Emily

Emily


Capítulo 10

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Capítulo 10

Lo que la señorita Cleveland prometía, cumplía. Las vacaciones en la casa de campo de los Sutcliff fueron reemplazadas por un nuevo plan de entretenimiento en Sameville, a unas cuantas millas de ahí. Emily encontró el nuevo destino un tanto refrescante, comenzaba a no sentirse a gusto en el hogar Webb. Desde aquella noche las cosas habían cambiado entre Colin y ella, ya no había conversaciones sin sentido, ni miradas, y los pocos momentos en donde la cercanía era imposible de evitar, él se mostraba distante, lo justo y necesario para no capturar la atención de los demás. Colin fingía, ella fingía, y la obra de teatro que juntos conformaban mantenía a los espectadores sin preguntas. Salvo por uno.

—¿Ha ocurrido algo entre ustedes? —Zachary la acorraló en su habitación mientras terminaba de preparar el equipaje.

—No. —Ese «no» le tembló en la garganta.

—No me mientas, Em. Te conozco, conozco el brillo de tus ojos...

—¿Y qué te dice el brillo de mis ojos, Zach? —lo interrumpió porque si seguía, lloraría. Disimular, eso era lo que tenía que hacer.

Colin no le había roto el corazón, había hecho algo más despiadado aún, había sembrado la semilla de la ilusión en ella. Lo había acorralado con su declaración, lo sabía, porque no era tan idiota como para amar a un hombre más que a sí misma. De ese modo, esperó la respuesta que la quebrara a la mitad, que le dijera que Colin Webb era un esnob y superficial que no se casaba con ella, que no se permitía mirarla, desearla, amarla, por su condición, por sus orígenes humildes, por su poco ortodoxa belleza, por cualquier vacío motivo. En cambio, la verdad confesada la dejaba con el pecho lleno de sentimientos, con un amor más profundo y con algo que jamás pensó que volvería a tener: un objetivo.

Comprendía las palabras de Daphne ahora, Colin necesitaba aceptarse tal cual era, y Emily creía que podía ayudarlo con tan ardua tarea. Solo una cosa debía hacer, prestarle sus ojos para que se viera a través de ellos y se convenciera de que siempre se era perfecto para alguien.

—Que no te encuentras bien. —Se colocó a su lado, le quitó el chal que sostenía para arrojarlo dentro de la maleta abierta que se encontraba sobre la cama—. Em, habla conmigo.

—Estoy bien, Zach, solo algo cansada.

Él hizo a un lado la maleta para tomar asiento frente a ella, se aferró a sus manos.

—Y ahora confirmo que mientes. ¿Cansada, tú? Imposible, eres una Grant.

—Cansada de Londres —agregó para saciar la preocupación de su hermano, luego se sentó junto a él.

Zach la rodeó con el brazo, reconocía cuando la niña de la familia necesitaba de un abrazo, ella lo aceptó con gusto y recostó la cabeza en su hombro.

—Bueno, eso sí puedo creerlo. Reconozco que yo también estoy hasta la coronilla de este lugar. Estamos aquí por ti... lo sabes, ¿no? —Ella asintió con apenas un movimiento—. Y nos iremos también por ti, solo tienes que pedirlo, Em.

—Lo sé —dijo liberando un profundo suspiro.

No había honor que salvar, ni pasado que ocultar, un marido noble significaba subir unos cuantos peldaños en la escalera de la élite americana, nada más. Era un intento, que, de verse fallido, no afectaría en lo más mínimo el espíritu ni la riqueza de los Grant.

—Ahora... —Zach hizo una pausa para observar a su hermana por el rabillo del ojo—. Vas a contarme la verdad, o tengo que ir por Webb para que él me la diga.

—Él no tiene nada que ver con esto. —La falta de certeza la traicionó.

—¡Mientes otra vez, Em! Dime una cosa, solo una... ¿tengo que golpearlo?

Esa pregunta incluía las siguientes posibilidades: Se ha propasado contigo. Ha hecho algo indecoroso. Ha robado tu virtud.

Emily rio, pensar que acusaban a Colin de sobreprotección. Zach era igual, aunque llevaba todo al terreno físico.

—No, no tienes que golpearlo... ya deja de buscar excusas para hacerlo.

—Se lo merece —sentenció convencido de que así era —. Como sea, ya encontraré el motivo —finalizó incorporándose—. Por lo que tengo entendido, partimos en una hora, así que más vale que te apures. —Recorrió la habitación con la mirada, todo estaba a medio empacar—. Tal vez es conveniente que te asista la doncella.

—No, sabes que detesto eso, puedo preparar mi propio equipaje, siempre lo he hecho.

Él le sonrió, y la besó en la frente.

—Me alegra saber que mi hermana sigue aquí... detestaría reconocer que te has convertido en una esnob consentida. —Caminó hasta la puerta, y ahí se detuvo. Respiró profundo, exhaló. Cabía la posibilidad de que la víctima fuese, en realidad, la victimaria—. A propósito de «esnobs», ¿qué hay con él?

—¿Él?

Vanessa tenía razón, todos los caminos conducían a Colin Webb. Por mucho que lo intentara, alejarlo de sus pensamientos no era una tarea sencilla, hasta Zachary lo traía de regreso, y eso que su odio hacia él era de conocimiento popular.

—Sí, él... por favor, no me hagas hablar del brillo en sus ojos.

—Prefiero que no hables de él en lo absoluto —dijo entre risas. Zach tenía ese efecto en ella, le robaba risas en medio de la tristeza.

—Yo también, aunque me veo en la obligación de decir algo —hizo una pausa hasta tener su completa atención.

—Soy toda oídos.

—De ser necesario, levantaré los restos de un corazón roto... pero solo de uno, ¿lo has entendido?

A la perfección, y sus palabras no hicieron más que estimularla, si Zach creía que ella tenía las herramientas necesarias para romper el corazón de Colin Webb, significaba que tenía más posibilidades de las que imaginaba.

—Vete de una vez... —le indicó regresando a la labor de su equipaje—, ya sabes lo qué opinan sobre este tipo de intimidad.

—¡Por todos los santos, soy tu hermano... te he alimentado de pequeña!

—Shhh, calla... para ellos, eso lo hacen los bárbaros —bromeó.

—¡Pues seré un bárbaro hasta mi muerte! —Abrió la puerta dispuesto a marcharse —. Una hora, Em...

Partieron al mediodía, y para las últimas horas de la tarde arribaron al hogar Thomson. El matrimonio Bridport les pisó los talones, y Emily se alegró al confirmarlo, el evento contaría con Miranda, y lo que era mejor, con Elliot Spencer. A Colin le sentaría de maravillas un tiempo a solas con su amigo, más aún después de convivir dos semanas con Zachary.

La actualización de los hechos que involucraban a Cameron y al americano que parecía ser el origen de las pesadillas de la joven de Virginia la desconcertaron. Sean Walsh ya no era el enemigo, la varilla que media esa cualidad se dirigía a otro americano también presente, James Seward. Según lo oído, el hombre había sido el pretendiente elegido por el padre de la señorita Madison, y Walsh, el secreto enamorado. Ya estaba por demás claro que ella le había correspondido también. ¡Vaya extraño triángulo amoroso! ¿O no era triángulo alguno? Estaba confundida.

¡Oh, cuánto se había perdido!

—¿Señorita Madison, ha estado jugando usted a dos puntas? ¿Ha roto el corazón de James Seward? —Vanessa, con su lengua viperina, despejó las dudas de Emily.

—¡No! ¡Por los cielos que no! —Cameron reaccionó como si la hubiesen atacado.

—¿Tal vez él malinterpretó algo? —sugirió Miranda, que cumplía el rol de mediadora que antes comandaba Cameron.

—¡Imposible! —La ofensa se escapó por los labios de la señorita Madison—. Jamás intercambié más que un par de palabras con él en reuniones sociales. Para mí, el nombre Seward ocupaba el mismo lugar que los otros socios de mi padre. Además, si nuestro enlace se hubiese llevado a cabo, hubiese sido por conveniencia, y si de conveniencia se trata...

—Tiene americanas para lanzar al aire —finalizó Emily con aires de broma.

—¡Maravilloso, señorita Grant! Veo que finalmente nuestros pensamientos van por el mismo camino. —Era la primera vez que Vanessa y ella parecían estar dispuestas a coincidir en algo—. De ser así, si no es amor, es obsesión, y si no es obsesión, es otra cosa.

Estaba en lo cierto, otro era el motivo que había llevado al tal Seward hasta ahí, y la única manera de averiguarlo era desarrollando estrategias que le permitieran a Cameron y al señor Walsh encuentros a solas para el intercambio de información. Eludir a la tía de la señorita Madison demandó más participación de la esperada, Miranda recurrió a su esposo, y como era de esperarse, este a Colin. La estrategia fue una caminata y un encuentro cerca de la laguna central, la actividad no tuvo objeción alguna por parte de las matronas, al fin de cuentas, las jovencitas se encontraban acompañadas por la actual vizcondesa, y su título le otorgaba la cualidad máxima de chaperona.

Sean Walsh había sido guiado hasta el resguardo de la laguna por Elliot, Colin, y Lord Witthall. A este último lo habían utilizado como repelente, la mayoría de los nobles preferían evadirlo. Colin y Elliot habían cursado estudios junto al joven conde, y a pesar de que era apodado «loco», ellos conocían la clase de locura que lo gobernaba, una por demás inofensiva.

—Witthall... ven, necesito un favor de ti —dijo Colin alejándolo por unos segundos de la comitiva que formaban junto a las jóvenes americanas. Habían cumplido su parte del trato, la señorita Madison estaba junto al tal Walsh—. Me encuentro en una situación muy incómoda, William, y creo que la solución se encuentra en la destreza de tu pluma.

—¿Mi pluma? —William hallaba gran satisfacción en la contemplación de las nubes, en los pájaros y las estrellas, no en pensamientos ajenos.

—Tu pluma, William, tus poemas, cartas... han salvado más de un matrimonio y han hecho su magia entre corazones opuestos. ¿Crees que hagan el efecto inverso?

William carraspeó, era un hombre solitario, para él, dos ya era una multitud, y la compañía que lo rodeaba, incluyendo a esas mujeres extranjeras que no hacían más que evaluarlo de los pies a la cabeza, lo inquietaba.

—Primero, no logro entenderte del todo... Segundo, ya no me dedico a esas labores.

—¡Vamos, Witthall, tú me ayudas, yo te ayudo! Es más, puedo hacer que mi padre interceda por ti en la cámara de lores.

Colin dio justo en el blanco débil del conde, estaba a pasos de la ruina, él y todo su condado; había recurrido a la cámara de lores en busca de una asistencia que le permitiese salir a flote, la misma le había sido negada.

—¿Qué necesitas? —preguntó ya resignado.

—Romper un corazón, destruir todo tipo de esperanza ¿crees que puedas hacerlo?

—No lo sé, no es mi especialidad.

—Tampoco la mía —confesó buscando con la mirada a Emily, estaba hermosa y sonriente, como si el mundo no se le hubiese hecho pedazos a los pies. A él sí—. Pero siempre hay una primera vez para todo, William.

—Tengo que analizarlo primero, conocer a su destinataria...

—Lady Anne Merrington. —Colin fue veloz, era como sacarse una espina de la garganta.

El ceño de Witthall se frunció al oír ese nombre, sus labios ocultaron una indescifrable mueca.

—¿Qué sucede, Witthall?

—Nada, solo que he oído muchas historias en donde lady Anne y tú eran protagonistas.

—Exacto, y te necesito a ti para que se detengan.

Los ojos de William se perdieron en la lejanía, requería de unos instantes a solas con su mente.

—Está bien, lo haré —dijo luego de una extensa exhalación—, pero antes, debo darte una recomendación. —Colin se sorprendió, asintió sin planteo alguno. William continuó—: La ventaja de ser un exiliado social es que te permite ver todo desde otro cristal, te sorprenderías lo que uno puede llegar a contemplar. Ten cuidado con ella, como te he dicho, he oído muchas historias...

La llegada de otra comitiva femenina liderada por Lady Thomson agitó el avispero de las muchachas americanas. El caos y el alboroto puso fin a la conversación. La advertencia de William le dio lugar a un pensamiento nunca antes perfilado. Hasta Anne, sus relaciones habían llegado a su punto final en excelentes términos, sin reclamos, sin insistencias. La joven viuda estaba dispuesta a romper esa armonía, y esa inesperada idea comenzó a nadar en la cabeza de Colin. Se sintió agobiado, atacado por ambos flancos, en uno se encontraba Anne, en el otro Emily. La diferencia era que cada una habitaba lugares distintos, una estaba en su cabeza, la otra en su corazón. Estableció prioridades, puso a Emily por encima de todo. Necesitaba hablar con ella, de nuevo, a solas, todavía había mucho por decir, por sentir... Urdió una estrategia de manera solitaria, propiciar momentos con Emily era su arte.

∞∞∞

Los eventos organizados por Lady Mariana Thomson eran concurridos. Llenos de personajes de interés, algunos con bolsillos llenos, otros con contactos. El ambiente era óptimo para los negocios, no así, para las escapadas fortuitas. Cameron Madison y Sean Walsh eran un claro ejemplo. El segundo, Colin Webb y Emily Grant.

En cada ocasión en la que Lord Webb quiso aproximarse a la californiana, fue interrumpido por algún conocido, por su madre, su hermana, su amigo Elliot y todas y cada una de las reglas sociales. Pero si algo había aprendido en ese tiempo, era a romperlas.

Casi con picardía, pensó que, si no fuesen tan estrictas, entonces él no se vería empujado a tamaña osadía. ¡Como si le faltaran excusas! Lady Marion tenía razón, si algo no era flexible, se quebraba. Y Colin se vio en la obligación de destruir su educación solo para robar un segundo de Emily.

La muchacha iba y venía con sus amigas americanas, tramando un plan para descubrir un homicidio. ¿Acaso las perseguían los problemas? Negó con la cabeza, resignado. Ya conocía la respuesta: ellas eran el problema. Vanessa y Cameron la requerían a toda hora, para mantener las formas, para cubrir a la señorita Madison… ¿Y él?, quiso protestar como su hermano Thomas cuando no le daban un dulce. Él quería ese dulce, y lo quería solo para sí.

Volvió a negar con la cabeza mientras avanzaba por los pasillos de la mansión de los Thomson. ¿Qué le estaba sucediendo?, si el encuentro con la señorita Grant tenía como fin terminar con sus sueños e ilusiones e idear otro plan, el de conseguirle un marido acorde. Entonces, ¿por qué se sentía tan miserable? O peor, tan expectante. ¿Por qué la idea de encontrarse de nuevo a solas con ella le erizaba la piel, le hacía latir el corazón acelerado?

Nadie se fijaba adónde iba un hombre, los ojos estaban posados en las damas casamenteras, y los caballeros podían escabullirse a gusto y antojo. Así lo hizo, un par de peniques y supo con precisión qué habitación le correspondía a la señorita Grant. No la compartía con nadie, lo cual era una bendición para Colin. Al parecer, la compañía de Vanessa había sido designada a Cameron para poder deshacerse de su odiosa tía, y Miranda ya era una mujer casada. La casa de campo de Sameville podía dar cobijo a todavía más personas, por lo que esas comodidades podían permitirse.

La recámara de la señorita Grant era simple, pequeña en comparación a la que le habían asignado a él, con una cama en el centro, un tocador con su banquillo, un biombo, un ropero que en ese momento tenía una de las puertas abiertas, una silla y una mesa de noche. Estaba decorado en tonos lilas, amarillo y blanco, con unos almohadones con dibujos de campos de lavanda. La curiosidad le ganó en cuanto puso un pie dentro, y tuvo que cerrar la mano en un puño para que sus dedos no acariciaran las pertenencias de Emily como si se tratara de su piel. Todo allí olía a ella, a sol, naturaleza y libertad. Tenía una larga espera, por lo que tomó el libro que reposaba en la mesa de noche, se acomodó en la silla y se dispuso a leer.

Apenas se percató de que la serenidad de la noche y ese perfume que le recordaba a Emily lo acunaban brindándole paz, una paz que no sentía desde la noche en que la vio montada a Jafar. Le debía explicaciones, muchas, porque la joven le había confesado sus sentimientos y, lo sabía, lo sentía, Emily seguía amándolo. Quizá más que antes.

Los párpados le pesaron.

Le gustaba sentirse amado, sabía que su familia lo quería, lo apreciaba, pero jamás una mujer lo amó de esa manera. Parecía increíble, luego de tantas amantes, que ninguna hubiese atravesado las barreras de Colin. Lady Amber era una de las pocas que, al menos, logró llegar a su afecto. Un cariño que era mutuo y carente de pasión tras el año y el día de relación.

Se adormeció en la silla, y la imagen de Emily montando a Jafar en campos de lavanda fue el sueño que lo acompañó hasta escuchar unas voces al otro lado de la puerta.

—Gracias, no se preocupe —Era la voz de la señorita Grant—, yo me encargo. Buenas noches.

—Buenas noches, señorita… si necesita…

—Sí, sí… la campanilla.

Colin se quedó en las sombras, temeroso de que la doncella entrara de todos modos. Oculto, en la sección de la recámara que no bañaba la luz de la luna, sin moverse, quedó a la espera.

Emily ingresó con un candelabro, se la veía cansada, el tema de Cameron la tenía preocupada. Apoyó la vela en la mesa de noche, y se percató de la falta del libro. Se agachó en su búsqueda, pensando que quizá se había caído, para incorporarse con resignación y desconcierto. Pareció no darle más importancia al asunto, Colin avanzó un paso, para revelar su presencia justo cuando Emily le dio la espalda para llevar las manos hacia atrás. La flexibilidad de la muchacha lo pasmó, los botones traseros no le presentaban ningún impedimento, sus dedos ágiles parecían acostumbrados a la tarea de vestirse y desvestirse sin ayuda, y él moría de ganas de salir al rescate.

Debía ponerle fin a eso, no podía permitir que Emily se desnudara ante sus ojos. ¿O sí? Tras un par de botones, llegó a los lazos del corsé y los deshizo con premura, la intención de Webb de poner fin a eso murió con el gemido de placer y alivio de la californiana. Un gemido que dio de lleno en sus pantalones, los cuales evidenciaron el deseo que lo embargaba. El hombre cayó en cuenta de que desde Lady Anne que no tenía otra amante… no, no desde Lady Anne, desde Emily. Desde la noche en que la joven quedó petrificada ante él que no tenía ojos para otra mujer.

La señorita Grant se lanzó en la cama sin delicadeza, con el alivio de alguien que ha tenido un día duro y por fin llega a casa. El siguiente paso fue su cabello, y la mente de Colin entró en discordia con el cuerpo. ¡Detenla ahora mismo!, reclamaba uno. ¡Ni se te ocurra!, discutía el otro. Emily sacaba una a una las horquillas para lanzarlas con precisión al cuenco que se hallaba en el tocador. Una, otra, otra. La puntería era admirable. Lo mismo que esa cabellera rubia, de mechones claros, que parecían llevar el sol de california atrapado en ellos. Las pequeñas perlas del tocado terminaron en la mesa de noche, porque eran demasiado costosas para lanzarlas, y los dedos finos y delicados de la muchacha deshicieron la trenza para dejar ante los ojos de un hipnotizado Colin una cabellera tan larga y brillante que le llegaba hasta debajo de la cadera.

Las manos de Emily continuaron sin piedad, el objetivo… sus piernas. Una sobre el colchón, alzó las enaguas y reveló la pantorrilla envuelta en una delicada media de seda. La falda subió más, hasta el muslo, la joven iba a quitarse las medias y la razón le ganó la batalla al cuerpo en esa ocasión.

—Emily… —la interrumpió, la voz le sonó ronca, gutural y llena de deseo. La respuesta… la respuesta no se hizo esperar. En un milisegundo, la señorita Grant se quitó la zapatilla de baile y la lanzó al punto ciego de la habitación de donde provenía la voz—. Auch, Em.

—¿Colin?

—¿Esperabas a alguien más, mi cenicienta? —rio el hombre mientras salía de las sombras con el calzado en una mano, y la otra en la frente, en donde le había hecho un corte.

—¡Te he lastimado! —Emily se catapultó de la cama para ir en auxilio.

—Me lo merecía. —Colin entregó el calzado, y la miró sin disimulo. Ya no le quedaba demasiado. Ardía de deseo, de una pasión que había interrumpido solo porque sabía que se quemaría.

—Sí, Colin, la verdad que sí. ¿Qué demonios haces aquí?

—Necesitaba hablar contigo, sabes que tenemos algunos asuntos pendientes, asuntos delicados… no… —Si necesitaba de alguna ayuda para poner fin al ardor de minutos antes, el tópico de la charla se lo brindó. Hablar de su problema le apagaba cualquier deseo sexual.

—No te preocupes. Ven —lo instó—, deja ver cuánto daño he hecho con mi zapato.

—Tienes puntería. —Ambos sonrieron y dejaron ir la tensión. La cercanía del cuerpo de Emily volvió a surtir efecto en Colin, más cuando los botones y el corsé flojos dejaban caer un poco más la tela y revelaban el nacimiento de unos senos llenos y pesados que invitaban a las caricias. Webb tuvo que tragar con fuerza para deshacer lo que fuera que se le hubiera atorado en la garganta—. Em… —empezó.

La muchacha se sentó en la cama, y esperó paciente a que juntara valor. Veía el dolor que le provocaba, y no sabía cómo hacerle ver que eso no era un impedimento para ella.

—Dilo, sabes que es mejor la sinceridad y la franqueza.

—Lady Anne fue mi último intento, me cansé —sentenció—, me cansé de intentar, de fracasar. Me cansé de las ilusiones al empezar, y la desilusión al terminar. Me cansé de pensar: es ella, va a ser ella. Y ahora…

—No es un fracaso, Colin. No lo es…

—Para mí sí. ¿Recuerdas nuestra charla en el jardín de Lady Helen? Es mi único jodido trabajo, tener un heredero es mi único jodido trabajo.

—Ser tú mismo es tu único trabajo, Colin, y te sale de mil maravillas.

—Em… no lo intentes —suplicó, la pena era latente. No quería amarla más, porque debía dejarla ir, y no quería hacerlo más difícil—. El tema es… ambos estamos en una situación similar, solo que tú aún tienes una oportunidad. Además, el tema de Lady Anne puso en manifiesto que no puedo seguir con esta locura, lastimar a más gente.

—¿Lastimar a Lady Anne? —fue la socarrona pregunta—. Colin, si alguien tiene posibilidad de salir herido aquí eres tú. Lady Anne no es ninguna víctima inocente…

—No estoy tan seguro, Em. Yo hice promesas, le dije que la haría mi esposa si quedaba embarazada, al jugar con mis ilusiones lo hice con las de ella. —Emily solo podía negar con la cabeza ante la ceguera de Colin. Si dijera eso de sus otras amantes, quizá, solo quizá, podía llegar a contemplarlas como víctimas. No lo eran. Lord Webb no seducía damiselas vírgenes e ingenuas. Optaba por viudas bien posicionadas, mujeres que en el caso de quedar embarazadas pudieran ser la siguiente Lady Sutcliff, y mientras tanto… mientras tanto disfrutaban en el lecho de los placeres de la compañía de Colin, lo recibían todo de él y podían entregar tanto como quisiera.

Emily lo sabía, en el centro mismo de su pecho tenía la respuesta, no las creía víctimas porque las envidiaba. Si Webb le propusiera ese trato a ella, lo aceptaría. Un año y un día a su lado era mejor que una vida sin él.

—La verdad, Colin —Emily cerró los ojos para ocultar sus emociones—, si es para hablar de la viuda de Merrington, prefiero irme a dormir.

—No, no es de ella. Es de lo que entiendo… Yo no me casaré jamás, y es en vano que tenga una legión de jóvenes casamenteras a mi alrededor. Tampoco lo intentaré más con amantes, por lo que la competencia de Lady Anne me tiene agotado, no deseo regresar con ella ni reemplazarla. Quiero estar solo, quiero al fin estar solo. —La amargura de la voz de Colin laceró la piel de Emily, que simuló alisar una arruga en la cama para esconder lo acuoso en su mirada—. Tengo una propuesta para ti…

—Colin, sabes que solo quiero una propuesta de tus labios… —se lamentó la muchacha, y las lágrimas se hicieron presente. Emily mentía, no solo estaba dispuesta a una propuesta, sino a varias. A cualquiera. Aceptaría lo que fuera si eso implicaba a Colin.

—Lo has visto con la señorita Clark —prosiguió él, en un intento de no ahondar en la agonía de ambos—, cuando Elliot mostró interés en ella, varios lores también lo hicieron.

—Y uno resultó ser un demente asesino. Vas bien, Colin —rebatió Emily, con furia. Entendía la propuesta y la llenaba de ira.

—No tiene por qué salir tan mal. Podemos simular un compromiso, un tiempo, de modo que los lores se interesen en ti. En cuanto vean la persona que eres, lo maravilloso… no me necesitarás más. Allí afuera hay un hombre perfecto para ti…

—Ciego —masculló—. ¿Y tú? ¿Crees que si muestras serio interés en mí dejarán de perseguirte?

—Por un tiempo, sí.

—¿Lady Anne?

—Eso espero, ella no busca ser mi amante, sino mi esposa. Creo que cuando vea que tengo intenciones con alguien más…

Emily no estaba segura, ni convencida. No podía mentirle a su corazón, le pertenecía a Colin. No existía ningún hombre allá afuera, y por eso era que se podía prestar a la parodia. No le molestaría el orgullo, la ruptura o el qué dirán, claro que no, porque esas cosas no responden al corazón. Si lograba ayudarlo a ponerle fin a las maquinaciones de la viuda… entonces… quizá…

—Colin, puede que acepte, solo si me prometes que es pasajero.

—¿Qué?

—Que esto es una etapa, que no te impedirás ser feliz ni ahora ni nunca por este tema. Entiendo que estés cansado, y créeme, sé de ilusiones destrozadas. Pero… ¿nunca? Es una palabra muy pesada. No sé cuán certero es tu diagnóstico, ni sé si existe alguna posibilidad. Solo puedo decirte que a mí no me importa, que te amo lo mismo y que formaría una familia de dos contigo. Acepto no ser la mujer que quieres, lo tomo, pero no voy a aceptar a que te cierres a esto, habrá otras como yo… otras que te amen más allá de lo que tú crees que es tu jodido trabajo…

—Em, detente, no lo hagas.

—¿Qué cosa? ¿Amarte? Llegas tarde, Colin Webb. Y encima has robado el corazón de una señorita a quien no le gusta que le digan lo que tiene que hacer —intentó bromear. Las lágrimas impidieron las risas.

—Fueron paperas —aclaró, casi desesperado. Quería sacarle la absurda idea a Emily de la cabeza. Ella no lo veía, en ese instante, ambos eran presos del deseo y la atracción, de la juventud y los sueños. ¿Qué ocurriría cuando eso se desvaneciera? ¿Cuando llegaran a la edad de sus padres, y la vida hubiera seguido su curso, cuando ya fuera tarde para Emily y no pudiera traer niños fuertes y sanos al mundo? No. Debía hacerla entrar en razón, su condena le pertenecía solo a él y no arrastraría a nadie más. Ya otro inocente pagaba las consecuencias—. Me enfermé a los quince años, y el cuadro se complicó… El médico dijo que podía quedar estéril, que era una posibilidad, una a la que me negué por completo. Sin embargo…

—¿Sin embargo? —lo instó ella.

—Se ve que mis padres sí lo tuvieron en cuenta, porque ese mismo año mi madre quedó de Thomas. Supongo que se aseguraban el heredero.

—¡O simplemente quedó embarazada, Colin! —enfureció Emily. ¿Cómo podía pensar eso de sus padres? Ella lo había visto, Lady Marion y Lord Arthur amaban a sus hijos, jamás pondrían una herencia por encima de un hijo, ni traerían a la vida un ser humano solo por mantener el poder. Eso era irracional, y el dolor de Colin le impedía verlo—. Tu madre tenía la edad de algunas de tus amantes cuando lo tuvo a Thomas —dijo con letal intención.

—No es así como funciona por aquí, Em. Los nobles debemos hacer lo posible por mantener los títulos en nuestra familia, ya lo ves, es lo único que nos queda. No somos ricos, no más. Y yo no puedo cumplir esa tarea. Lo intenté ¿Sabes por qué lo de un año y un día? —Emily negó con la cabeza, había escuchado eso, que las relaciones de Webb duraban ese plazo y que ninguna había permanecido a su lado más tiempo—, antes, en la edad media, uno podía concertar un matrimonio por ese tiempo, si no se concebía, se anulaba de inmediato. Fueron mis amantes en esos términos, siempre. Solo una lo comprendió de inmediato, Lady Amber.

A la señorita Grant le costaba hablar de las mujeres de la vida de Colin, le provocaba celos y envidia. De todos modos, las aceptaba, las tomaba como parte del hombre que amaba. Eran su pasado, eran él. Ella no amaba solo lo bueno de Colin Webb, porque eso no sería amor. Sí, fue la belleza lo que la encandiló, y sus modos amables, y su sonrisa fácil, y sus consejos… pero ella lo quería con la parte oscura incluida: su inseguridad, sus miedos, sus amantes y la ausencia de hijos.

—Al menos Lady Amber no me cae tan mal —musitó, y le robó una media sonrisa a Colin.

—Ella sabía el dato de la edad media, y el rumor sobre mis relaciones. Sumó dos más dos, y el resultado fue evidente. Lady Amber tenía tres hijos ya, y eso que su difunto esposo le llevaba treinta años. Era fértil, y sabía todo sobre el tema. Más para evitar embarazos que para lograrlos, aunque la información era la misma. El trato fue más claro con ella, lo buscamos de manera consciente. Me hacía llegar una invitación en papel perfumado cuando eran los días óptimos del mes, justo después de los días celestes, como los llamaba en mi mente por el código en las notas. No sé cuánto es apropiado explicar esto…

—Colin, no solo sé montar sementales, sé todo sobre su cría. Entiendo lo que dices. —Sí, los días celestes eran los de abstinencia, en los que se intentaba conseguir mayor potencia, y los días perfumados eran los de ovulación, en el caso de los caballos, celo. Los ojos de Emily se llenaron de lágrimas al saber que Colin había atravesado doce ilusiones seguidas de sus doce decepciones en el transcurso de un año. Dejó el lugar en la cama, y lo abrazó—. Lo siento mucho.

—Hice un último intento, aunque mi relación con Lady Anne fue llena de resignación. Pienso que ese cambio, esa aura de fin fue lo que la hizo creer que era distinta, cuando el distinto era yo.

—Dejemos a Lady Anne fuera de esto —rogó Emily, porque no podía sentir por ella lo mismo que por Amber. La viuda de Merrington era mala espina, la empujaba la ambición y el status social, quería hacerse con el premio, sin importarle el coste. Y ese coste era el corazón del hombre que ella amaba. No lo permitiría, no podía hacerlo—. Está bien —accedió—, seguiremos con tu plan.

—Gracias, Em. Intento lo mejor para ti, lo juro. Ojalá fuera más de lo que soy. —El abrazo fue firme, le permitió a Emily hundir el rostro en el pecho de Colin y dejar sus lágrimas allí. El beso, en la frente, fue devastador, y la ausencia de él en la habitación le dejó un vacío peor, un agujero en el pecho que jamás llenaría.

No había nada más que perder, ambos ya habían perdido lo primordial: la esperanza.

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