Ema

Ema


Capitulo Cuatro

Página 10 de 21

 

 

C

a

p

i

t

u

l

o

C

u

a

t

r

o

 

“A familia prestada…”

 

 

 

 

Una hora después, la ensalada de papa y zanahoria esta lista, y se ve tan horrible e incomible como si yo la hubiera cocinado. ¡Esta vez Cristian se había esmerado!

Yo estaba vestida, maquillada y lista.

Me había vestido con un pantalón color crema y unas botas de montar, una camisa floreada con algunos colores pastel y un pañuelo; me había planchado el cabello, y dejado suelto, salvo por algunos mechones que sujete con una hebilla. Yo ya estaba lista. Tomamos las cosas que debíamos llevar y nos subimos rápidamente al coche para no llegar tarde.

El viaje, dura más de una hora, pero ninguno de los dos tiene ganas de hablar, mantenemos un tenso silencio solamente interrumpido por la música de la radio.

Me dedico a mirar por la ventanilla, el paisaje  comienza a lucir el look otoño. Las hojas de los álamos parecen una pared de color marrón y amarillo, los frutales esperan con ansias el verano y el suelo luce una fina capa de hielo. Después de transitar por varios caminos internos llegamos hasta la entrada. 

Todos están allí, veo dos Mercedes-Benz, una camioneta enorme y un par de coches más. Cris estaciona el Audi junto al coche de su padre.

Aun estoy fastidiosa, pero aquello se desvanece cuando una voz chillona grita mi nombre.

Bea, la sobrina de Cristian de doce años, me ve y corre hacia mí, con los brazos abiertos, como en las películas.

—¡Ema! ¡Has venido! La abuela dijo que vendrías —me da un caluroso abrazo y la aprieto con fuerza. Es hermosa.

—Hola pequeña. —Agachándome un poco le doy un beso en la mejilla.

—¡Hola a ti también!, es un gusto verme ¿no? —Cristian luce un poco ofendido por la falta de atención de su sobrina.

—Hola tío Cris —ella me suelta y le da un beso rápido —es lindo verte. ¡Oye Ema debo mostrarte mi nuevo perro!

—¡Oh si! Déjame saludar a los demás, y soy toda tuya —le digo y eso la pone feliz. Su pequeña mano envuelve la mía y caminamos el resto del trayecto de ese modo, mientras me cuenta de la escuela y sus clases de equitación. El camino de entrada a la hermosa casona antigua es de grava, en verano hay una hilera de flores acompañando el camino, subimos la escalera principal y pasamos bajo la hermosa parra que enmarca el atrio de entrada.

Es una casa de ensueño, ya saben, ventanales altos, en la parte superior del vidrio tiene unos tintes de diferentes colores que proyectan hermosos arco iris, el piso color marfil de baldosones. La puerta es de tres metros de altura, y las habitaciones son enormes y luminosas.

Ya dentro de la casona Bea corre hacia el patio y Pilar, la madre de Cris me llama apenas entramos. Esa mujer tiene un radar, o tal vez un oído como Spiderman.

—¡Ema! —Se seca las manos en el delantal y me toma de la mano jalándome hacia la cocina —Hola hermosa, —me da dos besos —que bueno que estas aquí. Hola hijito —le da un dulce beso en la mejilla, y Cris le tiende la ensalada. —¡Ema! no te hubieras molestado. Gracias cariño, siempre tan linda.

Echo un vistazo rápido a Cristian y noto como una sonrisa cómplice se desliza en sus labios. Pilar me da una palmadita en la mano y vuelve a mirar a su hijo.

—Cariño, tu hermano ha estado buscándote. —Cris se marcha echándome una mirada rápida, pero sin develar el secreto de la ensalada.

Me quedo con las mujeres ayudando en la cocina. Ayudando es una forma de decir. Cuando entro, Margaret me recibe con un efusivo abrazo. Es la mujer de Nicolás, el hermano de Cristian, y la madre de Juan y Bea. Me lleva de la mano hasta una mesita cerca de la ventana y me ofrece un café. Ella sabe cuan inútil soy en la cocina así que ya no intenta enseñarme, me quedo en un rincón hablando de todo un poco, mientras las veo ir de un sitio para el otro como abejitas obreras.

Mientras ellas trabajan sin parar y llenan fuentes a diestra y siniestra, les cuento de mi semana, los problemas con la nueva gerencia, hablamos de Cristian, de los niños, mientras me suelto de a poco y el mal humor se va desvaneciendo y comienzo a sentirme como en casa.

En menos de una hora la comida esta lista.

Nos acomodamos en una mesa larga en la galería exterior, disfrutando de los últimos días cálidos que quedan y todo me es tan familiar.

En mi interior me pregunto ¿Qué sucederá cuando Cris conozca a la mujer de su vida? Contemplo a cada uno de ellos, sus gestos, sus manías y sonrío e intuyo que me harían falta.

—¿A qué se debe esa sonrisa? —Me detengo observando a Cristian. Sus ojos claros me estudian lentamente. Con suavidad me acomoda un mechón detrás de la oreja y me acaricia la mejilla. —¿En que piensas?

—Tan solo… —sacudo la cabeza descartando mis pensamientos. —En nada —concluyo y me echa un vistazo sospechoso mientras sus labios dibujan una sonrisa.

—Te diré hermano, —levanto la cabeza sorprendida al escuchar a Nicolás. Percibo que todos nos miran y que el hermano de Cristian, que se encuentra sentado frente a nosotros, no se ha perdido ni un detalle de la escena. Luce bastante entretenido —cada vez que una mujer dice: Nada, tiembla. —Afirma apuntándole con el dedo. Cristian aún me estudia en silencio con una mirada penetrante, e intento sonreír.

—No es nada ¿si? No es absolutamente nada.

—Tiembla Cristian. Envenenará tu comida.

—Siempre me amenaza con envenenar mi comida.

—Pero nunca lo he hecho —le respondo con voz seductora haciendo que su sonrisa se amplié revelando unos hermosos y perfectos dientes blancos. —Además Nicolás —digo desviando la mirada hacia su hermano —si Margaret desea envenenar tu comida, tiene toda la razón y mi total apoyo —concluyo sonriendo perversamente.

El ambiente se relaja cuando estallan en carcajadas mientras se hacen bromas, aunque sigo preguntándome si seguirán invitándome a las fiestas.

Es irónico, lo sé.

Me negaba a venir, pero una vez aquí…es tan distinto. Creo que extrañaría sus bromas, a la pequeña Bea corriendo a mis brazos, el pequeño Juan babeando y haciendo sonidos graciosos, a Margaret hablando sin parar, a Pilar y sus abrazos maternales. Debo admitirlo, después de un año se han vuelto mi familia también.

—Aquí viene la entrada —anuncia Margaret desde la puerta y todos aplaudimos cuando las bandejas amorosamente decoradas empiezan a aparecer.

Traen fuentes con pequeños canapés de variados colores, mini tartaletas, jamón y lomo, tabla de quesos y chupitos.

—Guarden lugar que aún falta la comida. Nos hemos esmerado mucho en hacerla, ¿verdad Ema? —Dice Margaret mientras aprieta el hombro y me sonríe.

Me incomoda no haberlas ayudado, pero eso no parece importarle. Ella siempre tiene una sonrisa amable colgando de los labios. La primera vez que Cristian me trajo a una reunión, ella fue la primera en darme la bienvenida y a partir de ese día nos hablábamos por teléfono una vez a la semana. Había tenido un bebe hace menos de un año, pero se veía esplendida y la sonrisa en su rostro no podía ser mas grande.

Le sonrío en respuesta, agradecida por incluirme, aunque ambas sabemos que no he hecho nada. Me muerdo la lengua para no delatarme, me muero por confesarle que ni siquiera fui yo, quien hizo la ensalada y Cristina lo nota y me aprieta la mano.

A la entrada, le siguieron otros platos y tal como Margaret dijo, todo se veía riquísimo. Yo ya estaba a punto de reventar y recién habíamos empezado. Menos mal que me había puesto un pantalón amplio, si no, estaba segura que estallaría.

Después de eso llegaron los tacos de pescado, del cual pasé. El salmón a la plancha, arrachera de roquefort, lo cual ni sabía que existía, enchiladas suizas.

Probé un poco de todo, hasta que Pilar me toco el hombro para llamarme la atención.

—Aquí llega lo que te gusta —me dijo, depositando una costosa fuente de lo que parece porcelana antigua con fetuccini y salsa Boloñesa.

Sonrío abiertamente y le agradezco. Ella me conoce los gustos, por lo tanto conoce mi amor por las pastas. Esas mismas pastas que irán directo a depositarse en mis caderas redondeándolas un poco más, pero que mierda, se veían riquísimos.

También hubo Lasaña Boloñesa, fetuccini con Camarones, pero solo probé lo primero, no estaba segura de poder probar algo más. Y allí entre fuentes hermosas y comidas exóticas y otras no tanto, estaba la fuente con la triste ensalada que habíamos traído.

Margaret la recibió con alegría ya que era totalmente sana y tanto Bea como Juan podían probar eso sin temor a dolores estomacales.

Viendo el despliegue de comida, se me viene a la cabeza la idea que tal vez necesitaré hacer algún curso de cocina, o algún tipo de terapia extrema un fin de semana con estas mujeres, para que me enseñen a cocinar. Le doy un vistazo al plato de Cristian y advierto que esta probando un poco de todo y se me ocurre que tal vez, su mal humor se debiera a mi pobre sentido culinario.

Debería tomar un curso, al menos para algunos días sorprenderlo con algo más que un poco de carne y fideos.

Si, eso estaría bien, al fin y al cabo me había tomado el alimentarlo como una prioridad, sabia que pagaba mucho menos que él en el alquiler, pero él nunca me lo pediría.

Después de comer, las ayudo a juntar la mesa.

Me niego rotundamente a quedarme de brazos cruzados, así que juntamos las cosas entre todos, y con la eficiencia de anfitrionas, preparamos la mesa de dulces para la tarde. Entre idas y venidas me tomo un momento para observar los viñedos.

La finca esta rodeada de viñedos. Hermosos campos verdes que se extienden casi hasta donde mires. Doy una vuelta entre las plantas y llego al arroyo que corre cerca de la casa. Siempre me ha gustado este lugar, tan calmo y sereno. Por unos minutos me dedico a caminar por el borde y junto piedritas brillosas a mi paso. Es un día hermoso, el sol brilla en lo alto y el aroma de las plantas se mezcla con la brisa. Con la caminata voy apaciguando la mente, me siento mas relajada y positiva.

Después de caminar una media hora y un bolsillo lleno de piedritas, regreso a la casa y llamo a mi madre, para explicarle lo de anoche, mientras charlamos y reímos camino a lo largo del pasillo lateral. El paseo también me ayudó a bajar un poco la comida, estoy repleta y aún no terminamos.

Le explico lo que ocurrió, pero ella no me exige grandes explicaciones, simplemente no se lo toma como “ya saben quien”, se ríe de mi aventura, me repite varias veces que debo cuidarme, pero le afirmo que soy muy cuidadosa, también me pide que la próxima vez que planee dormir fuera de casa, le deje una pancarta a Cris con los datos de a dónde voy, y a qué hora llego, así no tendría dudas de nada.

Me pone al tanto de todo lo que ocurre en casa, de como mi padre adquirió una nueva adicción a una nueva red social e insiste en hacer de mi ex cuarto su cuarto de desnudez. Me doy una palmadita en la frente, se que eso lo ha visto en alguna película; no recuerdo cual, pero realmente no deberían darle esas ideas a la gente.

Mi madre me invita a una función de piano, se presentara en un teatro junto a un grupo  de músicos, se la escucha entusiasmada y nerviosa. Le afirmo que todo irá bien, tan solo debe divertirse. Me cuenta que esta pensando inscribirse en un curso nuevo, y no logro entender ¿en que punto esa mujer y yo compartimos ADN?, por que de solo pensarlo ya me encuentro cansada, y por último me invita a una cena la próxima semana, es nuestra salida mensual. Tan solo mis dos madres y yo, ¡Sip, dos!

A falta de una, tengo dos. Al igual que mi hermana, tengo una madre adoptada, tíos adoptados, abuelos, etc. Tengo el árbol familiar mas extraño y extravagante que puedan imaginar, al punto que cuando lo comento, la gente debe pensar que soy hija de una manada en vez de una familia. Pero no me importa, como dije, dos madres son mejor que una. ¡Y Ey, nunca hay una madre de mas! Seria algo así como, mas vale madre extra que… no olvídenlo.

Cada una tiene una faceta diferente y eso es genial.

Mi madre de sangre, o al menos eso me dijeron, y de lo cual tengo mis grandes dudas dado que mientras ella vive haciendo deportes, yo no logro que nadie me arrastre una cuadra, se llama Marina. Es la mujer más fabulosa que pude cruzarme en esta vida, emprendedora, cariñosa, vivaz. Tiene un par de vicisitudes en contra, como por ejemplo, tiende a olvidarse de la mayoría de las cosas, incluso las que anota. Sufre un grave déficit de atención aunque nunca lo admitirá, canta apenas se levanta y habla sola, a decir verdad, tiene charlas muy interesantes consigo misma, pero fuera de esos pequeños problemas, es una mujer alegre, activa y que ama los deportes ¡ ey,  me ama y  ama el café!.

Mi madre numero dos, es Isabel, ella es mi compañera de compras, es la que siempre me malcría cuando mi madre uno desaprueba algo. Me escucha con fascinación y todo lo que digo es interesante para ella, todo es fabuloso y odia hacer deportes, ¡ compartimos una adicción!

El café. Y me ama, por supuesto.

Las tres siempre tenemos tiempo para juntarnos alrededor de una mesa de café, y cuando no tenemos excusas las creamos, ¿no es genial?

Ahora que lo pienso, las tres compartimos otra cosa, la gastritis, pero eso no es divertido. Lo que también compartimos es, las ganas que yo tenga hijos y un marido.

Cuando corto la llamada, me siento en el escalón de la entrada, bajo la parra. En el momento que guardo el teléfono en el bolsillo, Cris se sienta a mi lado.

—Lamento haberte preocupado. —Murmuro dándole una mirada rápida.

—Yo lamento haber sido un idiota.

—No eres un idiota —confieso y me apoyo lentamente en su pecho y me abraza. —Bueno tal vez algunas veces.

—Si, lo fui y realmente lo lamento Ema.

—Oigan, —ambos nos giramos a ver a Nicolás —pseudo tortolos, ¡dejen de tocarse! ¡Por dios! —Grita para que todos lo oigan.

—Nicolás, —le digo y le lanzo una mirada rabiosa —si no fuera que adoro a tu familia, te juro que podría matarte —lo amenazo conteniendo la sonrisa.

—¡Vamos!, ¡si necesitan tocarse por mi esta mas que bien, pero no aquí! —Continua aun gritando. Me levanto lentamente intentando sopesar si realmente debería estrangularlo o no.

—¡Cris!, ¿puedes hacer que cierre la boca? —Él lo niega con la cabeza mientras sonríe, sus ojos se arrugan en las esquinas y se le forman unos lindos hoyuelos en las mejillas.

—Ema… es la casa de mi madre, ¿Cómo vas a estar tocándole?… el…el.

—Ya, Nico —lo empujo haciéndolo tropezar y retroceder unos pasos. Con una sonrisa traviesa en los labios me da un abrazo y me pellizca las mejillas. —¿Te encanta atormentarme no?

—Te ves tan linda sonrojada que no puedo evitarlo Ema.

Paso un brazo alrededor de su cintura y comenzamos a caminar hacia la casa.

—Recuerda que tu mujer esta aquí, así que aleja las manos de ella —lo reprende Cristian que camina detrás nuestro.

—¡Oh! Esta celoso… —no puedo hacer otra cosa que bufar y poner los ojos en blanco.

—Si lo estoy y ¿Qué?

Suspiro resignada, están dispuestos a hacerme la tarde imposible. Justo cuando estoy a punto de resignarme a ser el hazmerreír de estos dos, Margaret se asoma por unas de las ventanas y me da una mirada afligida, sabiendo que estoy sufriendo en manos de estos dos.

—Nicolás deja de mortificarla. —Refunfuña poniendo los ojos en blanco. Sabe que aquello no lo amedrentará.

—Estás celoso. Estás celoso. —Repite una y otra vez. Comienzo a sentir que mis mejillas no pueden arder más de lo que ya lo hacen.

—Claro que lo estoy. No solo pones tus sucias manos encima de ella, si no que además fraguas mis chancees de tener acción hoy —le tiro un golpe de improvisto que impacta en sus costillas pero no parece hacerle daño —sabes, es la primera vez que me toca en meses y vienes a joderme la jugada.

Ambos sueltan una fuerte carcajada mientras Margaret sale a socorrerme.

No puedo creer que Cristian este siguiéndole el juego. ¡Que vergüenza!

—Son dos idiotas. —Margaret le da un golpe en el brazo a su marido y me toma de la mano tirándome con ella y lo agradezco. Los escucho reír casi hasta descomponerse.  —Ema vamos a jugar a las cartas ¿te apuntas?

—Si, sálvame por favor.

Ella le echa un vistazo a su marido y luego a su cuñado por encima del hombro, sacude la cabeza con énfasis antes de mirarme nuevamente.

—No se como haces para vivir con él.

Suelto una sonora carcajada, ¿y ella me lo pregunta?

—Lo mismo me pregunto. —Ambas comenzamos a reír.

—Mujeres bellas —dice Cristian con esa voz seductora en búsqueda de ganarse nuestra confianza nuevamente —nosotros también nos apuntamos.

Me aprieta el hombro y me da un beso en la coronilla, le doy una mirada dura, amonestándolo, ¡esta me la pagará!, estaba segura que Pilar y Juan habían escuchado todo.

—Si bueno pero primero lávate las manos Cristian, no quiero tocar las cartas sin saber que las tienes limpias —ahora es turno de Margaret de golpearlo —¡Vaya uno a saber donde las metiste! —Lo chicanea Nicolás.

—¡Nicolás, eres un asqueroso!

No puedo contener la risa al ver la cara de horror de Margaret. El escándalo en sus ojos es impagable. Nicolás la aprieta en un abrazo y la besa ante sus quejas.

—Si, lo soy, pero soy TU asqueroso.

—Si. Lo sé. —Admite derrotada. Ella lo ama con locura, y no importa lo que haga, sé que lo perdonará.

Terminamos el día jugando a las cartas, también juegos con los niños, tomamos café y pruebo las delicias que tanto han preparado. Son exquisitas.

Para el final de la tarde estoy muerta de sueño. Cris luce relajado, mientras viajamos de vuelta.

Escuchamos música y hablamos mientras intento encontrar un modo cómodo de sentarme sin que la hebilla del cinto se me incruste en el estomago.

En algún momento me pongo a divagar sobre la posibilidad de meterme en un gimnasio pero descarto la idea al instante. Los gimnasios me siguen pareciendo cámaras de tortura, junto a los salones de depilación y los probadores de ropa.

En el trayecto a casa hablo con Ana y arreglamos para cenar en su casa.

Mili ha tenido un poco de fiebre y no puede salir pero su madre parece necesitada de una buena charla. Concordamos de encontrarnos a las diez.

Le informó a Cris de mis planes con lujo de detalle.

—Es solo para que no te preocupes —le aseguro ganándome una mueca desdeñosa. —Si quieres puedo dártelo por escrito —agrego y me responde con una grosería, pero no le hago caso. —¿Saldrás por la noche?

—Si, saldré.

—OK. Bueno, avísame si vienes con alguien, estoy segura que a las tres estaré de vuelta.

—No lo creo, no creo que vuelva acompañado —asegura y sobrepasa un auto.

—¡Wow! ¿Por qué no? ¿Qué pasa contigo últimamente? —No había visto ni una Barbie en… ahora que lo pensaba mas de dos semanas. ¿Estaría enfermo? Lo que es peor, ¿seria contagioso? Estiro la mano para tocarle la frente. —¿Estas bien? ¿Te sientes mal?

—No pasa nada conmigo. —Sacude la cabeza y quito la mano. —Además ella no puede salir, esta un poco enferma.

—Últimamente sueles enfadarte más de lo común, tal vez una visita higiénica cambie eso —suelta un suspiro cansado y me mira por el rabillo del ojo sacudiendo la cabeza. —Espera ¿dijiste que esta enferma? ¡Iuuuuu! De nada contagioso ¿no?

—No. Nada contagioso gatita.

—Esta bien. —Lo observo detenidamente mientras su mirada esta fija en el frente —Sabes, nunca te has replanteado, que tal vez, solo tal vez, la falta de sexo haga que te pongas como un ogro?

—No, pero realmente deberías replantearte el hecho de que hablas hasta por los codos. —Auch, eso dolió. —Me apoyo la mano en el pecho fingiendo estar sumamente dolida —Bueno no tanto.  No eres el primero que me lo dice. —Y era cierto, muchos me decían que tenia facilidad para las palabras, lo que significaba que era una bocotas. —Además no hablo tanto, juro que mi hermano habla mas que yo, la verdad no se como hace.

—¿Acaso puedes respirar cuando hablas tanto?

Me giro para enfrentarlo intentando lucir indignada y eso solo logra que vuelva a reír  sin apartar los ojos de la ruta, mientras me echa un vistazo rápido para volver a soltar otra carcajada.

—Se llama incontinencia verbal, —le explico —y si, se que hablo mucho, pero no importa ya que la mayoría del tiempo me ignoras,  y ¿Qué si hablo mucho? Al menos soy agradable.

—Y vanidosa.

—Nunca he sido vanidosa, ni una vez. —Su risa invade la totalidad del auto y me encuentro riendo a más no poder. Unos minutos después me duele el estomago, le pido por favor que pare. Cuando consigo recuperar el aliento, sigo —solo que soy una persona sociable, sociable y con incontinencia verbal.

—Al final de cuentas cada día te pareces más a tu madre. —Agrega. No lo tomo a mal, dado que mi madre tiene adoración por él y Cristian por ella.

—Lo sé —susurro abatida. —Se que lo hago.

—La semana que viene estoy de viaje. —Anuncia como si no me lo hubiera dicho mas o menos un millón de veces.

—Si, del tres al diez, me lo has dicho. —Repito.

—Lo dices de una forma que hasta suena ofensivo.

—No, para nada compañero, es solo tu impresión.

—Claro.

Cris me lleva hasta la casa de Ana.

Mi amiga me recibe con los brazos abiertos. Después de pasar dos días en casa esta con abstinencia de chismes y estoy segura que ya ha leído cuanta novela tuvo a mano. Mili aún sigue en cama así que me acerco despacio a su cuarto y enciendo la luz. La pequeña bribona se ve apagada y pálida, en sus labios se dibuja una sonrisa cuando me ve pero aun así luce demacrada.

—¿Cómo estas pequeña? —Le toco la frente, pero ya no tiene tanta fiebre. Le doy unos besos y me quedo unos minutos con ella hasta que vuelve a dormirse.

Sé lo horrible que se siente estar enferma, de niña odiaba tener fiebre. Desde pequeña  siempre he tenido un sueño recurrente: me soñaba en una sala enorme llena de cajas blancas al igual que la sala, y lo único que sabia es que debía llegar como fuera al otro lado, pero aquellas cajas enormes  me lo impedían, me recuerdo soñándolo una y otra vez hasta el día de hoy.

Apago la luz y salgo sigilosa para no despertarla. Ana esta preparando la comida, y no me atrevo a decirle que no puedo comer un bocado más.

—¿Cómo ha sido la reunión familiar? —Pregunta mientras pica unas aceitunas para la ensalada.

—Acogedora como siempre. —Me siento en la mesita cerca de la cocina —Bea tiene un bello cachorro y esta feliz. Comí el doble de mi ración semanal y estoy a reventar. —Añado desabrochándome el jean. Al menos Ana ha decidido comer liviano; dudo que pueda soportar algo más suculento que una ensalada.

—Alguna vez has pensado —dice con aire catedrático —¿Qué ocurrirá cuando Cris conozca a alguien?

—Si, muchas veces. —Hoy había estado justamente pensando en eso, le comento, mientras me miro las manos. —Pero me he prometido a mi misma no pensar mucho. No tiene sentido.

—A mi me preocupa. —Añade sin mirarme. Suspiro resignada, sé que ella se preocupa por mí, pero ¿Qué sentido tiene pensar en eso ahora?

—No tienes por que preocuparte. —Respondo enérgicamente. Se que esa no es la respuesta que ella desea escuchar pero se conforma y lo deja pasar.

Guardamos silencio un momento, escuchando simplemente el sonido de la cuchilla contra la tabla de madera.

—¿Qué paso con el trabajo? ¿Has visto al doctor?

—Si, lo vi y sigue hermoso y a punto de casarse, como siempre. —Me recuesto en la silla del comedor desparramada en una forma tan poco sexy y femenina que hasta mi madre se escandalizaría. —Llegaron los nuevos jefes. —Añado haciendo una mueca. Solo pensar en eso hace que me entren ganas de vomitar.

—¿Alguno lindo para presentarme? —Pregunta esperanzada mientras corta un tomate.

—No, olvídalo. Hay un idiota que se me ha estado insinuando ¿puedes creerlo?

—Claro que si, eres una mujer hermosa, ¿Por qué no lo haría?

—Por que es mi jefe y esta casado.

—Eso no les importa. Son hombres.

—Si pero realmente me incomoda. Creo que las demás han empezado a chismorrear a mis espaldas.

—Eso es una mierda. ¿Cecilia te ha dicho algo?

—No, ella no me ha contado nada, ¿sabes lo que hizo el viernes? me palmeó el trasero ¿puedes creerlo? —Chillo indignada.

Comienzo a pensar en las otras cosas que ocurrieron el viernes y recuerdo que no le había contado de Darío después de la pelea matutina con Cris.

—¿Qué hizo que? —Se gira bruscamente con el ceño fruncido.

—Me palmeó el trasero. Todo esto me esta comenzando a fastidiar, te lo juro.

—Debes hacer algo. —Sentencia colocando sus brazos en jarra.

—Lo se, lo se. Ayer dormí con Darío. —Mi amiga se atraganta y tosiendo pregunta si ha oído bien. —Si, estaba allí y yo también. —Aclaro con un par de gestos.

—¿Fue a buscarte? —Me pregunta y viene a sentarse justo frente a mi esperando que le cuente todo, con pelos y señales. —¿Qué dijo Cristian?

Ir a la siguiente página

Report Page