu Julia, ¡demente!

–¿Y quién te dijo de la Julia? La perra de la Chabe te lo dijo. Pues sí, me quedo con la Julia, es más mujer que tú, esa si me mama la verga, no como tú, llena de mierdas. Y además, me la cojo por el culo.

–La Chabe tenía razón, debí alejarme de ti hace mucho tiempo.

–A la Chabe voy a ir a buscar y le voy a meter un par de plomazos para que no vuelva a abrir la boca.

Bajó las gradas corriendo, y detrás de él la muerte. Se subió a su Lamborghini y se fue. Emma comenzó a temer por él. Una semana después, llegó su tío Leopoldo a la casa a decirle a Emma que esa noche Esteban había tenido un terrible accidente camino hacia la playa y que estaba en el intensivo del Hospital entre la vida y la muerte.

–Pero Emma, no puedes visitarlo porque la Julia está en el país. –¿Tienes dinero?

–Sí, tengo suficiente.

–Bueno, este es mi número de teléfono en Usulután, si necesitas cualquier cosa no dudes en llamarme.

Emma se quedó sin que decir, llorando por lo que había pasado y preocupada por lo que fuera a sucederle a Esteban. <La muerte vino a buscar a Esteban, no a mí> pensó.

Cuando por fin Esteban salió del hospital, se fue un mes a New York, y luego volvió a casa con Emma totalmente cambiado.

–Emma, tengo algunos negocios en Panamá. Acompáñame, no quiero dejarte.

Mientras Esteban le hablaba de su viaje, Emma comenzó a sentir de nuevo el frío que acompañaba a los muertos. Sintió pánico y temor por Esteban, pero ella protegería a su hijo, que estaba por nacer.

–No sé si sea buena idea –le contestó Emma– El doctor no me va a dejar viajar.

–Vamos a ir en una avioneta privada –le dijo Esteban, tratando de convencerla.

–¡No! –le contestó firmemente– No me siento bien para viajar, jamás me he subido a una de esas cosas y me da miedo.

–De acuerdo, voy a volver antes que nazca el bebé.

Se quedó con ella una semana más, en la que volvió a ser el Esteban del cual Emma se había enamorado, y luego se fue.

Mientras Esteban estaba en Panamá, Emma volvió a saber de Ernesto, la citó en un antiguo hospital de niños derrumbado por el terremoto del 86. Mientras lo esperaba, Arnoldo apareció diciéndole que debía irse porque Ernesto la había citado para matarla, la muerte acompañaba a Arnoldo, así que Emma le creyó sin ninguna duda. Debía irse pronto porque las advertencias no se las tomaba a la ligera. Emma comenzó a caminar lo más rápido que le permitía el enorme estómago que tenía, porque estaba pronta a dar a luz. Tomó un taxi y cuando pasó de nuevo al otro lado del hospital, vio a Ernesto que se alejaba por la calle.

–Esta vez Arnoldo te ha salvado –le dijo la muerte, sentada junto a Emma en el taxi.

–Esta vez he temido que me lleves –le contestó Emma. No sería justo porque Pablo aún no nace.

–¿Y qué sabes tú de la justicia Emma? –le preguntó la muerte.

–Sé que en general, no funciona. Y que no la comprendo. ¡Yo qué sé!

Faltaba una semana para que Emma diera a luz y Esteban no se había comunicado. El tío de Esteban  de nuevo se apareció por la casa con una noticia peor que la primera.

–Agarraron a Esteban en Panamá y está preso.

–¿Qué? No es cierto –le dijo Emma totalmente incrédula.

–Lo podemos sacar con una fianza, pero la Julia se niega.

–Que maldita, ¿por qué no quiere sacarlo?

–Sabe de ti y se quiere vengar. “Que se pudra el muy cerote” –dijo.

–¿Y entonces?

–Nada, ¿cuándo nacerá el bebé?

–En una semana.

–Le voy a pedir a mi mujer que venga a quedarse contigo.

–Sí, gracias.

–Miriam te quiere mucho y está preocupada por ti. Ella te va a cuidar. Deberías mandar a tu hija con tu madre mientras pasan las cosas.

–Sí, eso haré.

–El hospital ya está pagado, no hay problema con nada, no te preocupes, yo voy a viajar a Panamá y le diré a Esteban que estás bien.

Emma pasó llorando toda la semana pensando en cómo estaría Esteban. Su arrogancia, su orgullo disminuido en esa cárcel. Totalmente despojado de su poder. Ya no podía movilizarse en el espacio que le pertenecía y sobre el cual tenía el control absoluto y total, un espacio llamado Emma. En ese nuevo espacio en el que estaba ya no tendría a quien castigar sino que sería castigado. En cuanto a ella, se habría acabado el yugo emocional al que estaba sometida, pero estaba por tener a su hijo y la angustiaba el futuro que le esperaba.

Cuando Pablo nació Esteban por supuesto seguía en la cárcel, Miriam y Leopoldo estuvieron presentes en el alumbramiento y la apoyaron económicamente durante el año siguiente. Ya tenía dos hijos y ningún hombre a quien le llamaran “papá”. Su madre se mudó con ella para cuidar a sus dos pequeños. Su segundo retoño fue también fruto del amor que una vez sintió por Esteban, pero que con el tiempo él mismo se encargó de desmoronar.

Influenciada por su madre, Emma regresó de nuevo a frecuentar la iglesia, aunque en palabras de algunos, ella era una pecadora. Ya que no tenía que trabajar, se inscribió en la universidad jesuita donde por fin las aulas académicas le brindaban un poco de perspectiva y cuidado respecto a los acontecimientos de su país e internacionales, que habían escapado a su consciencia. Hasta entonces se enteró de la firma de los Acuerdos de Paz que se habían celebrado en enero de ese mismo año. Había vivido en su pequeño mundo, con sus propios problemas, alejada y abstraída de los acontecimientos mundiales.

 

Un día, se presentó en su casa su antiguo novio Raúl. Le contó sus terribles experiencias en combate y cómo había visto morir amigos y enemigos, pero que el dolor por uno u otro había sido igual.

–Emma, en las trincheras solamente lograba pensar en ti. Juré que si sobrevivía vendría a buscarte para compensarte por el dolor que te causé. Perdóname, era un chico inmaduro, me comporté como un idiota.

Emma estaba sentada, con su hijo Pablo en brazos. Raúl se acercó a ella y se puso de rodillas.

 

–Cásate conmigo Emma, no me importa que tengas dos hijos. Sé que no vives con ninguno de los padres. Si yo te hubiera perdonado nos habríamos casado porque yo te quería mucho, lo que te ha pasado es mi culpa, te dejé, te lastimé y no te entendí.

Era verdad que la había lastimado, no solo no la había perdonado, sino que la trató con desprecio y destrozó lentamente su estúpido corazón enamorado. Pero Emma no se lo diría.

–Raúl levántate por favor. Lo siento –le dijo– Yo hace tiempo que dejé de quererte. Lo que hiciste o lo que yo te hice ya no importa, ni siquiera pienso en ello, fue solamente amor de juventud, sucedió y ya. Estoy bien y ya superé muchas cosas, además, el papá de Pablo está preso, pero volverá un día y no me puedo comprometer con nadie.

De todas formas, quedaron de salir el siguiente fin de semana, pero eso jamás sucedió. Y esa se convirtió en su quinta solicitud de matrimonio.

 

El pequeño Pablo estaba por cumplir un año y Esteban apareció de repente en la casa de Emma. Fue como se dice, “debut y despedida”; más tardó en aparecer que en volver a esfumarse de su vida para siempre. Sabía todo de ella, quiénes la visitaban, sus compañeros de la universidad por nombre, todo. Visitó la casa al menos unas cinco veces y se concentraba en estar con su pequeño hijo. Dejaba algo de dinero en la mesa y no se le insinuaba a Emma, hasta que una noche rompió el silencio.

–Te has convertido en una carga para mí, ya no estamos juntos así que no volverás a ver un solo centavo mío, veo que tienes una nueva vida, nuevos amigos o amantes, así que ya no me necesitas.

Emma no contestó a la forma agresiva en que Esteban le habló y permaneció callada solo escuchándolo. Esteban se comió su discurso de hombre herido cuando la última noche que se vieron la invitó a salir. Cenaron y bebieron mucho, pero Emma no accedió a estar con él. Esteban tenía una moto preciosa que podría contar historias de película.

Cuando salían y aún no se habían ligado con el compromiso de su hijo, la llevaba por la carretera a la Costa del Sol y se detenía en lugares de menor afluencia, para asegurarse que serían la única distracción. Se bajaban de la suntuosa moto, Esteban recostaba a Emma sobre ella y se besaban y tocaban alterando el orden natural del paisaje. No había conductor que no se quedara mirando el espectáculo. Eso lo hacía sentir orgulloso, alimentaba tremendamente su ego masculino y le encantaba que ella le siguiera el juego sin mayor problema, porque para ella, exceptuando los malos días, todo lo demás que Esteban hacía era una divertida aventura, y ya se había acostumbrado a ser tratada como su muñeca de exhibición y aunque en principio la exacerbaba, llegó a aceptarlo y a disfrutarlo. 

–¿Me rechazas porque ahora eres una cualquiera que se mete con universitarios?

–Te rechazo porque apareces con un estúpido discurso, pocas palabras, cero explicaciones de lo que pasó, ofensas sin fundamento y de repente se te antoja tenerme. No Esteban, si quieres estar en la cama conmigo, debes ganarte de nuevo mi cariño.

–¡Yo no le tengo cariño a las perras! Yo te sigo pagando todo, la casa donde vives y todo lo que te hartas tú y tu familia mientras te metes con otros cerotes.

–Que equivocado estás sobre mí. Ellos vienen a hacer tareas y aquí está siempre mi madre y mis hijos; estás cegado por los celos, tú tienes una vida con la Julia, una vida de la que yo estaba ignorante hasta que la Chabe me puso al tanto. Todo lo que haces y las cosas que te pasan las has vivido sin decirme nada, yo siempre he estado al margen de tu vida complaciéndote en todo. Pero tu tío me contó de una casa que estás construyendo para la Julia, yo ya sabía que estabas fuera de la cárcel hace tiempo y hasta ahora te apareces exigiendo que me acueste contigo.

No, eso se acabó.

–Pues sí, la Julia me sacó de la cárcel y ahora le debo mucho a la maldita zorra, si supiera que estoy contigo también me manda a matar la puta.

–Entonces vete, sigue viviendo tu vida bajo las faldas de la Julia, allí es donde perteneces.

Sacó su pistola y la puso en la cabeza de Emma.

–Como en los viejos tiempos –le dijo ella.

–Tengo ganas de matarte para acabar con toda esta puta historia que me quema el alma.

–¡Hazlo! Siempre te voy a contestar lo mismo. Pero esta vez tengo dos niños que para comenzar ya no tienen padre y los vas a dejar sin nadie.

Guardó la pistola y se subió a la moto. Comenzó a llover, como en las películas.

–Asegúrate de no pasar jamás frente a mi vida, porque la siguiente vez que te vea te mato –le advirtió.

Fue la última vez que Emma lo vio, aunque supo de él poco tiempo después; y nueve años más tarde, su tío le contó que estaba de nuevo preso en Panamá. La dejó allí tirada frente a un motel camino al puerto. Tuvo que pedir un aventón a la ciudad y llegó a la casa empapada, pero como siempre prefería reservarse sus penas, no contó nada de lo sucedido.

 

Entró a su habitación y lloró toda la noche. ¿Por qué lloraba? Por mencionar algunas cosas, lloraba porque Pablo no conocería jamás a su padre y porque Dulce no tendría un papá postizo para remplazar al otro chico que no era más que un pobrecito adolescente perdido en un mundo difícil. Porque en un par de meses ya no tendría dinero para pagar la casa y para comer. Porque a pesar de los pesares, el cariño loco que una vez Esteban le dio, aún lo ansiaba. 

Lloraba porque culpaba al maldito destino y a la vida y los veía como cómplices de su miseria y su infortunio. Por último, lloraba porque era cierto que tenía un amante, un corredor de autos, a quien debía dejar, continuar con su vida y dejarlo continuar la de él. Aunque deshacerse de su amor después no fue tan fácil porque el hombre estaba envuelto en lo prohibido, la pasión y la dulzura que Emma le prodigaba.

“Correr detrás de un sueño

tiene un precio

por más caro que sea, nunca es tan alto

como el precio que paga

quien no vivió”

Paulo Coelho

 

 

 

CAPÍTULO VII

REFLEXIONES

 

 

 

–¿Por qué odiabas tanto a mi padre? Fue la pregunta que rompió un largo silencio en el almuerzo del siguiente domingo. Y el enorme trozo de hielo que durante toda su vida había permanecido entre Beatrice y Emma comenzó poco a poco a derretirse.

–Cuando yo tenía 17 años –contestó Beatrice–, había vivido bajo la rigurosa mano de mis padres y hermanas, y conocí la iglesia mormona. Mi madre –prosiguió–, era evangélica, y para ella todo era pecado. Encontré libertad en esa iglesia y decidí unirme a ella, tuve varias oportunidades de casarme, pero ninguna llegó a realizarse porque yo era una persona de escasos recursos económicos y nunca estuve a la altura de los pretendientes. Fueron buenos partidos porque eran gringos, pero las cosas no resultaron.

Un día, me fui en una excursión de la iglesia a Guatemala y me gustó, así que decidí que al cumplir la mayoría de edad me iría a vivir a ese país. Lo hice, pero pasaron varios años antes que pudiera realizar mi sueño.

Emma estaba perpleja escuchando su historia y admirándose de lo fácil que había sido romper el silencio de años.

–Al final –prosiguió diciendo Beatrice– Tomé la decisión de irme a Guatemala porque estaba huyendo del desamor de un chico de la iglesia que había preferido a otra chica con mejor posición económica que yo, así que me sentía tan avergonzada porque le había confesado mi amor y él me había rechazado que decidí huir. En Guatemala conocí a tu padre, era profesor de música. Fue amor a primera vista, y se convirtió a la iglesia para poder casarse conmigo porque yo le dije que si no lo hacía no podíamos estar juntos.

Era la primera vez que la madre de Emma le contaba sobre cómo había conocido a su padre. <No lo hizo antes> pensó Emma, porque nunca fueron buenas amigas, y ella la había lastimado tanto emocional y físicamente durante su niñez y adolescencia que no le tenía ningún cariño. Pero como en la historia aparecería su padre se quedó para escuchar al menos la verdad de su madre, ya que la otra verdad, la de su padre, jamás la sabría. Para entonces ya había aprendido que las historias tienen siempre dos versiones o dos verdades como le gustaba llamarlas, la de la víctima y la del victimario que escuchada en la otra versión los papeles resultan cambiados.

–Pues tu padre –prosiguió Beatrice–, era un maldito, un infeliz. Yo era una chica ingenua y él, ya se había casado dos veces antes de hacerlo conmigo y tenía dos hijos con cada mujer. Me enteré hasta que ya había nacido tu hermana Sofía. Vivíamos en una casa de renta en la Antigua Guatemala donde él tenía su academia de música también. Era bien noviero, siempre andaba detrás de las estudiantes.

Una tarde llegó una mujer a buscarlo y como no estaba se sentó a platicar conmigo. Me contó que ella era la esposa de José y que él la había abandonado con sus dos hijos y que además, él había tenido otra mujer a la que también le había hecho lo mismo y que no les pasaba gasto para sus hijos. Me rogó que hablara con él para que le diera dinero para sus niños, se trataba de una mujer de corte y como llegó en son de paz, no me enojé con ella, sino con José. Cuando regresó a la casa le conté y negó todo. La mujer jamás volvió a aparecer por la casa, pero él comenzó a comportarse peor que antes. Los hijos de José comenzaron a llegar a la casa a escondidas y yo guardaba dinero para darles sin que tu padre se enterara.

Emma recordó en ese momento lo que le había dicho su tía Martina en su lecho de muerte. Que su padre tenía otros hijos que un día ella conocería y que al ver su enorme parecido, se daría cuenta de la verdad. Que ella no era hija de su sangre. Aunque a ella le pareció una confesión absurda, mantuvo la duda toda su vida.

–Tu padre comenzó a beber y ya no paró –dijo Beatrice lanzando un suspiro de decepción–. Decían las vecinas que le habían hecho brujería, que había sido la mujer que llegó a la casa a hablar conmigo. Yo no sé, pero lo que sé es que ya no daba muchas clases, dejó de bañarse y de ver por él, siempre andaba borracho y tuvimos que irnos de esa casa porque ya no tenía como pagar. Nos fuimos a vivir a Retalhuleu a la casa de un primo suyo. Pero antes de irnos yo había quedado embarazada de un segundo niño que no llegó a nacer, fue cuando llegó esa mujer que yo estaba comenzando mi embarazo y creo que ella me hizo algo para que perdiera el bebé. Después naciste tú –continuó diciéndole a Emma–, tu abuela había viajado desde el pueblo de Santiago para cuidarme porque habías nacido por cesárea. Una tarde encontró a tu padre besándose con la sirvienta, la tenía sentada en las piernas, se reían y bromeaban mientras yo estaba contigo en el cuarto.

Mi madre se enojó y me dijo que lo abandonara, que ella y tu abuelo me apoyarían si me regresaba, pero que ya no estuviera con ese demonio. Le hice caso. Tú no tenías ni dos meses de nacida cuando agarré mis maletas y me vine a El Salvador. Vinimos a vivir a casa de tu tía Carmen y dos meses después José se vino siguiéndolas a ustedes no a mí, porque lo odié para siempre, no lo perdoné jamás y nunca regresé a vivir con él.

–Reuní dinero y me fui a Estados Unidos –dijo, haciendo una pausa para tomar su té–. Ustedes se quedaron con sus dos tías Carmen y Martina y su padre sólo tenía permiso para visitarlas, pero no se las podía llevar porque era un don nadie, un vago, un borracho que no les daba un centavo para que comieran. Le dio por mandarme cartas contándome lo mal que las trataban sus tías y yo lloraba por estar lejos y no poder hacer nada, así que me regresé para darme cuenta que eran mentiras, que lo único que quería era seguir destruyendo mi vida y entonces lo odié más porque por su culpa yo me regresé, si no hubiera sido así las hubiera mandado a traer y “otro gallo les hubiera cantado”.

Terminó su té y se levantó de la mesa. Emma se quedó sentada pensando, intentando digerir la historia que su madre le había contado. Gracias a esa breve e ilustrativa información, entendió varias cosas sobre ella; eso no la hizo amarla de inmediato porque dentro de su corazón ella siempre fue la villana y su padre el bueno de la novela. Y aunque continuaba con algunos cuestionamientos en su mente, una cosa cierta fue que la famosa repetición de patrones aparecía claramente frente a sus ojos. Sin embargo, ella pudo romper el patrón y no lo hizo y ¿qué haría Emma? ¿Lo repetiría con sus hijos o lo cambiaría?

A Emma le fue difícil conciliar el sueño esa noche. Estaba recordando muchas cosas. Si ese “hubiera” del que habló su madre existiera, pensó. Con gusto volvería a retroceder los años para corregir todo desde el primer error, si es que alguna vez lograba descubrir cuál había sido el primer error; pero como en la película El efecto mariposa cada cambio en el pasado surtiría futuros verdaderamente impredecibles, no controlados.

O tal vez nada habría cambiado, como las varias películas que se han hecho relacionadas con tratar de cambiar el pasado para que alguien no muera y de todas formas siempre muere de una u otra manera. ¿Hay un destino trazado y punto? era la pregunta que de nuevo asaltó a Emma esa noche. Todos los caminos llevan a Roma dicen por allí, escribió Emma en su diario, yo digo, todos los caminos llevan a la muerte, porque la verdad, es el único acontecimiento seguro del ser humano. Si mi amiga la muerte es el único destino inevitable conocido, significa que los demás destinos sí pueden evitarse, y ¿cómo podría un destino ser evitado a menos que ya estuviera trazado?, y si está trazado, ¿quién lo trazó? Quizá los seres superiores, porque según se dice uno puede cambiar “su destino”. Emma consideraba al destino nada menos que como un ser contra el que debía luchar durante toda su vida. Ella creía firmemente que los seres superiores habían escrito un terrible destino para su vida y estaba dispuesta a luchar y ganar o morir en el intento de cambiarlo.

“Hay algo que aún me intriga” recalcó Emma en su diario. “las predicciones” ¿Cómo explicarse que tantos han escrito sobre el futuro del mundo? Los profetas de la Biblia, Nostradamus, los mayas y muchos otros. Todos ellos debieron tener acceso a alguna historia previamente escrita, seguramente no vieron hacia el futuro, sino una película ya protagonizada por la raza humana.

Si las cosas fueron así, Nostradamus no adivinó acontecimientos no sucedidos, como uno no puede tomar un cuaderno en blanco y decir que en la página 90 está escrito que en el año “x” sucederá tal acontecimiento inexistente, ni siquiera se sabe si hay una página 90. Isaías no vio leones rugientes volar sobre la tierra, sino aviones. ¿Y cómo pudo haber visto cosas que aún no existían? A menos que él mismo haya viajado en el tiempo y visto no el futuro sino algo que ya había sucedido y hacia lo que nuevamente vamos.  ¿Y cómo se predijo sobre la masacre judía a menos que el suceso ya estuviera también escrito porque ya había sucedido?

El hoy sería una segunda pasada, es como si alguien leyera un libro por segunda vez, con la diferencia de que ahora ya se sabe lo que pasó. En otras palabras, el destino se me presenta como mi peor rival y tengo que luchar en su contra para rehacer mi historia. O simplemente el tiempo no existe como lo conocemos, y podemos acceder a cualquier acontecimiento de lo que llamamos pasado, presente o futuro que esté sucediendo en planos diferentes en el mismo momento. Solo sé que sin importar cuánto me esfuerce por lograr algo, el destino me lo arrebata.

Pero bueno, Emma estaba por comenzar una etapa diferente de su vida, Esteban se había ido para siempre y se sentía completamente desamparada. Tenía que buscar de nuevo un trabajo para mantener a sus hijos, seguir siendo madre soltera, enfrentarse con el consabido qué dirán y seguramente buscar algún hombre que quisiera aceptar el papel de buen padre que no habían sido capaces de aceptar los dos primeros. La búsqueda comenzaba.

–Daniel, ¿tú sabes qué fue de Esteban?  ¿Mi tío Pablo volvió a verlo?

–No Rebecca, jamás apareció y Pablo tampoco lo buscó. Emma luchó sola con sus hijos y solamente el padre de Dulce apareció en sus vidas cuando ella ya era una jovencita.

–Me habría gustado conocer a mi abuela quien seguramente me habría relatado muchas historias. Pero te he tenido a ti desde que nací, y siento ahora que tú y ella tenían algo especial. ¿Es por eso que no te casaste Daniel?

Daniel suspiró.

–Emma era una mujer muy fuerte–, se limitó a decir Daniel.

–Sabes Daniel, he pensado que tendré más tiempo para estar contigo pues he avanzado ya bastante en mi nuevo libro y prefiero venir y pasar contigo las tardes, si estás de acuerdo.

Daniel la miraba con atención.

–Eres muy parecida a tu abuela. Emma siempre quería que yo estuviera bien, dejaba todo por estar cerca de mí, por cuidarme. Como lo haces tú.

–Bueno  –le dijo Rebecca–. Créeme Daniel que es difícil no quererte.

De nuevo se despidieron y se verían al día siguiente. Daniel tomó un baño en la tina de agua tibia que Rebecca le había dejado preparada. En la pared, sobre el lavado, había un enorme espejo. Daniel se paró frente a él y comenzó a recordar. Era aún joven y estaba en su antigua casa de Mariscal. Se estaba rasurando y Emma lo asaltó por detrás quitándole la toalla. Comenzó a besarlo desde el cuello y sus besos se deslizaban hacia su espalda, sus nalgas y sus piernas. Él se volteó y comenzaron a hacer el amor. Así era Emma, ardiente. Daniel era su hombre y lo tomaba cuando lo deseaba, ella le pertenecía y la hacía suya a todas horas.

Al día siguiente Rebecca llegó como siempre. Daniel se veía renovado.

–Te veo diferente Daniel –dijo Emma.

–Sí, sonrió Daniel. Me he sentido como antes, tan dueño del mundo. Así me hacía sentir Emma.

–Pues entonces ha sido bueno que haya encontrado el libro –Dijo Rebecca–. Prepararé café pues he traído algo de pan recién horneado de la nueva panadería. Te va a encantar.

De nuevo se fueron al jardín a continuar leyendo el libro escuchando de fondo “Kiss the rain”.

“Ama sin medida, sin límite, sin complejo,

sin permiso, sin coraje, sin consejo, sin duda,

sin precio, sin cura, sin nada.

no tengas miedo de amar, verterás lágrimas

con amor o sin él”

Chavela Vargas

 

 

 

 

 

CAPÍTULO VIII

EL GATO

 

 

 

“Escriba en los espacios en blanco la moneda de cada país de Centroamérica”. Era el principio de un enorme cuestionario que Emma debía llenar para conseguir un trabajo de secretaria–contadora; y no supo qué contestar. Si esa pregunta le pareció complicada, las otras estaban nada menos que en ruso, ya que no comprendía nada.

–¿Estado civil? –Dijo la chica que hacía las entrevistas en otra empresa mal parada que encontró en páginas amarillas.

–Soltera –contestó Emma.

–¿Cuántas personas dependen económicamente de usted?

–Tres –dijo.

–¿Parentesco? Mis dos hijos y mi madre.

–¡Ah! –dijo la chica– usted es madre soltera, no soltera.

Emma no sabía que existía ese estado civil, pero para su sorpresa, ¡era importante en la solicitud!    

Muchísimos años después de esa pequeña entrevista; mientras ella recibía sus clases de italiano, el profesor dijo que no existía traducción al italiano para “madre soltera” ya que en ese país no se catalogaba a las mujeres de esa manera y recordó lo absurdo que le había parecido hacía ya tantos años que en los pequeños países iletrados sí se hiciera.

Así continuó buscando un empleador que la aceptara, hasta que finalmente consiguió un trabajito de secretaria en una empresa exportadora de café; y aunque excedió las expectativas de sus contratantes, en una ocasión y frente a diez personas que festejaban el cumpleaños de alguien, el propietario de la empresa, Eduardo, confesó que la había contratado por lástima, ya que cuando llegó a la entrevista lucía despeinada, sin una gota de maquillaje y olorosa a sudor, pero cuando ella le contó que era madre soltera de dos hijos, se apiadó de ella, la contrató y rezó para que sirviera de algo. Emma no supo si reír o llorar, pero ya que todos rieron, ella también lo hizo.   

<Si supiera el maldito> pensó, lo que me costó llegar a su estúpida empresa. Era su tercera cita ese día, la exportadora de café estaba en la colonia “Escalón” una colonia de privilegiados donde jamás había ella puesto un pie. Como no lograba encontrar la dirección, finalmente pagó un taxi para el cual ni le alcanzaba el dinero, le tuvo que pedir descuento al taxista y como solo se quedó con pocas monedas le tocó caminar de regreso a su casa, pero al menos, ya tenía trabajo, así que las interminables cuadras que caminó del prestigiado lugar hasta “la chulona”, que era donde ella vivía, ni siquiera las sintió.

Por su puesto, un par de meses después, cuando regresó de un pequeño tour que hizo a Guatemala, su mejor regalo, un tren de madera precioso que le había costado un ojo de la cara, se lo dio al mejor amigo de Eduardo, el catador de café que trabajaba para ellos y a quien a pesar de la amistad que decían tenerle, lo trataban como si no valiera nada. La mirada envidiosa de Eduardo fue su mayor venganza. Y ese catador de café sintió que por primera vez alguien lo había preferido, así que atesoró el regalo de Emma y a diario le daba las gracias por el pequeño tren. Ese hombre se convertiría en su siguiente locura de amor.

Regresaban de una cena con los compañeros de la exportadora y habían bebido un poco. El catador de café a quien todos llamaban “el gato” se estacionó frente a la casa de Emma. Ni él quería irse, ni Emma quería bajarse. La miraba con esa mirada de invitación a entrar en la habitación de su intimidad; Emma tomó su mano y la deslizó bajo su vestido, dos corazones comenzaron a latir con fuerza, era en ese momento o no sería nunca. Cerca de su casa había un motel nuevo al que se dirigieron a toda prisa. No habían entrado a la habitación cuando ya llevaban la mitad de la ropa afuera.

–No tienes nada que envidiarle a ninguna mujer –le dijo, mientras se apresuraba a comenzar por segunda vez.

El Puerto de La Libertad llegó a ser su lugar especial, iban tan frecuentemente como podían, a emborracharse y a fumar marihuana, las noches locas de amor apasionado los tenían presos, mientras que en la empresa guardaban la distancia; miradas de complicidad, roces en las manos y guiños de ojos se convirtieron en su lenguaje secreto de amor. Jamás lo llamó por su nombre, para ella era “gato” o “gatito” dependiendo de su buen o mal humor hacia él. Conoció a su madre y a su hermana, mientras no fuera él a comprometerse con Emma y todo siguiera siendo diversión, ella sería bienvenida en su casa.

Huérfanos los dos, el gato y su hermana, fueron adoptados por los Benfeld, gente de mucho dinero. Pero en un acto cruel de la vida, su padre adoptivo murió cuando ellos apenas eran unos niños. Su madre, acostumbrada a no hacer nada, desbarató la fortuna de su difunto esposo y cayó, como frecuentemente se dice “en desgracia”. Cuando el gato se embriagaba, le decía a Emma cuánto extrañaba a su padre y que a su verdadera madre la imaginaba en algún país lejano; jamás entendería por qué lo abandonó en ese orfanato, pero que si la encontrara, la perdonaría. –Si tan solo pudiera conocerla –decía–, mientras enjugaba las lágrimas de sus hermosos ojos verdes. Esa parte de él a Emma la conmovía tremendamente y llegó a dolerle casi tanto como a él, pero lo abrazaba para que supiera que ella estaría siempre allí.

A veces lloraban juntos recordando las mejores cosas de sus pasados. Si tan solo esto… si tan solo aquello… decían. Pero tenían una vida, la vida que les había tocado, o el resultado de lo que habían decidido, obviamente no la vida que habrían escogido. Pero con todo lo mala o poco buena, era necesario aprender a aceptarla y a ser felices sin importar qué o cómo. En lo que concernía a sus sufridas almas, disfrutaban con ese dolor y acompañaban las penas con alcohol. “Las penas con alcohol son buenas” era su frase favorita.

Era cierto que Emma llevaba el pan a su casa, pero como madre era un fracaso total. Mientras se dedicaba doscientos por ciento a su trabajo, dejó la universidad y tenía a sus hijos en completo abandono; su madre se encargó de su crianza, bajo la escasa supervisión de Emma que consistía en asegurarse que no les pusiera un dedo encima so pena de enfrentar su ira escorpiona. Dedicaba dos fines de semana a ellos y dos al gato, pero después de un año, el entusiasmo se le fue desvaneciendo poco a poco y comenzó a concentrarse más en sus retoños.

 

Un día, por curiosidad Emma decidió llamar por teléfono a don Leopoldo, el tío de Esteban, para preguntarle cómo estaban él y Miriam; de paso, la invitó a visitarlos a Usulután, un departamento en la Costa Sur de El Salvador, que era donde vivían y tenían una farmacia. Fue con Pablo y dejó a Dulce con su madre. La conversación, por supuesto, llevó desde los saludos hasta saber un poco de Esteban, de quien no dijeron casi nada. Con sorpresa, vieron como una montero parecida a la de Esteban se estacionaba frente a la farmacia; era la Julia. <Que casualidad tan grande>, pensó Emma. Rápidamente los escondieron a ella y a Pablito en una pequeña bodega del patio trasero y ellos salieron a recibirla como a una reina. Le ofrecían toda clase de cosas mientras Julia se comportaba como si le perteneciera no solo la casa, también la finca, la farmacia, y por si fuera poco, los seres humanos que la atendían, incluyendo a los tíos de Esteban. Se quedó un rato y luego de recorrer los pasillos como si buscara algo o a alguien, se sentó en los muebles de madera del pasillo trasero que daba al jardín donde Emma hacía toda clase de peripecias para mantener en silencio al niño. Emma la vio de lejos, Julia sacó de la cartera una cigarrera, la abrió, sacó un cigarro, le prendió fuego con un encendedor que por un momento cegó a Emma porque el sol se reflejó en él y chocó con su mirada, y comenzó a fumar como toda una “femme fatale”.  

Era ciertamente una mujer con mucha fuerza, su poder se dejaba sentir con su tan sola presencia. Llevaba un vestido blanco, corto, precioso; el cabello largo hasta la cintura y totalmente liso, rubio pintado; era tan pequeña como Emma, pero llevaba puestos tacones muy altos y lucía una cartera en su mano que manejaba con tal elegancia. No cabía duda que era la dueña de todo lo que en ese momento se movía.

–Una maldita hija de perra –dijo don Leopoldo cuando ella ya no estaba–. Fue la única cosa que hablaron de ella, como si fuera un sacrilegio nombrar a cualquiera de los dos.

Emma no tardó en volver a saber de don Leopoldo, dijo que la visitaría y así fue. Llevaba algunas cosas para Pablo y algo de dinero.

–Aquí te manda Esteban, dice que te vayas del país si sabes lo que es mejor para ti y para tus hijos.

–La Julia –continuó diciendo– no estará tranquila hasta saber que de verdad desapareciste, muerta o lejos, lo que prefieras más.

Le dejó el dinero y el certificado de nacimiento de Pablito que le habían dado en el hospital, para que ella fuera a asentarlo a la Alcaldía, ya que Esteban no lo había hecho. El niño tenía ya dos años y medio y aún no existía en los registros del país. Esa misma semana Emma fue a asentarlo y presentó su renuncia en la exportadora.

–¿Por qué te vas? –preguntó el gato, totalmente desconcertado–. Hace dos fines de semana estábamos en la playa y hoy decidiste que te vas. ¿Es algo que hice mal? ¿Conociste a alguien?

–Me voy –contestó Emma– porque mi hermana que vive en Guatemala me consiguió un buen trabajo y pienso que sería buena idea regresar al país que me vio nacer.

–Si claro –contestó el gato–. ¿Y nosotros?

–Vendré tan seguido como pueda y tú podrás llegar allá si quieres –le dijo.

Apenas le salían las palabras, quería llorar, pero no lo haría frente a él, quería decirle lo que pasaba, pero no quería involucrarlo. Y también quería llorar porque Eduardo le había contado que el viernes anterior habían cenado juntos, que sorpresivamente la ex del gato se había presentado al restaurante y después de un rato ya se estaban besando y que se habían ido antes que la velada terminara.

Emma no le había dicho nada al gato, porque primero, no sabía si Eduardo lo había hecho porque se sentía despechado, ya que ella jamás aceptó sus indecentes propuestas; no le perdonaba que hubiera preferido al gato que a él, su ego masculino simplemente no podía procesarlo. Por otro lado, el gato era el mismo, no había ningún indicio de traición. La verdad, no se atrevería a encararlo sobre algo de lo que ella no estaba segura.

Se fue entonces a vivir a Guatemala en un febrero del noventa y cuatro. Era toda una mujer vivida de veintiocho años, madre soltera de dos hermosos niños y tremendamente cotizada por sus todavía atributos de juventud.

“¿Es que se acaba de amar alguna vez?

Hay gente que ha muerto

y que yo siento que aún ama”

Honoré de Balzac

 

 

 

 

 

CAPITULO IX

GUATEMALA

 

 

Como lo prometido era deuda y la distancia la hacía extrañar tanto al gato, iba y venía a El Salvador con la misma frecuencia que solían visitar la playa. Tenía dinero suficiente para seguir haciendo la misma cosa durante al menos un año. Dejaron de fumar marihuana de la nada, ni él llevaba, ni ella le pedía, y se emborrachaban menos, la relación se volvió menos loca, pero intensa. Continuaban soñando despiertos, seguían llorando juntos sus penas del alma y eso les bastaba. Pero no tuvo que pasar el bendito año para que la relación acabara “de un trancazo” En una de sus visitas y como siempre, lo llamó del teléfono público de Puerto Bus en El Salvador, para decirle que estaba allí esperándolo.

–No puedo ir –le contestó–. Vete a la casa de tu prima Ana y yo te voy a buscar allí.

–Pero, nunca hemos hecho eso –le contestó Emma perturbada–   

Además, sabes que mi cuñado tiene mal carácter y no querrá que yo me quede y luego verte llegar y que nos vayamos a lo que todo el mundo sabe.

Y ambos rieron.

–No –le contestó–, es que hay algo que quiero decirte, pero no por teléfono y no en la calle, mejor llego a la casa de Ana.

–¿Por qué tanto misterio? ¿Embarazaste a alguien y no sabes qué hacer? –Se le ocurrió decir a Emma en son de broma.

–No –le contestó–. La verdad, es peor que eso.

<¿Qué podría ser peor que eso?> pensó Emma.

Emma se quedó callada por un breve espacio de tiempo, esperando a que el gato reaccionara y le dijera lo que estaba sucediendo.

–Es que me casé el sábado con Mariana porque está embarazada.

Mariana era su ex, de la que le había hablado Eduardo que se habían reencontrado. Emma se quedó completamente muda. Absorta en su pensamiento. No había nada qué decir, ni nada que hacer.

–Aló, Emma, ¿estás allí? Emma, Emma...

Emma colgó el teléfono y se quedó parada pensando o no pensando nada. Acababa de hacerla envejecer ocho mil años, sentía que por dentro su corazón se rompía en millones de pedazos. Tomó su maleta y se fue a casa de su incondicional prima Ana. Destruida era una palabra incapaz de dar significado a lo que sentía. Le pidió a Ana que la negara si llegaba el gato. Por suerte, su cuñado andaba en su finca y no llegó a dormir esa noche. El gato, efectivamente apareció bastante entrada la noche completamente borracho buscándola. Le gritaba que saliera y que lo perdonara. Por más que Ana le decía que Emma no estaba, él insistía.

–Hablemos, yo sé que estás allí, solo quiero aclarar las cosas.

Las cosas estaban bien claras para ella.

–Emma, no me voy a mover de aquí si no sales.

Pasaba del ruego al llanto, luego le gritaba que saliera, y en el mismo ciclo se pasó un par de horas hasta que Ana le pidió que se fuera o llamaría a la policía. Emma permanecía adentro, en la habitación de su sobrino, bañada en llanto. A la mañana siguiente, tomó su maleta y se fue apenas amaneció. Regresó de nuevo a su hogar con sus hijos, donde debía estar.

 

Encontró pronto un trabajo en una investigadora de Mercados. Casualmente, seis meses después del episodio final del gato, se encontró en el pasillo del edificio donde trabajaba, con un amigo mutuo, de ella y el gato. Ambos con sorpresa y asombro se dieron un fuerte abrazo. Fueron a tomar un café y por supuesto, el tema principal fue el gato.

–Dale la oportunidad de que te explique cómo fueron las cosas –le dijo.

–Yo no quiero ninguna explicación, no me interesa saber nada  –le contestó Emma bastante molesta.

–A veces –continuó–, es bueno que la gente se desahogue y él necesita hablar, el asunto lo está consumiendo, quiere escuchar que lo perdonas.

Emma comenzó a dudar de que ese encuentro hubiera sido realmente casual.

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