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“La vida, es mucho mas que amargos momentos”

 

 

 

 

Desde que puedo recordar, casi toda mi vida se resume en fracasos amorosos.

Vengo de una familia consolidada, por lo que no puedo echarle la culpa al síndrome padres divorciados. Mis padres se conocieron de jóvenes y se enamoraron, se casaron y al día de hoy aún siguen juntos, con sus altibajos por los años de convivencia como cualquier pareja, pero juntos. Tengo un hermano que siempre fue popular, tiene un encanto especial con la gente y es todo lo opuesto a mí. Es habilidoso en casi todo, salvo si implica meter las manos en agua podrida, destapar un caño o vaciar los cestos de basura, en todo lo demás siempre sabe como arreglárselas en todas las situaciones de la vida.

Yo, crecí deseando tener algún día ese tipo de relación, como la de mis padres. Siempre quise tener un hijo siendo joven, mi primera meta fue tenerlo a los veinticinco, no sucedió.

Pero para que entiendan mejor la historia creo que tendré que hacerles un resumen.

A los once años, en la escuela primaria, me enamoré del chico que se sentaba a mi lado; él venía de otra ciudad, y yo fui la buena compañera que le dio espacio en su banco y lo ayudó a sociabilizar, aunque en realidad yo no era popular. Tenía sobrepeso y me pasaba casi todo el día en casa.

Lo mas movido de mi vida era contener al hermano gemelo de Bart Simpson, léase mi hermano, y su mejor amigo. Mi primaria no fue una etapa genial, tampoco fue completamente mala tampoco, pero digamos que no fue una etapa de oro. Mi compañero de banco no se enamoro de mí, y no lo culpo, yo intercambiaba hojas de carta en los recreos y era falsamente acusada de tener una garrapata en la cara, donde tengo un lunar que siempre me pareció único e irrepetible. Todo eso sucedía mientras las más lindas del grupo salían a tomar helados con los chicos o a pasear. Yo era una perdedora, en fin un fracaso, pero… tenia buenas notas, y además un chico me besó en mi viaje de egresados, mientras lucia un modelo prestado ultra sexy. Llevaba un pantalón que me sobrepasaba el ombligo y un top, que nunca antes me habría atrevido a usar, que dejaba ver una porción de diez centímetros de mi piel blanca. Lucía súper sexy ¿no creen?, no, no es cierto. La cosa es que bailé con él y cuando nos dimos el beso fue mágico. Paso un rato conmigo hasta que sus amigos lo vinieron a buscar con la sospechosa excusa de que debía tomar su medicación. Detengámonos un momento aquí, esta claro que su excusa era sospechosa, pero me di cuenta mucho tiempo después, ¡Que tonta! No recuerdo muy bien pero creo haberlo esperado unos diez minutos, y nunca más lo volví a ver. Me consolé pensando que tal vez sufría una enfermedad súper extrema, tal vez era algo importantísimo o tal vez solo fueron sus amigos tratando de hacerlo ver que estaba conmigo. No lo sé.

Cuando comencé la secundaria mi madre me había inscripto en natación, ¿Les conté que le tengo miedo a la profundidad? Creo que su técnica fue atacar mi miedo exponiéndome a él, estuve a punto de ahogarme, dos veces y aun sabiendo nadar sigo teniéndole terror a la profundidad.

Mi plan para mi segunda etapa escolar, la secundaria, estaba armado: bajaría de peso y me convertiría en una chica popular. Cuando entré, el primer día, me enamoré perdidamente de un moreno de ojos claros que tenía el nombre de un dibujo animado, el pato Lucas. El enamoramiento me duró hasta que dejó la escuela, sin que nunca se diera por enterado; después y siendo mas popular y tonta, no mucho, ya que no me llevé nunca una materia, me enamoré de otro chico. Era muy callado y reservado, pero para ser honesta, la belleza no brotaba por sus poros, pero estaba totalmente e irremediablemente perdida de amor por él. Con decirles que mi primer borrachera me la agarré en su nombre y con solo medio trago. Recuerdo que esa noche le di un beso y nunca más me volvió a hablar. Con el tiempo supe que su madre era alcohólica y a él no le gustaban las personas que bebían, ¿y cual era la imagen que yo había dejado tatuada en su retina? Si, lo que imaginan.

Tuve un par de novios, pero nunca grandes pescas, ninguno con quien soñara casarme y tener hijos. A fin del último año, me fui de viajes de egresados a Brasil, básicamente la historia no fue muy diferente a mi viaje de primaria. El único elemento nuevo, fue que sufrí un ataque de pánico para año nuevo. Si, como lo leen, ataque de pánico en pleno viaje. Me recuerdo sentada en el piso, colgada del teléfono temblando mientras hablaba con mi familia mientras lloraba desconsolada. El corazón parecía salirse de mi pecho, no podía respirar y mucho menos levantarme del suelo.

Mis compañeros, solidarios, con mi inestable estado mental se encargaron de realizarme una intervención al estilo el programa de Intervention del canal A&E y suministrarme una gran cantidad de alcohol, mucho de él, y pasé el resto del viaje bastante bien, aunque un poco mareada. Tan sólo me concentraba en voltearme de frente y espalda sobre la arena para evaporar el alcohol por todos y cada uno de mis poros. También me enamoré, aún no se cómo, de uno de los coordinadores e incluso me besó, pero nunca más que eso, ya que mi educación marcada a fuego me decía que no era correcto. Lo bueno es que no sufrí otro ataque de pánico hasta que íbamos de regreso y caí en cama con una gripe muy fuerte, personalmente creo que fue por no haber seguido bebiendo, aunque algunos culparon al cambio de clima y mis tendencias a tener alergia por todo. El resfrío me pasó de golpe, la cosa es que terminé en cama, sola y abatida y me pincharon el trasero con una aguja enorme. Horrible…

En la universidad, conocí a un perdedor que me rompió el corazón, lo hizo añicos. Al punto que pasaron años hasta que pude volver a juntar todas las piezas. Con su falta de hombría me difamó y me utilizó, pero también  esto lo noté años después, y fue ahí cuando casi le tiré un regalo, por la cabeza.

El fue el fundador de mi síndrome de la Ex. Yo sabía que aún sentía cosas por su ex, pero como la mayoría, pensé que podría enamorarse de mí. Con el tiempo entendí que tenía baja autoestima y si no fuera por que tiene un poco de cordura ya se hubiera suicidado, o seria un solitario vagabundo.

Después de eso, mi corazón marchito conoció a alguien que creía que podría juntar las piezas, pero creo que él nunca entendió que realmente estaba rota por dentro, así que seis meses después se marchó. Tardé un año completo para curarme de esa ruptura y muchas sesiones de terapia. A veces solía hablarle a mi corazón para explicarle que aun no sabía que estaba mal con nosotros, pero que le prometía tratar de resolverlo. Mi corazón solamente me miraba de reojo y bufaba, mientras se lamía las heridas nuevas y comprobaba que las viejas no se volvieran a abrir.

¿No les conté aún que mis relaciones no duraban más de seis meses?

Es así siempre, ese número marcó mi vida en general, al menos en lo que relaciones amorosas se trata.

Saliendo de la universidad entré en mi etapa espiritual y conocí a alguien con quien creía podía formar algo. A esta altura, mi autoestima estaba en alza y mi corazón casi todo parchado a base de curitas y Poxiran extra fuerte. Me dije a mi misma que esta vez haría todo por esta relación e incluso me fui de viaje con él, pero… ,y aquí viene el segundo espécimen de mi síndrome de la ex, él hablaba constantemente de ella, y ahora que lo pienso era bastante depresivo, aunque se mostraba maduro y estable no lo era.

Le dije a mi corazón que no importaba lo que sucediera, esta vez no permitiría que lo lastimen. Así que de la mano, mi corazón y yo, decidimos que no podíamos seguir con él. Él juró que no entendía, que estaba tomando las cosas demasiado de prisa, pero ambos sabíamos que después de seis meses, muchas noches durmiendo en su cama y un viaje, no estaba tomando las cosas rápido; lo que ocurría que el muy cobarde no podía admitir que no tenia el coraje para algo mas serio como lo que yo le proponía. Pero esta vez con la cabeza en alto, abracé a mi corazón y le dije: tranquilo, sé lo que vales, se lo que valgo, pero él no lo hace, así que ¡a la mierda con él!

Ahora con mis treinta, estoy en la indescifrable etapa en la cual todo el mundo me busca novio, y es horrorosa; nadie parece comprender que realmente quiero uno, pero no se cómo encontrarlo. O tal vez, debería decir que los que están no son para nada confiables ó son todos más chicos que yo, y yo quiero un hijo, no un novio/hijo al que cuidar y atender.

Así que, aquí estaba… sentada en un bar, a las once de la noche oyendo a mi cita del día, recitarme de su vida, cómo había pasado la infancia y contándome de su ultima relación…

A veces creo que cupido la tiene contra mí.

Tengo esa leve impresión.

No se por qué.

 

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