Emily

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Capítulo 2

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—Milady… —quiso interrumpir Hillary, pero fue acallada con un levantamiento de mano sutil de la condesa. No, Lady Anne la había agotado y no permitiría que la sociedad siguiera festejando su desparpajo a costa de su hijo Colin Webb. Ella tenía una opinión respecto de los americanos, no creía que la relación de sus hijos con ellos fuera provechosa para el título, sabía muy bien el coste a pagar por el actual Lord Sutcliff al elegir como esposa a una francesa en lugar de a una inglesa. Marion provenía de una de las mejores líneas sucesorias de la Francia pre-napoleónica, que habían perdido todo con la revolución, hasta volverse prácticamente unos refugiados en tierras británicas. El desafío de Arthur Webb le había costado demasiado al condado, y deseaba ahorrarles ese martirio a sus hijos. Sin embargo, no pensaba hacerlo a costa de la burla y desprecio hacia personas inocentes. Y menos que menos, deseaba darle una carta ganadora a esa horrible mujer. Una víbora trepadora que estaba a pasos de develar uno de los más oscuros secretos de su hijo, todo a cambio de un título nobiliario y uno social: la dama que logró atrapar al bello Lord Webb.

No sabía con quién se metía, pensó Marion. Aunque pareciera que con esa acción defendía y protegía a esos tal Grant, en realidad lo hacía con su hijo.

Y cuando de sus retoños se trataba, Lady Marion Webb, condesa de Sutcliff, era una leona.

—Pueden seguir con su vaga diversión —dijo ante las tres damas que hasta hacía unos segundos reían burlándose de otros—, rían, brinden, festejen. Demuestren que no tienen nada mejor que hacer, por mi parte… —Se giró hacia la señora Grant y la señora Monroe. Como no podía realizar una invitación sin hacerla extensiva a las dos, dijo—: señoras, me presento, soy Lady Sutcliff y sería un honor —remarcó la palabra— para mí que aceptaran compartir un té con mi familia una de estas tardes…

—Eh… —Un empujón de Grace hizo a Sandra reaccionar y efectuar una reverencia bastante coordinada—. Por supuesto, milady… el honor sería todo nuestro.

—Claro que cuento con la presencia de las jovencitas —agregó con la mirada puesta en el otro centro de escándalo—, al parecer una ha robado la atención de, nada más y nada menos, que el esquivo Lord Bridport, sin contar con la que ha obnubilado a mi hijo. —Lo último fue dicho con los ojos ambarinos fijos en Lady Anne. A medida que la furia crecía en el interior de la viuda, la sonrisa de la condesa se ampliaba.

Esto consigues cuando atacas a mis niños, pensó Marion antes de dar por finalizado el encuentro. Le molestaba hasta respirar el mismo aire que esa ave de carroña.

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