Ema

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Capitulo Cinco

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Capitulo Cinco

 

“Necesitas el trabajo”

 

 

 

 

A la mañana siguiente me levanto sin problemas, me alisto y me dispongo a ir al trabajo. Camino las diez cuadras pensando, como decirle a mi nuevo jefe, que si vuelve a ponerme una mano encima, pondré en práctica por primera vez mis clases de defensa personal y le dejaré un ojo morado. Lo pienso un millón de veces mientras camino apretada a mi abrigo y bufando como un camionero, pero caigo en la conclusión que no hay buenos términos para decir algo como eso. Me lo replanteo una y otra vez, pero no hay forma de decirlo sin que me echen del trabajo y me hagan una denuncia. Entre resignada y molesta llego para darles la bienvenida a todos los que me esperan sonrientes como cada día.

Preparo los consultorios uno a uno y los equipo como de costumbre. El primero en llegar es el doctor Cross, médico traumatólogo especialista en miembros superiores. El cual, no para de repetirme que debería hacer ejercicio para evitar las contracturas.

Mientras le sirvo café me dedica un momento para explicarme todos los problemas que puede acarrear el encurvamiento que sufro con el cuello, lo mal que hace usar el teléfono en una oreja mientras lo sostengo con el hombro y escribo en la computadora, y le explico que no hay un mejor modo de trabajar, podría usar esos auriculares con micrófono pero ni loca los compraría con mi sueldo. Hablamos un poco más, le dejo los estudios y vuelvo al mostrador.

Afuera ha empezado a llover y me maldigo por no haber cargado en mi “pequeña” cartera el paraguas.

A media mañana llega mi Némesis, con los lentes gruesos colgándole del cuello, su barriga cervecera, aquel bigote que me da la sensación de que siempre esta sucio y su intento de lucir como un doctor sexy, aunque esta pasado en kilos y años. Apenas lo miro se me descompone la cara y no hay modo de disimular que me desagrada así que no me molesto en disimularlo. Echo un vistazo al doctor Cross quien se asoma para llamar a su siguiente paciente, y me planteo la idea de contarle las causas de mis últimas contracturas, pero no quiero comprometerlo así que lo descarto de inmediato.

Mi enemigo número uno se interpone en mi línea de visión y entrecierro los ojos cuando me sonríe.

—Ema, que bella estas hoy —me dice y no se porque me siento sucia, apenas suelta las palabras. Cecilia intenta distraerlo pero él no es de los que saben entender las indirectas. —Ven a mi oficina en cuanto tengas un momento.

Le respondo que si, e intento mantenerme ocupada toda la mañana, pero al medio día no hay mas remedio. Cuando se marcha su último paciente se asoma por la puerta y vuelve a llamarme. Refunfuñando y recordándome como dar un golpe y esquivar un ataque, me acerco a su consultorio con mala cara. Tomo una bocanada de aire y golpeo despacio la puerta, me hace entrar y paso a duras penas. Procuro dejar la puerta abierta pero insiste en que la cierre y con mala cara lo hago. Internamente me recuerdo no gruñirle, al fin y al cabo puede que yo malinterpretara mal las situaciones ¿no?

Corroboro que no estaba equivocada, cuando lo veo lamerse los labios de una forma tan repugnante que se me revuelve el estomago.

—Quería hablar contigo por el horario y la paga. —Dice mientras se sube los anteojos sin apartar sus ojos de mi.

—Creo que eso debería hablarlo con Rebeca, —respondo con dureza apretando los dientes como tantas veces vi a Nicolás hacer —ella es la que esta a cargo de ese tema.

—Lo se, —murmura de un modo repulsivamente meloso —es que prefiero primero hablarlo contigo ¿Por qué no tomas asiento?

—Estoy bien así —respondo cruzándome de brazos para reafirmar mi postura. Sonríe sabiendo que no seré fácil, y lo que mas odio es que parece gustarle.

—Escucha, eres una mujer joven y bella. Hace años que trabajas aquí y por lo que tengo entendido tienes problemas financieros.

Doy un paso atrás sintiéndome invadida. Eso no es de su incumbencia.

—Si bueno, —respondo con la boca seca —eso no le incumbe, eso es personal. —Digo al momento que golpean la puerta.

—¡Un momento! —Grita sin apartar sus ojos de buitre —Quería proponerte algo, pero creo que este no es el lugar apropiado —se levanta lentamente de su silla, se tironea del pantalón que se le atasca con la barriga y se me acerca de una forma incómoda. Retrocedo golpeándome la cabeza contra la pared y entro en pánico. —¿Qué te parece si salimos a cenar?

Todo parece ocurrir en cámara lenta, noto su mano elevándose hacia mi cara y automáticamente le doy un palmetazo para que no me toque.

—¡Señor!  ¡Se está pasando de la raya! —Le digo apretando los dientes y me entran unas ganas furiosas de borrarle la sonrisa burlona de un golpe. Lo empujo y me escabullo hacia la puerta, pero me toma de la mano antes que pueda abrirla.

—Necesitas este trabajo, no lo olvides… —me suelto de su mano de un sacudón.

Estoy a punto de responderle, que me valía una mierda el trabajo, si el pretendía acosarme para mantenerlo, estaba loco. Seré pobre pero digna. Pero antes que pueda gritarle lo que pienso, abre la puerta y Cecilia me mira asustada, aprovecho ese momento para marcharme.

Hijo de puta.

Bufando como loca llegué hasta el mostrador tan solo para apoyarme en el y tomar aliento. Claro que necesitaba el dinero, pero de necesitarlo a rebajarme, a Dios sabe que cosa tenía en mente para mí, había un abismo de cosas que no haría.

Y acostarme con mi jefe era una de las grandes cosas que no haría.

—¡Ema! ¡Lo lamento Ema! —Cecilia luce agitada mientras me habla por lo bajo evitando que los pacientes que esperan en el mostrador la oigan —ese hijo de puta no quería abrir la puerta. Lo lamento.

Levanto la cabeza con rapidez para calmarla. Ella lo había intentado y la adoraba por eso. No sabía cuántos sabían del acoso que sufría pero estaba claro que ella lo sabia.

—Lo intentaste, gracias Ceci, no te preocupes.

—Ese desgraciado no puede hacerte eso. —Sus pálidas mejillas se tiñen de enojo mientras habla.

—Iré por algo de comer. Gracias —le doy un largo abrazo.

—No te preocupes, tomate tu tiempo… tranquila, yo te cubro.

A pesar de la mala experiencia por la que había pasado había descubierto algo muy bueno con respecto a Cecilia y era que me apoyaba. Y eso es muy bueno.

Cuando salgo a la calle, llueve aun más fuerte que antes, pero no le doy importancia.

Camino una cuadra hasta la panadería, compro solamente un yogurt, dudo que pudiera meter algo mas consistente en mi estómago ahora mismo. Me detengo bajo el techo de una vidriera cubriéndome para no mojarme.

Necesitas el trabajo…Sus palabras me carcomían por dentro.

Aprieto las manos y llamó a Ana mientras me encaramo sobre un cantero con el yogurt sin abrir.

—Hola princesa. —La voz de mi amiga me trae un poco de calma y sonrió tristemente.

—Ey Ann. —Respondo intentando camuflar mi mal estado. —¿Cómo estas?

—¡Dios!, hoy tengo un día horroroso. Es increíble, no puedo creer cuan inútil puede ser la gente. Te juro que no tienen derecho a respirar mi mismo aire. ¿Cuán inservibles pueden ser?

—Mucho —afirmo, mientras abro y comienzo a comer mi yogurt, saludo algunos pacientes que pasan por allí.

—¿Cuántas pre-reuniones se necesitan para realizar una reunión?

—¿Día agitado en la oficina?

—¡Ni que lo digas! —Responde cansada. —¿Otra vez comiendo esos yogurt insípidos?

—Aja —respondo mientras me zampo otra cucharada. —Si al menos lograra bajar unos kilos.

—Estas bien como estas.

—Claro, lo dice la ejecutiva de un metro setenta a la secretaria regordeta de un metro sesenta y algo.

—No estas regordeta. ¿Te arreglaste con Cristian? Digo, completamente.

—¿Hablas de mi enojo por invadir cada uno de mis espacios?

—Era mi casa.

—Si, pero primero eras mi amiga. MI amiga, ¿entiendes?

—Suenas como una nena de cinco años. ¿Te arreglaste o no?

—Si, ya tiré toda la comida que le había envenenado.

—Buena chica. ¿Has visto al doctor Papito hoy?

—Sip, dos veces. —Digo esbozando una sonrisa. Ana tenía la capacidad de contagiarme su buen humor y lo agradecí, por un rato no me sentí sola.

—Si tan solo cambiara de opinión en cuanto al casamiento…

—Si, y se enamorara de mi perdidamente —añado con voz soñadora.

—Ok, dime ¿Qué ocurrió?

—¿Con que?

—Ya sabes con qué, lo noto en tu voz, no me mientas. —Y sé que no puedo mentirle. Le doy vuelta al asunto por unos segundos hasta que confieso.

—Cada vez esta peor. —Admito con tristeza.

—Debes hacer algo, ¿Qué tal si lo denuncias?

—Claro, me dijo que lo pensara, que necesito el dinero.

—¡Que desgraciado! ¿Por qué no lo hablas con Cris?

—No, no creo que sea bueno.

—Y tu hermano, estoy segura que Ramiro podría hacer algo.

—No y no. Uno esta de viaje ¿recuerdas? Y no, mi hermano, mejor no. —Seguramente lo molería a golpes o incendiaria su auto y terminaría preso.

—Debes hacer algo.

—Lo se, solo que aún no sé que… —observo a una pareja correr en la lluvia mientras ríen. —Si tuviera un novio estoy segura que no lo haría.

—¡Ja! ¿Y quien te asegura eso?

—La experiencia, no se les insinúa a las mujeres casadas o las que están de novias.

—Tranquila, ya llegara.

—Lo se Ana, pero ¿Cuándo? Estoy cansada de esperar ¿sabes? —Murmuro abatida mientras me miro los pies —Siento que cada vez me vuelvo mas quisquillosa, no se más vieja.

—Ahora te estas poniendo en posición de victima. ¡Por Dios…!

—No miento. —Le aseguró.

—Estas exagerando y lo sabes. ¿Alguna vez Cristian se ha quejado de ti?

—Cris no es mi novio.

—vive contigo cariño, es casi lo mismo o peor. ¡Ah y por cierto!, nos anote en un curso de cocina.

—¿Qué hiciste qué?

—dura una semana, justo el tiempo que Cristian esta de viaje.

—pensé que lo apreciabas ¿quieres que lo intoxique?

—no tonta, que cocines algo rico.

—ahora dices que mi comida es insípida.

—no, tu lo dijiste ayer, no yo. Así que mañana a las cinco tenemos una cita.

—oye ¿nunca has pensado que haces buena pareja con Cris? —Ana se ahoga del otro lado. Tose por mas de un minuto, a mi entender, esta exagerando.

—¿Qué? —Chilla cuando recupera la voz —¿Estas loca?

—No, piénsalo.

—¡No!, no lo pensaré ni un instante cariño. No lo pensaré ni un segundo.

—…vives insinuándotele y hacen bromas, creo que harían buena pareja.

—Estas loca, pero óyeme bien, ¡No me gusta Cristian! —Me grita y tengo que apartar el teléfono un segundo.

—¿Era necesario que gritaras?

—Si, así te lo grabas en la cabeza, ¡por dios! Bromeamos, nos reímos, pero solo eso.

—Esta bien, esta bien, lo entendí.

—Por cierto ¿Qué harás hoy?

—Cenaré en la casa de mis padres.

—Genial, bueno hablamos mañana y deja de pensar idioteces. No olvides que tenemos una cita.

—¿Y que se supone que harás con Milagros?

—Se ira unas horas con su padre —anuncia y es mi turno de atragantarme.

—¿Qué? ¿Cómo? ¿Por qué?

—Por que me lo ha pedido, así que llegamos a un acuerdo. La verá las dos horas que estaremos afuera e iremos a recogerla después que salgamos.

—Esta bien, solo que pensé que —hago un momento de silencio —olvídalo, esta bien, nos vemos mañana, ¿crees que debería volver al trabajo?

—Por supuesto que lo harás, vuelve ahí y míralo a los ojos y enséñale que no te intimida.

—Pero lo hace.

—No importa, deja de ser miedosa. Ve, ve.

Y voy.

Trabajo evitándolo todo el tiempo posible, incluso me ofrezco para cubrir el área de kinesiología, lo evito como a la peste.

¿Miedosa yo? Pfff por Dios… claro que no.

Por la tarde voy a mi departamento, el cual se ve increíblemente vacío por más que Cristian solo se llevara una maleta.

Me cambio la ropa y tomo el colectivo que pasa por la esquina para llegar a la casa de mis padres, aunque parezca loco, voy disfrutando lo que queda de aire cálido y del paseo por el centro, me apunto mentalmente alguna tienda a la que debería ir mientras el colectivo me pasea por la ciudad.

Cuarenta minutos más tarde llego al barrio en el que viví toda mi vida. Saludo a algunos vecinos que limpian la vereda y sacan la basura.

—Hola mamá —ella se asoma desde la cocina con su salvajes rulos apretados en una coleta. Mi madre siempre ha cuidado la silueta, por lo que su figura espigada hace resaltar su cabello.

—Hola nena —responde mientras comienza a batir nuevamente. Me acerco a darle un beso en la mejilla, mientras busco con la mirada a mi padre. Lo encuentro atrincherado detrás de la computadora, sus dedos no paran un minuto de teclear cuando me saluda.

—¿Se viene el fin del mundo? —Pregunto mientras llego hasta él, he intento dilucidar que es lo que hace.

—¡No!, —grita mi mamá desde la cocina —el fin del mundo llega cuando se corta Internet.

—No la escuches —susurra mi padre aunque sabe que mamá puede oírlo. —Mira, esto es muy bueno.

Me agacho justo para ver la pantalla y comienzo a leer.

Chistes‏@yonoestoytanloco 38min

De pequeño me obligaban a dormir... Ahora me obligan a levantarme.

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Chistes‏@ yonoestoytanloco 49min

—Amor, dime cosas bonitas. —Tu tu tu tu tu. —Aww, que tierna. —Tu tu tu tu tu. —Ay, me colgó :'(

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Chistes‏@ yonoestoytanloco 1h

—Inscribí a mi hijo a natación. —¿Cómo le va? —Nada mal

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Chistes‏@ yonoestoytanloco 1h

TÍPICO: te arropas y te da calor, te quitas la cobija y te da frio, sacas un pie y te da miedo.

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Mi papa sigue riendo y me aprieta el brazo, suelto una risita tonta, aunque no le entiendo el chiste, lo dejo allí metido en su mundillo de la informática.

—La verdad no lo entiendo —le susurro al oído a mi madre. —¿Qué es lo que hace?

—Yo que se, no lo entiendo tampoco —dice mientras amasa…algo.

Tengo miedo a preguntar, y hasta podría decir que un poco de miedo también después que mi madre hiciera papas en el horno microondas que podían parecerse mucho a una piedra por la marca que dejo en la puerta luego que mi papá se la tirara a mi hermano como proyectil. Como dije, una familia normal.

Mis perros me saludan con una energía inigualable… y con una extraña cantidad de besos y baba, mucha baba.

Ayudo a mi mamá en la cocina. La masa sin forma termina convirtiéndose en masa para empanadas. Por enésima vez en la vida ella intenta enseñarme a hacer el repulgue pero encuentro algo mas entretenido que hacer… y desiste.

—¿Cómo esta Cristian? Hace tiempo que no lo vemos por aquí.

—Él esta bien, esta en viaje a Panamá, aún no ha llegado pero me ha mandado unos mensajes diciendo que todo es hermoso. Dice que deberíamos ir.

—Seria genial cariño tan solo necesitas conseguir un novio y viajar los cuatro.

—¿Qué cuatro mamá? Dudo que Cris lo haga, ¿te he contado que me arrastró a otra fiesta familiar? —Ella me estudia por encima de sus hombros con esa mirada tan suya que me dice claramente “creo que eso no va a terminar bien y lo sabes” —comimos —agrego descartando su mirada —y la pasamos bien.

—Y dime, ¿acaso su familia no dice nada? —Sabia a donde iba, ya me había hecho la pregunta una y otra vez.

—Si, preguntaban, antes, pero después de tanto tiempo creo que soy mas como una mascota que han adoptado.

Ella me mira de forma extraña pero la descarto, mi madre tiene una fijación con que debía estar en pareja y pronto. Ella no descartaría ninguna posibilidad para buscarme novio. Siempre insiste en que es por mi bien, que no desea verme sola y aunque no lo dice, se que desea nietos en su casa, y lo entiendo por que yo siento lo mismo.

Me arrastra a su computadora, lejos del bullicio de la televisión y de mi padre para mostrarme fotos de mi hermano. Él esta de viaje por Hawai con su prometida. Se ven hermosos y felices y eso me tranquiliza. Aunque mamá me haya dicho que no es lo mismo el hijo de tu hija, que el hijo de tu hijo, se que cuando Ramiro y Mariel estén listos para tener un hijo, lo amará sin importar de que primogénito proceda.

Estando tan  falta de niños, espero que me den sobrinos pronto.

Luego me instalo junto a papá en el sillón, aún no se ha alejado de la computadora, al menos articula más palabras mientras ve el partido de fútbol.

Es gracioso, de niña siempre hacíamos eso, ver los partidos juntos y me suena tan familiar que comienzo a relajarme y dormitar hasta que grita un gol y doy un salto.

En el entretiempo papá me explica los pro y los contras de la desnudez y pasamos la noche hablando de todo. Es agradable venir a casa.

Como ya son más de la una de la mañana mamá me lleva a casa.

Abro la puerta y antes que pueda soltar mi cartera el teléfono suena.

—¿Hola?

—Hola gatita. —Sonrío al instante en que escucho su voz.

—Cris, hola. —Echo un vistazo rápido al departamento vacío. Se siente extraño entrar y no encontrarlo tirado en el sillón, preguntándome si he almorzado hoy. Me asalta de golpe una ola de soledad y debo admitirlo, al menos para mí que lo extraño, pero no se lo digo —¿Cómo llegaste?

—¿En un avión? —Responde con ironía y advierto que las palabras no salen con claridad y comienzo a reír sacudiendo la cabeza. Aunque se niegue a admitirlo, le tiene terror a viajar en avión y más de una vez suele tomarse una o dos copas de más.

—Gracioso. ¿Has tomado algo? —Pregunto sabiendo la respuesta.

—Tal vez, —responde arrastrando las palabras —tal vez, solo tal vez. —Dice enfatizando demasiado los siseos. —¿Acaso vas a castigarme cuando vuelva gatita?

—Estás borracho —le digo entre risas mientras suelto la cartera y me siento en el sillón en penumbras.

—Lo se… estoy aquí, acostado en mi súper habitación de hotel viendo como el techo se mueve. —Se queda en silencio unos minutos en los cuales llegué a pensar que se había dormido, hasta que vuelve a hablar. —¡Ah! ¿Sabes en que estuve pensando?

—¿En vomitar lo que tomaste? —Respondo entre risitas.

—No.

—¿En no volver a beber lo que acabas de beber…? —Atino nuevamente mientras me deshago de mi abrigo.

—¡No! voy a tomar mucho de lo que tomé, y voy a enseñarte a hacerlo y tomaremos allí también.

—¿En que estuviste pensando? —Pregunto aliviada con la idea de quitarme los zapatos.

—En que debemos hacer un viaje pronto, tengo la certeza que este lugar te parecerá muy bello. Te encantará este sitio.

—¡Claro!, —afirmo aun riendo —cuando venda un riñón.

Me planteo en si debo o no, contarle de mis problemas en el trabajo, pero lo descarto cuando él comienza a contarme de los paisajes, de la belleza de las flores, siseando cada vez más.

—Y no vendas el riñón, tal vez un pulmón. Pero por sobre todo no vendas el hígado, lo necesitarás después que bebas este néctar. —Hago un gemido ahogado que lo hace reír.

—Por supuesto, ¿Quién necesita dos pulmones?

—Ema, juro que un día de estos…

—No jures en vano amigo, se que me quieres, pero no permitiré que despilfarres tu dinero en mi. Y por cierto estás borracho, en Panamá, ¿Por qué demonios no saliste? ¿No hay nadie allí de la empresa para conocer la ciudad? Te arrepentirás luego —le digo intentando cambiar de tema. Pero como siempre… no lo deja.

—¿Por qué no?

—¿Por qué no, qué?

—¿Por qué no puedo gastar mi dinero en ti? —Ruedo los ojos mientras intento pensar en como hacerlo entender.

—¡Agghhhh! —Susurro exasperada de siempre rondar en lo mismo y nunca lograr que comprenda mi punto —Por que no, simplemente por que no. —Respondo tomándome la cabeza, lo oigo bufar como hace cuando esta hastiado de algo.

—Ema.

—¿Qué? —Pregunto a la defensiva.

—No quiero que peleemos. ¿Dónde andabas?

—En casa de mis padres, los pies me están matando.

—¿Has cenado?

—¡Si papá!, cené. —Digo resignada mientras me saco los zapatos y me masajeo el dedito chiquito del pie izquierdo.

—Bien, así me gusta, eres una buena niña Ema —suelto una carcajada mientras me recuesto en el sillón. —Oye, ¿Cómo fuiste vestida?

—Cris, estás borracho.

—Eso lo sé, —responde murmurando—¿Cómo fuiste vestida?

—Con… ¿ropa? —Respondo confundida.

—¿Con ese pantalón ajustado que tanto me gusta?

—Cris, dudo que tenga un pantalón así. Creo que este es el momento en que cortas y hablas con alguien más.

—No, no —dice arrastrando las palabras.

—¿Y qué más?

—¿Qué mas, qué?

—Arriba.

—¿Arriba? —Preguntó desorientada.

—Si, ¿Qué te pusiste arriba?

—Una… camiseta de cuello en V ¿Por qué? —Respondo aún más desconcertada.

—Por nada. Hmmm me gusta.

—Cris.

—Ema.

—¡Ve a dormir! —Murmuro entre bostezos, yo lo necesito.

—no cuelgues aún. —susurra con la voz ronca. Nos quedamos en silencio un buen rato. Solo escuchándonos respirar.

Vuelvo a echarle un vistazo a la casa, todo estaba demasiado calmado sin él aquí.

—La casa se ve vacía. —Susurro mientras miro a mi alrededor.

—Volveré en una semana Ema, solo una semana.

La semana se me hizo eterna.

Las cosas en el trabajo se pusieron aún más tensas, asistí junto a Ana al curso de cocina y preparé muchas recetas nuevas, estaba feliz de poder hacer más que arroz hervido. También salí a cenar con mis madres y nos pusimos al día. Me contaron de los vecinos, de los planes para el verano, yo les conté de Cristian, del llamado de Margaret contándome del bebe.

Faltaba solo un día para la llegada de Cris, solo un día cuando Nicolás llamó.

Eran más de las tres de la mañana cuando el teléfono sonó.

Refunfuñando fui en búsqueda del estúpido aparato, no sin antes golpearme no una, sino dos veces el dedo pequeño con algún mueble.

—Hola —gruñí de mal humor tomándome el pie.

—Hola Ema.

—¿Nicolás? —Pregunto sorprendida —¡Hola!

—Hola Ema, lamento molestarte a esta hora, pero necesito contarte algo. —Su voz sonaba ronca, triste. Instintivamente me apoyé contra la pared y me dejé caer lentamente hasta quedar sentada en el suelo, las neuronas se despertaron de golpe.

Por mi mente pasaron imágenes de Cristian, de un accidente y mi corazón amenazó a salirse por mi boca. Había hablado con él hacía unas horas, estaba en una cena.

—¿Qué pasó? —Pregunto asustada mientras internamente ruego para que no le haya ocurrido nada a Cristian.

—Es papá —dijo y casi suspiro de alivio, hasta que asimilo las palabras y me da un vuelco el corazón. —Ha tenido un infarto, esta grave Ema.

—¿Le han dicho…?

—Aún no. —Mis ojos se llenan de lágrimas y se me agarrota el pecho.

—¿Dónde esta internado?

—Esta en la clínica general del centro, todos estamos aquí.

—Voy para allá.

No esperé por su respuesta. Simplemente corté el teléfono y corrí hacia la habitación temblando, con los ojos empañados, me vestí con lo primero que encontré y llamé un taxi.

Lo único que pude pensar en todo el trayecto hasta la clínica era en Cristian.

Dios, cuando se enterara, iba a derrumbarse.

Se va a poner bien, se va a poner bien, me repetí una y otra vez.

Cuando llegué, consulté rápidamente por el sector donde se encontraba, y como Nicolás me había dicho, todos estaban allí, apiñados en la sala de espera. Todos se giraron al verme entrar, Pilar se levantó y caminó hacia mi encuentro con los brazos extendidos.

—Ema —Pilar se abrazó a mí como si fuera una balsa en medio del océano, comenzó a llorar desconsolada al igual que yo.

—Se pondrá bien, se pondrá bien —no podía pensar en otra cosa que decir. No podía imaginarme a esta familia tan unida sin el viejo Juan.

—Gracias por venir cariño. —Me dijo tomando mi cara entre sus manos mientras me quitaba una lágrima de la mejilla y esbozaba una sonrisa triste — Cris estará destruido cuando vuelva. —Asentí sabiendo que su hijo se culparía por no estar aquí.

Margaret apareció detrás de ella y la abracé inmediatamente y allí nos quedamos tomadas de las manos las tres hasta que una enfermera se acercó.

—Disculpen, solo la familia puede estar aquí. —Dijo señalando el cartel con los horarios de visita y mirándonos de uno a uno.

—Me quedaré solo un rato más ¿Esta bien? —Le dije suplicando que no me echara.

—¡Somos la familia!, y ella también lo es. —La voz de Pilar era dura cuando miró a la pobre mujer, pero apretó mi mano con ternura. —Esta es toda mi familia y nos quedamos aquí.

La mujer no replicó nada y se marchó, en mi interior no sabía si era correcto sonreír ante la vehemencia de Pilar al defenderme.

—Tú te quedas cariño, —susurró mientras sus ojos llorosos me observaban, palmeó mi mano —tú eres de la familia, así que si quieres quedarte aquí nadie te echará.

—Si no es molestia.

—Ema, —una mano me abrazó por encima de los hombros —eres de la familia, ¿Cuándo vas a entenderlo? —Margaret me dio un fuerte abrazo que agradecí.

Saludé a los demás, nos sentamos allí, y nos quedamos en silencio mientras pensaba como podría ayudar a Cris, ¿Qué le diría? ¿Cómo le diría esto?

Cerca de las cinco de la mañana nos dieron la noticia.

La más triste noticia.

No había resistido. No había pasado la noche, Cris llegaría en  poco más de veinticuatro horas. Dios, iba a estar destruido.

Lloré a más no poder, a las siete de la mañana, llamé al trabajo y avise que no iría, hablé con Ana para mantenerla al tanto y le prometí que acudiría a ella por cualquier cosa.

Pilar había decidido que el funeral seria después que llegara Cris, tendría un velorio íntimo para que pudiera despedirse y me pareció lo mejor.

Me pasé el día pensando como se lo diría, rodeada de aquella familia hermosa sentí su dolor y lo hice mío, su perdida como si fuera mía, al final Nicolás decidió que el hablaría con Cris y me pareció correcto.

Cristian llamó por la tarde y trate de sonar normal y hablar lo menos posible, por suerte él lo creyó.

Llegué a casa horas después, no había querido quedarme sola, así que regresé justo antes de su llegada y me cambie para el funeral. Me vestí de negro tal como me sentía, aun no podía parar de llorar.

Hablé con mis padres y les dije que los amaba con mas énfasis de lo normal, no sabia bien por que pero necesitaba que lo supieran.

Las lágrimas se detuvieron de golpe, como si hubieran cerrado una canilla cuando escuche la puerta de entrada.

—¡Ya estoy en casa! —gritó desde la puerta, e inmediatamente toque la tecla send para enviarle el mensaje a Nicolás, y avisarle que su hermano había llegado. El teléfono temblaba en mis manos mientras enviaba el mensaje. Hacia una hora que lo había preparado y me había sentado a esperar —¿Dónde estas gatita? —Preguntó cuando el teléfono sonó por primera vez.

—Atiende el teléfono —dije con la voz en un hilo.

—¿Qué pasó?

—Cris —solloce abatida —¡Atiende el teléfono!

Entró a mi habitación con el teléfono en la mano y se frenó en seco al verme sentada en la cama con los ojos hinchados de tanto llorar.

—¿Ema? —susurró, levante los ojos para mirarlo a la cara. El horror cubrió sus ojos y sin apartar su mirada atendió el teléfono.

No dejé de mirarlo ni un segundo mientras su hermano le daba la noticia.

Sus ojos se humedecieron y comenzó a tragar con fuerza. Me estiré y lo jalé de la mano para sentarlo a mi lado y lo abracé. Estaba duro como una estatua, sus facciones casi como si hubieran sido cinceladas, completamente inmóviles, oí a Nicolás preguntándole si lo oía pero Cris no respondía.

Después de diez minutos colgó, el teléfono resbalo por su mano hasta terminar en el suelo con un ruido seco. Lo miré a los ojos, estaba inerte, con su mirada clavada en algún lejano lugar al que no podía acceder.

—Cris, lo lamento. —Dije sin saber bien que decir.

Asintió en silencio aun sin mirarme y una lágrima cayó. Resbaló por su mejilla y terminó en la tela de su camisa.

Y después de esa vino otra.

Y otra.

Se tendió de espaldas en la cama, me recosté a su lado, apoyé la cabeza en mi mano para verlo, mientras lloraba en silencio. Acaricié su triste rostro, sequé sus lágrimas y lo abracé lo más que pude, intentando consolarlo. Pasamos más de veinte minutos así. Deslizó su brazo por debajo de mi cuerpo y me acurruqué con él en silencio.

Tan solo me aparté de su lado para atender mi teléfono que no paraba de sonar.

—Esta aquí Pilar. —Musité por lo bajo.

—¿Crees que… vendrá? —Me preguntó tristemente.

—Déjalo un poco más, estoy segura que sabrá que hacer.

Pasaron otros cuarenta minutos hasta que se puso de pie. Le di una taza de café y me acaricio la mejilla de un modo tan intimo que me hizo volver a llorar. Una sonrisa triste colgó de su boca. Me abrazó un buen rato hasta que tuve que decir lo inevitable.

—Debes ir a su despedida.

Asintió en silencio y se metió al baño. Me quedé en silencio tratando de escuchar, de saber como se sentía, de no dejarlo solo. Caminó por la casa juntando un par de cosas y me abrazó un par de veces más al pasar, como si necesitara el calor para entibiar su alma.

Se cambió la ropa y estaba listo para salir, su rostro era una mascara de dolor y angustia, una que nunca había visto en él. Y aquello me partió el alma.

No me dijo nada, tan solo me tendió su mano, la tomé como un acto reflejo, aunque no lo hacíamos a menudo, sabia que en silencio era su forma de pedirme que estuviera a su lado. Fuimos por el coche y me tendió las llaves, lo mire insegura.

—¿Estas seguro? —Asintió sin decir nada. Tomando coraje me puse tras el volante y nos marchamos.

Estacioné casi enfrente de la funeraria. Cristian bajó sin decir ni una palabra, aquel silencio comenzaba a preocuparme.

Cerré el coche y me detuve a su lado en la acera mirando el cartel luminoso que anunciaba el nombre de Juan. Inconcientemente tomé una bocanada de aire, sus ojos se encontraron con los míos.

—No puedo hacerlo solo —murmuró y nuevamente me tendió la mano. Asentí en silencio mientras le apretaba la mano dándole aliento.

La sala estaba tranquila, tan solo los familiares mas cercanos.

Pilar estaba junto a Nicolás., ambos se giraron al vernos entrar. Levanté la mano en un tímido saludo y le solté. Cris me echó un vistazo cuando lo solté, sentí un escalofrío recorrerme entera y me aparte. Sabia que debía darle espacio.

Me quede parada a un lado saludando a los pocos que conocía y lo mas lejos del ataúd. No quería ver al hombre más risueño que conocía tendido en el féretro. Quería recordar su risa, su amor, no al helado cuerpo que había dejado atrás. Vi a Cristian hablando con su madre y su hermano y ya no pude resistirlo.

Me alejé de la escena, salí a la calle dejando que el aire fresco me ayudara a apartar las lágrimas que amenazaban con volver. El dolor me colmaba al ver a toda aquella amorosa familia despidiéndose, eso solo trajo más y más imágenes de mi propia familia.

No se cuanto tiempo estuve parada en la vereda pensando en silencio, solo se que en algún momento Nicolás me toco el hombro haciéndome saltar del susto, estaba tan ensimismada que no lo había escuchado llegar.

Sonreí tristemente al verlo, él me correspondió del mismo modo. Me tendió una taza de café, mientras el bebía el suyo. Lucia abatido y cansado, todos estábamos igual, nadie había visto venir el golpe. En silencio volví a mirar el cielo estrellado, no sabía que hora era, pero estaba segura que la mañana llegaría pronto.

—Ema —me gire a verlo cuando me habló —no sé, —murmuró sin mirarme — no se cuanto tiempo tardare Ema, —su voz se entrecorto y le acaricie la espalda. —Pero juro, que no importa lo que sea, estaré ahí para cuando me necesites. —Su barbilla tembló y sus ojos se nublaron cuando me miró. De inmediato lo abracé.

—No, no necesitas pagarme nada. —Le dije con mi rostro contra su hombro.

—Lo que sea Ema, —volvió a decir mientras yo negaba con insistencia —juro que cuando necesites algo, estaré ahí.

Se me hinchó el pecho al oírlo y los ojos se me llenaron de lágrimas nuevamente. Nos alejamos un poco y nos miramos llorando. Sequé una lágrima que caía por mi barbilla y le sonreí.

—Sabes —dijo pensativo —papá estaría agradecido de que estuvieras aquí apoyándonos, junto a mamá, junto a Cristian. Eres una parte importante de esta familia Em, sé que a veces te fastidio, pero es solo por que aunque meta la pata vas a perdonarme o rogaré hasta que lo hagas, o mamá me obligará a humillarme, ella te ama Em, eres muy importante en su vida, en la vida de mi mujer, Margaret se siente tan feliz cuando te ve, como si fueras su hermana, y mis hijos te adoran. Estoy seguro que papá, sea donde sea que este, esta feliz de que estés aquí con nosotros. —Las palabras se me atascaron en la garganta, no sabia que decir, así que no dije nada. Me dio un beso en la mejilla mientras limpiaba una lágrima que resbalaba por su pómulo, note que su mirada se desviaba por encima de mi hombro y me giré. —Cristian, deberías llevarla a casa —Cris tenia los ojos rojos de llorar, le sonreí intentando darle un poco de aliento —no ha dormido desde anoche. —Añadió Nicolás apretándome el hombro —Estuvo en el sanatorio desde las tres de la mañana. —Señaló pasando un brazo por encima de mis hombros.

—Estoy bien. —Miento, evitando sonar cansada en cuanto me suelta.

—Lleva levantada mas de veinticuatro horas. No ha parado ni un minuto hermano.

Cristian se acerca lentamente hacia mí, me toma suavemente de los hombros y me aprieta contra su pecho y me da un beso en la coronilla.

—¿Has comido algo? —Me pregunta susurrando las palabras.

—No ha comido nada, ha estado de un lado para el otro… ayudó a mamá con los papeles, hizo de niñera de Bea y Juan, me acompañó a buscar los papeles para el entierro… no recuerdo que haya comido nada.

—He picado algo en tu casa, —aseguro, aunque en realidad dudaba que pudiera comer algo —estoy bien, no tienes que irte por mi. —Murmuro mirando a Cristian a los ojos.

—Vamos gatita. —Me apretó un poco mas fuerte —Mañana será el funeral. Ya me he despedido de él, además tú has estado aquí en mi nombre. —Sonrio con tristeza y asiento en silencio.

—Los veré mañana chicos —nos despide Nicolás y toma mi mano con ternura. Una caricia que representa mucho más que solo un toque, significa que yo le importo y eso me estruja el corazón. Me amonesto mentalmente cuando se me forma un nudo en la garganta, y le devuelvo el apretón. —y Ema, recuerda, lo que sea.

—No es necesario —respondo bostezando automáticamente. —Saluda a los demás por mi ¿si?

—Lo haré, descansen chicos.

Esta vez Cris condujo, los nervios me habían dejado fulminada, dormite casi todo el camino en el asiento del acompañante. Me desperté cuando entrábamos al estacionamiento. Apenas bajamos Cris me tomó de la mano nuevamente.

Cuando entramos al departamento, recordé la comida que había planeado para él, el curso que había tomado y como todo aquello había quedado de lado de un momento a otro.

Suspiré cansada y apoyé las manos en la mesada mientras dejaba caer la cabeza entre los brazos. Estaba tan exhausta que ni siquiera lo escuché llegar.

Advertí como sus brazos me envolvieron desde atrás, reposé mi cabeza en su hombro un segundo escuchando su corazón y suspiré.

—¿Quieres que te cuente algo gracioso? Hice un curso de cocina, —murmuré suavemente, mientras le acariciaba las manos que reposaban sobre mi vientre —había planeado una rica cena para ti —confesé con las voz en un hilo, mirando el libro de recetas que nos habían dado en el curso que reposaba sobre la mesada.

Cristian bajó la cabeza lentamente y sus labios rozaron mi cuello. Depositó un beso en mi hombro haciéndome tiritar.

—Debemos dormir —le dije, aun absorta por el beso… tan intimo. Mi voz sonando más ronca de lo habitual —Vamos a la cama, debemos dormir — sin decir nada, me giró en sus brazos. Se me formó un nudo en la garganta y se me erizaron los vellos de la nuca cuando percibí su calor, su perfume y perdí toda mi capacidad para respirar.

Nuestras miradas se encontraron un segundo, estudió mi rostro mientras me acariciaba la espalda, y antes que pudiera articular palabra, posó una mano en mi nuca y sus labios cubrieron los míos. Mi cuerpo reaccionó apretándose contra él, exigiéndole más, pidiéndole mucho más que un simple beso.

Una a una, mis defensas fueron cayendo y me percibió aferrándome a él, mis dedos enredándose en su cabello jalándolo para profundizar el beso.

Uno a uno los metros que nos separaban de su cuarto se hicieron más cortos y del mismo modo fue cayendo mi ropa al igual que la suya.

Llegamos a su cama como un amasijo de piel y necesidad, necesitándonos del contacto después de tanto dolor. Nos besamos, nos abrazamos, nuestros cuerpos necesitando algo más que solo sexo. Era como si el frio de lo que habíamos pasado, nos obligara a estar juntos. Era algo mas hondo que calaba en nuestros huesos. Si, estaba en la cama con él, pero esto era mucho mas intimo. Nos abrazamos a oscuras, piel contra piel, en silencio, él lloró su dolor sobre mi hombro… Y en algún momento nos venció el sueño.

 

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